Proseguimos con el análisis de los argumentos más usados para sustentar la Teoría de la Tierra Plana. Después de haber discutido en profundidad cuestiones como la visibilidad del horizonte o si nuestro planeta se mueve o no, en esta ocasión analizaremos las dudas terraplanistas sobre la gravedad, rutas aéreas aparentemente imposibles o los eclipses. Asimismo, estudiaremos las fascinantes biografías de personajes imprescindibles de la historia de la ciencia, como Eratóstenes. Os animamos a que nos acompañéis. ¡El aprendizaje en diferentes campos del conocimiento está asegurado!
A vueltas con la gravedad
Empezaremos analizando aquellos postulados relacionados con la gravedad. Para tener este concepto presente en todo momento a partir de ahora, vamos a definirla sin más tardar.
¿Qué es la gravedad? El concepto de gravedad tal y como la entendemos hoy se lo debemos principalmente a dos grandes genios de la historia de la humanidad: sir Isaac Newton (1642-1747) y Albert Einstein (1879-1955). Newton fue el primero en definirla, aunque no fue el primero en darse cuenta de que algo hacía que los objetos sintiesen una atracción hacia la superficie terrestre, impidiendo que saliesen volando por los aires. La concepción de su teoría de la gravitación universal fue prácticamente una revelación. Aunque la historia de la manzana que se precipitó sobre su cabeza mientras reflexionaba sea apócrifa, sí parece en cambio que los manzanos algo tuvieron que ver en esa revelación casi mística. Mientras Newton se encontraba en un estado contemplativo y meditativo, le pareció muy curioso que las manzanas que se desprendían de los árboles cayesen siempre de forma perpendicular a la superficie terrestre. Esa misma misteriosa y poderosa fuerza hacía lo mismo con todos los cuerpos situados cerca de la superficie de la Tierra.
El descubrimiento de Newton fue una auténtica revolución científica y lo plasmó de la siguiente forma en su obra Philosophiae Naturalis Principia Mathematica:
Según esta expresión, la atracción gravitatoria (F) depende fundamentalmente de dos variables: la masa de los cuerpos intervinientes y el cuadrado de la distancia entre esos cuerpos. Esta fuerza es directamente proporcional a la masa de los cuerpos que se están atrayendo, de tal forma que cuanta más masa posean mayor será la fuerza de atracción entre ellos. Por el contrario, es inversamente proporcional a la distancia que separa a esos cuerpos desde sus centros. Por tanto, cuanto más separados estén, el tirón gravitatorio se reduce. G es la constante de gravitación universal, cuyo valor no fue descubierto por Newton sino que se hallaría años después. De esta manera quedaban explicados muchos fenómenos naturales: los movimientos de los orbes celestes alrededor del Sol, el flujo y reflujo de las mareas, etc. Además, cuando soltamos un objeto, este se precipitará hacia la superficie terrestre aumentando su velocidad. Para facilitar los cálculos, se ha estandarizado el valor de esta aceleración provocada por la atracción gravitatoria de la Tierra sobre el objeto en 9,8 m/s2 (solo aplicable en la Tierra). Aunque muchos de sus colegas propusieran ideas similares, Newton fue el primero en elaborar una formulación matemática en la que basar sus premisas y a partir de la cual se podían hacer predicciones contrastables mediante experimentos a una escala más reducida. Y todo gracias a que iba “a hombros de gigantes”.
Como la inmensa mayoría de teorías científicas, la teoría de la gravitación universal newtoniana no era perfecta (lo cual no implica que fuese falsa o inútil, sino que está sujeta al cambio). De hecho, Newton no logró encontrar una solución a cómo la gravedad puede actuar a grandes distancias, teniendo que recurrir a la idea del éter (ver parte 2 de este dossier). Además, su teoría no se puede aplicar a todos los fenómenos naturales. No obstante, aunque su teoría posea algunas incongruencias, todavía sigue vigente en la actualidad porque sus cálculos son muy sencillos a la hora de aplicarlos y manejables. Por ejemplo, en el siglo XIX se predijo la existencia del planeta Neptuno a partir del movimiento de Urano empleando la teoría newtoniana de la gravedad. Esta cualidad de la teoría gravitatoria permitió que otros sabios la mejorasen y completasen. Eso es lo que hizo Albert Einstein cuando postuló su teoría de la relatividad general, consecuencia de la imposibilidad de que su teoría de la relatividad especial fuese consistente con la teoría gravitacional newtoniana. ¿Por qué?
Una de las deducciones de la relatividad especial es que nada puede viajar más rápido que la luz, lo cual se deduce de la expresión matemática más famosa de la historia:
E = m*c2
En palabras del propio Einstein:
“La energía (E) equivalente a una masa es igual al producto de dicha masa (m) por el cuadrado de la velocidad de la luz (c).”
¿Qué implica esto? Acudamos a otro gran físico, Stephen Hawking:
“Debido a la equivalencia entre energía y masa, la energía que un objeto adquiere debido a su movimiento se añadirá a su masa, incrementándola. En otras palabras, cuanto mayor sea la velocidad de un objeto más difícil será aumentar su velocidad.”
La cuestión es que cuanto más cercana esté la velocidad de un objeto a la velocidad de la luz, más rápidamente aumenta la masa de ese cuerpo y, por la equivalencia entre masa y energía, también aumentaría la energía necesaria para mantener ese desplazamiento. De esta forma, a la velocidad de la luz la masa del objeto adquiriría un valor infinito y sería, por tanto, infinita la energía necesaria para producir esa velocidad, por eso no es posible alcanzar la velocidad de la luz. Como continúa explicando Stephen Hawking:
“Sólo la luz, u otras ondas que no posean masa intrínseca, puede moverse a la velocidad de la luz.”
Entonces existe un problema con la teoría gravitatoria de Newton, porque si según esta la fuerza gravitacional depende de la distancia entre los cuerpos, ¿significa esto que si desplazamos uno de los objetos se produce un cambio instantáneo en la magnitud de la gravedad? De lo que se deduce que la gravedad actuaría a una velocidad mucho mayor que la de la luz, ya que los cambios de magnitud serían instantáneos. ¿Pero no hemos dicho que nada puede alcanzar la velocidad de la luz (y mucho menos superarla)? De esta incongruencia nació en 1915 la teoría de la relatividad general.
En el contexto de esta teoría revolucionaria, la gravedad se visualizaba como una propiedad o característica de un universo curvo: el tejido espacio-temporal está curvado por la distribución de la masa y la energía en él. Las energías y los cuerpos masivos con densidades descomunales son capaces de curvar el tejido espacio-temporal circundante. Por tanto, la gravedad, como concluyó Einstein era una propiedad del efecto de la materia y la energía en ese tejido espacio-temporal, al contrario de lo que pensaba Newton, que la gravedad era una propiedad inherente de la materia. Como el universo está combado por esos gigantes estelares, los cuerpos que entren en su campo de influencia tenderán a seguir la curvatura espacio-temporal generada por su presencia. Si pasan lo suficientemente cerca de esos objetos masivos, finalmente serán capturados y orbitarán alrededor de los mismos. Es decir, Einstein engendró una dinámica estelar muy novedosa que, obviamente, tenía en cuenta las leyes newtonianas del movimiento. De ella se infiere que los objetos celestes siguen una trayectoria rectilínea uniforme imperturbable hasta que algo, precisamente, la perturba, como la presencia de un planeta o una estrella, o en otras palabras, de un cuerpo capaz de deformar el espacio-tiempo de sus proximidades. En consecuencia, ese objeto “modificará” su ruta para seguir una trayectoria curva correspondiente a la deformación espacio-temporal. Básicamente, el objeto seguirá aquella ruta que menos resistencia oponga y que menos energía cueste seguir, que en este caso es la trayectoria curva, pues requeriría de más energía violar esa curvatura para continuar con la trayectoria recta. Podemos usar como analogía un coche que circula por una carretera que de repente se inclina hacia la derecha. Obviamente el coche no va a atravesar el camino para continuar recto, sino que se adaptará a la inclinación del mismo.
Al contrario de lo que pueda parecer, ambas teorías no son excluyentes. De hecho, muchas de las predicciones que se obtienen de las mismas se cumplen en ambos casos de forma prácticamente igual. La teoría newtoniana continúa siendo útil para explicar los movimientos planetarios y la teoría de la relatividad sirve para solventar las dudas o los espacios vacíos que Newton no pudo solucionar.
Por cierto, la teoría de la gravitación universal se obtuvo mediante empirismo (procede de la experiencia sensorial o racional) e inductivismo (obtenida a partir de varios hechos adquiridos mediante la observación para elaborar un principio general). Entonces, ¿por qué los terraplanistas, defensores a ultranza del empirismo y el inductivismo, la rehúsan?
Si se atribuye a la gravedad una fuerza con la suficiente magnitud como para mantener sujetos a la superficie los océanos, edificios, animales, etc., entonces es imposible que la gravedad sea a su vez lo suficientemente débil como para permitir que las aeronaves, las aves y los insectos puedan volar o que los peces puedan nadar.
Recordemos la expresión de la teoría de la gravitación universal newtoniana:
¿Recordáis que la fuerza gravitatoria era directamente proporcional a las masas de los cuerpos? Pues imaginemos la minúscula masa de un insecto o de un ave de pequeño tamaño. Al reducirse la masa de uno de los componentes se reduce la atracción entre los dos cuerpos. Sin embargo, si estos animales son capaces de burlarse de la gravedad es gracias a sus adaptaciones. La presencia de alas, de una forma aerodinámica y la reducción del peso corporal les ha ayudado sobremanera. De hecho, las alas son un invento tan magnífico de la naturaleza que los humanos las hemos biomimetizado para fabricar nuestras aeronaves.
