La verde Irlanda es tierra de leyendas, seres feéricos, de dolor y de superación. Sus gentes portan la esencia de su tierra allá donde van, muchas veces obligados a dejarla por las circunstancias socio-político-económicas del momento. Su majestuosa arquitectura fundida con extensos prados verdes y abruptos acantilados ha inspirado a multitud de literatos, científicos y artistas de toda índole. Su música, deportes y productos se han extendido por todo el mundo y su influencia la podemos encontrar insospechadamente en muchos ámbitos. Todo eso y más es Irlanda. Con este primer artículo estrenamos nueva sección en Periérgeia y damos pie a una serie de entradas en las que contaremos nuestras vivencias en aquellas tierras mágicas. Esperamos conseguir nuestro objetivo: que el lector se enamore y sienta la necesidad de viajar a la Isla Esmeralda
Nuestro planeta, esa mancha fundamentalmente azul que vaga por el universo, alberga una rica variedad de lugares que hacen las delicias de los sentidos humanos, los cuales necesitan a menudo la contemplación de la belleza como estímulo. Y es que las maravillas que salpican la superficie de nuestro orbe azul, ya sean de factura humana o no, son (o deberían ser) un alimento insustituible. Desgraciadamente, uno necesita más de una vida para disfrutar de todas ellas detenidamente. Aun así, en Periérgeia queremos afrontar ese desafío y dar a conocer esos lugares para inducir al lector a viajar y corroborar con su propia experiencia si lo que decimos en esta sección es cierto o no. “El planeta mágico” es como hemos llamado a este apartado, donde compartiremos con todos vosotros esa magia que se filtra por las fracturas de las ruinas, por los sillares de construcciones ancestrales, por los rosetones de catedrales e iglesias, por entre las ramas de los árboles y las rocas de los acantilados y montañas. Esa magia que está disponible para todo el mundo… Sólo hay que reconfigurar los sentidos y adquirir esa sensibilidad que permite el acceso a esas energías sutiles y a la conexión mística con la belleza que ha aspirado a ser eterna.
La primera parada de nuestro viaje por el planeta mágico es una isla que ha pertenecido a lo largo de los siglos a una heterogénea variedad de culturas y etnias que han tenido sus más y sus menos entre sí. Un lugar que ha sufrido profundamente castigos injustos y esclavitudes inhumanas y que ha curtido indefectiblemente a los supervivientes. Nuestra primera parada es, pues, Irlanda, la decimonovena isla más grande del mundo. Situarla en un mapa es sencillo: se encuentra en el Atlántico Norte, al oeste de Gran Bretaña, separada por un estrecho de la misma. Para evitar posibles confusiones, cuando hablemos de Irlanda nos estaremos refiriendo a la isla en todo su conjunto, ya que nuestro viaje nos ha llevado por las dos regiones políticas que se dividen la isla: Irlanda del Norte, perteneciente a la corona británica y cuya capital es Belfast, y la república de Irlanda, cuya capital es Dublín. Sin embargo, en determinados momentos nos veremos obligados a hacer la distinción pertinente.
Geomorfológicamente no podemos hacer un análisis unitario, pues la isla posee una gran diversidad de paisajes. Aun así, caben destacar los imponentes acantilados que, cuales magníficas fortalezas protegen los frentes meridional, septentrional y occidental frente a las inclemencias del furioso Atlántico, mientras que en el margen oriental tienen mayor cabida las playas y las dunas arenosas. El centro de la isla está gobernado por una llanura montañosa cubierta profusamente por depósitos dejados por ancestrales glaciares y está salpicado por varios lagos y pantanos. Decenas de ríos recorren la heterogénea superficie irlandesa, siendo el de mayor longitud el río Shannon. Otros ríos destacables serían el Blackwater o el río Liffey, que cruza el centro de Dublín. Debido a estar rodeada por el Atlántico y por la proximidad de la corriente del Golfo, la isla goza de un clima templado y húmedo y no suele haber grandes sobresaltos térmicos. Su poético apodo, la Isla Esmeralda, es debido a su conspicuo verdor, otorgado a su vez por las abundantes precipitaciones. Las agradables temperaturas veraniegas y las no tan frías invernales ayudan a disfrutar de sus paisajes en cualquier época del año.
