El propósito de este artículo es servir como guía a los viajeros que vayan a visitar los Jardines del Buen Retiro y, más importante aún, esperamos que sirva para enamorarse de este enclave tan fascinante. Pretende servir como lupa para escrutar los secretos que nos aguardan en los rincones más insospechados de este espacio de descanso y recogimiento. Para que el viajero vea con otros ojos lo que en un principio se le pueda presentar como superficial y carente de interés; con los ojos del tiempo para contemplar e imaginarse aquello que materialmente ya no existe. Viajad con nosotros a un lugar frecuentemente visitado pero poco explorado para descifrar la historia secreta y los misterios del Retiro.
Los Jardines del Buen Retiro acumulan cinco siglos de historia. Nos resultarían irreconocibles los jardines originales por los innumerables cambios que han sufrido con el paso de los siglos. Cada monarca fue introduciendo el estilo artístico y decorativo que más conveniente le parecía y hubo periodos tensos y conflictivos en los que el Buen Retiro se llevó grandes golpes que lo dejaron hecho trizas y necesitado de reformas urgentes.
Su origen se remonta, por tanto, al siglo XVII. Es a finales de 1633 cuando se inaugura el Real Sitio del Buen Retiro. Tres años antes, Gaspar de Guzmán y Pimentel Ribera y Velasco de Tovar, mejor conocido como conde-duque de Olivares, valido de Felipe IV, había comenzado a comprar grandes extensiones de tierras en el extremo oriental de la villa de Madrid y colindantes con el Monasterio de los Jerónimos para plantar allí hermosos jardines y construir un suntuoso palacio. El pueblo se mostró receloso ante el proyecto, no solo por las grandes sumas de dinero que iba a consumir, sino por la deshonesta motivación que movía al conde-duque de Olivares. Y es que, para algunos, este personaje ha pasado a la historia como uno de los individuos que pretendió controlar España desde las sombras. Por ello, se pensó que el Buen Retiro era un plan del malvado conde-duque para mantener al rey ocupado y distraído en la serenidad mientras él se hacía cargo del devenir del imperio. Pero lo cierto es que Felipe IV no estuvo ajeno a las obras. Por el contrario, estuvo pendiente de las mismas e interesado en que se ejecutaran, pues deseaba tener una residencia de descanso y retiro en la que olvidarse momentáneamente de sus deberes políticos.
Aunque hoy cueste imaginarlo, el Buen Retiro constaba de un soberbio palacio, el Real Sitio, diseñado por Alonso Carbonel. Su semilla la encontramos en el Cuarto Real, una estancia anexa al Monasterio de los Jerónimos en la que el rey se hospedaba frecuentemente. A partir de este enclave se desarrollará el Palacio del Buen Retiro, unas estancias mucho más acordes con los gustos y las necesidades del monarca. El edificio era en sí un contraste: la arquitectura externa, sobria y austera, decepcionante para algunos y típica de los Austrias españoles, difería del interior, compuesto por una sobrecogedora cantidad de obras de arte, esculturas y mobiliario. En suma, un gran exponente del Barroco español. En 1633 fue inaugurado, pero durante los años siguientes continuó sufriendo ampliaciones para albergar a más invitados de la corte. Llegó a constar de salas de baile, dos grandes plazas en las que se celebraba todo tipo de acontecimientos, el salón de reinos, un teatro, leoneras, multitud de aposentos para los invitados… Posteriormente llegarían los jardines que harían inmortal al Buen Retiro. No debemos olvidar que, en un principio, el Buen Retiro, al igual que cualquier propiedad real, estaba destinada exclusivamente para la familia real y sus invitados, mientras que la gente de a pie tenía vedado el acceso a la mayor parte del enclave. Como mucho, un número limitado de ciudadanos podía acceder al Patio de Fiestas para disfrutar de algún evento.
Otros monarcas posteriores se asentaron también en este palacio, como Carlos II o el francés Felipe V. Este último quiso remodelar el palacio en base al estilo barroco francés cortesano y hacerlo parecer más al Palacio de Versalles. Sin embargo, sus anhelos jamás vieron la luz, en parte eclipsados por el desinterés de la reina Isabel de Farnesio. No sería hasta la llegada de Fernando VI que el Retiro volvería a cobrar vida.
Otro cambio sustancial ocurrió con la llegada de Carlos III en el siglo XVIII, apodado el mejor alcalde de Madrid por todas las innovaciones que introdujo en la capital del reino. Con Carlos llegó el aperturismo del Buen Retiro, pues ahora los ciudadanos también podían acceder a los jardines, aunque siguiendo unas estrictas normas de vestimenta. Es durante su reinado cuando hace acto de presencia la Fábrica de Porcelana o de la China del Retiro, pues el rey era muy aficionado a la misma. La porcelana era de los materiales más caros de la época y su fórmula era en diversos países un auténtico secreto de estado. Estuvo situada donde hoy se encuentra la Fuente del Ángel Caído y algunas de sus piezas sobreviven actualmente dispersas en los diversos museos de la ciudad.
Los inicios del siglo XIX fueron claves para el Buen Retiro. El 23 de marzo de 1808 llegan las tropas francesas a Madrid al mando de Joaquín Murat, cuñado de Napoleón Bonaparte. La 5ª División del ejército francés, formada por 2000 hombres y 200 piezas de artillería, se atrinchera en el Retiro y Murat transforma el palacio en su base de operaciones. El 2 de mayo de 1808 se rebelan en armas los madrileños y comienza la Guerra de Independencia española (1808-1814). En julio de ese año ocurre un hito: las tropas de Napoleón son derrotadas por primera vez en campo abierto, concretamente en el marco de la batalla de Bailén, en Jaén, lo que obliga al ejército francés a replegarse momentáneamente. Esto es aprovechado en Madrid para llevar a cabo el contraataque. Los madrileños reconquistan la villa, ocupan el Retiro e instalan una humilde muestra de piezas de artillería. Sin embargo, en diciembre el ejército napoleónico vuelve a la carga y supera sin demasiados problemas a la resistencia de Madrid, conquistándola definitivamente hasta 1812. Durante este periodo, el Retiro sufre una metamorfosis catastrófica, convirtiéndose en una ciudadela fuertemente fortificada. Para ello, se talan masivamente los jardines y se desalojan o destruyen diversas propiedades y monumentos. El parque se transformó en una colección de murallones, fosos y contrafosos.
El 12 de agosto de 1812 llegan las tropas inglesas de Wellington y atacan la guarnición francesa del Retiro. El General ordena la quema y destrucción del Retiro en caso de evacuación, lo que ocurre en octubre de ese año. La Fábrica de Porcelana queda totalmente en ruinas, hasta el punto de que la única solución plausible es su completa eliminación, dando por terminada la historia de este edificio. El palacio queda en muy mal estado y, tras la expulsión de los franceses y con Fernando VII entronizado, los arquitectos recomiendan la demolición de las partes más afectadas, sobreviviendo tan sólo dos elementos que luego visitaremos. Aun así, afortunadamente muchos de los cuadros que colgaban de las paredes del palacio se salvaron y actualmente están expuestos en museos como el del Prado (las salas 2 y 9a albergan una importante muestra). Franceses e ingleses convirtieron el Retiro en una ruina irreconocible. Recayó en manos de Fernando VII y sus sucesores reconstruir y recomponer este enclave. Así lo hicieron, dándole un aspecto muy similar al que vemos hoy. En tiempos de Isabel II se tuvo que proceder a la subasta de la tercera parte de los terrenos situados al oeste de los jardines del Parterre, donde estaba situado el palacio, debido a problemas económicos y a la desamortización de Madoz, dejando al Retiro con sus actuales 120 hectáreas.
En 1868, un Decreto da el gobierno del Buen Retiro al ayuntamiento de Madrid, convirtiéndose, ahora sí, en un parque público a la moda de los movimientos urbanísticos de la época, que veían en estos enclaves una terapia para los malos hábitos y comportamientos inmorales frecuentes de los centros urbanos. El Ayuntamiento subastó diversos establecimientos y atracciones del Retiro a particulares (de esta forma, muchas de sus edificaciones se convirtieron en restaurantes, kioscos o salas de fiestas) para conseguir apoyo económico para su mantenimiento y llevó a cabo diversas reformas para transformar el parque en el lugar público que hoy miles de madrileños y turistas pueden disfrutar.
Algunos ven en los Jardines del Retiro, no sólo un lugar de recogimiento, sino un enclave de poder repleto de símbolos alquímicos y talismánicos. La disposición de los jardines, de los estanques, de las estatuas y de los monumentos no sería casual, guardando un significado que sólo el iniciado en los misterios esotéricos y alquímicos sabría interpretar. Quizás estas opiniones no estén demasiado erradas, pues Felipe IV y otros monarcas eran aficionados a la astrología y la simbología. Sea como fuere, prometemos al lector que, si ya sentía aprecio por este lugar, ahora le gustará aun más. Comenzamos nuestra ruta por el Retiro.
1. El Ángel Caído
Comencemos nuestra excursión accediendo al pulmón de Madrid por la Puerta del Ángel Caído, situada en la esquina suroeste. Avanzando por el Paseo del Duque Fernán Núñez, no hay que caminar demasiado hasta llegar a una rotonda en cuyo centro se erige una gran fuente circular coronada por una estatua alada y negruzca. El personaje esculpido es uno de los símbolos de este parque, porque si esta zona de ocio y reposo es conocida es gracias a esta estatua y a otros dos monumentos más que, juntos, conforman la tríada que caracterizan al Retiro: el Palacio de Cristal y el Estanque Grande, que también visitaremos.
Esta es la Fuente del Ángel Caído, y su nombre se debe al personaje que la corona: Lucifer, Luzbel, el Ángel Caído. Antes, esta placeta se conocía como Glorieta de la China y en su centro se ubicaba una fuente diferente a la que vemos actualmente y conocida como la Fuente de la China. Tanta referencia al gigante asiático se debía a que en este mismo lugar estaba situada la Real Fábrica de Porcelana. En 1879, la fuente de la China fue sustituida por la actual fuente ornamental.
Sin embargo, antes incluso que la Fábrica de Porcelana, esta misma rotonda estaba sacralizada por la ermita de San Antonio de los Portugueses (consagrada a san Antonio de Padua, patrono de Portugal), hoy desaparecida y que formaba parte de un grupo con otras siete ermitas también desaparecidas. La que traemos ahora a colación fue la más importante de todas ellas y también la más grande.