Imaginemos a un pájaro planeando. Sus alas cortan el flujo de aire que están atravesando de una forma muy singular, causando que el flujo del aire que discurre por encima del ala sea más rápido que el que va por debajo. Esto se debe a que la superficie de la parte superior de las alas es superior a la de la parte inferior, por tanto, el aire ha de recorrer una distancia mayor por encima que por debajo (recordemos que la velocidad es equivalente a la distancia recorrida dividida por el tiempo). Al aumentar la velocidad del flujo del aire se cumple una propiedad de los fluidos, ya que el incremento del movimiento de un fluido conlleva una reducción de la presión que ejerce. De esta manera la presión que ejerce el aire sobre las alas se reduce mientras que el flujo de aire inferior, al tener menos velocidad, aumenta relativamente la presión que ejerce bajo las alas generando así una fuerza de sustentación de sentido opuesto al de la gravedad que permite al ave o a la aeronave mantenerse en el aire.
Si consideramos ahora a un ave o a un insecto que aletea la mecánica es muy similar. Las aves para despegar dan un pequeño salto y a su vez dan un golpe hacia abajo con las alas. ¿Qué consiguen con esto? “Comprimir” el aire bajo sus alas, aumentando su presión y provocando un empuje del ave hacia delante y hacia arriba. El sistema análogo de nuestros pájaros artificiales son los turborreactores o las hélices. Con todos estos ingenios, los aparatos y animales voladores pueden surcar los cielos sin ningún problema. Además, podemos ver como se cumple constantemente la tercera ley del movimiento de Newton: para cada acción existe una acción opuesta igual.
¿Y cómo son capaces los peces de mantenerse a una altura determinada dentro de una masa de agua haciendo caso omiso de la tirante gravedad? En el agua, aunque hablemos de un fluido más viscoso y denso que el aire, se producen prácticamente las mismas fuerzas que en el aire, a fin de cuentas ambos son fluidos. La fuerza homóloga a la de la sustentación en el aire sería la fuerza hidrostática, enunciada por Arquímedes en el siglo III a.C, según la cual todo cuerpo sumergido en un líquido sufre un empuje de abajo hacia arriba igual al volumen de agua que desaloja. Un empuje que posee la misma dirección que la gravedad pero un sentido opuesto. ¡Eureka!
Para mantener la flotación es imprescindible conseguir que las fuerzas opuestas de la gravedad y la hidrostática se igualen o anulen, o al menos que los valores de las mismas sean lo más parecido posible, ya que si el cuerpo pesa demasiado terminará hundiéndose y si pesa poco se mantendrá en la superficie. De nuevo, esto se consigue mediante adaptaciones biológicas. Una de ellas es la vejiga natatoria, un órgano presente en muchos peces. Esta cámara puede ser llenada con aire o agua para controlar el nivel de flotación a voluntad. También lo es la forma hidrodinámica del cuerpo y las aletas que generan efectos similares cuando surcan el agua a los de las alas cuando surcan el aire, cumpliéndose nuevamente las leyes de la dinámica newtonianas. Con el movimiento se puede generar un sistema de sustentación que ayuda al mantenimiento de la flotabilidad.
Por el contrario, ya sabemos lo que sucede cuando un pez deja de nadar: dependiendo de su peso, o se hunde o flota.
No es necesaria la gravedad, basta con las leyes de la densidad y flotabilidad pre newtonianas para explicar por qué los objetos caen o flotan. Según estas, los objetos colocados en medios más densos que ellos ascienden y se hunden si son colocados en medios menos densos.
Esto, que no deja de ser el principio de Arquímedes, no presenta ninguna incongruencia con la gravedad. De todas formas, si este principio eliminase de un plumazo la gravedad, ¿cómo se explicaría que, estando el aire en reposo, las cenizas u otras partículas menos densas que el aire puedan precipitarse sobre una superficie? Además, si no existiese la gravedad se tendría que cumplir una predicción lógica: a saber, que los objetos más pesados deberían caer más rápidamente al suelo que los más ligeros, y desde la época del gran Galileo sabemos que no es así (se dice que Galileo refutó esta afirmación lanzando distintos pesos desde un balcón de la torre inclinada de Pisa, aunque los historiadores consideran esta historia más como un mito que como un hecho histórico). Si vemos que una pluma cae más lentamente que una bola de bolos es simplemente por la resistencia del aire, pero si lanzamos dos cuerpos con pesos diferentes y con una similar resistencia al aire veríamos que caen a la par. De hecho, hace poco se llevó a cabo un experimento increíble en el que se hicieron caer a la vez una bola de bolos y un penacho de plumas en una cámara generadora de vacío. Podéis visualizar los resultados a continuación:
Es incongruente que la “mágica” gravedad sea capaz de mantener los océanos y los edificios sujetos a la superficie terrestre y que la Luna y los satélites se mantengan en una órbita circular perpetua sin caer a la Tierra. Si esto es así, ¿por qué no nos podemos poner nosotros en órbita de un salto?
Si se ponen todas las variables sobre la mesa no debería haber ningún problema en explicar estos fenómenos. Aun así, seguramente en alguna ocasión nos ha asaltado la duda de por qué los objetos que orbitan alrededor de nuestro planeta no han terminado cayendo a la superficie por culpa de la gravedad. Esto se debe a la velocidad a la que se encuentran orbitando alrededor de nuestro planeta, y lo mismo es aplicable a las órbitas de los planetas alrededor del Sol.
Johannes Kepler ya predijo que las órbitas de los planetas alrededor del Sol tenían una forma elíptica y no circular como había sostenido Copérnico. Precisamente, este tipo de órbita, que también se cumple en el caso de los satélites naturales, concuerda perfectamente con la existencia de la gravedad. La velocidad que tiene la Tierra en su órbita elíptica alrededor del Sol no es uniforme. Se estima que tiene una velocidad media de 29,8 Km/s, pero lo cierto es que durante su recorrido anual la Tierra sufre aceleraciones y deceleraciones a causa de la gravedad del Sol. Cuando nuestra esfera azul es atraída hacia el Sol, la gravedad solar imprime una aceleración sobre nuestro planeta. Su velocidad aumenta y eso le permite alejarse relativamente del Sol. Pero el astro rey no cesa en su empeño de atraer a la Tierra hacia sí, así que la atracción gravitatoria del Sol frena a la Tierra según se va alejando y esta vuelve al punto de partida. De esta manera, se ha calculado que en el perihelio, es decir, en el punto de la órbita más cercano al Sol, la velocidad de nuestro planeta es de 30,75 Km/s y en el afelio, esto es, el punto de la órbita más alejado del Sol, es de 28,76 Km/s.
Para ilustrarlo mejor, podemos imaginarnos el típico embudo hiperbólico que encontramos en cualquier museo de ciencias. Si lanzamos una moneda de canto o una bola observaremos que se dirigen irremediablemente hacia el centro del embudo formando órbitas elípticas cada vez más estrechas. Si no existiese una fuerza de rozamiento generada por el contacto de la bola o la moneda con la superficie del embudo que arrebata la energía al cuerpo en movimiento, este se mantendría en una órbita constante alrededor del centro del embudo. Estos aparatos son una representación idealizada de un campo gravitatorio según la teoría de la relatividad general. El centro del embudo sería un cuerpo astronómico masivo que provoca una deformación del tejido espacio-temporal, mientras que la moneda sería un cuerpo atraído por el campo gravitatorio de ese cuerpo masivo.
Afortunadamente, en el vacío no hay ninguna fuerza de rozamiento que cause la desaceleración paulatina de los cuerpos celestes. En caso contrario, el Sistema Solar terminaría engullido por su habitante central. No pueden decir lo mismo nuestros satélites artificiales y la Estación Espacial Internacional. Estos se encuentran orbitando en la franja conocida como órbita baja, situada entre los 160 y los 2000 Km de altura. A estas distancias operan las capas más externas de la atmósfera, que generan una fuerza de rozamiento que frena constantemente a los satélites. La consecuencia inapelable es su decaimiento hacia la Tierra atraídos por la dichosa gravedad, al igual que sucede con la moneda en un embudo hiperbólico. Por ello, estos aparatos están equipados con los sistemas necesarios para reposicionarse en órbita.
Es suficiente con todo lo expuesto para despejar la duda de por qué un ser humano no puede ponerse en órbita de un salto. A no ser que consigamos la velocidad necesaria para ponernos en órbita, la gravedad seguirá haciendo de las suyas. A continuación facilitamos un vídeo sobre este tema:
La velocidad y trayectoria uniformes de la Luna alrededor de la Tierra debería producir efectos uniformes sobre las mareas, pero esto no es así. Si la Luna tiene la atracción gravitatoria que se le atribuye, ¿por qué no produce mareas en lagos, lagunas y otros cuerpos de agua estancada?
Esto puede leerse a grandes rasgos en el libro de Eric Dubay donde, como es habitual, nos seguimos encontrando gazapos importantes. En primer lugar, ni la trayectoria ni la velocidad de la Luna en su órbita terrestre son uniformes. La órbita lunar es elíptica, al igual que la órbita terrestre alrededor del Sol, por lo que la distancia de la Luna respecto a la Tierra varía entre 363300 y 405000 Km. Lo mismo sucede con su velocidad: cuando se aproxima a la Tierra se mueve a unos 3873 Km y cuando está alejada a unos 3470 Km, por esa aceleración y desaceleración que provoca la gravedad terrestre.
¿Qué son las mareas? Quienes están habituados a la vida en el mar o viven cerca de la costa las conocen perfectamente. Son los movimientos periódicos y cíclicos de ascenso y descenso de las aguas oceánicas (luego añadiremos unos matices). La elevación de las aguas se conoce como pleamar y la bajada como bajamar. ¿Qué factores influyen en estos movimientos? Esencialmente dos: la gravedad generada por la Luna y, en menor medida, por el Sol y la fuerza centrífuga producida por la rotación de nuestro planeta.