Irlanda está dividida actualmente en cuatro provincias: Connacht, Leinster, Munster y Ulster. Sus orígenes se pierden en tiempos medievales, cuando el territorio irlandés se dividía en todavía más reinos. La capital de la república, Dublín, se ubica en Leinster, cuya bandera provincial es reconocida por muchos gracias a una famosa marca de cerveza que nació allí mismo, en Dublín: la cerveza irlandesa Guinness, que también porta el arpa dorada en sus botellas y merchandising.
Nuestra llegada a Dublín fue tranquila y sin sobresaltos. Nos recibió un clima bastante benigno, con unas pocas nubes surcando el cielo y un sol radiante, refutando nuestros temores de encontrarnos con un clima poco amable. Como en cualquier gran aeropuerto, la gente abarrotaba las instalaciones. Nada más aterrizar, contratamos un abono de transportes bastante útil que nos permitiría viajar en autobús, en DART (Dublin Area Rapid Transit; así es como llaman al tren irlandés) y en Luas (el tranvía). Recomendamos a cualquier viajero que visite Irlanda adquirir esta (Leap Visitor card) u otra alternativa para moverse libremente por Irlanda y ahorrar algo de dinero. Del aeropuerto no había demasiado que resaltar, pues su aspecto no diverge demasiado del de cualquier otro aeropuerto. Si es interesante en cambio su historia. Comenzó a ofrecer servicio civil en plena Segunda Guerra Mundial: el 19 de enero de 1940 ofreció su primer vuelo a Liverpool. Por aquellos tiempos también nació la aerolínea Aer Lingus, tan utilizada actualmente. Parece mentira que en los años 40 tan solo ofreciese vuelos a Liverpool y, ocasionalmente, a Manchester. A partir de entonces comenzaron a surgir más conexiones aéreas. Sin embargo, antes de 1940 se empleó como base militar por la British Royal Air Force hasta que cayó en desuso. Varios personajes importantes han pisado su suelo, como John Fitzgerald Kennedy, el papa Juan Pablo II, los miembros de los Beatles, etc.
Tras coger un autobús en una parada de la Terminal 1, nos dirigimos a Dublín, sita a unos 10 Km. aproximadamente del aeropuerto. Al viajero le podrá parecer curioso que prácticamente cualquier cartel está escrito en dos idiomas. Uno de ellos, obviamente, es el inglés y el otro es el irlandés, lengua celta. Es una lengua complicada. Actualmente, es hablada por poco más de un millón de habitantes (de los 4,5 millones de habitantes que aproximadamente se estima que tiene Irlanda) y es enseñada en los colegios, aunque luego los jóvenes no la emplean activamente. Es una muestra del patriotismo irlandés, pues los irlandeses se niegan a perder sus raíces. Aún así, el número de personas que dominan esta curiosa lengua está decreciendo. De hecho, el irlandés está considerada una lengua en peligro de extinción, pues básicamente sobrevive en la República de Irlanda, mientras que en Irlanda del Norte se considera extinta. Vimos de reojo algunos lugares destacados de la capital republicana durante nuestro corto viaje hacia la estación de DART por el margen izquierdo del río Liffey, como The Custom House (Oficina del gobierno federal). A continuación, tomamos el DART hasta nuestro alojamiento, y cuál fue nuestra sorpresa al saber que el tren recorría la costa irlandesa durante gran parte del recorrido, regalándonos unas preciosas vistas del mar. Terminamos nuestro primer recorrido por Irlanda en Dún Laoghaire (Dún Laoghaire-Ráth an Dúin en irlandés), donde nos alojaríamos durante nuestra estancia en el país celta.
Dún Laoghaire es, posiblemente, un lugar al que el turista o viajero no preste demasiada atención a no ser que se aloje en la ciudad o sus proximidades. Es cierto que otros parajes tienen más fama que este lugar. Aun así, merece la pena pararse unas horas en esta ciudad portuaria, parte indiscutible de la historia de Irlanda, para contemplar sus museos, su puerto y sus iglesias.
