En esta segunda parte se amplía el abanico de las especies animales en las que se ha demostrado que exhiben comportamientos singulares después de la muerte de algún pariente o compañero. En estos nuevos casos veremos como animales tanto domésticos como salvajes reaccionan de una forma sorprendente hacia la muerte. Más ejemplos que sugieren que el humano no es el único ser consciente de la muerte y el único que pueden sentir dolor ante ella.
En el anterior artículo establecimos los cuatro componentes necesarios para entender la muerte que se aplican al humano adulto: la inevitabilidad, la irreversibilidad, la no funcionalidad y la causalidad. Ahora bien, la respuesta de un animal ante la muerte abarca cualquier comportamiento realizado por un individuo después de la muerte de un compañero, y los científicos lo distinguen del duelo o luto (en inglés, grief), donde se tienen que dar varias condiciones. Para empezar, dos o más animales eligen pasar tiempo juntos. En segundo lugar, después de la muerte de un pariente, amigo o compañero, el comportamiento que exhibe/n el/los superviviente/s es diferente al comportamiento normal que exhibía/n antes de la muerte. Los criterios clave de este tipo de comportamientos son las alteraciones significativas del comportamiento social, la alimentación, el sueño y/o las expresiones del afecto emocional, y dichas alteraciones deben persistir durante horas, días o semanas.
En la primera parte del artículo se describieron una serie de casos documentados en diversas especies de primates no humanos (chimpancés, gorilas, macacos…), en delfines y en elefantes, en los que los individuos reaccionaron de forma sorprendente frente a la muerte de congéneres. A continuación exponemos nuevos casos de comportamientos hacia la muerte para completar los ejemplos que dimos la última vez. Si bien es cierto que en la primera entrada sólo ejemplificamos casos de mamíferos salvajes, en este caso hablaremos de animales domésticos y de otros grupos de vertebrados en los que sorprendentemente se pueden vislumbrar ciertos aspectos de estos comportamientos.
Perros
Son muchos los casos en los que nuestras queridas mascotas han manifestado tristeza cuando han perdido un compañero humano o uno de su misma especie. Un ejemplo es el de Greyfriars Bobby. Así es conocido el perro más famoso de Edimburgo (Escocia), quien llegó a permanecer hasta 14 años junto a la tumba de su amo, John Gray. John fue un jardinero que emigró a Edimburgo hacia 1850 junto con su familia, esperando mejorar su calidad de vida. Debido a los daños en los suelos causados por la gran duración de las bajas temperaturas, John abandonó su oficio de jardinería y se unió al cuerpo de policía de la zona como vigilante nocturno. Cuando la familia adoptó a Bobby años más tarde, este acompañaba todas las noches a John por las calles de la ciudad mientras trabajaba. Desafortunadamente, John murió años después, en 1858, de tuberculosis, pero Bobby no se separó de la tumba de su amigo. El encargado del cementerio Greyfriars, donde se encontraba enterrado John, decidió construirle un refugio a Bobby, ya que no se alejaba de la tumba a pesar de las inclemencias meteorológicas. Los ciudadanos lo guiaban y alimentaban. Bobby frecuentaba cada día el restaurante Greyfriars Place (que visitaba desde hacía años con John) y, tras recibir la comida, rápidamente regresaba al cementerio. Pero la demostración de cariño hacia el perro por parte de los ciudadanos no acaba aquí. En 1867 el alcalde de la ciudad, Sir William Chambers, registró a Bobby y pagó su licencia al no tener dueño reconocido, declarándolo mascota del Consejo de la Ciudad, ya que se aprobó una ley que obligaba a registrar a todos los perros de la ciudad debido al gran aumento de perros callejeros. Bobby falleció en 1872, con 16 años, junto a la tumba de su amo John, por lo que con el paso del tiempo el animal ha sido conocido como Greyfriars Bobby. Un año después de su muerte se construyó una fuente con una estatua del famoso can, la cual se ha convertido en un importante punto turístico. Esta sorprendente historia es una muestra más de la gran fidelidad de los perros para con sus compañeros humanos. Incluso sobre esta historia se han realizado películas como Greyfriars Bobby (1961) y Bobby, el guardián del cementerio (2006).