No eran ermitas al uso, pues su objetivo principal era llamar la atención de los visitantes para ocultar de alguna manera la desestructuración de los jardines. Poseían pequeños jardines y huertas y, además de para el culto religioso, en sus dependencias también se celebraban festejos. Además, poseía una peculiaridad muy hermosa, pues estaba situada en medio de un estanque lobular. Se terminó en 1637 por la comunidad portuguesa residente en Madrid. Posteriormente pasaría a llamarse ermita de San Antonio de los Alemanes cuando Portugal se separó de España en 1640. En su interior había dos altares, uno dedicado a santa Isabel y el otro a san Gonzalo. En 1760 fue demolida para dar paso a la Fábrica de Porcelana.
El conjunto escultórico de la Fuente del Ángel Caído se inauguró en 1885. Como puede observarse, Lucifer corona un pedestal cilíndrico que a su vez descansa en una columna octogonal que se va ensanchando hacia su base. No será el único monumento que incluya el número 8 en su diseño, el cual aparece muchas más veces en el Retiro. En la zona basal de cada faceta del octógono, unos rostros demoníacos y esperpénticos que sujetan sin piedad reptiles varios entre sus garras (el reptil, otro símbolo asociado con el mal por los cristianos desde que la serpiente del Jardín del Edén tentó a Eva con la manzana del Árbol del Conocimiento) nutren el pilón con agua.
La escultura del Ángel Caído fue elaborada por el escultor Ricardo Bellver, alumno de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, mientras estuvo en Roma pensionado por esta institución. Posteriormente enviaría una copia en escayola a la Exposición Nacional de Bellas Artes en Madrid y por la que fue condecorado con la Medalla de Primera Clase. La obra tuvo un gran éxito, pues luego viajó a París, donde fue fundida en bronce y presentada en la Exposición Universal, llevándose merecidamente el Primer Premio. La decisión de ser instalada en el Retiro fue del duque de Fernán Núñez, hombre culto, amante del buen arte y Comisario del Parque. Obviamente, tuvo que enfrentarse a un gran detractor: el sector eclesiástico, que veía una herejía colocar una estatua del demonio en un espacio público. Sin embargo, el duque logró ingeniárselas para convencer al clero de la función moralista que tendría el monumento. Estando a vista de todos, serviría como recordatorio de lo que sucede cuando no se sigue el camino de la rectitud y de la fe. Aun así, las críticas contra el monumento no han cesado. En tiempos más recientes, la comunidad evangelizadora capitaneada por Willy Contreras, un exmilitar chileno que se ha dedicado a predicar el evangelio de Cristo desde que sufrió una experiencia mística, tildó al Retiro de “trono de Satanás”, no sólo por albergar una estatua en su honor sino por los echadores de cartas que se instalan en los alrededores del estanque.
Pero, ¿quién es Lucifer? Naturalmente, para el cristianismo es la personificación del mal y la soberbia, es un ángel expulsado de los cielos por desafiar a Dios y por querer alcanzar su poder. Sería un personaje diferente de Satanás, el que desvía, el que corrompe, el verdadero diablo, aunque también represente valores anticristianos. Para otros, Lucifer fue otra víctima más de la “compasión” del Todopoderoso, un personaje que se rebeló contra el yugo de su creador, su padre. En ambientes más esotéricos, Lucifer es el portador de la luz (de hecho, eso es lo que significa su nombre), el Prometeo que se sacrificó para llevar la iluminación divina a una humanidad desamparada y castigada por su Dios.
La escultura representa el momento en que el otrora ángel es expulsado de los cielos y enviado al infierno para toda la eternidad. Su joven rostro manifiesta desconsuelo, angustia y rabia. Parece gritar a los cielos infinitos para maldecir a su padre. Entre sus piernas y su brazo se enrolla una sierpe, símbolo del mal, su avatar. Sin embargo, este ofidio presenta una peculiaridad, pues posee siete cabezas, un rasgo que no es fácil de ver. El número siete en el cristianismo es símbolo de perfección y plenitud, pero también del mal (siete son los pecados capitales, por ejemplo), y quizá por eso aparece esta numerología en la estatua.
Pero las curiosidades más interesantes sobre este monumento comienzan ahora. Hay una extremadamente sugerente que hace referencia a la altitud a la que se encuentra. Usando cualquier altímetro online, Google Earth o sencillamente el de nuestro móviles, comprobaremos que el Ángel Caído se encuentra a una altitud redondeada de 666 metros sobre el nivel del mar. 666, el número del demonio, del Anticristo (aunque realmente sería el 616). La elevación media de Madrid es de 650 metros. ¿Es, por tanto, casualidad o el duque de Fernán Núñez sabía lo qué hacía? Quién sabe. El caso es que es otro detalle más que seguramente llamó la atención de los grupos luciferistas y ocultistas que se reunían frecuentemente alrededor de este monumento para llevar a cabo sus ritos durante el siglo pasado. Tal llegó a ser la atracción que ejercía Lucifer, que, según dicen, la policía tuvo que acordonar y vigilar la escultura durante un tiempo.
Además, si el viajero afina el ojo (aunque es mejor emplear prismáticos), podrá ver que el ángel tiene heridas de bala en varias partes de su anatomía. Son impactos posiblemente originados durante la Guerra Civil (1936-1939). Puede encontrarse una marca en la cadera izquierda y tres en el ala derecha: dos en la parte trasera y una en la delantera.
Por otro lado, esta escultura sería la única dedicada a Lucifer en el mundo según afirma la leyenda. Rápidamente podemos comprobar que esto no es así, pues sin tener que irnos muy lejos, a la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, disfrutaremos de una réplica perfecta realizada en poliéster y fibra de vidrio en la que, además, pueden apreciarse con más facilidad las siete cabezas de la serpiente y las heridas de bala. Otra estatua a Lucifer se ubica en el Capitolio de La Habana, en Cuba. Otras muchas lucen en otras partes del mundo representando supuestamente a Lucifer, aunque en estos casos no está tan claro, si bien es más probable que representen a otros personajes o a figuras de leyendas locales.
Antes de avanzar hacia nuestro siguiente destino merece la pena retroceder ligeramente para ver otro testigo del pasado del Retiro. Volviendo sobre nuestros pasos por el Paseo de Fernán Núñez y justo antes de los baños públicos hay una antigua noria restaurada. Esta es del tipo “de tiro” o “de sangre”, así llamadas porque funcionan por tracción animal. Es uno de tantos inventos que heredamos de los persas. Como esta hubo muchas otras desperdigadas por todo el Retiro desde su origen, aunque hoy son meros recuerdos. Eran imprescindibles para que los sistemas de riego y los estanques y rías tuviesen constantemente suministro de agua. La que en tiempos estuvo aquí instalada suministraba agua directamente a la Fábrica de Porcelana. En 1858 dejaron de prestar sus servicios y fueron sustituidas por sistemas hidráulicos más modernos.
2. El Palacio “botánico” de Cristal
Continuamos por el Paseo de Fernán Núñez o por el Paseo Uruguay que parte de la rotonda del Ángel Caído. Lo mismo da, porque el objetivo es llegar a los Jardines de la Rosaleda, un hermoso espacio de forma ovalada en el que pasear con la vista perdida entre los miles de rosales que dan color a este pequeño rincón del Retiro. Fueron elaborados por el jardinero mayor Cecilio Rodríguez por encargo del Ayuntamiento de Madrid en 1915, una de las primeras obras que ya no respondían a los caprichos de rey alguno, pues el Retiro ya había pasado a ser de propiedad municipal. Don Cecilio fue un hombre del que sólo podemos decir que tenía un gusto exquisito, pues suyos son también los jardines rediseñados de la Casa de Fieras. La Rosaleda fue construida en torno a una estufa o invernadero donado por el marqués de Salamanca. Desgraciadamente, tanto la Rosaleda como el invernadero fueron aniquilados durante la Guerra Civil. La Rosaleda tuvo que ser restaurada en los años 40 y el invernadero desmontado. Actualmente, el recinto ocupado por la estufa es ahora el pequeño estanque central que presumiblemente sigue las trazas de la misma. Como curiosidad, cabe resaltar que, antes de este jardín, había un estanque construido poco después de que el Retiro se convirtiese en parque municipal. Estaba destinado fundamentalmente al patinaje sobre hielo durante el breve periodo de tiempo que permanecía congelado.
Una vez nos hemos embriagado de tantos colores y aromas, es hora de dirigirnos hacia el norte para visitar otro de los símbolos característicos del Retiro: el Palacio de Cristal. Por descontado, recomendamos hacer el pequeño paseo atravesando los jardines y amparados por la sombra de las diferentes especies arbóreas.
El Palacio de Cristal es uno de los monumentos más particulares de todo Madrid y uno de los más queridos y fotogénicos de los Jardines del Retiro. Además, el pequeño estanque al que mira su fachada, habitado por numerosos especímenes de anátidas y de galápagos exóticos, le da un toque idílico. Este es un ejemplar de la conocida como arquitectura del hierro, pues es de este metal del que está compuesta su infraestructura además, naturalmente, del cristal. Su arquitecto, el magnífico Ricardo Velázquez Bosco, autor, asimismo, del Palacio del Ministerio de Fomento o de la sede del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte, tardó tan solo 5 meses en hacerlo realidad. Posee algunos elementos que lo asemejan al ábside de un templo gótico: los brazos laterales se asimilan al crucero de esta clase de iglesias y el cuerpo central es como un ábside poligonal. El resto de rasgos lo asemejan a un templo clásico, como el portón tetrástilo de orden jónico, el único elemento macizo del palacio. En su interior, diáfano actualmente, llegó a tener un pequeño estanque de 10 metros de largo. El único punto de color aparece en la decoración cerámica de su zona basal.
Sin embargo, lo verdaderamente interesante es el propósito para el que fue construido. Cualquiera que penetre en sus entrañas de cristal y hierro fundido durante un día soleado y caluroso notará instantáneamente un horroroso calor concentrado. Esto ya nos está dando pistas de su utilidad, pues lo que sea que albergara en su interior estaría a una temperatura cálida y aislado del frío externo, funcionando a modo de estufa o invernadero. Efectivamente, esa fue su función original. Entre abril y octubre de 1887, año de su inauguración, se celebró en Madrid la Exposición de Filipinas, con motivo de la cual se trajeron diversos especímenes vegetales, materiales y herramientas de las islas del Pacífico. La función del pabellón principal la suplió el Palacio de Velázquez, donde se instalaron las ocho secciones de la muestra, mientras que el Palacio de Cristal se construyó expresamente para albergar en un clima adecuado las plantas exóticas traídas de aquellos lejanos territorios, aunque al final tuvo poco éxito porque muchos especímenes llegaron en mal estado.