Selene, nuestra Luna, es quien anima principalmente el movimiento de las mareas. Recordemos la fórmula newtoniana de la gravitación, según la cual la fuerza gravitatoria es inversamente proporcional al cuadrado de la distancia entre los cuerpos. En consecuencia y tal y como sabiamente estableció Newton, cuando la Luna se encuentra más cerca de un determinado punto terrestre aumenta la atracción gravitatoria en esa región (porque se han reducido las distancias) y se produce la pleamar, mientras que a su vez en los puntos más alejados se produce la bajamar.
Cada día ocurren dos ciclos alternos de dos pleamar y dos bajamar cada 6 horas en la mayor parte de nuestro planeta. ¿Cómo es posible si la órbita lunar dura aproximadamente 24 horas? Esta es otra evidencia de que la Tierra gira sobre sí misma, pues esta duplicación de los ciclos se debe a la fuerza centrífuga asociada a la rotación terrestre (aquella que se produce hacia fuera de nuestro planeta).
El Sol también tiene algo que decir sobre esta cuestión. Su influencia es un 46% más débil que la de la Luna, evidentemente porque está mucho más alejado de la Tierra. Aun así, su influencia está ahí. De hecho, la conjunción de las atracciones gravitatorias del Sol y la Luna es lo que causa las mareas vivas y las mareas muertas. Las primeras se producen dos veces al mes, cada 15 días, en los momentos en los que el Sol y la Luna están alineados con la Tierra, o en otras palabras, cuando hay Luna llena o Luna nueva. En estos momentos, la atracción gravitatoria es máxima porque se suman las de la Luna con las del Sol. Por el contrario, cuando el Sol, la Luna y la Tierra forman un ángulo recto, o en otras palabras, cuando la Luna está en cuarto menguante o cuarto creciente, la atracción gravitatoria es mínima y suceden las mareas muertas.
Otro gazapo en el que incurre Dubay es la inexistencia de mareas en lagos o mares interiores. Aunque sea un fenómeno más desconocido, también se producen a causa de los elementos que ya hemos mencionado, si bien es cierto que son más notables en aquellos cuerpos de agua de grandes dimensiones. Las mareas son más significativas cuanta más masa de agua haya, por ello las costas orientadas hacia los océanos son las que más protagonizan este fenómeno (aunque también depende de la orografía de la costa). Incluso en el Mediterráneo, con su esplendoroso tamaño, las mareas son menos palpables que en los océanos, así que imaginemos como serán las mareas en los lagos o en mares interiores de menor extensión. Precisamente este factor está relacionado con que nuestro conocimiento sobre las mareas y las causas que las producen sea tan reciente. Las mareas comenzaron a tener una interpretación plausible muy recientemente, concretamente a raíz de los avances aportados por Newton en el siglo XVII, aunque ya comenzasen a ser estudiadas por el marsellés Piteas en el 300 a.C. Esto se debe a que la cuna de la civilización occidental se desarrolló en torno al Mediterráneo, donde las mareas son menos apreciables.
La gravedad jamás ha sido verificada experimentalmente.
Ya hemos aportado algunos datos y varias explicaciones de fenómenos que serían imposibles si la gravedad fuese un mito. ¿Existe alguna prueba más de la existencia de la gravedad? Más bien unas cuantas. Veamos…
La teoría gravitatoria de Newton constituyó un gran salto para comprender ciertos fenómenos del cosmos, como por ejemplo las órbitas planetarias. Recordemos que una de las tres leyes que Johannes Kepler estableció definía la órbita de los planetas como elipses en las que el Sol ocupa uno de los focos (como indicamos en el artículo anterior, los precisos cálculos del danés Tycho Brahe ayudaron sobremanera a Kepler para elaborar sus leyes). Sin embargo, estos preceptos requerían de una confirmación matemática más precisa y que finalmente fue aportada por Isaac Newton. También hemos matizado que su ley de la gravitación universal, como muchas leyes científicas, no es capaz de explicarlo todo sin excepción. De hecho, aunque su postulado haya sido la mejor herramienta para calcular la órbita de los planetas del Sistema Solar, hubo una cuestión que no pudo resolver. La órbita del primer planeta del Sistema Solar, Mercurio, padece una desviación que no era explicable por las leyes newtonianas. Cuando los astrónomos trabajaban en este aspecto, se dieron cuenta que existía una diferencia mínima, casi absurda, entre los cálculos y las observaciones directas de la órbita de Mercurio y de su posición aparente vista desde la Tierra. La posición real de Mercurio parecía cambiar cada año cuando era medida en su perihelio tan sólo unos 5,75 segundos de arco. Aunque pueda parecer una fruslería, los astrónomos necesitaban solventar este problema, ya que la astronomía trabaja con medidas más precisas aún.
Los astrónomos probaron a considerar las influencias gravitatorias del resto de orbes del Sistema Solar, con lo que lograron explicar gran parte de ese error, pero seguía resistiéndose un porcentaje de error muy minúsculo. No fue hasta que Einstein propuso su teoría de la relatividad general que este error fue solucionado completamente. Mercurio es el planeta más cercano al Sol, uno de tantos cuerpos masivos que deforman el tejido espacio-temporal a su alrededor, por tanto, su campo gravitatorio es el más intenso, y esta sería la causa de la distorsión de su órbita.
Otra predicción que hizo Einstein a raíz de su teoría es que la trayectoria de la luz también debería ser desviada al pasar por la región espacial deformada por esos objetos astronómicos masivos. De esta forma, podría medirse la influencia de la masa del Sol sobre los rayos de luz procedente de otras estrellas. Estas pruebas las realizaría el astrónomo y físico Arthur Stanley Eddington (1882-1944), descubridor por otro lado de la relación entre la masa de una estrella y su luminosidad, y Frank Watson Dyson (1868-1939) aprovechando el eclipse del 29 de mayo de 1919.
Aprovechando el eclipse solar total de ese día, los astrónomos se dispusieron a observar la posición relativa de las estrellas del cúmulo de las Híades, en la constelación de Tauro, cuyas líneas visuales se encontraban cercanas a la del Sol. Para ello, Eddington se desplazó a la isla Príncipe, situada en el golfo de Guinea, y Dyson a Sobral, en el norte de Brasil, dispuestos a fotografiar el eclipse de Sol y el efecto del campo gravitatorio del Sol sobre la luminosidad de esas estrellas. Si el Sol deforma el tejido espacio-temporal circundante, entonces los rayos de luz de las Híades deberían desviarse cuando circulasen próximos al Sol, alterando por tanto la posición aparente de las estrellas, algo que podría refutarse comparando las fotografías tomadas por ambos astrónomos. Tanto la observación de Eddington, que casi se vio arruinada por un banco de nubes que en el último momento se disipó, como la realizada el mismo día en Sobral, confirmaron sin género de dudas la teoría de Einstein. Efectivamente, los rayos de luz se habían desviado en el grado que predecía la relatividad general.
Otra evidencia más a favor de la gravedad relativista fue también aportada por Eddington. El físico estableció las bases del fenómeno conocido como corrimiento al rojo, del que ya hablamos en el anterior artículo y que sería otra predicción de la relatividad general. Eddington propuso que un rayo de luz que abandona un cuerpo masivo (una estrella por ejemplo) pierde energía. Tiene sentido, pues tiene que abandonar el campo gravitatorio generado por su fuente, para lo cual necesita consumir energía. Este gasto energético conlleva una pérdida de frecuencia, o lo que es lo mismo, un incremento de la longitud de onda (la distancia entre las crestas de una onda), ya que son magnitudes inversamente relacionadas, y la pérdida consecuente de intensidad lumínica. Esto se conoce como corrimiento al rojo y fue comprobado por primera vez en 1925 en la luz procedente de Sirio B, una estrella muy densa y, en consecuencia, con un campo gravitatorio muy intenso.
Por si fueran pocas las pruebas dadas, aportaremos dos más. Una de ellas son los anillos de Einstein, un tipo de distorsión lumínica generada por las deformaciones del espacio-tiempo. Básicamente son distorsiones con forma de anillo de la luz emitida por una galaxia lejana llamada “fuente”. Este fenómeno se genera cuando entre la fuente y el observador se sitúa otra galaxia denominada “lente”, que es la que curva la trayectoria de los rayos lumínicos, dejándonos para la posteridad imágenes idílicas de anillos cósmicos.
La última prueba de la gravedad que aportamos son las ondas gravitacionales o gravitatorias, otro fenómeno que predecía de la relatividad general. Sin embargo, esta predicción, una de las pocas que quedaban por demostrarse, fue confirmada definitivamente hace muy pocos años, en 2015. ¿Qué son? Pues se trata nuevamente de perturbaciones del tejido espacio-temporal pero que se propagan como ondas a la velocidad de la luz y son generadas por acontecimientos violentos cósmicos protagonizados por energías descomunales o cuerpos masivos. La primera detección directa de estas ondas ocurrió el 14 de septiembre de 2015 gracias a los denodados esfuerzos de los astrofísicos del proyecto LIGO (observatorio de ondas gravitacionales por interferometría láser por sus siglas en inglés). Realmente, desde los años 90 ya existían evidencias indirectas e hipótesis que auguraban la existencia de estas ondas, pero no es hasta más recientemente, cuando contamos con instrumentos extremadamente precisos, que hemos podido medir estas perturbaciones, porque lo cierto es que son muy difíciles de detectar. Tanto, que hemos tenido que esperar a un feroz acontecimiento cósmico como es la colisión de dos agujeros negros de masas ciclópeas situados a 1300 millones de años luz de nosotros. La fusión de ambos, que resultó en un agujero negro más masivo si cabe, desencadenó esas ondas gravitacionales que fueron medidas por el detector LIGO, abriéndose así nuevas puertas para conocer más profundamente el universo.