Sin embargo, la fama de Bobby está ensombrecida por la historia de otro perro que prácticamente forma parte de la cultura universal. Hachiko era el nombre de un perro de raza Akita que se hizo mundialmente famoso por la película Siempre a tu lado, Hachiko (2009), protagonizada por Richard Gere. Hachiko nació en 1923 y fue el compañero perruno de Hidesaburo Ueno, un profesor de ingeniería agrónoma de la Universidad de Tokio. Todas las mañanas el can acompañaba a su amo a la estación, después volvía solo a su casa y al atardecer retornaba para recibir a su dueño. Pero llegó el día en el que Hidesaburo no regresó. El 21 de mayo de 1925 el profesor murió mientras daba clase. No obstante, Hachiko siguió esperando a su amo en la estación todos los días durante 9 años, hasta que falleció en 1935, al parecer por cáncer cerebral y filariosis (enfermedad parasitaria), según revelaron las necropsias realizadas sobre el cuerpo disecado años después. Al igual que ocurrió con el caso anterior, el amor hacia su dueño emocionó a los ciudadanos, los cuales cuidaron y alimentaron al perro todos los días. Hachiko pasó a ser conocido como “el perro fiel” y en su memoria, en 1934 construyeron una estatua del can en la estación donde esperaba todos los días. Asimismo, hay otra estatua en otra estación de tren, cerca del sitio donde nació Hachiko y además, junto a la tumba del profesor, se construyó un monolito con el nombre del perro.
Capitán es otro perro bastante famoso. En este caso viajamos hasta Argentina. Este can empezó a vivir con Miguel Guzmán, su amo, en 2005 en Córdoba. Desafortunadamente, al año siguiente Miguel falleció y fue enterrado en el cementerio de Carlos Paz, a unos 35 km de su vivienda en Córdoba. El perro no presenció ninguno de estos acontecimientos por lo que, en principio, no sabía dónde se encontraba el cuerpo de Miguel. Después de lo sucedido, Capitán abandonaba su casa y regresaba varias veces hasta que un día no volvió nunca más. La familia creyó que podría haber sido adoptado por otras personas o que incluso podría haber muerto, hasta que un día, al visitar la tumba de Miguel en Carlos Paz, se lo encontraron sobre ella, sorprendidos de cómo el perro pudo encontrarla. Y esto no es baladí, pues cómo el perro pudo recorrer los 35 km y llegar al lugar exacto donde estaba enterrado su dueño continúa siendo un auténtico misterio. Los ciudadanos que le veían deambular por el cementerio afirmaban que al atardecer siempre iba a dormir a la tumba de su amo. Esto ocurrió durante 11 años. La familia intentó que el can volviese con ellos a casa pero no lo consiguieron. Durante sus últimos años de vida, el perro fue atendido por la Fundación Protectora de Animales (FUPA). Capitán sufría de problemas renales y en febrero de este mismo año falleció junto con los restos de su dueño.
Otro ejemplo es el de Canelo, más famoso en España y conocido como “el perro de los gaditanos”. En 1990, el amo de Canelo ingresó en el Hospital Puerta del Mar para someterse a una diálisis. Lo triste es que el hombre no salió de aquel hospital. Ese día, perro y humano se despidieron por la mañana como de costumbre. El perro ya le había acompañado en otras ocasiones y le esperaba en la puerta del hospital hasta que salía. Lo sorprendente es que después de la muerte de su amo, Canelo le siguió esperando todos los días durante 12 años. La Asociación Agaden apadrinó a Canelo, consiguiendo los permisos y vacunas oportunas para que el animal pudiera seguir aguardando a su amo sin que hubiera de por medio problemas legales. Desgraciadamente, Canelo fue atropellado en diciembre del 2002 mientras cruzaba el paso de peatones que tantas veces había cruzado. Un bonito gesto tuvo lugar en mayo de 2004 cuando el pueblo homenajeó a Canelo y al amor que sentía por su dueño con una placa con su nombre y su cuerpo en relieve en la calle donde le esperaba.