El lago situado frente al palacio fue ampliado aquel año para permitir la navegación de barcas filipinas… con sus filipinos como tripulación. Porque no sólo se trajeron plantas y materiales… también personas. Más de 40 individuos de diferentes etnias de las Islas Filipinas fueron llevados al Retiro, muchos de ellos quedándose a vivir en los Jardines a la manera en que vivían en sus hogares o al menos simulándolo para goce y disfrute de los curiosos madrileños. Los visitantes podían ser partícipes de cómo los indígenas apacentaban sus rebaños, navegaban con sus pequeñas embarcaciones, se relacionaban entre sí y con el entorno… De esta manera, el Retiro funcionó durante un breve periodo de tiempo como un zoológico humano o exposición etnográfica, una práctica aberrante muy en boga en la Europa decimonónica. Tanto es así que en las inmediaciones del pequeño lago se levantaron chozas y casas de caña y nipa para que los indígenas se sintieran “como en su casa”.
No sería la última vez que se exhibirían personas de diferentes etnias ante los madrileños. En 1897 se volvería a repetir, cuando la reina Isabel II ordenó convertir una extensa área del Retiro en una “zona de recreo” para los madrileños con el objetivo de recaudar fondos que ayudasen a la maltrecha economía a gestionar el Retiro. Los visitantes pudieron disfrutar de una gran cantidad de actividades lúdicas y de exhibiciones, entre ellas las etnográficas, para las que se trajeron miembros de la tribu Ashanti de Ghana o inuits.
Cuando la Exposición de Filipinas terminó, todo aquello fue desmantelado exceptuando las grandes construcciones. Fue la primera y última vez que el palacio serviría como invernadero. Desde entonces se ha empleado como centro de exposiciones, actualmente gestionado por el Museo Reina Sofía, el Ayuntamiento de Madrid y otras instituciones.
Antes de la Exposición de Filipinas, el estanque era más pequeño. Además, una curiosidad que mucha gente no sabe es que encima de la cascada que lo nutría (y que aún lo hace en la actualidad), donde hoy hay un mirador sito sobre el pequeño “túnel” de rocalla, se levantaba un bonito templete de cúpula árabe, el Pabellón Real o Pabellón Árabe, cuyo autor fue el ya citado Ricardo Velázquez Bosco, quien también hizo la “escultura” de rocalla. Se construyó con motivo de la Exposición Nacional de Minería, Artes Metalúrgicas, Cerámica, Cristalería y Aguas Minerales de 1883, que tuvo lugar entre los meses de mayo y noviembre de aquel año. Junto con el Palacio de Velázquez y el Palacio de Cristal formaba un triunvirato que acogió la sede de diversas exposiciones, aunque el templete no exhibió nada en su interior; simplemente sirvió como elemento decorativo. La anteriormente citada fue la exposición más importante celebrada hasta entonces en España.
Todas estas exhibiciones tenían como objetivo mostrar al mundo el potencial industrial y económico de España. Hay que tener en cuenta que en 1874 se restituyó el trono del país con Alfonso XII y comienzó el periodo conocido como Restauración borbónica. Este fue un periodo de recuperación de la estabilidad sociopolítica en España, que había salido recientemente de la Tercera Guerra Carlista. Por tanto, España necesitaba de alguna manera demostrar al mundo que había recuperado el control y que estaba preparada para seguir avanzando, y para eso sirvieron las exposiciones.
Como decíamos, el Pabellón Real estaba coronado por una vistosa cúpula bulbosa dorada de estilo árabe (que no lograron instalar antes de la inauguración de la exposición) y su función principal era la de mirador. Aparentaba tener dos plantas y su interior era diáfano, aunque su techo estaba ricamente pintado. En la fachada tenía una terraza porticada rodeada por columnas y arcos de medio punto. Desgraciadamente, este edificio, que aportaba su encanto a la zona, tuvo que desarmarse en la década de 1960 por el deplorable estado de abandono en el que se encontraba. Sin duda, hubiera sido más encantador pasear por el Retiro contemplando este templete…
Ahora vamos a hablar de una obra que, de haberse realizado, habría competido perfectamente con la Torre Eiffel en fastuosidad y magnificencia. La monumental idea se gestó en una mente grandiosa: la de Alberto de Palacio, más conocido por haber sido el artífice de la estación de Atocha. De Palacio fue un gran ingeniero y arquitecto que colaboró con otros que no le iban a la zaga, como Gustave Eiffel (de quien fue también discípulo). Participó también en la ejecución del Palacio de Cristal y del Palacio de Velázquez. El caso es que Alberto de Palacio envió su creación aun no materializada a la Exposición Universal de Chicago de 1892, pero se la rechazaron, aunque le habrían otorgado el primer premio con toda seguridad. De esta forma, optó por conseguir los permisos necesarios para levantarla cerca del Palacio de Cristal.
El monumento habría sido ciclópeo y muy digno de ver. Su propósito era conmemorar el cuarto centenario del descubrimiento de América por Cristóbal Colón. Estamos hablando de una gigantesca esfera metálica de un volumen de 4.1 millones de metros cúbicos y de 200 metros de altura a la que habría que sumar los 100 metros de la peana de hormigón armado que la sustentaría, alcanzando, en consecuencia, una altura similar a la de la Torre Eiffel. La esfera realmente sería una representación del mundo en la que estarían plasmados todos los continentes y océanos. Se podría subir a ella, pues a la altura del ecuador habría una plataforma de 700 metros de longitud que actuaría como mirador. Habría sido una experiencia increíble, porque las paredes del interior de la esfera mostrarían las posiciones de las estrellas en el momento en que Colón arribó a las costas del Nuevo Mundo. Por si fuera poco, a diferentes alturas se habrían construido distintos establecimientos que albergarían salas de conferencias, museos, bibliotecas, salones de música; todo ello relacionado con el mundo colombino. Es decir, no sólo hubiera sido un gran monumento, sino también un centro cultural. A los pies de la entrada a la estructura, una estatua del explorador genovés habría dado la bienvenida a los visitantes y la cúspide la coronaría una figura (¡a tamaño real!) de la nao Santa María con sus tripulantes, para así superar en altura a la Torre Eiffel. Desgraciadamente, esta gran obra no vería nunca la luz, ya que los presupuestos, 31 millones de pesetas de la época, eran inalcanzables y el interés se perdió cuando España perdió sus colonias de ultramar en 1898.
3. El Palacio de Velázquez
Continuando un poco más al norte por lo que antes era el Campo Grande, un gran jardín rodeado por anillos de árboles y despejado en su centro, llegaremos al centro neurálgico de las exhibiciones de arte. Este magno edificio, cuya entrada por la escalera de mármol está defendida por dos esfinges, es el Palacio de Velázquez, que al igual que el Pabellón Real fue construido con motivo de la Exposición Nacional de Minería, Artes Metalúrgicas, Cerámica, Cristalería y Aguas Minerales de 1883, la primera gran exposición temática de España. No obstante, y a diferencia del Pabellón Real, este edificio de hierro, cristal y ladrillo se convirtió en el recinto que acogería el grueso de las diversas exposiciones, incluyendo por supuesto la Exposición de Filipinas. Su nombre homenajea a su ideólogo, que, como ya habrá adivinado el lector, se trata del omnipresente Ricardo Velázquez Bosco, quien se inspiró en el londinense Crystal Palace. Londres fue pionero en la construcción de pabellones de hierro y cristal dedicados a exposiciones por la gran iluminación natural que su diseño permitía entrar. Al resto de Europa le gustó y quiso importar este nuevo estilo arquitectónico, incluyendo a España, como acabamos de ver. En su construcción también participó Alberto de Palacios, entre otros.
El Palacio de Velázquez fue el primer edificio de toda España en tener sus paredes exteriores decoradas con cerámica. Los relieves que pueden contemplarse en su exterior hacen referencia a las Bellas Artes y a la Minería (como homenaje a la exposición) y los mascarones situados entre los arcos de medio punto representan los rostros de diferentes artistas. Actualmente, se emplea como centro de exposiciones temporales del museo Reina Sofía.
Si nos dirigimos hacia la esquina noreste del pabellón, a su derecha podremos ver un árbol sagrado para los celtas. Es el tejo (Taxus baccata) más grande del Retiro. Su simbolismo era dual: representaba a la vez la vida y la muerte, pues servía de portal entre este mundo y el más allá durante el samhain, el día de difuntos (nuestro 1 de noviembre), y la noche anterior, lo que hoy nosotros celebramos como Halloween, una festividad que ha perdido todo su carácter sacro. También era un árbol que servía para dar muerte, y eso los romanos lo sabían muy bien, hasta el punto de sufrirlo en propias carnes, pues los celtas elaboraban flechas con su tóxica madera. Hay que tener en cuenta que todo el árbol, a excepción del falso fruto carnoso o arilo (que se puede consumir, aunque con muchísima precaución), es venenoso a causa de la taxina, un potente neurotóxico. Así que, ya sabéis, se puede mirar pero mejor no tocarlo.
Por esta misma zona, ocupada en el pasado por el Campo Grande, se construyó un cementerio, aunque ya no queda ningún resto. Fue en tiempos de Carlos III y tenía como propósito dar sepultura a los trabajadores del Retiro y, posteriormente, a los caídos durante la Guerra de Independencia. Para hacernos una idea de su tamaño, en el área que ocupaba este cementerio olvidado se sitúan ahora la fuente del Ángel Caído, el Palacio de Cristal y su estanque. Se clausuró en 1874 con motivo de la construcción del Paseo de Coches. Diez años después se inauguraría el Cementerio de la Almudena, por lo que suponemos que los cuerpos enterrados en el Retiro terminaron sus días allí.
4. ¿Un zoológico en el Retiro?
Para llegar a nuestro siguiente destino, debemos dirigirnos al este y cruzar por una de las arterias principales del Retiro: la rama oriental del Paseo del Conde Fernán Núñez, antes conocido como Paseo de Carruajes o de Coches; sin embargo, se le cambió el nombre en homenaje a Fernán Núñez por haber financiado el proyecto.