Etimológicamente, su nombre hace referencia a Lóeguire mac Néill, Gran Rey de Irlanda convertido al cristianismo por San Patricio, quien en el siglo V construyó una fortaleza, hoy desaparecida. La primera piedra de su puerto se levantó hace 201 años. De hecho, el año pasado se conmemoró el bicentenario de la ciudad. En el siglo XVII era ya frecuentada fundamentalmente por pescadores que habían establecido un pequeño asentamiento. Preferían el pequeño muelle de Dún Laoghaire debido a las dificultades de acceso por el puerto de Dublín, pues una barrera de arena en la desembocadura del río Liffey impedía el estacionamiento de navíos. Mientras estos esperaban las rachas de viento y el nivel de las mareas adecuados, atracaban en Dún Laoghaire. En el siglo XVIII el comercio comenzó a tener lugar en sus costas: varios barcos cargados de carbón establecían las primeras relaciones comerciales con las costas británicas. Asimismo, el pequeño pueblo obtuvo fama de ser acogedor y de tener unas playas perfectas para el baño. En consecuencia, a causa de la problemática para atracar en el puerto de Dublín y del incremento de su popularidad, el Parlamento Irlandés hizo una petición para construir el primer muelle, que sería supervisado por el general Charles Vallancey. Sin embargo, el número de navíos que necesitaba entrar en Dublín aumentaba y el puerto seguía siendo peligroso. Por tanto, a principios del s. XVIII se propusieron varios proyectos para solucionar aquel problema. Entre aquellos proyectos se propuso el de crear un puerto en Dun Loghaire. Uno de los diseños fue propuesto por el maestro ingeniero escocés John Rennie, famoso por ser el autor de varios canales (i.e. canal de Avon, canal de Lancaster, el Canal Militar Real) y puentes (i.e. puente de Waterloo, puente de Southwark) y, a la postre, supervisor de las obras del puerto.
Aun así, las autoridades se tomaron su tiempo para decidirse. Tuvo que ocurrir una terrible tragedia para que, por fin, tomasen cartas en el asunto. En noviembre de 1807 dos barcos, el HMS Prince of Wales y el Rochdale, impactaron contra las rocas durante una tormenta. Cerca de 400 personas perdieron la vida. Como era de esperar, la sociedad se movilizó para pedir una solución urgente y evitar tragedias semejantes. Así fue como dio comienzo la construcción del puerto de Dún Laoghaire, que terminaría adquiriendo otro espigón más y la forma que tiene en la actualidad.
Como ya se ha dicho, la piedra fundacional se colocó en 1817. Ni que decir tiene que aquel proyecto atrajo a diversos trabajadores con sus respectivas familias, sentando las bases de un futuro y próspero lugar de alojamiento. En 1821, el rey Jorge IV visitó Irlanda y partió del puerto de Dún Laoghaire. Como homenaje a este acontecimiento, Dún Laoghaire y su puerto pasaron a llamarse Kingstown, aunque actualmente se sigue empleando su denominación original. En 1842 se consideró el puerto terminado cuando se instaló el primero de los dos faros que dan la bienvenida actualmente al interior del puerto de Dún Laoghaire, sitos en los respectivos extremos de los dos espigones.
Desde entonces, el puerto ha tenido una gran función económica y bélica, pues desde el mismo han partido, a veces para no volver, navíos con soldados irlandeses hacia la guerra de Crimea y la Primera Guerra Mundial entre otras. Actualmente es sede de varios clubes de yate.