Otro caso es el que les ocurrió a Isabel Martín y a su marido. Ellos tenían a una perra Shih Tzu llamada Candi. Isabel y su marido trabajaban fuera de casa, por lo que Candi pasaba la mayor parte del tiempo sola. Para evitar esto, el matrimonio adoptó a un macho al que llamaron Gizmo, y rápidamente se hicieron inseparables. Llegó un momento en el que el matrimonio se separó, y fue Isabel la que se quedó con los dos perros, que vivieron juntos 14 años, hasta que Gizmo falleció en junio de 2012. Desde entonces, Candi no quiso comer ni moverse. El veterinario la diagnosticó una profunda depresión por la pérdida de su amigo. La dueña se esforzó para que comiera, incluso obligándola, pero la pobre Candi aguantó unos pocos meses más. En diciembre de ese mismo año falleció.
Otras reacciones similares se han descrito entre perros compañeros. Es el caso de Joey y Willi, dos perritos que fueron acogidos por el periodista Steven Kotler y su mujer en el santuario canino que dirigen al norte de Nuevo México. Los dos perros estuvieron con ellos hasta que su salud mejoró y fueron adoptados por un amigo (y además vecino) de la familia. Pocos días después Joey fue atropellado por un conductor ebrio. El dueño llevó el cuerpo de Joey al santuario porque quería enterrarlo allí. Durante los preparativos del enterramiento, el cuerpo de Joey se encontraba sobre la cama y la mujer de Steven no se separó de él. Willi, el otro perrito, se subió a su lado y olfateó el cuerpo su amigo. Sin embargo, lo sorprendente vino después, ya que agarró el borde de la colcha entre sus mandíbulas y tapó la cara de su compañero fallecido, un acto que no sería sorprendente si lo hubiese hecho una persona. Al principio pensaron que fue simplemente casualidad, por lo que la mujer destapó la cara de Joey. Sin embargo, Willi se puso nervioso y volvió a tapar la cabeza de Joey. Pero aquí no acaba la historia. Se hizo tarde, así que esperaron a la mañana siguiente para enterrar a Joey. Fue entonces cuando al mover el cuerpo a una silla, que estaba envuelto en una manta, se descubrió su cabeza sin querer. De nuevo, Willi se enfadó, subió a la silla y tiró de la manta para cubrir la cara de su amigo. Según Steven, nunca había visto un comportamiento de luto tan elaborado en un perro en todos sus años de trabajo con estos animales.
Es interesante también el testimonio de la veterinaria Jennifer Coates, especializada en cuidados de mascotas moribundas. En una ocasión, mientras una compañera de trabajo justamente se dispuso a sacrificar a Zoey, una de las perras de una familia, sus dos amigas perrunas entraron en la habitación, se pararon ante el cuerpo y empezaron a aullar muy fuertemente.
Esta es sólo una pequeña muestra, pero hay muchos más casos documentados y tantos otros de los que no existe un testimonio público. Sirvan estos ejemplos como manifestación de las increíbles capacidades emocionales de nuestros compañeros peludos.
Gatos
A pesar de que la mayoría de los gatos suelen ser más independientes y, a veces, más ariscos que los perros, esto no quiere decir que no tengan un apego emocional con sus cuidadores, dueños y compañeros gatunos. Se han documentado casos en los que los gatos reaccionan tristemente ante una pérdida humana, a menudo manifestando ansiedad e incluso depresión. Algunas veces, por ejemplo, pueden dejar de usar sus areneros para hacer sus necesidades o pueden dejar de comer, estar apáticos, maullar fuerte y persistentemente (especialmente en la oscuridad), etc.