Se construyó en 1874 siguiendo la moda del resto de Europa según la cual se instalaban estos paseos en los grandes parques urbanos para que circularan coches de caballos y, más tarde, los vehículos a motor. En el Retiro se hizo necesario el asfaltado del paseo y la instalación de semáforos y pasos de cebra para regular el cada vez mayor tráfico de vehículos. En su origen, este paseo era mucho más largo, ya que salía incluso del recinto del parque, compartiendo espacio con las calles de Alcalá y O’Donnell.
El antiguo Paseo de Coches fue escenario de diversas competiciones de motos y ciclismo. El tráfico rodado se prohibió en todo el parque en 1981 a causa de la degradación ecológica. Actualmente, es aquí donde se ubica cada año la imprescindible Feria del Libro de Madrid, uno de los eventos culturales más importantes de España.
La Casa de Fieras fue uno de los lugares más populares del Retiro. Ahora, mucha gente pasa de largo y no se cerciora de estas instalaciones. Este es el primero de los “caprichos” que vamos a ver. Los caprichos fueron una serie de construcciones que ordenó erigir el rey Fernando VII tras la Guerra de Independencia contra los franceses para devolver al parque su esplendor pasado y restaurarlo. Estos caprichos están basados en los pabellones recreativos que se habían construido en los jardines de Inglaterra o Francia para disfrute de las familias reales.
La Casa de Fieras fue construida en 1830 en el extremo oriental del parque, siguiendo el paralelo que marca el enrejado. En un principio estaba constituida por una casa de planta rectangular y dos pisos: en el de abajo habitaban los especímenes traídos de distintas partes del mundo en compartimentos separados y vallados (hoy los módulos acristalados de la biblioteca reproducen de alguna manera las antiguas jaulas) y la planta superior servía como dependencias para la familia real. Frente a ella había un patio circular. Hoy su lugar es ocupado por la Biblioteca Pública Municipal Eugenio Frías.
El precedente de este recinto es el “parque de animales” que el rey Carlos III el Ilustrado inauguró cerca del Jardín Botánico, en un edificio (el mismo que hoy ocupa el Museo Nacional del Prado) que pretendía anexionarse a un futuro Museo de Ciencias Naturales y que albergaba, fundamentalmente, especímenes exóticos traídos de las colonias americanas. Posteriormente, y poco antes del estallido de la Guerra de la Independencia, los animales fueron trasladados al Retiro, pero no a la Casa de Ferias, sino al extremo noreste del parque, que pasó a llamarse “la leonera”. Muchos murieron durante la guerra. Finalmente, alrededor de 1830 los supervivientes fueron remitidos a la actual Casa de Fieras.
Por entonces, la entrada al recinto estaba cerrada y se podía visitar previo pago de una entrada. El dinero recaudado se empleaba para sanear y cuidar las instalaciones. Los pétreos leones que actualmente custodian la entrada a la Casa de Fieras (situada al lado de la Biblioteca) lo llevan haciendo desde el siglo XIX.
Antes de penetrar en el antiguo zoológico, deténgase un momento en la pequeña plazoleta de la entrada. Verá que en el respaldo de los bancos aparece un escudo en cuyo cuartel derecho aparece un dragón-grifo sobre campo azur. Esta criatura se mantuvo en el escudo de Madrid desde el siglo XVI hasta el XX y su origen lo encontramos en una leyenda que Felipe III ayudó a forjar. Parece ser que en 1569 se halló un dragón grabado en una piedra durante el derribo de la muralla de Puerta Cerrada. El caso es que, en aquella época, Valladolid y Madrid se disputaban el título de capital de España y había que justificar cuál de las villas era la más apta. Para ello, era costumbre acudir a la mitología o sino inventársela para justificar los orígenes míticos de algún lugar. De alguna manera, el rey Felipe III se las ingenió para vincular aquella piedra grabada con el supuesto origen mítico de Madrid, que se remontaría a Ocno Bianor, un héroe de ascendencia troyana y antepasado de Rómulo y Remo. Siguiendo las recomendaciones que Apolo le había dado en sueños, fundó un reino en el centro de la Península Ibérica, en pleno territorio carpetano, que consagró a la diosa Metragirta, también conocida como Cibeles. Según esta leyenda, Metragirta pasó a llamarse Magerit y de aquí vendría el nombre de Madrid. Sea como fuere, la jugada le salió bien al rey, porque las Cortes acabarían siendo trasladadas a Madrid.
Del siglo XIX es también el gran foso octogonal del centro del patio que sirvió para albergar numerosas especies de primates, por eso se le conoce como el foso de los monos. El visitante podrá contemplar asimismo varias grutas cerradas con barrotes un tanto claustrofóbicas. Pues bien, si nos lo parecen a nosotros, imaginemos lo que debían sentir los osos polares y pardos que estuvieron allí encerrados. y es que por el Retiro han pasado muchas especies de animales.
Además de los monos y los osos, también hubo elefantes, cocodrilos, leones, tigres, hienas, leopardos, cebras, antílopes, un hipopótamo llamado Pipo, diversas especies de aves. Muchos eran donados por particulares, otros procedían de circos o de otros zoológicos. De hecho, la Casa de Fieras sirvió de refugio a muchos animales procedentes de zoológicos de países en guerra. Por ejemplo, durante la Segunda Guerra Mundial muchos animales exóticos llegaron desde los zoos berlineses.
Naturalmente, cada animal tenía su historia. Algunos fueron víctimas colaterales de las guerras, otros fueron usados para peleas en espectáculos anacrónicos (la gente disfrutaba viendo como se enzarzaban un toro y un león o un toro contra un elefante en las plazas de toros), otros fueron sacrificados para alimentar a los hambrientos madrileños, otros comieron de más, pues en la Guerra Civil se estima que entre 20 y 30 miembros del Bando Nacional fueron lanzados vivos a los carnívoros. Sin embargo, una historia destaca sobre el resto: la de la elefanta Pizarro. Ya de por sí que le pusieran de nombre “Pizarro” a una elefanta es un completo misterio. Este paquidermo fue una de las mayores atracciones de la Casa de Fieras y uno de los animales más queridos por los visitantes. Ella fue uno de esos animales que se emplearon en peleas contra toros, leones, pumas, panteras. Por ejemplo, en Valladolid se partió uno de sus colmillos contra un toro. Aun así, siempre salía victoriosa. Posteriormente la enseñaron algunos trucos para divertir a los visitantes, como descorchar botellas y beber su contenido. No obstante, si se hizo famosa fue por su escapada. Un día logró romper las cadenas que la ataban y se dio un paseo sin hacer daño a nadie por la madrileña calle Alcalá; llegó incluso a entrar en una taberna para acabar con las existencias de pan recién horneado. Su final fue muy triste: un degenerado aprovechó una noche solitaria para asesinar al pobre animal.
El recinto se clausuró en 1969, ya que se había propuesto otro lugar más aconsejable para albergar a los animales en la Casa de Campo, pues relativamente reproducía con más fidelidad el hábitat natural de las especies, además de tener más espacio: el actual zoológico de Madrid. Los animales se hacinaban y malvivían en pequeñas jaulas, y es que tras el caos de la Guerra Civil, la Casa de Fieras vivió un auténtico auge, hasta tal punto que llegó a albergar 550 animales de 83 especies diferentes y a recibir cerca de 20000 personas al día. Aun así, algunos de sus restos continúan relatando la historia de un lugar olvidado que hoy se ha convertido en idílicos jardines en los que dar un agradable paseo.
Antes de abandonar la histórica Casa de Fieras nos tenemos que fijar en un elemento discorde con este lugar. Sentado sobre una de las grutas de los osos, la más cercana a la entrada, un duendecillo toca alegre una flauta (José Noja fue el autor de la escultura). ¿Qué hace un duende aquí? Su leyenda nos traslada a los tiempos de Felipe V, el primer Borbón de España. Cuentan que tanto el rey como los jardineros reales se quedaban ensimismados contemplando unas hermosas flores que parecían brotar de la nada, hasta que algunos trabajadores comenzaron a darse cuenta de lo que sucedía: un duendecillo era el que las plantaba. Muchos intentaron darle caza, pero como buen duende era muy escurridizo y desaparecía entre la maleza. Dicen también que la pareja que logre verlo será bendecida con una relación duradera e intensa. Esta es otra más de esas leyendas románticas que salpican los Jardines del Retiro.
5. El misterioso monumento a Ramón y Cajal
Podríamos decir que el siglo XX fue el siglo escultórico para el Retiro por la gran cantidad de monumentos, estatuas y fuentes que se colocaron dentro de sus límites. De hecho, podríamos hacer otro artículo hablando exclusivamente de las estatuas del Retiro. Por el contrario, en este caso vamos a centrar nuestra atención en un monumento en concreto por la curiosa simbología que tiene inscrita. Posiblemente sea uno de los más bonitos del Retiro. Hablamos del Monumento a Ramón y Cajal con motivo de su jubilación a los 70 años, sito en el Paseo de Venezuela, por ser el favorito del neurólogo, o eso dicen. Don Santiago no acudió a su inauguración, presidida por el rey Alfonso XIII, y desde entonces no volvió a pisar el Retiro. Parece que el monumento no fue de su agrado, ya que juzgaba como imposible estimar los logros y la vida de cualquiera sin una perspectiva temporal lo suficientemente amplia.
Santiago Ramón y Cajal es uno de los grandes genios españoles. Fue el primer español en ganar el primer Premio Nobel de Ciencias por sus inestimables estudios en neurología. Fue también un gran médico, y en su faceta más desconocida, un gran dibujante. El monumento citado, de Victorio Macho, nos presenta a un Ramón y Cajal semiyacente sobre un triclinio vestido con ropas típicas grecorromanas. Detrás del sabio, una estatua en bronce de la diosa romana de la sabiduría, Minerva, vela por su efigie, ofreciéndole una corona de laurel por sus logros.