Museo marítimo
Una vez visto el puerto y de haber disfrutado de un agradable paseo por el mismo, merece la pena adentrarse en el interior de Dún Laoghaire. Lo primero que nos encontramos caminando en dirección opuesta al puerto, y justo enfrente de la parada del DART, es el Ayuntamiento del Condado Rathdown-Dún Laoghaire, centro administrativo del condado, cuya capital es Dún Laoghaire. Si continuamos hacia el este por Queen’s Road, situado al lado del Ayuntamiento, nos toparemos con el Pavilion Theatre, uno de los lugares más concurridos de esta ciudad desde la apertura de sus puertas en 1903 hasta los años 60. Y es que en sus interiores se han reunido miles de personas para disfrutar obras de teatro y cine. Observando su fachada es difícil imaginarse que el edificio fue reducido casi hasta sus cenizas en dos incendios. Pero lo cierto es que de su estructura original poco queda. En los años 60 comenzó su decadencia. La culpable: la televisión, que acomodó a las familias en sus casas. Desde entonces, sus puertas abrían para ofrecer algún que otro show o película. Actualmente, conciertos, películas, actuaciones, representaciones, etc. pueden verse a menudo entre sus modernas paredes.
Continuando por Queen’s Road, llegaremos al dlrLexicon, edificio que alberga el centro cultural y la biblioteca central de la ciudad. A sus espaldas se puede ver la fachada del Royal Marine Hotel, que antiguamente proveía de electricidad al anteriormente mencionado Pavilion Theatre.
Sin embargo, la torre de una iglesia que sobresale tímidamente por una calle transversal a Queen’s Road llama nuestra atención. Merece la pena acercarse a la iglesia, pues no es una iglesia cualquiera, ya que el edificio religioso aloja el National Maritime Museum of Ireland. La iglesia donde se encuentra el museo es conocida como Mariners’ Church (es decir, la iglesia de los marineros) y fue levantada en la primera mitad del siglo XIX para satisfacer las necesidades espirituales del creciente número de marineros que atracaban en Dún Laoghaire.
En el museo, el viajero aprenderá y disfrutará de impresionantes colecciones sobre la relación de los irlandeses con el mar. Instrumentos de navegación, vestimentas, biografías de personajes imprescindibles en la historia irlandesa, armas navales y muchas más cosas se pueden disfrutar en este museo. En toda su colección está claramente impresa la huella de valerosos navegantes que, en muchas ocasiones, perdían la vida en pos de llevar alimento a sus hogares o por defender su tierra. Por ejemplo, de la inmensa colección podríamos destacar la enorme lente que una vez perteneció al faro Baily de Howth (al que, por cierto, el prolífico escritor irlandés James Joyce hizo referencia en más de una ocasión en su novela más famosa, Ulises), cuya luz era equivalente a la de 2 millones de velas, o el diverso repertorio de barcos embotellados de todos los tamaños. El museo también acepta objetos personales que están relacionados con la herencia marítima irlandesa. Además, posee libros incunables y un archivo de valor incalculable con documentos de la historia marítima de Irlanda que datan desde el siglo XVIII hasta ahora.
El viajero también podrá obtener abundantes datos sobre el impresionante Great Eastern, el mayor transatlántico a vapor del mundo en el momento en que fue botado (1858) y durante los siguientes 20 años. Fue diseñado por el ingeniero Isambard Kingdom Brunell e imaginamos que no tuvo que ser fácil su construcción. Solo hay que echar un vistazo a sus medidas: 211 metros de largo, 25 de ancho y un calado de entre 6 y 9 metros. Ligeramente más pequeño que el famoso Titanic. De hecho, la primera dificultad con la que se toparon los ingenieros fue que no encontraban ningún dique seco para construir aquel coloso. Finalmente, tuvieron que construirlo a lo largo del Támesis y lanzarlo al mar lateralmente. Podía cargar con hasta 4000 pasajeros sin contar la tripulación y viajar alrededor del mundo sin repostar. Parece que este transatlántico no escapó de esa especie de maldición que tenía la manía de acosar a otros muchos grandes navíos de los siglos XIX y XX, ya que en su viaje inaugural una explosión segó la vida de varios tripulantes, por lo que su inauguración se vio retrasada. Realizó varios viajes transatlánticos desde las Islas Británicas hasta América, aunque tuvo poco éxito. Por ello y porque era costoso su mantenimiento fue retirado de este servicio. Posteriormente se empleó para tender el primer cable telegráfico submarino transatlántico entre Irlanda y Estados Unidos en 1866. No en vano, era el único barco con las dimensiones adecuadas para transportar la cantidad necesaria de cable. Su historia acabó tristemente: en 1889 fue desguazado. Sus partes acabaron en los lugares más insospechados. Por ejemplo, uno de sus mástiles (dato curioso: este coloso de los mares poseía 6 mástiles que fueron nombrados con los 6 primeros días de la semana) terminó erigido en el estadio del Liverpool Football Club, en cuyo extremo hoy ondea la bandera del club. Aunque actualmente todo lo contado pueda parecer una nimiedad, lo cierto es que en su tiempo fue una auténtica proeza de la ingeniería que sólo pudo nacer de una mente brillante como fue la de Isambard. Incluso sirvió de inspiración a otra mente brillante, Julio Verne, quien realizó un viaje en el Great Eastern, para escribir su novela Una ciudad flotante. Por último, cabe destacar algunos relatos luctuosos, quien sabe si ciertos o no, que aseguran que durante su desguace se encontraron los cuerpos de varios obreros que participaron en la construcción del barco.