Existen suficientes evidencias para asegurar sin duda alguna que la gravedad es una realidad. Aquí hemos expuesto unas cuantas. Quien continúe en su negacionismo, o bien no ha investigado lo suficiente o bien prefiere vivir en la ignorancia.
Eratóstenes y los rayos crepusculares
En el siglo III a.C. Eratóstenes de Cirene demostró presuntamente la esfericidad de la Tierra mediante un conocido experimento con el que calculó la circunferencia del planeta. Sin embargo, los resultados que obtuvo no se deben a la esfericidad terrestre sino a los rayos crepusculares.
Eratóstenes de Cirene (276-194 a.C.) cumplía con el arquetipo de filósofo y sabio griego. Además de la filosofía, dominaba la geografía, las matemáticas, la música, la poesía y la astronomía. No se puede decir que perdiese el tiempo. Dirigió durante un tiempo la trágicamente desaparecida Biblioteca de Alejandría, elaboró varias cartografías y un calendario más preciso que los existentes hasta su época, se le atribuye la fabricación de la esfera armilar, etc. Pero si Eratóstenes es conocido actualmente es por determinar la longitud de la circunferencia terrestre y la inclinación del eje terrestre con una precisión pasmosa. El de Cirene concluyó tras un experimento que pasaremos a relatar a continuación que la circunferencia terrestre medía entre 39000 y 45000 Km (hoy sabemos que mide cerca de 40075 Km) y calculó una inclinación del eje terrestre de 23º51’ (hoy sabemos que es de 23º3’ aproximadamente).
¿Cómo determinó Eratóstenes la circunferencia de nuestro planeta? Todo comenzó con un dato que le llamó poderosamente la atención. De alguna manera se enteró que en Siena (actual Asuán), Egipto, los rayos del Sol inciden perpendicularmente en los pozos de la localidad durante el mediodía de los solsticios de verano. No se sabe exactamente como obtuvo esta información, algunos piensan que lo consultó en alguno de los pergaminos de la Biblioteca de Alejandría, otros que lo oyó de los viajeros que procedían de Siena y otros que lo comprobó por sí mismo. Sea como fuere, aquello le llamó poderosamente la atención, porque en Alejandría los rayos solares inciden con un ángulo de 7,2º durante el mediodía del solsticio de verano según pudo calcular a raíz de las sombras proyectadas por estacas y columnas. En Siena, obviamente, los objetos no proyectaban sombra alguna, ya que los rayos solares incidían perpendicularmente sobre la superficie terrestre. ¿Qué sugirió entonces el sabio griego? Que este fenómeno se debía a la enorme distancia que nos separa del Sol y a que sus rayos luminosos inciden paralelos sobre el planeta.
El cálculo de la circunferencia de la Tierra fue un auténtico alarde de genialidad. Eratóstenes prolongó imaginariamente hacia el centro de la Tierra la vertical de la columna o estaca en Alejandría que empleó para medir el ángulo en el que incidían los rayos solares y lo mismo hizo con los rayos solares que incidían verticalmente sobre los pozos de Siena. De esta forma y en el supuesto de que los rayos solares inciden paralelos sobre la Tierra, el ángulo formado por la intersección entre la vertical de la columna alejandrina y el pozo de Siena en el centro de la Tierra sería igual al ángulo interno opuesto, es decir, al formado por la incidencia de los rayos solares sobre la columna alejandrina: 7,2º. Este, asimismo, es el valor del arco que separa Alejandría de Siena. Por otro lado, Eratóstenes sabía que la longitud entre ambas localidades era de unos 5000 estadios.
Si nuestro planeta era una esfera como lo concebía Eratóstenes y, en consecuencia, cada meridiano o círculo imaginario tiene un ángulo de 360º, entonces 7,2º de arco equivalían a la 1/50 parte del total del meridiano. Lo que quiere decir que la longitud total del meridiano son 50 veces 5000 estadios, es decir, 250000 estadios en total. La medida del estadio difería en las métricas griega y egipcia, equivaliendo a 174 metros o a 157 metros respectivamente, lo que nos daría una medida en nuestro sistema métrico englobada dentro del rango que hemos señalado al principio. Una medida de la circunferencia de nuestro planeta extremadamente exacta para la época, y más teniendo en cuenta que la medida más precisa de la circunferencia terrestre se ha obtenido muy recientemente con una tecnología mucho más avanzada que la griega…
Efectivamente, hemos de ceder a los críticos de la Tierra esférica que Eratóstenes no buscaba demostrar la esfericidad de la Tierra. De hecho, él ya partía de la premisa de que la Tierra era redonda, en caso contrario sus cálculos no tendrían sentido. Aun así, lo que es indudable es que su descubrimiento viene acompañado implícitamente del hecho de que la Tierra es un orbe.
Ahora bien, los terraplanistas, para no variar, niegan las aportaciones de Eratóstenes alegando que fue confundido por los rayos crepusculares. Eratóstenes supuso erróneamente que los rayos solares incidían paralelamente sobre la superficie, cuando la realidad es que los rayos solares son divergentes, tal y como puede apreciarse sensorialmente.
Los rayos crepusculares son un fenómeno óptico que se ofrece a ser observado fundamentalmente al atardecer o al amanecer. Estos rayos solares parece que irradian desde un punto concreto del cielo, desde el cual parecen divergir formando una suerte de abanico. Es curioso, porque parecen ensancharse más cuanto más cerca están del observador, lo que ya nos da pistas de su verdadera naturaleza. Son más conspicuos al atardecer y al amanecer porque es cuando el contraste de luz y oscuridad es más acentuado, aunque también pueden ser visibles en otros momentos del día cuando atraviesan vidrieras, bancos de nubes, arboledas, etc. Su contraparte son los rayos anticrepusculares, con los que comparten razón de ser, aunque estos últimos se observan en el lado opuesto al Sol en el cielo. Los rayos crepusculares parecen converger en el Sol y los anticrepusculares en la dirección opuesta. Sin embargo, su apariencia divergente no es más que una ilusión óptica y de perspectiva, aunque también influye la composición de nuestra atmósfera que refracta, difracta y refleja los rayos solares. Se trata de la misma ilusión óptica que cuando observamos una vía de tren perderse en la lejanía: sus raíles, aunque paralelos, parecen unirse en el punto de fuga. Un mero engaño de nuestros sentidos. Parece que a la Ley de la Perspectiva terraplanista se le ha escapado otro principio básico de la percepción. Y es que nuestros sentidos no son totalmente fiables.
Eclipses lunares, un problema sin resolver
Ptolomeo ya era capaz de predecir eclipses en base a su modelo geocéntrico, por lo que no es necesario ningún modelo heliocéntrico para este menester. Asimismo, en varias ocasiones se han descrito cómo, durante eclipses lunares, en el cielo podían observarse el Sol y la Luna a la vez. Sin embargo, para que estos eclipses tengan lugar es necesario que el Sol, la Luna y la Tierra estén alineados en un ángulo de 180º, por lo que no deberían verse ambos astros a la vez.
Efectivamente, Claudio Ptolomeo fue capaz de predecir varios eclipses lunares en base a su modelo geocéntrico. El problema es que su modelo se fue complicando con el paso del tiempo y mostrando cada vez más incongruencias para intentar explicar los nuevos hallazgos astronómicos que se iban produciendo, por lo que finalmente fue desechado por los modelos más simples y ajustados de Copérnico, Galileo y otros.
El conocido como sistema o modelo ptolemaico fue ampliamente aceptado desde su época hasta la revolución copernicana. Según este modelo, que aparece plasmado en la obra de Ptolomeo Almagesto, la Tierra estaría situada en el centro del universo y alrededor de ella orbitarían en diferentes esferas concéntricas el Sol, la Luna, los planetas conocidos y las estrellas.
Esta cosmología contemplaba una serie de movimientos conocidos como epiciclos. Realmente este concepto no lo ideó Ptolomeo, sino que ya fue usado ampliamente por otros filósofos griegos como Hiparco de Nicea y Apolonio de Perga. Los epiciclos se concebían como pequeños círculos en los que giraban los planetas. A su vez, estos epiciclos giraban en torno a un círculo más grande conocido como deferente. Estos conceptos eran necesarios para explicar las variaciones en la velocidad y en la dirección del movimiento de los astros. Como hemos mencionado, con el paso del tiempo fue haciéndose necesario añadir más y más epiciclos para ir adaptando los nuevos descubrimientos al modelo, hasta tal punto que al final se hizo insostenible física y matemáticamente. De hecho, en el argot científico existe la expresión “añadiendo epiciclos”, que hace referencia a la mala praxis científica de ajustar convenientemente una teoría para obtener predicciones que se adecuen a los hechos. ¿Por qué entonces ese afán de desprestigiar el modelo heliocéntrico si también es capaz de predecir eclipses, incluso de una manera más sencilla y ajustada al principio de la navaja de Ockham?
Dicho esto, veamos qué sucede con los eclipses lunares. El eclipse lunar, o más conocido como Luna de sangre, protagonista de cientos de profecías y supersticiones, se produce cuando la Tierra, el Sol y la Luna se alinean. La Tierra se interpone entre el astro rey y la Luna, de tal manera que un eclipse lunar es simplemente la proyección sobre su faz de la sombra de la Tierra. La sombra que proyecta la Tierra consta de dos regiones con forma de cono: la central, conocida como la región de umbra o sombra y la periférica o región de penumbra. De esta forma, se distinguen tres tipos de eclipses lunares:
El eclipse parcial, que se genera cuando una fracción de nuestro satélite penetra en la región de sombra.