Pero, quizás, lo más interesante del monumento sean los relieves dispuestos en los laterales de la fachada, extremadamente simbólicos. El de su derecha reza Fons Vitae, la fuente de la vida, representada con un nacimiento. El niño parece sujetar entre sus manos un símbolo. A no ser que fuese una grieta, se parece sobremanera a la runa Kano, aunque estaría invertida. En ámbitos esotéricos, esta runa representa la llegada de la luz, la sabiduría y la iluminación, cualidades inseparables de Ramón y Cajal. El de su izquierda reza Fons Mortis, la fuente de la muerte, en la que aparece un sepelio. En la toalla que cuelga del hombro del personaje que vela al muerto aparece otro elemento del alfabeto rúnico: la runa Odal, también llamada Otila u Othala, y se corresponde con la omega del alfabeto griego (Ω), símbolo de término y de final en la cultura judeocristiana. Las dicotómicas aguas procedentes de ambas fuentes se mezclan en el estanque que rodea la figura del científico. Puede ser que estos relieves simbolicen de forma alegórica el oficio de Santiago, que es en última instancia la medicina, una disciplina que trabaja a partes iguales con la vida y con la muerte. O pudiera ser una alegoría de la ciencia y del científico: la fuente de la vida como nacimiento de las ideas científicas, de las invenciones y del conocimiento, y la fuente de la muerte como metáfora de la inmortalidad de esos conocimientos revolucionarios y de los autores que les han dado vida.
6. El Retiro egipcio
Continuamos nuestra senda del misterio hacia el oeste por el Paseo de Venezuela en busca de otro elemento pagano, otro de los caprichos de Fernando VII. Cuando llegamos aproximadamente al centro de la orilla meridional del Estanque Grande y dándole injustamente la espalda vemos una monumental fuente de ladrillo y piedra barroqueña, hoy inactiva. Se la conoce popularmente como Fuente de las Esfinges, de la Tripona, de la Gorda, del Canopo o del Mallo y fue diseñada por Isidro González Velázquez, arquitecto asimismo del resto de caprichos.
La primera nomenclatura es obvia a qué se debe: a las esfinges enfrentadas situadas sobre los laterales del pódium (que no son las originales, fabricadas en escayola). La Tripona y la Gorda hacen referencia a la figura femenina que ocupa la hornacina del centro de la estructura, confundida erróneamente con una mujer de conspicua barriga. Del Canopo es el término más adecuado, pues lo que representa la figura central es eso mismo: un vaso canopo egipcio. Estos servían como recipientes funerarios en los que se almacenaban las vísceras embalsamadas del difunto. Normalmente se empleaban cuatro vasijas, una por cada víscera (estómago, intestinos, hígado y pulmones), cerradas con cubiertas con forma de cabeza que representan a las entidades hijas de Horus que protegen las vísceras de la corrupción. Originalmente, el monumento se denominaba Fuente Egipcia del Dios Canopo, porque efectivamente Canopo también era un dios egipcio, concretamente el que da nombre a un brazo de la desembocadura del Nilo y, por tanto, es un dios relacionado con el agua, así que no hay mejor sitio para este dios que una fuente. En cambio, Fuente del Mallo hace mención a un pequeño estanque que se situaba justo delante de la fuente, estando ésta en su orilla norte.
Si el viajero está atento verá que en la cima del pódium hay una pilastra rematada por una columna que parece inacabada, como si tuviese que haber algo encima de la misma. Lo cierto es que en tiempos lo hubo, concretamente la efigie de un personaje masculino, presumiblemente la del dios Osiris, juez de la Duat (el más allá de los egipcios), señor de la resurrección, de la agricultura, de la fertilidad y de las crecidas del Nilo. Seguramente fuese Osiris al estar situado en una fuente dedicada al dios Canopo y, en definitiva, al agua.
7. Contemplando el estanque desde el Monumento a Alfonso XII
Una vez hayamos entablado comunión silenciosa con los dioses egipcios, volveremos brevemente sobre nuestros pasos para ir por el margen oriental del estanque camino al magnífico Monumento a Alfonso XII.
El Estanque Grande del Buen Retiro, que así es como se llamó en un principio, es el protagonista más célebre del parque. Es como una navaja multiusos: sirve para quedarse embobado contemplándolo, para navegar sobre él (que es para lo que fue concebido), para visitar a sus habitantes acuáticos y, por qué no, para hacer batallas navales. Efectivamente, el estanque sirvió para simular naumaquias durante el siglo XVII al estilo de las que los emperadores romanos gustaban ver. La idea fue posiblemente de Cosme Lotti, pintor y escenógrafo italiano, testigo seguramente de las naumaquias que se llevaban a cabo en el florentino palacio Pitti, quien las quiso traer a España para disfrute del rey Felipe IV. Flotas en miniatura se construyeron expresamente para este menester. Todo era muy grandilocuente en aras de impresionar al rey y la nobleza. Se representaban lluvias de fuego, terremotos, tempestades, luces y sonidos, inundaciones, grandes desfiles… Un gran espectáculo que a veces duraba hasta 6 horas. El rey solía disfrutar de estas representaciones o bien inmerso en ellas en su góndola real o bien en algunas de las infraestructuras situadas en los márgenes del estanque.
Pero no sólo de naumaquias fue testigo el Estanque Grande, sino también de representaciones teatrales flotantes. El ya citado escenógrafo Cosme Lotti ideó una isla situada en el centro del estanque para la representación de Los encantos de Circe de don Calderón de la Barca para la Noche de San Juan de 1635 y para la que no se escatimó en medios. ¿Cómo era aquel escenario? Acudamos a lo que nos cuenta Casiano Pellicer en su Tratado histórico sobre el origen y progresos de la comedia y del histrionismo de España:
“Formaráse en medio del Estanque una Isla fixa, levantada de la superficie del agua siete pies, con una subida culebreante, que vaya a parar a la entrada de la Isla, la qual ha de tener un parapeto lleno de desgajadas piedras, y adornado de corales, y otras curiosidades de la mar, como son perlas, conchas diferentes, con precipicios de aguas y cosas semejantes. En medio de esta Isla ha de estar situado un monte altísimo, de áspera subida, con despeñaderos y cavernas, cercado de un espeso y oscuro bosque de árboles altísimos, en el cual se verán algunos de dichos árboles con figura humana, […] y de sus cabezas y brazos saldrán entretexidos y verdes ramos, de los cuales han de estar pendientes diversos trofeos de caza y guerra.”
El estanque, un paralelogramo de 280×135 metros, es una de las pocas obras originales que han sobrevivido, pues es coetáneo al nacimiento de los Jardines del Retiro. Se construyó entre 1632 y 1633 y siempre ha sido el mayor depósito de agua del Retiro, con una capacidad de 55000 metros cúbicos. Cuatro norias situadas en las esquinas lo abastecían con agua del Bajo Abroñigal. No es muy profundo: la profundidad media es de 1,27 metros, con máximos de 1,8 metros y mínimos de 0,60 metros, por eso sorprende que fuese uno de los destinos preferidos por los suicidas madrileños. Su origen es discutido, aunque se arguye que se aprovechó el lago presente para construirlo.
Este lugar guarda numerosos secretos, el problema es que no salen a la luz hasta que el estanque se vacía, un procedimiento que se realiza cada 15 o 20 años aproximadamente para el mantenimiento y las posibles reparaciones que pueda necesitar. Por ejemplo, en 2001 se llevó a cabo el vaciado porque el estanque perdía 5000 litros de agua diariamente. Obviamente los cerca de 8000 peces y el resto de animales fueron evacuados con anterioridad, entre ellos Margarita, la carpa más grande del Retiro, con 1 metro de longitud y 12 kilos de peso en su haber. Pero además de Margarita, los trabajadores sacaron una cantidad importante de restos y porquería, a saber: 40 barcas, 41 mesas, 192 sillas, 9 bancos de madera, 3 contenedores, 20 papeleras, 19 vallas del Ayuntamiento, 50 teléfonos móviles, varios carros de la compra, numerosos monopatines, una máquina expendedora de chicles, algunas columnatas procedentes del Monumento a Alfonso XII y una caja fuerte abierta y vacía entre otras cosas. Está claro que el ser humano nunca aprende.
Como decíamos, en la orilla oriental se sitúa el Monumento a Alfonso XII. Sin embargo, durante un tiempo aquí estuvo ubicado el embarcadero, diseñado por el omnipresente Isidro González Velázquez en tiempos de Fernando VII. A finales del siglo XIX se elimina el embarcadero (un tanto cochambroso en esa época aunque todavía utilizado) para llevar a cabo la iniciativa propuesta por la regente María Cristina de Habsburgo, viuda de Alfonso XII, de construir un monumento en homenaje a su marido como rey pacificador costeado por suscripción nacional. Una obra proyectada por José Grases Riera y cuya primera piedra sería colocada en 1902. El monumento sería acabado 21 años después.
Esta escultura tiene su importancia, ya que se considera la primera dedicada a la Patria, figura representada en la del rey Alfonso XII, nuevamente siguiendo las tendencias europeas. En la cúspide del pedestal y justamente coronando el eje central se encuentra la estatua ecuestre de bronce del rey fabricada por Mariano Benlliure. El monarca está vestido con traje de campaña y supera en dos veces su tamaño natural. Justo debajo del mirador, en los frisos aparecen cuatro palomas de la paz, y justo debajo un medallón en cada faceta que representa las cuatro virtudes cardinales del cristianismo, aquellas que hacen a un individuo moralmente perfecto y que determinan la propia moralidad y, en consecuencia, las que un rey debería perseguir para convertirse en un buen gobernante justo y responsable: Justicia, Prudencia, Fortaleza y Templanza. Bajando la mirada hacia la base veremos dos esculturas más tituladas “Alegoría de la Paz” y “Alegoría de la Libertad” y una serie de relieves que representan distintas alegorías con Alfonso XII como protagonista. El visitante verá a continuación que unas puertas se introducen en el pedestal. Estas daban la bienvenida a una cripta que iba a estar decorada con mármoles y diversos relieves sobre Alfonso XII y que permiten la subida al mirador situado justo debajo de la estatua ecuestre.
El resto del monumento consta de una columnata semicircular compuesta por dos series de pilares jónicos. En el friso de la columnata aparecen nada más y nada menos que los blasones de las 49 provincias españolas. En la base de los vértices de cada serie se muestran esculturas de los elementos que potencian el país: las artes, la industria, el ejército, la marina, la agricultura y las ciencias. Por último, tenemos la escalinata semicircular que se introduce en el estanque custodiada por cuatro leones y por cuatro hermosas sirenas en su base. En resumen, un conjunto escultórico prodigioso para el que se hizo necesaria la intervención de diversos artistas.