Asimismo merece la pena ceder un tiempo a la exposición sobre el centenario del RMS Leinster, un conocido y trágico episodio que sucedió a unas pocas leguas de la costa de Dún Laoghaire. El 10 de octubre de 1918, cerca del final de la Primera Guerra Mundial, un submarino alemán torpedeó repetidamente el citado barco cuando estaba a punto de llegar a puerto hasta que logró hundirlo. En él viajaban 771 personas. Muchos murieron en el momento del hundimiento, otros mientras intentaban zafarse del voraz apetito del océano. Los exhaustos supervivientes lograron llegar al puerto de Dún Laoghaire. No es, por tanto, una exposición al uso, sino un homenaje a todos los caídos en aquella tragedia perpetrada por ese lado oscuro del ser humano que, por desgracia, hace su aparición en demasiadas ocasiones. Varios eventos (ponencias, tours, etc.) acompañan a la exposición para quien quiera indagar en esta historia y en tantas otras.
Para descansar del exceso de información y para integrar todo lo que se haya visto en el museo, es recomendable parar unos minutos en el Moran Park, adyacente al centro cultural. Toma su nombre del republicano irlandés Patrick Moran, quien, según reza su placa conmemorativa a la entrada del parque, fue miembro del grupo paramilitar Irish Republican Army, más conocido como IRA (pero no el IRA famoso por los diversos atentados terroristas que cometió desde su nacimiento en 1969 hasta los años 90. Esta organización, que surge a raíz del IRA original al que nos referimos, el cual encabezó la guerra de independencia irlandesa (1919-1921), era conocida como IRA Provisional). Por ello, fue ejecutado en 1921 en la prisión de Mountjoy. Forma parte de los conocidos como The Forgotten Ten (los Diez Olvidados), diez miembros del IRA que fueron ejecutados en la citada prisión. Fue capitán del segundo batallón de la compañía D del IRA. Fue acusado de haber participado en el Domingo Sangriento del 21 de noviembre de 1920, un día nefasto para la historia de Irlanda en el contexto de la Guerra Irlandesa de la Independencia en el que murieron 32 personas entre británicos e irlandeses. Todo comenzó cuando un destacamento del IRA se movilizó bajo las órdenes de Michael Collins para asesinar a algunos objetivos del grupo Cairo Gang, un grupo de agentes de inteligencia británicos infiltrados en suelo irlandés. Los agentes del IRA entraron en las casas de sus objetivos por la mañana y los asesinaron desprevenidamente mientras dormían. En la tarde de ese mismo día, varios camiones militares y carros blindados pararon cerca de un estadio de fútbol gaélico, que en aquel momento estaba abarrotado por un partido. De aquellos vehículos descendieron una multitud de hombres del cuerpo policial irlandés (RIC; Royal Irish Constabulary) buscando a los culpables de los asesinatos de aquella mañana en el estadio. En un momento de confusión, la policía abrió fuego contra el público, causando varios muertos y decenas de heridos. A día de hoy todavía no se conoce el motivo por el que comenzaron a disparar a los civiles, aunque las autoridades alegaban que se vieron obligados porque los miembros del IRA a los que perseguían comenzaron primero el tiroteo, aunque no hay pruebas sólidas para sustentar esta versión. Pues bien, supuestamente Moran estuvo involucrado en aquella jornada, aunque él testificó que aquel día se encontraba en Blackrock, en las afueras de Dublín. Finalmente, Moran y otros nueve revolucionarios fueron ejecutados y enterrados según consejo de guerra en sepulturas sin nombrar en la prisión Mountjoy, en el intento de que fueran olvidados para siempre. Sin embargo, la jugada no les salió bien y recientemente, en 2001, los cuerpos fueron exhumados por sus familiares para darles cristiana sepultura.