Una bonita y a la par que triste historia es la de las hermanas Willa y Carson. Durante 14 años, estas gatas siamesas vivieron juntas en casa de Karen y Ron Flowe, en Virginia (EE.UU.). Estaban muy unidas: jugaban, se acicalaban entre ellas, dormían entrelazadas… Carson requería varias consultas veterinarias al padecer una enfermedad crónica. Cuando sus dueñas la llevaban al veterinario, su hermana Willa se agitaba mucho hasta que regresaba. Pero llegó el día en el que empeoró la enfermedad crónica de Carson y ésta falleció en el veterinario. Al principio Willa actuó como siempre que su hermana estaba fuera durante unas pocas horas. Pero después de un par de días, comenzó a proferir sonidos extraños, como una suerte de lamentos, e iba a los lugares que más frecuentaba con su hermana. Meses después, el raro comportamiento desapareció, pero Willa siguió estando apática.
Podemos destacar el testimonio de la veterinaria Jennifer Coates. En una ocasión tuvo que sedar a la perra de una familia. Para ello, le colocó un catéter intravenoso para administrarle la inyección final. Hasta entonces, el gato de la familia, que estaba presente, se mantuvo distante, pero justo cuando empezó a inyectarle la solución fue hacia la perra, se acostó a su lado y colocó su pata suavemente encima de la de su amiga.
Anteriormente hemos descrito casos entre perros y humanos, gatos y humanos y entre gatos y perros. No obstante, un caso más extraordinario si cabe es el que ocurrió entre un gato, Muschi, y una osa negra asiática, Mäuschen. Ambos vivían en el zoo de Berlín y se hicieron amigos inseparables. Cuando la osa murió, el gato no quiso abandonar el recinto de su compañera, por lo que se quedó allí maullando tristemente.
Caballos
También se han documentado respuestas de duelo en los caballos. Cuando están pasando por esta situación, dichos animales pueden dejar de comer, sentir ansiedad y emplear mucho tiempo en buscar al compañero/a que se ha ido.
En una entrevista a la veterinaria conductista Gemma Pearson, miembro del Real Colegio de Cirujanos Veterinarios (RCVS por sus siglas en inglés), se le preguntó si era posible que un caballo supiese si un compañero había fallecido. La veterinaria contestó lo siguiente:
“Es una de esas cosas que aún no tenemos suficiente evidencia para decir, pero en mi opinión, innatamente entienden que algo está mal o que algo ha cambiado. Creo que el desafío en este momento es que no es un área que alguien entienda enormemente. Creo que hay que dar a los caballos el beneficio de la duda y aceptar que habrá una sensación de pérdida para ellos, y tratar de hacer frente a ello lo mejor que se pueda. Sea comprensivo con ellos y asegúrese de que el caballo esté contento y cómodo en otros aspectos de su vida”.