8. La Casa del Contrabandista
Entre el Monumento de Martínez Campos y la Puerta de la Reina Mercedes encontramos un edificio que a primera vista puede pasar desapercibido como otro de los tantos restaurantes y lugares de aprovisionamiento gastronómico del Retiro. No obstante, esta construcción, el Florida Retiro, tiene un pasado llamativo.
Volvemos a los tiempos de la posguerra tras la expulsión de los franceses, a ese momento en el que Fernando VII estaba salpicando el Retiro con sus particulares “caprichos” para intentar restaurarlo y devolverle su color. Este es uno de los que ha sobrevivido hasta nuestros días. Nos encontramos ahora en pleno Reservado de Fernando VII, una extensa zona del parque que ocupaba todo el noreste y parte del este y del norte y que estaba restringida para uso personal del rey y su familia. Es en esta zona donde el rey encarga a Isidro González Velázquez que levante sus caprichos. Posteriormente, esta fracción del Retiro se convertiría en la “zona de recreo”.
Un cronista de principios del siglo XX decía, no sin cierta sorna, que esta era la casa más española, no sólo por su nombre sino también por su construcción de ladrillo, mampostería y techo de teja. La estancia poligonal albergó una noria de sangre que sería descubierta en los años 20 del siglo pasado durante unas excavaciones. Parece que sirvió como una suerte de sala de exposiciones, pues en su interior podían verse un grupo de simpáticos autómatas representando a un fraile, un contrabandista o varios personajes andaluces.
Gran parte de los caprichos comenzaron a perder su encanto a finales del siglo XIX y a sustituir sus funciones originales por otras de mayor carácter económico. Es lógico, pues hay que tener en cuenta que tras el paso de los franceses varias secciones y construcciones del Retiro fueron arrendadas por diferentes propietarios en aras de resucitar el parque. En el caso de la Casa del Contrabandista, el establecimiento se convirtió en un centro higiénico y terapéutico en el que los pacientes podían someterse a terapias de oxigenación basadas en el consumo de bebidas gaseosas o bien en la inhalación. Décadas después adquiriría su función gastronómica hasta convertirse en la actual sala de fiestas.
9. Un símbolo oculto a simple vista
Sin salir del Reservado de Fernando VII, nos dirigimos hacia el norte para estudiar un monumento al que los transeúntes no le suelen pensar la atención que se merece. Aquí se homenajea a uno de esos héroes de los que nos olvidamos muy fácilmente y que acaba condenado al olvido. Sirvan estas líneas para reivindicar su figura.
El monumento se levantó en honor a Francisco José Buenaventura de Paula Martí y Mora (1761-1827) en 1961. Quizás este nombre no suene de nada, pero si además añadimos que fue el inventor de la pluma estilográfica en 1799 ya va cobrando más importancia (ideó un modelo antes incluso de que el rumano Petrache Poenaru patentase el invento). Sin embargo, sus aportaciones más importantes las hizo en el campo de la estenografía y la taquigrafía, no en vano también se le considera el inventor de la taquigrafía en español y el primero que elaboró un estudio pormenorizado sobre estenografía (1800) y que fundó la primera escuela de taquigrafía en España.
En el dintel situado tras el busto aparece una sentencia en latín atribuida al poeta latino Marcial y tapada parcialmente por la vegetación que dice:
“CURRANT VERBA LICET, MANUS EST VELOCIOR ILLIS. NONDUM LINGUA SUUM, DEXTRA PEREGIT OPUS”.
La añadió al inicio de la primera edición de su obra y se podría traducir como
“No importa cuán raudas sean las palabras, las manos se mueven más rápido. No bien la lengua ha completado su significado, la mano derecha ya ha finalizado la tarea”.
El extraño símbolo que aparece en la parte frontal del pedestal sea posiblemente una combinación de varios símbolos taquigráficos.
Continuamos rumbo norte hacia un pequeño espacio regido en su centro por una fuentecilla de base octaédrica. Es la Fuente de los Poetas o de Sevilla, así conocida por los nombres de los ocho famosos poetas sevillanos que están inscritos en los mármoles de su pedestal. Del símbolo presumiblemente oculto en este lugar da cuenta el prolijo escritor Javier Sierra, flamante Premio Planeta 2017 con su novela de investigación El fuego invisible. Y es que de haber aquí un símbolo, verdaderamente está oculto, a menos a simple vista. De la única manera de la que se puede observar es desde el cielo, como si fuese un llamamiento para las criaturas divinas. Si nos fijamos, claramente desde los vértices del pedestal octogonal parten 8 radios que conectan con el límite de una rotonda. Para el autor, lo que intentó representar el arquitecto de estos jardines es un crismón de ocho radios, una variante poco común del crismón típico de seis radios. El crismón es un símbolo cristiano arcaico. Mediante dos letras griegas, ji (χ) y ro (ρ), está representando a Jesucristo en forma de monograma mediante las dos primeras letras de su nombre en griego: Χριστός. Normalmente, estas dos grafías están envueltas en un círculo y acompañadas de una barra horizontal que junto con la columna de la letra ro forman una cruz. De esta forma, el símbolo al completo parece mostrar una rueda, otro símbolo muy antiguo, mucho más que el propio cristianismo, un símbolo cósmico que al ser circular también está representando la perfección y la divinidad. Asimismo suelen estar insertadas las letras griegas alfa (α) y omega (ω), símbolos del principio y del fin respectivamente.
Pues bien, situándonos en el contexto de la novela de Javier Sierra, en la que los protagonistas tratan de averiguar el origen de uno de los grandes enigmas del ser humano, su creatividad, a través de las pistas que va dejando otro símbolo ancestral, el Santo Grial, el anormal crismón de ocho radios se nos presenta como un marcador místico de aquellos lugares que, por concentrar un nivel energético apto, sirven de “portal” para que el iniciado pueda acceder a ese mundo de las ideas, fuente de toda creatividad. Quizás Sierra no vaya muy desencaminado: vista desde el cielo, la Fuente de los Poetas se asemeja a un grial por su forma de cuenco y, además, la fuente conmemora a varios poetas, precisamente esos personajes que más tienen que acudir a sus musas y a ese mundo de las ideas para elaborar sus magníficas obras. A continuación, veremos que, si este símbolo existe, su situación no ha sido elegida al azar, sino que guarda una estrecha relación con otros caprichos fernandinos de esta zona del Retiro.
10. Una ermita desubicada
Siguiendo el radio del presunto crismón de ocho radios que apunta al norte, llegamos a los restos de una iglesia románica de arenisca roja. Podría pensarse que esos restos siempre han estado ahí, que incluso podrían pertenecer a alguna de aquellas numerosas ermitas que antes había en el Retiro. Pero nada más lejos de la realidad. Estos restos proceden de Ávila, concretamente de las ruinas de la Iglesia de San Pelayo o Iglesia de San Isidoro (se le cambió el nombre porque el cuerpo de dicho santo descansó entre sus muros durante su viaje de Sevilla a León). Este templo, de nave única, data del siglo XI y estaba situado en el margen derecho del río Adaja. Como podrá ver el visitante, de sus restos tan sólo se conservan el paredón recto, el ábside semicircular, varios arcos de medio punto, los capiteles tallados, y varios ventanales y columnas adosadas.
En 1896, los restos de la ermita fueron adquiridos por el Ayuntamiento de Madrid y se decidió su emplazamiento. En 1999 comenzó su restauración y consolidación, aunque lo cierto es que está mal colocada, pues el ábside debería estar orientado al este, como se hacía con las iglesias medievales. Siguiendo con las tesis de Javier Sierra, ¿y si no fuese casual que la ermita se hubiese colocado exactamente en este punto, tan cerca del crismón antes mencionado? Porque los crismones siempre están asociados a templos cristianos. ¿Se colocó aquí precisamente para hacer más obvio lo especial de este lugar, para servir de brújula evidente hacia el despertar de la fuerza creadora que todos tenemos? Demasiados interrogantes…
11. La idílica Casita del Pescador
A la izquierda del templo románico se encuentra la idílica Casita del Pescador, otro de los caprichos que ha sobrevivido desde los tiempos de Fernando VII. Se sitúa en el centro de un pequeño lago. Es un recinto pequeño, de una planta y ático, al que se llega a través de una pasarela. Como su nombre indica, el rey, su familia e invitados pasaban aquí un buen rato pescando.
Antiguamente, su exterior presentaba varios nichos con esculturas y pinturas pompeyanas, dándole muy seguramente un aspecto espectacular. Actualmente, está adornada con azulejos con motivos vegetales y marinos. Igualmente, hace siglos su interior estaba decorado con un mobiliario muy lustroso y pinturas al fresco con motivos renacentistas, emulando las casitas principescas.
En los alrededores de todos estos monumentos que hemos mencionado hasta ahora se levantaban otros dos caprichos más, tristemente desaparecidos. Uno de ellos fue la Casa Rústica o Persa, un curioso inmueble que pretendía reproducir el estilo oriental. Constaba de tres cuerpos: uno rectangular con fachada de madera, seguido por el cuerpo central decorado son telas y objetos procedentes de China, coronado por una cúpula de cristal, madera y zinc, y otro cuerpo rectangular conectado con el central a través de un pasillo. El epíteto de “rústica” procede del aspecto que le otorgaba los troncos de árboles sin descortezar que protegían su cubierta externa. El otro capricho, que desapareció recientemente en 1964, es la Casa del Pobre y del Rico. Era un edificio con dos plantas de aspecto rústico: la planta baja estaba adornada de forma muy humilde y la planta superior de forma mucho más lujosa, mucho más amueblada. En su interior no vivió nadie vivo, sino que fue un espacio destinado a albergar autómatas: en la planta baja estaban los autómatas que representaban a una familia pobre, protegidos por unos indianos pudientes procedentes de Cuba, cuyos autómatas vivían en la planta superior. Ambos caprichos, al igual que sus coetáneos, adquirieron otras funciones más mundanas con la implantación de la zona de recreo. Por ejemplo, la Casa Persa se convirtió en un café-restaurante. La pérdida de interés y de cuidado dio al traste con ambos caprichos.