El eclipse total, que se produce cuando la Luna penetra completamente en la región de sombra.
El eclipse penumbral, generado cuando la Luna solo atraviesa las regiones de penumbra. Este es el menos visible, ya que a la zona de penumbra todavía llega demasiada luz solar y, por ende, la Luna apenas se oscurece.
El llamativo color carmesí que presenta la Luna durante los eclipses totales se debe a un fenómeno del que ya hablamos largo y tendido en el anterior artículo: la refracción atmosférica, causante de que las longitudes de onda del rojo sean las que esencialmente se reflejen sobre la superficie lunar. Si no existiese la atmósfera, la Luna eclipsada no sería visible porque no habría refracción lumínica. Obviamente, los eclipses lunares se producen cuando hay Luna llena, de lo que surge una pregunta lógica: ¿Por qué no hay eclipses lunares todos los meses? Esto se debe a que el plano de la órbita lunar alrededor de la Tierra no coincide con el plano de la órbita terrestre alrededor del Sol. Así, el plano de la órbita de la Luna está inclinado unos 5º respecto al plano orbital de la Tierra, por ello la Luna no siempre coincide con la sombra que proyecta la Tierra.
¿Es inexplicable o tiene algún misterio el que puedan aparecer a la vez el Sol y la Luna durante un eclipse lunar? Lo cierto es que no. De hecho, invitamos al lector a que consulte alguna tabla de eclipses lunares para percatarse a qué horas del día suele suceder este fenómeno. En muchas ocasiones sucede al atardecer. De nuevo nos retrotraemos a nuestro anterior artículo, en el que describíamos esa curiosa ilusión visual según la cual, cuando el Sol se está poniendo en el horizonte no estamos viendo su silueta real, sino un espejismo debido a la refracción de la luz en nuestra atmósfera. En consecuencia, no es nada insólito que en algunas ocasiones puedan visualizarse ambos cuerpos astronómicos a la vez.
Por otro lado, los eclipses lunares pueden ser esgrimidos como evidencia de que nuestro planeta es esférico, no en vano si tuviera cualquier otra forma la sombra que proyectaría sobre la Luna no sería tal y como la vemos. Aun así, los eclipses lunares siguen siendo una úlcera en el estómago de los terraplanistas, porque en su modelo no tendría ninguna cabida. Si el Sol y la Luna orbitan alrededor del Polo Norte, situado en el centro de la Tierra plana, nunca podría ocurrir una alineación entre los tres. Además, y siempre según los terraplanistas, la luz que emite la Luna no procede del Sol, sino que ella misma es la fuente de esa luz, que además poseería diferentes características a la luz solar, así que resulta un tanto bochornoso esclarecer el comportamiento de semáforo que de repente ha adquirido nuestro satélite. Para no variar, los terraplanistas se han sacado de la manga una solución. Parece que durante los eclipses lunares hay una suerte de objeto sombrío que se interpone entre el Sol y la Luna. Los límites de ese cuerpo imaginario son menos densos que el núcleo, de manera que dejaría que los rayos solares lo atravesasen por su periferia, imprimiendo asó el color rojo a la Luna de sangre. Sobra decir que, como de costumbre, los terraplanistas no han dado una sola evidencia a favor de ese cuerpo sombrío.
Otra prueba más del heliocentrismo, de la esfericidad y de la rotación terrestre
Puede que el lector no se haya percatado de una constante que puede observarse en diversos relojes solares (también llamados cuadrantes solares) de todo el mundo, independientemente de si estos son ecuatoriales, horizontales o verticales. Pues bien, las rectas horarias o los radios que señalan las horas de estos relojes están separados por ángulos de 15º. El motivo es muy sencillo y se conoce desde hace siglos. Si el día consta de 24 horas y habitamos en una esfera formada por meridianos o círculos imaginarios que poseen un ángulo de 360º, dividiendo 360 entre 24 se obtiene el ángulo que separa las horas en estos cuadrantes solares. De esta manera sabemos que la sombra que proyecta el gnomon sobre el cuadrante solar recorre 15º cada hora. De aquí surge un grave problema que los terraplanistas se olvidan convenientemente de mencionar.
Los cuadrantes solares instalados en el centro del Polo Norte de una Tierra plana en la que el Sol orbita alrededor de esa región sí marcarían correctamente la hora. El problema sobreviene cuando los cuadrantes están instalados en cualquier otra latitud. Véase el siguiente esquema en el que se representa un cuadrante solar instalado en Valencia, España. A lo largo del día, la sombra que proyectaría el gnomon recorre ángulos desiguales, haciendo imposible la medición del transcurso del tiempo mediante cuadrantes solares.
La Antártida, tierra prohibida
Posiblemente, la Antártida sea el continente que más conspiraciones y suspicacias ha generado. Si les damos credibilidad, existiría un pacto internacional que veta el acceso a este continente a todo el mundo excepto a la comunidad científica y militar, lo que permitiría sospechar de algo que se cuece en el desierto helado y tan sólo es accesible para las élites. Según algunos, se ocultarían bases y reductos nazis, para otros serían bases extraterrestres o bien la entrada al centro de la Tierra. En fin, algo de tal magnitud que si llegara a desvelarse cambiaría el rumbo de la historia. En el caso de las tesis terraplanistas, el presunto secretismo en torno a la Antártida se traduce en que lo que realmente se está ocultando es la verdadera situación geográfica de la Antártida. El continente helado no estaría localizado en el polo sur de la Tierra esférica, en primer lugar porque la Tierra no es esférica. La Antártida realmente es terra incognita, una gigantesca explanada helada que se inicia con un impenetrable muro de hielo que se alza unos 50 metros sobre el nivel del mar y que rodea la periferia del disco planetario. Poco o nada se sabe de este territorio, pues según defienden los terraplanistas, todavía no ha sucumbido al escrutinio empírico del ser humano. Aunque parece que no es del todo así; algo sí sabríamos, aunque lo que conocemos no invita precisamente a aventurarse más allá del muro helado, pues las tormentas violentas, los huracanes, la nieve, el frío y el granizo son perpetuos allí. Nada más se sabe, aunque algunos grupúsculos terraplanistas afirman con total seguridad que la extensión de la Antártida es eterna, mientras que la rama mayoritaria piensa que este territorio se extiende hasta los comienzos de la cúpula que cubre el disco terráqueo. Esta concepción guarda interesantes conexiones con las clásicas leyendas de los mundos perdidos, llenos de peligros y/o maravillas, ocultos o prohibidos para el común de los mortales.
Desde la Flat Earth Society se afirma que el muro helado fue descubierto por el explorador y oficial de la Royal Navy James Clark Ross (1800-1862), quien se quedó petrificado al contemplar semejantes acantilados ciclópeos impenetrables. Primer error. La primera expedición de Ross al continente antártico se llevó a cabo en 1841. No obstante, 20 años antes, en 1819 y 1821, los rusos Fabian Gottlieb von Bellingshausen y Mijaíl Lázarev ya navegaron por los mares del círculo polar antártico, ubicando incluso lo que a la postre se conocería como la barrera de hielo Fimbul.
Sin embargo, ¿está tan vetada la Antártida como suele divulgarse en Internet? Todas estas sospechas comenzaron a partir del 1 de diciembre de 1959 a raíz de la publicación del Tratado Antártico, un conjunto de acuerdos que irían completándome durante los años venideros que pretendieron hacer de la Antártida el último reducto de paz entre las potencias mundiales y el último santuario virgen natural. Entre otras cuestiones, los países adheridos al acuerdo tienen expresamente prohibido la militarización de cualquier parte del territorio, la realización de maniobras militares o la instalación de bases militares, a no ser que estas instalaciones tengan un claro objetivo científico. Asimismo, el acuerdo exhorta a la cooperación internacional en la investigación científica y a la protección medioambiental y de la biodiversidad. Las consecuentes elucubraciones son obvias: la Antártida entonces está relegada únicamente a la comunidad científica y militar.
No obstante y a pesar de las informaciones virales, la Antártida puede ser visitada actualmente y lo lleva siendo desde hace décadas. De hecho, la principal organización que se encarga de organizar el turismo en la Antártida es la IAATO (Asociación Internacional de Operadores Turísticos de la Antártida), fundada en 1991. Como indican en sus objetivos, la organización fue fundada
“[…] con la misión de abogar y promover la práctica de viajes seguros y ambientalmente responsables a la Antártida.”
La IAATO, que opera bajo el marco legal del Tratado Antártico, organiza tanto viajes en crucero como viajes en avión. Estos últimos tienen la ventaja de trasladar al turista al interior del continente para obtener vistas panorámicas inolvidables, aunque, obviamente, sea más costoso. Si alguien sigue teniendo dudas de lo que decimos, las puede solucionar preguntando a alguno de los 44367 turistas que se acercaron al continente helado entre 2016 y 2017. En cambio, sí es cierto que estas travesías trasladan al turista a latitudes no más allá de los 70º S, por lo que cualquiera que guste de buscar tres pies al gato podría objetar que el resto del territorio es prohibido por cualquier motivo rebuscado, incluso porque no hay nada más allá. ¿Hay alguien que se haya atrevido a sobrepasar esas latitudes?