Llamas
Marc Bekoff, profesor emérito de ecología y biología evolutiva en la Universidad de Colorado, y cofundador con Jane Goodall de “Étologos para el tratamiento ético de los animales”, dio a conocer el testimonio de una compañera que trabajaba con un grupo de llamas:
«Las llamas son gregarias por naturaleza, extremadamente perceptivas, y forjan lazos profundos entre sí. En el pasto, nuestras llamas a menudo se alimentan en la misma área, duermen una al lado de la otra y se mantienen juntas cuando se enfrentan a un animal o depredador desconocido. En el camino, se ponen muy nerviosas si pierden de vista al otro cuando uno se detiene a descansar y se queda atrás. Vocalizan bastante. Mi favorita es su delicada llamada de bienvenida, que suena como la exhalación de una gaita en miniatura. Cuando mi familia se mudó de Colorado a Alaska, trajimos nuestras dos llamas de Colorado con nosotros. El destino quiso que heredáramos dos llamas de Alaska con nuestra nueva casa y terreno. Cada pareja había pasado su vida juntas. Al principio, ambas parejas eran un poco distantes, pero con el tiempo, se convirtieron en amigos rápidos y en un cuarteto. Varios años después, la llama más antigua, Boone, murió repentinamente a los veintisiete años. Un día, se acostó de lado, demasiado débil para levantarse. Al día siguiente, su compañero de vida, Bridger, murió de la misma manera, junto a él. Era principios de la primavera y el suelo aún estaba congelado, así que contratamos a un amigo con una retroexcavadora para que preparara su tumba al otro lado de la cerca. Levantamos cuidadosamente a Boone y Bridger por encima de la valla y, en el suelo, luego los cubrimos. La otra pareja, Taffy y Pumpernickel, se quedaron de brazos cruzados y observaron todo el proceso en silencio. Durante los dos días siguientes, el estoico Taffy se paró al otro lado de la cerca desde la tumba y miró fijamente el agujero en el suelo. Apenas se movió del lugar. El excitable Pumpernickel se quedó en su pequeño granero y lloró durante dos días. Al tercer día, salieron de su aflicción y reanudaron sus actividades normales. ¿Bridger se entregó a la muerte tras la pérdida de su amigo de toda la vida, Boone? Y Taffy y Pumpernickel, ambas personalidades muy distintas, se lamentaron a su manera. Para mí, el recuerdo más conmovedor de haber perdido dos llamas tan cerca una de la otra fue la experiencia de la muerte y el proceso de duelo de la llama».
Aves
Las reacciones de duelo después de una muerte también se han descrito en aves, sobre todo en aves que pasan la vida entera con una pareja, como por ejemplo los gansos o las aves cantoras. Si un ganso pierde su pareja de toda la vida, éste pasa por un proceso de duelo, perdiendo peso y separándose del grupo. Incluso algunos mueren poco después. Si encuentran otra pareja, normalmente es otro compañero/a que también ha perdido a su pareja.
En su libro, la antropóloga Barbara King también describe un caso interesante ocurrido con dos patos Mulard (pato doméstico cruce entre el pato pekinés y el criollo), Harper y Kohl. Estos patos fueron rescatados de una fábrica de foie gras de Nueva York y llevados a una granja santuario. Se encontraban en mal estado físico y emocional, tenían miedo a la gente y sufrían lipidosis hepática (acumulación de grasa en el hígado) como consecuencia de la alimentación forzada. Además, Harper estaba ciego de un ojo y Kohl tenía mal las patas debido a fracturas anteriores mal curadas. Durante su estancia en el santuario, los patos se hicieron inseparables durante años. Desgraciadamente llegó el día en que Kohl empezó a empeorar, así que cuando ya no podía andar, el santuario decidió sacrificarle. Lo hicieron delante de Harper, creyendo que le ayudaría. Cuando el acontecimiento llegó a su fin, al principio Harper sólo picaba a su amigo inmóvil, pero poco después se tumbó a su lado, poniendo su cabeza y su cuello sobre el de Kohl. Así se quedó durante varias horas. Harper nunca fue el mismo después de lo ocurrido: a veces se mostraba muy nervioso alrededor de la gente, nunca se relacionó con otro pato… Dos meses después murió.
También se han observado reacciones interesantes en los cuervos (Corvus corax). Cuando un cuervo muere, otros cuervos convocan a miembros de su especie y juntos se reúnen alrededor del cadáver y graznan ruidosamente. También suelen dejar de comer durante un tiempo después de una muerte. Sin embargo, este tipo de reacciones son ligeramente diferentes a las antes descritas, ya que no parece que sientan dolor. Según proponen algunos investigadores, los cuervos prestan atención a sus muertos y al lugar donde mueren como forma de recopilar información sobre las posibles amenazas para su propia supervivencia. Es decir, la presencia de un congénere muerto en un lugar concreto podría informar a los demás pájaros de que ese lugar es peligroso y tienen que ir con cuidado. Y los ruidosos graznidos podrían ser una forma de alertar al resto del grupo.