12. La Montaña Artificial
¿Nos creería, lector, si dijéramos que en el Retiro hubo un castillo? Pues debería hacerlo porque, en efecto, lo hubo… Se levantaba sobre la cima de esa colina que lleva vallada desde hace muchos años en la esquina noreste del Retiro, frente a la Puerta de O’Donnell, constituyéndose como una excelente atalaya de la villa. Se le conocía como el “Tintero” o la “Escribanía” por su forma tan curiosa, parecida al tintero de los escribanos. Constaba de torres laterales circulares y un cuerpo central. Funcionaba como casa reservada de la familia real. Este es el otro capricho que podría estar relacionado con ese símbolo oculto del Retiro, porque desde sus balconadas el rey podía contemplar la rueda formada por el crismón y quién sabe si recibir algún mensaje de esas criaturas dadoras de inventiva. Sea como fuere, el tintero era el capricho definitivo de Fernando VII y el más admirado por los madrileños. Actualmente solo podemos imaginar cómo fue a partir del basamento pintarrajeado con grafitis y cubierto con un casquete de hormigón.
La colina irregularmente escalonada en la que se asentaba el tintero se conoce como Montaña Artificial, Montaña de los Gatos, Montaña Rusa o Montaña de los osos. Si uno no da la vuelta completa a la elevación o no lee el cartel informativo, quizás no conozca el motivo por el que se la llama así. En uno de sus lados se encuentra una puerta de acceso al interior de la Montaña, lo cual ya nos da detalles de cómo es. Por un lado está hueca por dentro, de hecho en el cartel de la entrada nos indica que aquello llegó a utilizarse como sala de exposiciones. Por otro, toda la colina es artificial, erigida sobre bóvedas de ladrillo y mampostería. El agua que una vez corría por las diferentes cascadas lograba ascender gracias a la noria construida en el interior de la gruta. Originalmente, una de las cascadas estaba custodiada por sendas estatuas de leonas, como las que vemos actualmente.
Las denominaciones alternativas que se le han dado se deben a que, por un lado, los gatos han hecho de la colina sus dominios y la frecuentan en gran número. Se parece a una montaña rusa en cuanto a que el escalonado es irregular. Por último, cabe destacar que esta parte del Retiro sirvió como refugio temporal a algunos de los animales procedentes del parque de animales inaugurado por Carlos III cerca del Jardín Botánico durante la Guerra de la Independencia. Posteriormente, los cuadrúpedos refugiados serían llevados a su destino final: la Casa de Fieras. Ya habrá imaginado el lector por tanto porque se la llama también la Montaña de los osos. También aquí se instaló la Leonera.
La función del tintero ya está especificada, ¿pero y la de la cueva? ¿Para qué querría la familia real una gruta debajo de su castillo? No se sabe demasiado bien para que la habría utilizado antes de que hubiera servido como sala de exposiciones. ¿Quizá como lugar de recogimiento y meditación en el que atraer la creatividad después de haber contemplado el crismón? Quién sabe… Sea como fuere, es posible que su cierre llegue a su fin muy pronto, pues el Ayuntamiento está interesado en reabrir y restaurar la mítica Montaña Artificial.
13. Casa de Vacas
Frente a la orilla norte del Estanque Grande encontramos un edificio humilde que no llama demasiado la atención. Es el último de los caprichos que veremos en esta pequeña ruta. Desde 1985 ha servido como centro cultural para alojar exposiciones y diversas actividades. Posiblemente sea uno de los edificios del Retiro que más destrucciones y reconstrucciones ha sufrido.
Su origen se remonta al del resto de caprichos de Fernando VII, es decir, al siglo XIX. Al principio sirvió como una suerte de finca de recreo para las hijas del rey en la que se servía leche recién ordeñada en un restaurante anexo, un servicio que atraía a un gran número de visitantes. Esto fue así hasta 1886, cuando un potente ciclón la arrasó. Ya en el siglo XX se restauraría para convertirla en restaurante y zona de ocio, con pistas de patinaje y salas de baile. Tras la Guerra Civil se convirtió en la sala de fiestas Pavillón y después volvería a ser derruida y reconstruida. Durante un tiempo estuvo en desuso hasta que fue pasto de las llamas en 1983. El causante del incendio fue un hombre indigente que intentaba entrar en calor con una hoguera en su interior. El resto es historia.
14. El Paseo de las Estatuas
Nuestro próximo destino se encuentra el sudoeste. No obstante, antes de llegar podemos pasar por el Templete de Música, adyacente a la Casa de Vacas, en la Plaza del Maestro Villa, un elemento importante al ser uno de los pocos restos que han sobrevivido de la zona de recreo y que aún está en uso. Un detalle curioso es su base octogonal, y es que parece que el número 8 es una constante dentro del Retiro, como si fuese una suerte de talismán. No será la última vez que lo veamos.
El enclave que vamos a visitar posee una historia curiosa y poco conocida. Es el Paseo de las Estatuas (actualmente conocido como Paseo Argentina), que conecta la Puerta de España con el Estanque Grande. A lo largo del centro de este pasillo se disponen varios jardincillos ornamentales, pero lo que nos incumben son las estatuas que delimitan el paseo. Sólo hay que ver el letrero del pedestal de unas pocas para ponernos en contexto: todas representan reyes y reinas de España desde la época visigoda hasta la dinastía borbónica. Rápidamente, algo llama nuestra atención, y es que las estatuas están colocadas sin orden ni concierto. Los borbones, los austrias y los visigodos se mezclan en una cronología irreal, como si hubiese habido prisa por colocar las estatuas. Y es que este no iba a ser el destino final de las mismas.
Algunas de estas estatuas iban a aterrizar en las balaustradas del Palacio Real de Madrid, y sin embargo terminaron desperdigadas por otros puntos de Madrid y de la geografía española. Y todo por varias pesadillas recurrentes que tuvo la supersticiosa reina consorte Isabel de Farnesio, madre de Carlos III y segunda esposa de Felipe V. Unas pesadillas que serían proféticas a no ser que se tomara alguna decisión según Isabel, que creía firmemente que un terremoto tiraría las estatuas encima suya, aplastándola. Como consecuencia, las 108 estatuas de piedra berroqueña quedaron relegadas al olvido en los sótanos del Palacio Real. Finalmente, sería otra Isabel (la reina Isabel II) la que mandaría repartir las estatuas por Madrid y otras provincias. Por otro lado, otros autores más escépticos creen que esto más bien se trata de una historia apócrifa y que la causa de no instalar finalmente las estatuas sobre el Palacio Real es o bien por cambios en los gustos artísticos de los reyes o porque pesaban demasiado.
15. El árbol más viejo
Un corto paseo por el Retiro sirve para darse cuenta de que la inmensa mayoría de los jardines constan de frondosos bosques formados por múltiples especies vegetales. Sin embargo, hay un lugar que rompe con esta regla: los jardines del Parterre, un espacio abierto con apenas árboles que sobrecoge al contemplarlo desde cualquiera de sus entradas. Eso sí, los pocos árboles que hay son inmensos y muy hermosos, como los cipreses podados.
El Parterre es de los jardines más importantes del Retiro, pues prácticamente está ahí desde los inicios del parque, siendo uno de los pocos elementos originales. Obviamente, ha cambiado mucho con el paso del tiempo y las dinastías. Cada monarca ha aplicado el estilo que más conveniente le parecía. El jardín del Parterre como tal es del siglo XVIII. Se construyó al estilo francés, siguiendo los gustos del nuevo rey, Felipe V, primer Borbón de España. El jardín que le precedió, este sí del siglo XVII, se conocía como Ochavado, así llamado porque ocho callejas repletas de vegetación se cruzaban para formar una plaza central. De nuevo el número ocho hace acto de presencia. Y nuevamente hay secretos que sólo pueden observarse desde el aire. Concretamente nos referimos a la forma que tiene el Parterre, que claramente reproduce la planta de una basílica, con su ábside y todo orientado hacia el este, hacia la salida del astro rey.
El Parterre tiene el honor de albergar al habitante más antiguo del Retiro, y se dice que de todo Madrid: el ahuehuete (Taxodium mucronatum). Seguramente sea también uno de los árboles más grandes con sus 25 metros de altura 5,5 metros de diámetro de su tronco. Se trata de una conífera procedente de México, donde sus compañeros de especie pueden llegar a alcanzar la friolera de 6000 años. En su hábitat nativo no tira sus hojas (es perenne), en cambio aquí en Madrid sí lo hace en la época invernal (caducifolio). Su nombre científico hace mención a su parecido con el tejo en cuanto a la disposición foliar, aunque popularmente se le conoce como ciprés calvo a pesar de no serlo por ese rasgo de perder las hojas en invierno. Cuando se ha deshecho de su vestimenta foliar puede verse con más claridad la forma de candelabro que le dan sus poderosas ramas.
Hay muchas historias que han labrado su biografía. Empezando por el momento en que fue plantado y que determinarían si es el árbol más viejo de la Comunidad de Madrid o no. Hay quien dice que fue plantado en el siglo XIX, cuando Isabel II rescató al Parterre del olvido. Si es así, entonces no sería el habitante más antiguo de Madrid (aunque sí del Retiro), pues hay dos ahuehuetes en Aranjuez plantados en el siglo XVIII. La otra versión (así es recogida en el Catálogo de Árboles Singulares de la Comunidad de Madrid) afirma que tiene aproximadamente 360 años, es decir, se habría plantado alrededor de 1632-1633, a la par que nacía el Retiro y, por tanto, sí que sería el árbol más vetusto de Madrid.
Si es tan antiguo como se dice, entonces hay que reconocerle un gran mérito: sobrevivió al paso de los franceses durante la Guerra de Independencia, que se encargaron de arrasar con el Retiro, no sólo destruyendo sus monumentos sino talando a discreción una enorme cantidad de árboles… excepto el ahuehuete. Se dice que no lo hicieron porque les habría servido para parapetar un cañón en la horcadura central que forman sus gruesas ramas. Por otro lado, una leyenda romántica afirma que este ejemplar es descendiente del ahuehuete bajo el que el conquistador extremeño Hernán Cortés lloró por la derrota contra los mexicas a las afueras de Tenochtitlan en 1520.
16. Los restos del antiguo palacio
Aunque sorprenda al lector, vamos a salir momentáneamente del recinto vallado del parque. Nuestro objetivo ahora es visitar hasta donde se extendía realmente el Retiro en un pasado no muy remoto. Salimos por la Puerta de Felipe IV para encontrarnos de frente, cruzando la calle de Alfonso XII, con un edificio. Tanto este como el que veremos posteriormente se encontraban dentro del recinto del Retiro, pero recordemos que la reina Isabel II tuvo que subastar esta zona por problemas económicos. Curiosamente, esta zona se correspondía con una de las más abandonadas tras la invasión francesa.