Hubo muchas expediciones que lograron tal hazaña. Unas de las más conocidas fueron las protagonizadas por Ernest Shackleton. La primera, conocida como la expedición Discovery, le llevó junto al doctor Edward Wilson y el capitán Robert Falcon Scott a alcanzar en 1902 la latitud 82º17’ S desde el estrecho de McMurdo tras una durísima travesía de más de 1000 Km a través de las inclementes condiciones meteorológicas antárticas. Pero esta expedición fue un juego de niños comparada con la que comandaría poco después en su afán de ser el primero en conquistar el punto más austral del mundo (90ºS 0ºE). La segunda expedición, conocida como expedición Nimrod, tenía como objetivo recorrer más de 2700 Km hasta alcanzar el verdadero Polo Sur geográfico. Las inclemencias y los castigos meteorológicos volvieron a sucederse con la determinación de interrumpir la expedición, y lo cierto es que lo lograron parcialmente, porque Shackleton y compañía se quedaron a poco más de 187 Km de alcanzar su objetivo en 1909, pero habiendo superado claramente la meta anterior. Finalmente, quien conquistaría el Polo Sur geográfico sería el noruego Roald Engelbregt Gravning Amundsen en 1911.
No fueron los únicos que atravesaron la Antártida. Podríamos mencionar las travesías de Vivian Fuchs y Edmund Hillary en 1958 (el segundo, además de coronar el Everest, también alcanzó los 90ºS), las del madrileño Ramón Hernando de Larramendi y compañía en 2005-2006 y 2011-2012, la de Felicity Aston en 2012, la primera mujer en cruzar la Antártida, y más impresionante aún, ¡en solitario (también alcanzó los 90ºS)!, o, más recientemente, la realizada por el equipo de The Coldest Journey en 2013. Vemos, por tanto, que la Antártida está poco restringida y más explorada de lo que nos dicen los terraplanistas. No solo esto, si la Antártida no tuviera la posición que tiene realmente, todas estas expediciones no habrían logrado el éxito de atravesar el continente antártico y de alcanzar el Polo Sur.
Las diferencias climáticas entre ambos polos también suelen confundir a los terraplanistas, quienes cavilan que, al ser regiones polares, deberían poseer las mismas condiciones. Bien es sabido por todos que el continente antártico es mucho más frío que la región ártica, lo que ya de por sí condiciona la fauna y flora que habitan en cada lugar. Esta diferencia estriba en la geografía de ambas regiones. La Antártida, como hemos mencionado, es un continente, es decir, es una gigantesca masa de tierra, con la peculiaridad de estar cubierta por una gruesa capa de hielo. La región ártica en cambio está constituida por bloques de hielo flotantes en el océano, es decir, básicamente es un océano rodeado de continentes. El agua es un reservorio de calor más efectivo que la tierra, absorbiendo el 95% de la radiación solar (el resto lo refleja), mientras que la tierra puede llegar a reflejar hasta el 35%, por lo que guarda mucho menos calor. He aquí una de las razones de esas diferencias térmicas. La otra razón fundamental es la superficie de hielo que compone ambas regiones. La superficie helada que se forma en la Antártida se estima casi 8 veces mayor que la del Ártico, incrementándose así el conocido como efecto albedo, esto es, el porcentaje de radiación que refleja una superficie de la radiación que incide sobre ella, un efecto cuya magnitud se incrementa cuando la superficie es clara y brillante, como el hielo. Por estas cuestiones tiene sentido que en el Polo Sur se puedan alcanzar -62ºC de temperatura mínima y en el Ártico -32ºC de temperatura mínima como mucho.
Otra afirmación gratuita que suele verterse es que el fenómeno del Sol de Medianoche no está demostrado en la Antártida u otras localidades situadas en latitudes muy al sur. Se dice que todos los vídeos e imágenes existentes sobre este fenómeno se corresponden con el Sol de Medianoche del hemisferio norte. Antes de proceder a desmontar esta falacia veamos qué es el Sol de medianoche.
Este es un fenómeno astronómico que se produce durante el solsticio de verano y fechas próximas en las latitudes situadas más al norte (donde el solsticio de verano comienza el 21 de junio aproximadamente) y, como veremos a continuación, más al sur (donde el solsticio de verano comienza el 21 de diciembre aproximadamente). De hecho, los días con Sol de Medianoche aumentan según nos aproximamos a los 90ºN o 90ºS. Es una consecuencia directa de la traslación de la Tierra alrededor del Sol y de la inclinación del eje terrestre unos 23,5º (y, por tanto, otra evidencia más a favor de estos hechos). Durante estas fechas estivales el Sol no llega a ponerse en el horizonte completamente y, en consecuencia, a las 00:00 horas el Sol sigue siendo visible. ¿Existen pruebas de ello en las latitudes más sureñas? Por supuesto, sólo hay que molestarse en tener una mente despierta y en investigar un poco. A continuación facilitamos un par de filmaciones en time-lapse, la primera realizada durante 24 horas en el pico del verano desde la base Scott, situada en la Isla de Ross (77ºS), y la segunda llevada a cabo durante 5 días de marzo también en el círculo polar antártico.
Y para los que se preguntan si es posible sobrevolar la Antártida, la respuesta es afirmativa. Desde hace muy pocos años, la aerolínea australiana Qantas ofrece viajes exclusivos de 12 horas para disfrutar de la Antártida desde el aire. Ofrece 5 fechas a finales de año. Asimismo, la aerolínea Norwegian ha presentado una iniciativa recientemente para establecer una ruta aérea transpolar que una Sudamérica con Asia con escala en Perth (Australia). Gran parte de este recorrido cruzaría la Antártida para goce y disfrute de sus tripulantes.
De todas formas, no sería ninguna novedad que alguien sobrevolase la Antártida. El almirante norteamericano Richard Evelyn Byrd (un personaje con una biografía rodeada de leyendas y misterio) fue un pionero a este respecto por realizar varias expediciones aéreas entre los años 40 y 50 por la Antártida que aportaron datos fundamentales sobre los límites geográficos del continente helado.
Rutas aéreas imposibles
Según varios argumentos que Dubay acopia en su libro, existen demasiados vuelos y rutas aéreas que no tienen sentido, pues podrían ser más directas, una realidad que refuerza la teoría de la Tierra plana, porque dichos trayectos son más lógicos en este modelo. Según este autor, los vuelos desde Johannesburgo, Sudáfrica, hasta Perth, Australia, no deberían dirigirse a Dubai, Hong Kong o Malasia sino viajar directamente atravesando el océano Índico; el vuelo que conecta Ciudad del Cabo, Sudáfrica, con Buenos Aires, Argentina, debería ser directo siguiendo el paralelo que los une en vez de dirigirse primero a algunos países del hemisferio norte; lo mismo sucede con el vuelo que conecta Johannesburgo con Sao Paulo, Brasil, que en vez de ser directo primero hace escala en Londres. Estos son sólo algunos ejemplos, si el lector quiere ver más puede consultar el libro de Dubay, aunque el análisis de estos tres será suficiente para sacar una conclusión al respecto. Si plasmamos estas rutas en un mapa de la Tierra plana tendrían más sentido que en una Tierra esférica según Dubay, presumiblemente porque las rutas siguen un trayecto más lógico en el primer caso que en el segundo.
El problema es que tanto Dubay como los que se han dedicado a replicar su libro no han dedicado el más mínimo esfuerzo a realizar investigación alguna. Vayamos por orden:
Sí existen vuelos directos entre Johannesburgo y Perth. Los ofrece la aerolínea South African Airways una vez al día con una duración entre 9 y 11 horas.
Desde 2009, la aerolínea anteriormente mencionada realiza varios vuelos directos semanalmente entre Sudáfrica y Argentina.
Nuevamente, el vuelo que une Johannesburgo con Sao Paulo también es directo y lo lleva a cabo South African Airways.
No es necesario insistir más, el resto de ejemplos son, de la misma manera, fácilmente refutables consultando las webs de diferentes aerolíneas.
El lanzamiento “anómalo” de los cohetes
Los cohetes lanzados por las agencias espaciales siempre siguen una trayectoria parabólica. ¿No sería más lógico lanzarlos verticalmente en un ángulo de 90º?
Este cuestionamiento no es solo reiterado por los terraplanistas, también es uno de los “argumentos” favoritos de los apoloescépticos, es decir, aquellos que niegan todo lo relativo a la carrera espacial y a los viajes espaciales.
Es necesario distinguir diferentes fases en el despegue de un cohete. En una primera fase, el cohete es lanzado verticalmente. Durante este periodo, el cohete acelera progresivamente y consume una gran parte del combustible. El objetivo es vencer gran parte de la resistencia atmosférica recorriendo la menor distancia lo más rápido posible para alcanzar una altura mínima antes de que la mayor parte del combustible se agote.
Cuando el cohete ha alcanzado una altura determinada, su trayectoria comienza a inclinarse progresivamente. ¿Cuál es el motivo? El que tienen todos los cohetes: alcanzar la órbita terrestre a la velocidad adecuada para mantenerse en ella y para usarla como medio de propulsión y así ahorrar combustible. De esta manera, la inclinación de los cohetes tiene como objetivo alcanzar la velocidad horizontal necesaria para ponerse en órbita alrededor de la Tierra (de lo que ya hemos hablado en la sección de la gravedad), momento en el que, de hecho, habrá consumido prácticamente la totalidad de su combustible. Si el cohete siguiese constantemente una trayectoria vertical, no lograría adquirir una órbita alrededor de la Tierra ni tendría el combustible suficiente para escapar de las garras de la gravedad. En resumen, terminaría donde empezó, en el suelo, pero con algún que otro daño.
Otra curiosidad sobre el lanzamiento de cohetes es que siempre se lanzan de oeste a este. ¿Recuerda el lector hacia donde rota la Tierra? También de oeste a este, por tanto, de esta manera se aprovecha la velocidad de rotación terrestre para alcanzar la órbita. Recordemos que gracias a la inercia, la velocidad de una aeronave que viaje en el sentido de la rotación terrestre se suma a la velocidad del movimiento terrestre, lo que facilita ganar una mayor velocidad para alcanzar la órbita terrestre.
