El 6 de agosto de 1915 sucedió una de las peores atrocidades que caracterizaron a la Primera Guerra Mundial. Una tropa de 7000 activos alemanes llevaba meses intentando asediar la Fortaleza de Osowiec, en el noreste de Polonia. Unos 900 combatientes rusos y polacos se encontraban parapetados tras sus murallas.
El mariscal de campo Paul von Hindenburg, sabiendo de la escasez de máscaras de gas de los sitiados, optó seguir por la vía fácil: ordenó bombardear la fortificación con artillería regular… y con gases tóxicos. Dependiendo de la versión, se utilizó gas cloro, o bien una mezcla de cloro y bromo. Sea como fuere, ambos elementos son extremadamente nocivos, sobre todo, a nivel del aparato respiratorio. El gas bromo es un irritante pulmonar. El gas cloro se transforma en ácido clorhídrico cuando entra en contacto con humedad. Se convierte entonces en una sustancia destructiva que consume las mucosas del cuerpo e, incluso, la piel y los ojos.
Como pudieron, intentaron taponar sus caras con sus propias ropas empapadas en orina (el agua escaseaba). Pero el gas fue imparable. Sus pieles se desprendían, sus ojos se deshacían, sangraban internamente y escupían trozos de pulmón. Solo sobrevivieron unos 70-100 soldados. Los alemanes avanzaron, confiados en obtener una victoria segura. Sin embargo, de la bruma tóxica comenzaron a salir cuerpos destrozados y deshechos bayoneta en mano. Los alemanes, ante tan escalofriante escena, retrocedieron aterrados. Unos muertos vivientes contraatacaban persiguiéndoles y disparándoles. Los alemanes quedaron atrapados en sus propias trampas de alambre y totalmente expuestos. Los muertos vivientes lograron recuperar aquellas tierras temporalmente y evacuar a los supervivientes.
EL DATO
El grupo de Power Metal sueco Sabaton dedica una épica canción a este episodio increíble y terrorífico en su disco The Great War