Como íbamos diciendo, este edificio es el Casón del Buen Retiro, y era una extremidad más del antiguo palacio construido para Felipe IV. Fue inaugurado en 1637, un poco más tarde que el resto del palacio, cuando se dio cuenta del insuficiente espacio dedicado a salas de bailes y a otras actividades sociales. Para este menester se construyó el Casón, adosado entonces al ala este de la Plaza Principal: para tener otra estancia más destinada a sala de bailes. En tiempos de Carlos II se convirtió en salón de recepciones, para lo que se encargaron hermosos frescos, algunos de ellos aún existentes, como el Origen y triunfo de la Orden del Toisón de Oro de Lucas Jordán, situado en el techo del salón. Desde los años 70 del siglo XX ha servido como sala de exposiciones del Museo del Prado, llegando a albergar obras tan significativas como el mismo Guernica. Naturalmente, el aspecto actual del Casón varía del original debido a todas las reconstrucciones y ampliaciones que ha sufrido, pero sigue manteniendo su esencia “Austria”.
No obstante, esa misma esencia de la arquitectura Austria española se percibe mucho mejor en el otro resto del palacio que ha sobrevivido hasta nuestros días: el Salón de Reinos o Salón Grande. En su arquitectura externa se manifiesta perfectamente el estilo que puso de moda Felipe II en España y que se puede comparar perfectamente con el aspecto externo que tiene por ejemplo el Monasterio de San Lorenzo del Escorial: el ladrillo visto, los techos y chapiteles de pizarra negra, la austeridad y sencillez arquitectónica manifiesta en la pobreza de columnas, relieves y frisos escultóricos.
El Salón de Reinos separaba la Plaza Mayor de la Plaza Principal, constituyendo el Ala Norte de esta última. Era el salón del trono de Felipe IV, por tanto, ya se puede imaginar el lector la suntuosidad que debía reinar en esta estancia, repleta de frescos, grutescos, lienzos (muchos de ellos ahora expuestos en el Museo del Prado), opulento mobiliario, esculturas, todo ello contrastando con la sencillez de la arquitectura externa. Desde sus balcones, la familia real disfrutaba de los espectáculos que se ofrecían en la Plaza Principal. También sirvió como capilla ardiente para el rey Felipe V y su hijo Luis I.
Desgraciadamente, este es el único lateral de la residencia palaciega que los franceses dejaron en pie tras haber derruido y quemado el resto del palacio. Aun así, el Salón de Reinos no ha quedado en desuso, pues entre 1884 hasta 2010 albergó el Museo del Ejército, el mismo que ahora se encuentra en el Alcázar de Toledo. Sin embargo, en el periodo comprendido entre 1997 y 2010, algo vagó entre sus estancias; diversos fenómenos extraños han hecho acto de presencia muy frecuentemente y múltiples trabajadores (vigilantes de seguridad, limpiadores, militares de guardia) han sido aterrados testigos de los mismos. Hablamos de objetos que cambiaban de lugar solos, contraventanas que se abrían y cerraban solas, ruidos generados por una turba de niños en salas en las que no había nadie, voces de origen inexplicable, presencias acosadoras, la aparición de una dama vestida de rojo con ropajes de otra época, de un perro negro pequeño y de un hombre ensotanado y barbudo o, incluso, del mismísimo Félix Gazzola, militar y aristócrata de la corte de Carlos III, a quien un vigilante tuvo que dirigirse para pedirle que abandonara el museo porque iban a cerrar, a lo que la presunta aparición le contestó asintiendo con la cabeza y luego desapareció. Cabe destacar que mucha de esta fenomenología ocurría por la noche o la madrugada, en horario cerrado al público. Muchos parapsicólogos defienden la tesis de la impregnación, según la cual las emociones y sucesos negativos y luctuosos dejan una especie de pátina en los objetos y en el área circundante. Las numerosas piezas bélicas que vieron sangre y dolor a partes iguales (y también ayudaron a derramarla) quizás tengan algo que ver… En el caso del conde de Gazzola, en el museo estuvo expuesta la lápida de su tumba y un retrato suyo. Que cada cual saque sus conclusiones.
Al igual que el Casón, el Salón de Reinos pertenece actualmente al Museo del Prado y está en proceso de restauración, pues desde 2010 ha estado cerrado y en un deplorable estado de abandono. Sería muy enriquecedor para el inmueble exponer nuevamente los cuadros que una vez acogió. Volvemos sobre nuestros pasos y entramos otra vez en el Retiro para terminar nuestra particular excursión.
17. El Estanque Ochavado
En la esquina noreste del Parterre se encuentra el Estanque Ochavado o de las Campanillas, conectado en el pasado con el antiguo Jardín Ochavado a través de uno de los ocho caminos. Es otro de esos elementos originales del Retiro del siglo XVII que sigue en pie, aunque modificado.
Antiguamente, donde hoy se sitúa la gruta de rocalla, había una pequeña torre con campanillas que sonaban cuando el viento las mecía, y de ahí su nombre. Sin duda, debemos imaginarlo como un lugar de relajación mientras se practicaba la pesca. Tras la Guerra de Independencia sería sustituida por un hermoso templete de estilo chinesco, que también acabaría removiéndose.
El perfil del estanque es polilobulado, similar al del estanque en cuyo centro se levantaba la ermita de San Antonio de los Portugueses. Sin embargo, el número de lóbulos que tiene el Estanque Ochavado no es cualquiera. Otra vez nos topamos con el número 8. Ya que estamos en este punto, especulemos sobre el posible significado de este número, si es que tuviese alguno. El 8 es un número importante para Oriente y Occidente. Para el mundo Oriental, el 8 es la armonía cósmica, el orden del universo y la perfección. En el cristianismo el 8 es el día posterior a la Creación del mundo, indicando el inicio de un nuevo ciclo y, por extensión, haciendo referencia a la resurrección. No es raro encontrar templos de base octogonal, como el Santo Sepulcro de Jerusalén. Aquí, el 8 como número sagrado uniría el cielo con la tierra. Y si este símbolo es puesto en horizontal obtenemos el símbolo del infinito, de lo sempiterno. No tenemos la solución a este posible enigma, en cambio sólo podemos hacernos algunos interrogantes: ¿se repite tantas veces el 8 con un motivo sagrado para vincular al Retiro con el reino celestial? ¿O quizás para simbolizar la armonía y la quietud que se respira en sus jardines? ¿O puede ser que haga una mención alegórica a todas las veces que el Retiro ha resucitado de entre las ruinas y la dejadez a lo largo de la historia? ¿Y si tuviera simplemente un propósito ornamental sin más trascendencia? Os animamos a que debatáis sobre esta cuestión y a que expongáis otras hipótesis en las que estéis pensando.
18. Un homenaje a las víctimas del 11-M en el Aokigahara madrileño
Terminamos nuestro viaje por los misterios del Retiro en nuestra decimoctava parada (qué casualidad…), un lugar al que hay que entrar con todo el respeto y la humildad del mundo. Acabamos en este lugar porque es posiblemente el más especial del Retiro. Poca gente sabe que en el parque hay un monumento a los caídos en los atentados del 11 de marzo de 2004 en Madrid. Fue al año siguiente de los atentados cuando se erigió este monumento conmemorativo. Se llama el Bosque del Recuerdo o Bosque de los Ausentes. Ocupa unas 115 hectáreas y su centro neurálgico es la colina artificial rodeada por un pequeño riachuelo. Se puede ascender a su cima a través de sus terrazas irregulares dispuestas en espiral. Posee un detalle muy especial y es que hay 192 árboles plantados, 170 cipreses y 22 olivos, uno por cada víctima de los atentados, de tal manera que todos y cada uno de aquellos cuyas vidas fueron segadas están representados por dos especies arbóreas que no son cualesquiera: el ciprés, por ser una planta perenne y alcanzar edades tan avanzadas se le conocía en el mundo antiguo como “árbol de la vida” y, como muchas otras coníferas, es considerado un símbolo de la inmortalidad y la resurrección, mientras que el olivo es símbolo de paz en la religión judeocristiana y de victoria en Japón. Al final, lo que parece desprenderse de este monumento es que las víctimas del 11-M y todas aquellas de cualquier atentado terrorista son inmortales, pues viven permanentemente en el recuerdo de miles de personas, y que la paz sigue elevándose con la victoria por encima del terror que los miserables quieren sembrar en el mundo.
Es seguro que el lector ha oído hablar del “bosque de los suicidas” y que indefectiblemente lo relacione con el Aokigahara de Japón, un bosque situado a los pies del monte Fuji y tristemente famoso por la trágica cantidad de suicidios que ocurren en él. Pues bien, gracias a la inestimable aportación del investigador Juan Ignacio Cuesta Millán, a quien se la agradecemos desde estas líneas, supimos de una historia narrada por el cronista madrileño Pedro de Répide. Cuenta que además del madrileño Viaducto de Segovia, los antiguos suicidas madrileños se internaban en el bosquecillo que hoy ocupa el Monumento al 15-M del Retiro (aunque se extendería hasta la ermita de San Antonio de los Portugueses) para firmar voluntariamente su sentencia de muerte, de tal manera que Madrid también llegó a tener su propio Aokigahara…
Como se habrá comprobado a estas alturas, los Jardines del Retiro constituyen un espacio singular y especial en Madrid. Hemos contado decenas de historias que han ocurrido en el recinto o en sus proximidades. Otras tantas decenas se nos quedan fueran, como las que nos relatan cómo el Retiro ha sido empleado varias veces para realizar en secreto rituales enmarcados en la santería cubana, o aquella que dice que el doctor Pedro González Velasco, fundador del Museo Nacional de Antropología, paseaba a la momia de su hija por los jardines del parque, o cuando se realizó una prueba en globo aerostático en 1792. Y qué decir de todas las estatuas de españoles ilustres a las que no hemos hecho mención.
Al final, el Retiro es una navaja multiusos. Se nos presenta como un enclave en el que pasear, tumbarse a leer, practicar multitud de deportes, culturizarse, divertirse, tomar algo, alimentar el espíritu, contemplar, ilusionarse, investigar, estudiar, aprender, socializar, respetar y perderse entre su historia y misterios infinitos. Esperamos haber cumplido nuestro objetivo y que el lector se haya enamorado de los Jardines del Buen Retiro, el lugar donde la magia, la espiritualidad y la historia se entremezclan hasta hacerse una.
REFERENCIAS
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