Puede que las urracas (Pica sp.) no tengan una fama de animal compasivo debido a su comportamiento agresivo, pero en estos animales también se ha detectado una especie de ritual cuando uno de ellos muere. El anteriormente mencionado profesor Marc Bekoff tuvo varias experiencias a este respecto. Cuenta como una vez vio a uno de estos pájaros acercarse al cadáver de un congénere, picotearlo suavemente y retroceder. Luego, otra urraca hizo lo mismo. Seguidamente, una de ellas se fue volando, cogió un poco de hierba y la colocó junto al cadáver. Otra urraca actuó de la misma forma. Luego el cuarteto permaneció quieto durante unos segundos y a continuación se fueron volando una a una. Después de que el profesor publicara lo que vivió, recibió varios correos electrónicos de personas que habían presenciado esta especie de rituales en urracas y también en cuervos.
Otro ejemplo es el de la chara californiana (Aphelocoma californica). La bióloga de la Universidad de California-Davis, Teresa Iglesias, estudió cómo estos pájaros se reúnen en grupos de 2 a 10 alrededor de cadáveres de su especie y de otras. Según informa la bióloga, las llamadas de estos animales atraen a otras charas y éstas se unen a las llamadas o miran en silencio desde los árboles. Según ha documentado, dichas agregaciones pueden durar desde unos pocos segundos hasta 45 minutos. Según T. Iglesias, estas agregaciones quizá sirvan para informar sobre los posibles riesgos que hay que evitar en los alrededores.
Si bien es cierto que los estudios aun no demuestran que estas últimas especies de aves (urracas, cuervos y charas) sientan dolor emocional ante un individuo muerto, aun así, los casos que se han documentado no dejan der ser interesantes e impresionantes, y parecen sugerir que, de una u otra forma, llegan a entender la muerte.
Peces
En peces también se han detectado comportamientos infrecuentes ante la muerte de otro pez. Por ejemplo, a menudo permanecen inmóviles. Según los investigadores, esto podría estar desencadenado por la liberación al agua de una sustancia química llamada Schreckstoff (conocida como la sustancia de shock o alarma) por parte del animal moribundo. Esta sustancia es liberada por la piel cuando hay un daño físico, por ejemplo, el causado por un depredador. El compuesto es detectado por el sistema olfativo de otros individuos, de forma que cuando lo detectan los demás animales perciben el riesgo de depredación, desencadenando un comportamiento de miedo y a la vez adoptando la respuesta adecuada para evitar la depredación.
No hay muchos estudios que hayan investigado si realmente los peces lloran la pérdida de sus muertos. De hecho, el mismo Frans de Waal, primatólogo y etólogo, en una entrevista manifestó que él no cree que en peces el duelo sea probable, a no ser que se trate de peces que estén estrechamente unidos, como el pez ángel francés (Pomacanthus paru).
Como conclusión…
En el caso de los humanos es cierto que, además, lloramos las pérdidas de personas que nunca hemos conocido personalmente y que pueden vivir en países lejanos o que estuvieron vivas en otras épocas. Por ejemplo, nos sentimos conmovidos cuando visitamos ciertos monumentos por los caídos o leemos noticias sobre guerras o catástrofes. En resumen, nuestras prácticas de luto están desvinculadas del tiempo y del espacio.
Ahora bien, se han documentado casos en los que algunos primates transportaban el cadáver de su cría pero sus rutinas diarias no cambiaban. ¿Querría decir esto que esas madres no sentían dolor? No, simplemente esas respuestas dadas no entran en la definición de duelo o luto descrita al principio del artículo. Lo que ocurre es que la expresión de duelo, especialmente en la naturaleza, podría afectar negativamente a un animal, pudiéndolo hacer más vulnerable a la depredación o a otras formas de muerte debido a cualquier alteración de su rutina. Entonces, ¿qué sentido adaptativo tendría esto? Algunos autores piensan que quizás el “aislamiento social” que acompaña al duelo concedería tiempo para descansar (si no se lleva muy lejos) y para recuperarse emocionalmente, lo que conllevaría un mayor éxito de establecer nuevas relaciones sociales. Por eso, se necesitan más investigaciones para refinar la definición de duelo.