En busca de una imagen real de la Tierra esférica
No existe ninguna fotografía auténtica de la Tierra redonda. Todas las que se presuponen como tales son fraudes realizados mediante CGI por la NASA y el resto de agencias espaciales.
Si somos justos, los terraplanistas no consideran que todas las imágenes de las agencias espaciales y de aficionados sean falsas. Parece que al poder en las sombras se les ha escapado alguna que otra instantánea o filmación realizada a bastante altura y en la que se sigue observando un horizonte plano. Esas, por supuesto, no están manipuladas, son auténticas, no en vano sirven a las tesis terraplanistas.
La imagen que ofrecemos a continuación es viralmente divulgada por el colectivo terraplanista:
Realmente se trata de un fotograma obtenido de una impresionante filmación realizada por especialistas en cámaras de acción. Atada una cámara a un globo, la hicieron ascender a unos 33 Km de altitud, obteniendo unas vistas indescriptibles. En el anterior artículo concretábamos que a esa altura un observador tan sólo podría contemplar 6º de arco de la curvatura terrestre debido a la inmensidad de nuestro planeta. Una minucia.
La atmósfera dificulta sobremanera la visión de la curva del horizonte, pero aún así algo puede distinguirse si aumentamos los contrastes de la imagen con cualquier editor digital de imágenes, como puede verse a continuación.
Existen más experimentos de aficionados que muestran una leve curvatura terrestre, como este otro:
Obviamente, las mejores imágenes y vídeos las obtienen los astronautas y los satélites espaciales, que muchos de ellos se encuentran a 400 Km de altitud. El problema es que todas ellas serían fraudes y manipulaciones fotográficas según los terraplanistas. Esta falacia es problemática al ser circular y al retroalimentarse constantemente. A los terraplanistas les basta con decir que todas aquellas imágenes que demuestran la esfericidad terrestre están generadas por ordenador. Nunca precisan qué técnicas se han utilizado supuestamente y qué pasos se han dado para obtener el resultado final. Realmente no demuestran nada y esta falacia tiene la misma validez que si nosotros afirmamos que el cielo es verde y que si el resto del mundo lo ve azul es porque es víctima de un holograma.
El lector puede obtener una imagen más clara sobre estas falacias acudiendo a la analogía del dragón en el garaje que ideó el genial divulgador y astrofísico Carl Sagan y que plasmó en su libro El mundo y sus demonios. En esta metáfora se desarrolla una conversación en el que un interlocutor le asegura a otro que tiene un dragón que escupe fuego viviendo en su garaje. El otro le pide que quiere verlo para corroborar que no se lo está inventando. Cuando llegan al garaje no hay ningún reptil volador, solo los típicos trastos que se almacenan en un garaje. Ante el desconcierto de su acompañante, el dueño del presunto dragón le comenta que se había olvidado de comentarle que su dragón era invisible. Su interlocutor le propone un experimento para encontrar una prueba palpable de su existencia embadurnando el suelo del garaje con harina para que aparezcan las huellas del dragón. El dueño le comenta sin embargo que el dragón flota y que no pisa el suelo. Entonces su acompañante le propone emplear un sensor infrarrojo para medir el calor del fuego que escupe el dragón, lo cual tampoco funcionaría, porque el fuego también es invisible y no emite calor, y así constantemente. Es decir, se genera un bucle en el que al final solo cabe la fe en la palabra del dueño del dragón. En ausencia total de pruebas, como sucede con el argumento terraplanista, nos están pidiendo que confiemos en su retórica fielmente.
Uno de los pilares en los que sustentan sus disgustos por las engañosas actividades de la NASA son los testimonios de presuntos delatores o chivatos que acabaron abandonando la institución espacial hartos de la manipulación a la que sometían a la población mediante la adulteración de las imágenes. Uno de los que más se ha dado a conocer es un tal Thomas Simms, quien, según declara durante una entrevista incompleta mil veces compartida, habría trabajado como analista de datos de imágenes para la NASA. Su misión era básicamente manipular y generar imágenes por ordenador de los datos que sus superiores le enviaban para que la agencia espacial posteriormente las divulgara y así alimentar el engaño. Si el lector continúa viendo la presunta entrevista, rápidamente concluirá que es una burda farsa humorística y que, aun así, muchos la utilizan como evidencia de la existencia de una conspiración mundial. El tal Thomas Simms, de quien no hay ningún dato en ninguna parte de su vínculo con la NASA y de ninguna de sus aportaciones, se convirtió en terraplanista casualmente cuando empezó a bucear por las “pruebas” esgrimidas por este colectivo y que ya hemos revisado en este par de artículos. El colofón llega cuando Simms cuenta cómo encontró la prueba definitiva de que la Tierra es plana: una suerte de fotografía destruida que Simms, con su inigualable astucia, logra recomponer con pegamento. No hay más qué decir. Esta es la seriedad de las bases terraplanistas.
Por si fuera poco, al protagonista del vídeo se le asigna el nombre de otra persona, Robert Simmon (véase el título del vídeo, aunque al inicio del vídeo se escucha claramente el nombre de Thomas Simms pronunciado por la voz en off). Al margen de que se trata de otra de las equivocaciones frecuentes de los terraplanistas, Robert Simmon sí que existe de verdad y su identidad se ha empleado también para sustentar la conspiración terraplanista, aunque no es quien exactamente nos dicen en diversos blogs y vídeos. Aunque Robert Simmon se presente como otro delator que ha burlado la censura de la NASA, lo cierto es que fue empleado de la NASA. Y no uno cualquiera. Hasta hace no mucho trabajaba para la agencia espacial en el Centro de Vuelos Espaciales Goddard de la NASA (Maryland) como analista principal de programas. Sus funciones consistían en la transformación informática de los datos procedentes de los satélites espaciales del Sistema de Observación de la Tierra de la NASA en imágenes. Entre otros hitos, Simmon fue uno de los miembros más destacados del proyecto The Blue Marble (La Canica Azul), que presentó al mundo la primera instantánea en color de alta definición del globo terrestre a raíz de la implementación de varias imágenes, algunas de las cuales fueron realizadas por los astronautas de la misión Apolo XVII en 1972. Fue tal la repercusión de la imagen que le valió el apodo de Mr Blue Marble.
Robert Simmon abandonó su empleo en la agencia en 2014, año en el que comenzaría a trabajar para Planet, una red comercial de satélites, como ingeniero senior de visualización de datos. Y poco más, Robert Simmon jamás ha ofrecido entrevista alguna en la que exponga las mentiras de la NASA.
Ahora bien, hemos de ceder a los terraplanistas que la NASA y sus empleados manipulan las imágenes de la Tierra. En este caso tienen razón. Por desgracia y para su decepción, no es ningún secreto ni ninguna conspiración que las imágenes de la NASA están modificadas, realzadas y compuestas por varias fotografías. Hasta cierto punto serían imágenes generadas por ordenador (CGI). De hecho, los ingenieros e informáticos de la NASA publican los métodos informáticos que han empleado para generar las imágenes que podemos disfrutar a partir de los datos satelitales, las cuales son francamente parecidas a como la Tierra es en realidad, no en vano su composición se realiza en base a las instantáneas tomadas por satélites y astronautas, como sucedió con The Blue Marble. Por tanto, no tiene sentido tildar a la NASA o a otras agencias espaciales de conspiradoras. Si fuese así, ocultarían tras el velo más opaco las técnicas empleadas para generar dichas imágenes. Si están disponibles es, precisamente, para que quien quiera las pueda replicar, cumpliendo con uno de los principios básicos del método científico.
Pongamos por caso la idílica imagen The Blue Marble. El mismo Robert Simmon nos relata de donde obtuvo los datos para generar la imagen:
“La última vez que alguien tomó una fotografía desde la órbita terrestre baja que mostraba un hemisferio entero (un lado del globo terráqueo) fue en 1972, durante el Apolo 17. Los satélites del Sistema de Observación de la Tierra (EOS) de la NASA fueron diseñados para realizar una comprobación de la salud de la Tierra. En 2002, finalmente tuvimos suficientes datos para elaborar una instantánea de toda la Tierra. Así lo hicimos. Lo difícil fue crear un mapa plano de la superficie de la Tierra con cuatro meses de datos satelitales. Reto Stöckli, ahora en la Oficina Federal Suiza de Meteorología y Climatología, hizo gran parte de este trabajo. Luego envolvimos el mapa plano alrededor de una bola. Mi parte fue integrar la superficie, las nubes y los océanos para satisfacer las expectativas de la gente sobre cómo se ve la Tierra desde el espacio. Esa bola se convirtió en la famosa Canica Azul.”
Ni más ni menos. Sin oscurantismo ni secretismo de por medio, así se fabricó la famosa instantánea. Si fuese parte de una conspiración, esta información estaría clasificada bajo el más estricto secreto. Tampoco se puede alegar que estos datos se conozcan por una filtración, pues aparecen desde hace mucho tiempo en la web de la NASA y han sido amablemente aportados por Simmon en diversas entrevistas públicas. Así es como se componen muchas imágenes de nuestro globo terráqueo, uniendo y aumentando la calidad de imágenes fragmentadas de nuestro planeta.
Puede que la NASA guarde algún que otro secreto. No debemos olvidar que la NASA ha tenido un carácter militar muy marcado, sobre todo durante la Guerra Fría, y coopera con el Departamento de Defensa estadounidense. Pero dichos secretos no tienen nada que ver con la forma de nuestro planeta y de su situación en el universo, como máximo serán de naturaleza militar y bélica que atañan a la seguridad nacional.