En este mismo parque, en la esquina norte, se levanta una escultura de bronce digna de admirar por su singularidad. Es la escultura del Cristo Rey. Se trata de una cruz triple mostrando tres estadios por los que pasó Jesucristo en sus últimos momentos de vida: un Cristo desolado, herido física y anímicamente, derrotado, cubierto por una nube oscura y siniestra; un Cristo renovado, resucitado y recuperado, con los brazos extendidos para consolar a la humanidad que lo ha traicionado; y un Cristo mayestático, representando la victoria del bien. Fue elaborada por el escultor americano descendiente de irlandeses Andrew O’Connor y tiene una historia muy “movida”. Realmente la figura ya estaba lista en 1926, cuando el diseño se presentó en un salón de París. En 1931 se fundó un comité para planear la instalación de una escultura en homenaje al Cristo Rey en Dún Laoghaire. La fundición de la escultura se demoró por culpa de la Segunda Guerra Mundial, por temor a que el bronce pudiera ser utilizado para la guerra. Finalmente, en 1951 se llevó a la ciudad y se instaló en un lugar provisional. Y fue provisional porque el párroco local se opuso a su colocación, así que la escultura fue removida. En 1978 fue instalada casi definitivamente en Haigh Terrace y en 2014 se instaló en el lugar que ocupa hoy, que esperemos sea el último.
La torre de James Joyce
Si extendemos nuestra vista más allá del Royal Marine Hotel y del centro comercial adyacente, veremos la torre granítica de estilo neo-gótico de St. Michael’s Church. Sus comienzos casi coinciden con los inicios del puerto de Dún Laoghaire, en los años 20 del siglo XIX. Al principio era una humilde iglesia de pequeño tamaño. Creció gracias al primer sacerdote de la parroquia, Bartholomew Sheridan, quien también la completó en los años 30. A lo largo de las siguientes décadas sufrió varias reformaciones y entre 1885-1902 le fue añadida la imponente torre. En 1965 la iglesia sufrió un destino similar al del Pavilion Theatre: un incendio la destruyó, aunque afortunadamente la torre resistió los embates de las llamas. Actualmente, la iglesia es una amalgama que mezcla algunos restos del antiguo edificio con un diseño más moderno.
Volviendo sobre nuestros pasos y continuando por Queen’s Road llegaremos al parque más conocido de Dún Laoghaire: People’s Park. De estilo victoriano y abierto desde 1890, aun conserva varios salones de té clásicos. Sus dos hectáreas permiten disfrutar de una apacible tranquilidad, que no viene nada mal al viajero que haya estado explorando la ciudad. Y si el viajero busca producto local, es recomendable que se acerque a este parque en fin de semana, cuando varios tenderos de arte, artesanía, libros, etc. venden sus productos en el mercado. Pero en esta zona también resuenan ecos de siglos atrás. Frente a People’s Park se extienden dos callejuelas: Rosmeen Gardens y Rosmeen Park. Pues bien, en plena Segunda Guerra Mundial, concretamente el 20 de diciembre de 1940 cayeron dos bombas alemanas en estos lugares, parece que sin provocar víctimas, sólo daños estructurales. No fueron los únicos casos, lo que impresiona teniendo en cuenta que Irlanda era neutral en aquella época.
