La vida ha ideado multitud de estrategias para adaptarse y sobrevivir, como la mímesis. A todos nos viene a la mente rápidamente algún ejemplo del Reino Animal, como los sírfidos, algunas orugas, varias mariposas o las arañas que se parecen a hormigas. Empero, las plantas no se quedan atrás.
Las orquídeas del género Ophrys sp. son verdaderas obras de arte de la naturaleza. Cuando contemplamos sus extravagantes inflorescencias, no podemos evitar compararlas con algún himenóptero, por eso también se las conoce como orquídeas abeja.
Pongamos por caso a la Ophrys apifera. Su flor, y concretamente el labelo, reproduce con una precisión pasmosa las características de las hembras de algunos himenópteros solitarios, como la pilosidad, los colores o la forma del cuerpo. Pero hay más, porque la planta también imita el olor de esos insectos a través de feromonas cuya composición química es prácticamente idéntica a la que emiten las hembras durante el apareamiento para atraer a su contraparte.
Estas orquídeas necesitan que un insecto recoja su polen y las polinice para lograr reproducirse. El problema es que son muy egoístas y no ofrecen un regalo a cambio para atraerlos, como hacen otras plantas con el néctar. No obstante, disponen de esta estrategia alternativa y extremadamente eficaz para engañarlos. Los machos himenóptero no pueden evitar caer en la tentación. ¿Cómo no van a pensar que esas flores son hembras si huelen igual, tienen el mismo tacto y la misma apariencia? Al final sucumben y terminan apareándose infructuosamente con la flor. Es en ese momento cuando se dispara un mecanismo que impregna la cabeza del insecto con el polen. Ya sólo es cuestión de tiempo que el insecto aterrice en otra orquídea de la misma especie para completar la fecundación.