Conclusiones inevitables
Creemos que es suficiente con esta muestra de argumentos, a nuestro parecer bastante representativa, para hacernos una idea general de la veracidad del terraplanismo contemporáneo. Existen más tipos de argumentos, por supuesto, pero la mayoría no son más que repeticiones e insistencias de lo expuesto en este blog.
Esta muestra, además, es suficiente para sacar una conclusión. Podemos asegurar sin temor a equivocarnos que entre las filas terraplanistas destacan la mala praxis, las contradicciones, los prejuicios no fundamentados, la inapetencia de aprender y de adquirir conocimientos, la pseudociencia, la superstición, el sesgo de información deliberado, el autoritarismo, la ausencia de fundamento, las falacias, una base cultural muy frágil, un dogmatismo exacerbado y una cerrazón y narcosis mental preocupantes. En resumen, demuestran todo aquello contra lo que supuestamente se enfrentan: el adoctrinamiento y la consciencia dormida, mientras que tildan de eso mismo a los científicos y a todo aquel que se oponga a su forma de ver el mundo.
Critican a la ciencia porque con el paso del tiempo ha modificado sus paradigmas, presuntamente para adaptarse a los intereses de los poderosos. Nada más lejos de la realidad, la ciencia se ha ido transmutando según se manifestaban los nuevos descubrimientos y hallazgos que fueron dejando en meras anécdotas modelos pretéritos, mucho más complejos e inexactos que los que les fueron sustituyendo. Esa es la raíz de la mente abierta: la posibilidad de cambio y la auto crítica ante nuestros errores, dos rasgos que, insistimos, están ausentes en el terraplanismo, pues da igual la evidencia que se exponga ante sus acólitos, esta será negada aunque sea lo más lógico del mundo y aunque ellos digan que están dispuestos a cambiar sus creencias ante la más mínima prueba.
Para nosotros está claro: el terraplanismo es un movimiento fraudulento y embaucador que no merece la más mínima credibilidad. Esperamos que no se nos malinterprete cuando hablamos de terraplanismo. No nos referimos al terraplanismo clásico, aquel que vio su auge hace siglos y que era hijo de su tiempo, debido a una disponibilidad más limitada de conocimientos técnicos y científicos. Un modelo que, a fin de cuentas, no fue ningún tipo de obstáculo, sino todo lo contrario: ayudó a los sabios venideros a avanzar en el conocimiento y a aproximarse a la naturaleza real de los fenómenos que gobiernan la realidad. Siempre hemos querido hacer referencia al terraplanismo “moderno”, ese que nació del veneno expelido por Samuel Birley Rowbotham en base a un odio ilógico contra el naturalismo científico, el mismo que ha sufrido una inesperada y creciente aceptación en la era de Internet. El movimiento terraplanista es la prueba palpable de que los tergiversadores y los manipuladores no son miembros exclusivos de la élite. También los hallamos ampliamente distribuidos por Internet y redes sociales.
Como siempre, ahora es el turno del lector de sacar sus propias conclusiones a raíz de todo lo expuesto. Aun con todo, el terraplanismo continúa siendo un fenómeno interesante, y no solo desde un punto de vista sociológico. Este movimiento no deja de ser un ucronismo, un mundo distópico potencial que podría haber tenido lugar si la ciencia no hubiese evolucionado lo suficiente y si el adoctrinamiento más extremista hubiese triunfado.
Quizás, una de las facetas más hipócritas de este movimiento es la tergiversación de la ciencia y de los principios que la rigen. Hemos reiterado en varias ocasiones que los terraplanistas se consideran a sí mismos empiristas, es decir, basan sus verdades en la experiencia sensible de la realidad. El problema es que los científicos a los que tanto desprecian también son, y fueron, empiristas. ¿Cómo sino fue posible la gestación de la gravitación universal, de la teoría de la evolución por medio de la selección natural o de las leyes de la genética? Sin una experiencia sensorial y racional previa ni un proceso de experimentación intermedio, estas tesis no habrían tenido lugar. Otra crítica frecuente tiene como objetivo las teorías científicas (cuando, irónicamente, los terraplanistas consideran los principios de la Tierra plana como una “teoría”) y las inferencias deductivas que se pueden realizar a partir de las mismas. El inductivismo (proceso por el cual se llega a teorías generales a partir de hechos observados) y la deducción (proceso esencial del método científico por el que, a partir de teorías generales, se pueden predecir y explicar fenómenos particulares) no dejan de ser dos estadios de un mismo proceso, dos caras de la misma moneda. Por tanto, no tiene ningún sentido favorecer el inductivismo en detrimento del método deductivo, porque ambos procesos están estrechamente hermanados. Además, el proceso deductivo viene avalado por las hipótesis, que no son cualquier cosa. Además de ser predictivas, las hipótesis han de cumplir dos rasgos para obtener unos resultados de calidad: deben ser comprobables y refutables, es decir, tienen que poder ser sometidas a experimentos o planteamientos que las pongan en un aprieto. Estos rasgos reducen sobremanera la posibilidad de fraude y de mala praxis. Cuantos más obstáculos superen, más sólidas serán. Precisamente las teorías científicas son una composición de diversas hipótesis que han sido sometidas en varias ocasiones (y pueden seguir siéndolo) a diferentes planteamientos que ponen en jaque su veracidad, superándolos y obteniendo así una mayor firmeza. Por tanto, una teoría no es “sólo” una teoría, como suele verse a menudo, una teoría es un enunciado respaldado por un amplio conjunto de evidencias. Las teorías son, en otras palabras, una evolución de las hipótesis.
El problema radica en la falaz interpretación que del empirismo hacen los terraplanistas. El empirismo no consiste en ver algo y relacionarlo con la primera patochada que se tenga en mente. Hay que tener en cuenta muchos más factores. Para más inri, los terraplanistas cultivan un dualismo exacerbado entre empirismo y racionalismo. Esta segunda escuela epistemológica sostiene que la razón es la principal fuente de conocimiento, dejando en un segundo plano el empirismo, pero ni mucho menos desechándolo. En cierto modo, esta escuela tuvo sus enfrentamientos con el empirismo, pero la experiencia ha demostrado finalmente que los mecanismos de la naturaleza son más intrincados de lo que parecen a simple vista (nunca mejor dicho) y que, indudablemente, han de ser sometidos a un escrutinio racional y experimental, siendo la experiencia sensorial insuficiente e incompleta. Además, existe un problema extra en este empirismo materialista enarbolado por los terraplanistas: un objeto observado desde una misma perspectiva por dos observadores puede desembocar en la misma percepción, pero la experiencia visual puede variar perfectamente, habiendo en consecuencia más de una interpretación de lo observado. Por ejemplo, dos observadores pueden contemplar un bólido penetrando en nuestra atmósfera, pero uno de ellos lo puede interpretar como un vehículo extraterrestre averiado que está a punto de estrellarse y otro como una roca espacial desintegrándose por la fricción con la atmósfera. Lo cierto es que la experiencia humana es realmente compleja y diversa.
Las conspiraciones existen. Siempre lo han hecho y lo harán, en todos los estratos sociales e intelectuales. Son parte de la historia y están intrincadas en la naturaleza humana. Y por eso mismo, porque existen, se hace imperativo saber diferenciar entre el grano y la paja. Es necesario eliminar lo fraudulento para centrarse en los auténticos engaños, los que realmente existen o podrían existir. Hagamos una pequeña reflexión. Los terraplanistas aseguran que el modelo de Tierra redonda es una herramienta de una gran conspiración y que los que creen en la ciencia son víctimas de la misma. ¿Por qué no reflexionan sobre el caso opuesto? ¿Y si ellos fueran las verdaderas víctimas de esta polémica? No sería la primera vez que un think tank, un gobierno y otras instituciones emplean las ideologías como arma arrojadiza para sembrar los embates y las confrontaciones entre diferentes colectivos. Como una suerte de panem et circenses, la polémica del terraplanismo podría servir como un entretenimiento que nos desvía de los verdaderos problemas a tratar. Quizás es, por tanto, el terraplanismo y no el modelo esférico el que sirve de herramienta para los conspiradores…
El objetivo de esta serie de artículos no es convencer a los terraplanistas de que abandonen su empecinamiento. Es muy difícil si no imposible. Los terraplanistas seguirán en sus trece, aunque tengan las evidencias delante. De hecho, la refutación más reciente la ha padecido el youtuber terraplanista Jeran Campanella, protagonista del documental de Netflix Behind the curve (“Tras la curva”). El youtuber instaló dos muros de poliestireno con sendos agujeros situados a 5,2 metros sobre el nivel del agua. El objetivo consistía en hacer pasar un rayo de luz por los agujeros manteniendo la fuente de luz a la misma altura de 5,2 metros para que fuese captado por una cámara situada a la misma altura que dichos orificios y la fuente de luz. Si la Tierra es plana, el rayo de luz pasaría por los obstáculos sin problemas. Si la superficie terrestre es esférica y, por lo tanto, curva, la fuente de luz tendrá que ser levantada un par de metros para que la luz impacte en el objetivo. Cuando comenzó el experimento, Campanella, que controlaba el resultado desde la cámara, no vio ninguna luz, de tal forma que tuvo que pedir a su compañero que levantase la linterna. Fue entonces cuando pudo visualizar la luz. “Interesante…” fue su última palabra.
Si te apetece indagar más sobre el fenómeno social del terraplanismo, visita la primera entrada de este dossier:
Dossier terraplanismo (parte 1). El ave fénix de los mitos
Si quieres leer más análisis de los argumentos terraplanistas, acude a la segunda parte de este dossier:
Dossier terraplanismo (parte 2): Tierra plana VS Tierra esférica. La “Teoría de la Tierra Plana”, a examen
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