Sustancia polémica donde las haya, de un tiempo a esta parte ha colmado las páginas de los principales medios de comunicación de todo el mundo. Si bien es cierto que tiene multitud de utilidades y es muy rentable, el marketing oculta a menudo sus más oscuros secretos. Al ser desvelados, es cuando la sociedad ha mostrado un intenso rechazo a todos aquellos productos que porten aceite de palma entre sus ingredientes. En este artículo expondremos todas las claves de tan polémico aceite para que, en último término, sea el lector quien decida seguir confiando en él o, por el contrario, sumarse a la creciente ola de críticas
El protagonista de este artículo es un aceite vegetal conocido desde hace mucho tiempo que se obtiene de la palma aceitera Elaeis guineensis, familiar cercano de las palmeras típicas al pertenecer al mismo orden (Arecales). De forma natural, veremos que la distribución de esta planta se concentra fundamentalmente en las lindes de los bosques, a orilla de los ríos y en zonas cenagosas de regiones tropicales situadas a altitudes de unos 500 metros, aunque algunas poblaciones se pueden encontrar hasta los 1700 metros.
Su anatomía es inconfundible: son árboles de tronco único que en estado natural pueden llegar a superar los 40 metros de altura, con racimos de flores unisexuales abundantes que crecen en las axilas de las hojas, muy parecidas a las de una palmera normal y corriente. Las flores masculinas tienen forma de espigas cilíndricas y las femeninas son globosas. Los frutos o drupas, que constituyen el éxito comercial de esta especie, son de un llamativo color rojizo intenso, sobre todo en el caso de la variedad de palma aceitera más abundante, y cada racimo fresco puede llegar a contener entre 1000 y 3000 frutos, llegando a pesar hasta 25 Kg.
Aunque actualmente encontremos frondosas plantaciones distribuidas por las regiones tropicales de medio mundo, E. guineensis sería originaria y nativa de África occidental, de la región del Golfo de Guinea, donde se ha “domesticado” y explotado desde hace unos 5000 años, por lo que debemos suponer que para las poblaciones locales ha sido considerada una importante materia prima de subsistencia. No obstante, algunos autores reniegan de esta hipótesis y arguyen un origen sudamericano. Entre otras cosas, el argumento que suelen presentar es el de que en esta región hay una mayor diversidad de especies del género Elaeis sp. (en Brasil y otros países sudamericanos por ejemplo la especie más abundante es Elaeis oleifera), por tanto cabría pensar que la palma aceitera sería una de esas variantes que posteriormente se habría llevado al Viejo Mundo y a África tras el contacto inaugurado por Cristóbal Colón. Sea como fuere, esta teoría es defendida por pocos autores y la mayoría abogan por el origen africano. Algunas pruebas que refuerzan este extremo son el hallazgo de semillas fosilizadas y restos de polen de la palma aceitera mucho más antiguos en África que en Sudamérica (incluso posibles restos de aceite de palma en una tumba egipcia de hace 5000 años, indicativo de que su extracción y uso es muy antiguo) y los registros de mitad del siglo XV y, en consecuencia, anteriores al descubrimiento colombino de América, que los exploradores europeos nos han legado de su paso por África occidental sobre la presencia de esta planta. Con todo lo dicho, parece entonces que la dispersión de la palma aceitera se inició desde el Golfo de Guinea.
A Europa comenzó a llegar con las incursiones de los primeros colonos y exploradores europeos en África, aunque su utilización era aún anecdótica. En el siglo XVI, el auge del transporte de esclavos africanos a los territorios tropicales recién descubiertos en América vino acompañado del traslado de palma aceitera al Nuevo Continente, sobre todo para que tuvieran algo familiar que comer. Hasta el siglo XIX la palma y sus bienes derivados no llamarían la atención para su consumo humano a un nivel más extendido. Los principales consumidores de aceite de palma fueron los británicos, pero lo empleaban fundamentalmente para engrasar los engranajes y las maquinarias de sus industrias y para fabricar jabón. Hay que tener en cuenta que las técnicas de extracción de un aceite de palma adecuado para el consumo humano eran muy poco sofisticadas y no permitían obtener un aceite atractivo al paladar. En este periodo también se estrechan las relaciones comerciales entre África y Europa, lo que ayuda a explicar el aumento de la importancia de la palma aceitera como mercancía.
A Malasia, uno de los principales países productores de aceite de palma del mundo en la actualidad junto con Indonesia, fue llevada por los británicos hacia 1870 como planta ornamental, y no sería hasta 1917 que se establecería la primera plantación de palma, que a partir de entonces serían mayoritariamente administradas por terratenientes británicos hasta la independencia de la región en los años 60. Que la producción de aceite de palma se haya concentrado en el sudeste asiático se explica no solo por las condiciones ambientales que permiten un cultivo masivo y exitoso de E. guineensis, sino también por los intensos trabajos de selección genética que se han realizado para conseguir las cepas más productivas y el desarrollo de las técnicas de cultivo, extracción y producción. En cambio, aunque la historia de la palma sea más dilatada en África, las guerras intestinas y los conflictos han obstaculizado el desarrollo de esta industria y, prácticamente, de cualquier otra. De hecho, hasta hace poco el procedimiento de extracción de aceite había sido mayoritariamente manual, y todavía se mantiene muy puntualmente en algunas zonas.
¿Qué es el aceite de palma?
El aceite de palma es, como ya hemos adelantado, el producto estrella que se extrae de la palma aceitera. Sin embargo, para comprender qué es tendremos que realizar una breve exploración de su composición química.