Para terminar con este primer recorrido por la Isla Esmeralda, nos dirigimos hacia Sandycove, un suburbio situado al sureste de Dún Laoghaire. Podemos llegar a nuestro destino por el parque Scotsman’s Park, situado a apenas unos metros de People’s Park y que recorre la costa, para disfrutar por el camino de unas vistas entrañables. Al final llegaremos a una torre de planta circular. Se la conoce como torre Martello y formaba parte de una red de torres dispuestas a lo largo de la costa y construidas por los británicos para hacer frente a las fuerzas napoleónicas en el siglo XIX. Su nombre y estructura procede de una torre del siglo XVI situada en Cabo Mortella, Córcega. Los ingleses quedaron impresionados de su calidad defensiva durante un asedio a aquella torre en el contexto de las Guerras Revolucionarias Francesas y decidieron copiar su diseño.
Sin embargo, esta torre tiene algo especial. En su interior alberga un museo dedicado a uno de los literatos más importantes de la historia y al que nos hemos referido anteriormente: James Joyce. El museo fue fundado por el arquitecto Michael Scott, considerado uno de los arquitectos irlandeses más importantes del siglo XX y quien compró la torre en 1954. Fue también el artífice del edificio adyacente a la torre, Geragh Haus, que utilizó como su propia casa. Joyce, de hecho, vivió en la planta baja de aquella torre durante una semana en 1904 junto a dos compañeros: Oliver St John Gogarty, estudiante de medicina y aspirante a poeta, y Samuel Chevenix Trench, amigo del anterior y obseso de la cultura irlandesa. Sin embargo, un suceso cuanto menos curioso obligó a Joyce a dejar su residencia en la torre Martello. Chevenix, que según parece tenía frecuentemente sueños extraños, soñó con una pantera negra. Despierto en medio de sudores y aterrorizado, cogió su revólver en un intento de acabar con el imaginario felino. Para evitar una tragedia, su amigo Gogarty trató de arrebatarle el arma y se dispararon dos tiros. El joven Joyce, de 22 años, abandonó la torre aterrorizado para no volver. El suceso le impactó verdaderamente, de hecho lo dejó impreso para la eternidad en las primeras páginas de su novela Ulises (1922), donde hizo referencia al episodio de la pantera.
El viajero que visite la torre encontrará, entre otras cosas, el mobiliario que debió haber en el momento de la estancia de Joyce, la escultura de una pantera haciendo alusión al curioso acontecimiento y, si sube a la cima de la torre, disfrutará de unas impresionantes vistas.
En homenaje a Joyce, cada mes de junio desde 1954 se celebra gratuitamente en la torre Martello y alrededores el festival Bloomsday (así llamado por el protagonista de Ulises, Leopold Bloom), en el que los participantes disfrutan de los mismos alimentos que los personajes ficticios e interpretan actos para representar algunas acciones de la novela. No es necesario más para realizar alguna vez una visita a este lugar legendario.
Esta fue nuestra visita a Dún Laoghaire. Obviamente, la ciudad tiene mucha más historia. Se podría decir que cada metro cuadrado de Dún Laoghaire tiene su propia historia, pero por cuestiones de espacio nos vemos obligados a resumirla. Este lugar nos dejó una sensación grata que auguraba vivencias más intensas durante el resto de nuestra estancia en Irlanda. Podemos adelantar, aunque las describiremos en una serie de artículos posteriores, que así fueron, y que es imposible evitar que Irlanda se incruste en las más profundas entrañas.
Al día siguiente realizamos una excursión inolvidable a Irlanda del Norte. Si quieres seguir descubriendo esta isla inigualable, accede a la segunda parte:
Irlanda. Experiencias en tierras legendarias (parte 2). Atravesando fronteras
En la tercera parte hacemos una síntesis de la turbulenta historia de Irlanda y visitamos Belfast. ¡Acompáñanos!:
Irlanda. Experiencias en tierras legendarias (parte 3). Breve incursión en la historia de Irlanda y visita a Belfast
Y en la cuarta relatamos la historia de la capital de la República irlandesa y la prehistoria de la isla:
Irlanda. Experiencias en tierras legendarias (parte 4). Fin de la odisea
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