¿Y qué hay de otros animales? Hay quien dice que las reacciones de los animales después de una muerte, ya sea de un compañero humano o de otro animal, podrían atribuirse simplemente a un cambio en la rutina de las mascotas y que somos nosotros los humanos los que “queremos creer” en que son conscientes y entienden la muerte, y de ahí sus reacciones. Pero hay que tener mucho cuidado con estas afirmaciones, ya que entonces habría que analizar todos los tipos de cambios de rutinas. Si una familia se va de vacaciones con su mascota y cambia toda su rutina, ¿el animal reaccionaría igual? O algo quizá más “negativo”, como es el caso de que un miembro de la familia que se independiza después de vivir muchos años con su mascota, dejándola a ella en la casa original con el resto de la familia, ¿cómo se comportaría entonces? Está claro que no es tan fácil.
Otras de las críticas que se hacen es que estos casos en los que las personas ven emociones en los animales son debidos al antropomorfismo (atribución de cualidades o rasgos humanos a un animal o a una cosa), un factor que es importante tener presente durante las investigaciones científicas, al ser un potencial sesgo a la hora de determinar si otras especies comprenden la muerte. Porque, ¿y si los animales no humanos poseen otras manifestaciones emocionales diferentes a las nuestras que, sin embargo, implican lo mismo? ¿Y si ellos tienen un concepto de muerte distinto al nuestro? Verdaderamente son cuestiones muy interesantes que habría que tener en cuenta. Aun así, como afirma el profesor Marc Bekoff, las emociones evolucionaron en humanos y animales no humanos porque mejoran las posibilidades de supervivencia y:
“es mala praxis argumentar en contra de la existencia de las emociones animales”.
Permitir que los animales que sobreviven puedan pasar tiempo en “silencio” con los cuerpos de sus familiares o compañeros que acaban de morir es cada vez una práctica más frecuente en santuarios, granjas, clínicas veterinarias, zoológicos, e incluso en los hogares privados. De esta forma, son ellos los que eligen si desean expresarse visiblemente sobre su pérdida.
Sería razonable pensar que serían las especies con mayor esperanza de vida y las que tienen relaciones más estrechas con sus parientes o compañeros de grupo, es decir, las especies más sociales, las que exhiben comportamientos de luto. Pero lo cierto es que aún no se sabe tanto como para afirmar esto. Como bien dice Barbara King, sería necesario estudiar y comparar las respuestas ante la muerte de los animales en una gran variedad de sistemas sociales, desde los gregarios hasta en los que los animales se reúnen en épocas concretas para alimentarse o reproducirse. Además, habría que tener en cuenta las diferencias en cada tipo de contexto social, las personalidades de cada individuo y, por supuesto, las diferencias cognitivas de cada especie, lo que dificulta aún más este campo. Lo que no puede negarse por tanto es que el duelo y el amor están relacionados, ya que el duelo aparecería como consecuencia de la pérdida de amor. Y lo que no puede afirmarse a raíz de lo expuesto en estos dos artículos es que los humanos seamos los únicos conscientes de la muerte y los únicos que la sienten.
“Aunque nuestras maneras de llorar pueden ser únicamente humanas, nuestra capacidad de duelo tiene profundas raíces evolutivas” – Barbara King.
Si al lector le ha resultado interesante esta entrada, lo invitamos a que consulte la primera parte, que está disponible en el siguiente enlace:
La conciencia de la muerte en animales no humanos (Parte I)
REFERENCIAS
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