El aceite de palma es en realidad una sustancia muy similar a una grasa. Ambos forman parte del amplio y diverso grupo de los lípidos, unas biomoléculas imprescindibles para que exista la vida. Las principales diferencias que hay entre un aceite y una grasa radican en el origen, pues los aceites se extraen fundamentalmente de las plantas y las grasas de los animales, y en el estado que presentan a temperatura ambiente, siendo sólido-semisólido en el caso de las grasas y líquido en el de los aceites, lo cual viene determinado por la proporción en ácidos grasos saturados e insaturados. Una mayor proporción de ácidos grasos saturados aporta un estado más sólido, como es el caso de las grasas, mientras una mayor cantidad de ácidos grasos insaturados determina un estado más líquido, como el de los aceites vegetales.
Todos estamos familiarizados de alguna manera con los ácidos grasos, sobre todo en relación con nuestra salud. Realmente son moléculas muy simples, formadas por cadenas hidrocarbonatadas, es decir, cadenas formadas por varios átomos de carbono (cuyo número varía entre 14 y 22) que están unidos a átomos de hidrógeno. Para completar su definición nos faltaría añadir que también tienen agregado un grupo carboxilo en uno de sus extremos (un grupo químico formado por un átomo de carbono, dos de oxígeno y uno de hidrógeno y que se suele representar así: -COOH).
Asimismo, ya hemos visto que existen dos grandes grupos de ácidos grasos, que básicamente se distinguen por las características estructurales de su cadena, tan solo en si presentan o no uno o más enlaces dobles o triples:
Ácidos grasos saturados: no tienen dobles ni triples enlaces, de tal forma que todos los átomos de carbono están unidos por enlaces simples. Ya hemos indicado que son más abundantes en las grasas que en los aceites y que son los que les aportan su estado sólido a temperatura ambiente. Dos de los ácidos grasos saturados más abundantes y conocidos son el ácido palmítico, que es precisamente el mayoritario en el aceite de palma, y el ácido esteárico.
Ácidos grasos insaturados: la cadena al menos tiene un enlace doble o triple. Dependiendo del número de estos enlaces serían monoinsaturados si solo presentan uno, como los ácidos oleico y linoleico, o poliinsaturados cuando presentan más de uno, como los archiconocidos Omega-3 u Omega-6.
Pues bien, el perfil lipídico del aceite de palma consta de una proporción equivalente de ácidos grasos saturados (siendo el ácido palmítico el más abundante) e insaturados. Esto es importante, porque explica gran parte de su éxito.
La industria alimentaria ha procurado sustituir en la medida de lo posible las grasas animales por aceites vegetales en los alimentos, fundamentalmente por el alto contenido en colesterol que tienen las primeras. Los aceites es cierto que no tienen, pero debemos ser cautelosos, pues consumidos en exceso pueden llegar a incrementar el colesterol “malo”, aunque algunos más que otros, lo cual depende de la cantidad de ácidos grasos saturados que contengan.
Ya hemos mencionado que los aceites vegetales son ricos en ácidos grasos insaturados. Los que más tienen son el aceite de colza o el de girasol, por ejemplo. Pero hay un problema: aunque los ácidos grasos insaturados sean preferibles por sus efectos beneficiosos sobre nuestra salud, por otro lado resisten menos el paso del tiempo y, en consecuencia, reducen la vida útil del producto. Lógicamente interesa disponer de alimentos lo más imperecederos posible. Así, la industria ha optado por un sistema para aumentar la presencia de ácidos grasos saturados en este tipo de aceites mediante procedimientos químicos como la hidrogenación parcial, que sirve para disolver los dobles o triples enlaces de las cadenas hidrocarbonatadas y transformar los ácidos grasos insaturados en saturados y, por ende, aumentar de esta forma su vida útil. Con estos procedimientos también se solidifican los aceites a temperatura ambiente y se consigue un ingrediente semisólido, muy parecido a las grasas animales, que puede utilizarse para la elaboración de mantequillas y margarinas por ejemplo.
Aquí aparece otro problema. Además de que con estos procedimientos los ingredientes son más ricos en ácidos grasos saturados, de cuyos efectos nocivos sobre la salud hablaremos posteriormente, también aparecen elementos colaterales y no deseados como las tan odiadas grasas trans. Este tipo de grasas eran el no va más hasta hace no mucho, ya que son muy estables y tardan en enranciarse (el problema que tienen las grasas es que se enrancian rápidamente a causa de la oxidación, que degrada las cadenas hidrocarbonadas), por lo que aumentan la vida útil de los productos que las portan. No obstante, a partir de los años 90 comenzaron a descubrirse asociaciones preocupantes entre estas grasas y un mayor riesgo de padecer patologías cardiovasculares y cáncer de mama y próstata, de modo que se acabó restringiéndose su aparición en los alimentos.
Una auténtica navaja multiusos
Pues bien, debido a sus propiedades físico-químicas, su versatilidad y su bajo coste, el aceite de palma y otros derivados de la palma aceitera tienen una variedad de usos extraordinaria. Desde antiguo, el aceite de palma ha sido utilizado para cocinar y con fines medicinales. Posteriormente, en Europa comenzó a utilizarse como grasa para máquinas, hasta que el desarrollo y la estandarización de los procesos de extracción y refinado nos han permitido elaborar un aceite de palma de buena calidad que pueda emplearse como aditivo alimentario. Así, encontramos aceite de palma refinado como ingrediente en una variedad de alimentos nada desdeñable, fundamentalmente en alimentos ultraprocesados como patatas fritas, cereales, bollos, dulces, etc. Por otro lado, la almendra o semilla es útil para la fabricación de piensos para animales (para lo cual se destina la cáscara), y para la obtención de aceite de palmiste, también conocido como Palm Kernel Oil o PKO (mediante el prensado de la semilla). Este aceite de color blanquecino se añade sobre todo en productos cosméticos, jabones, detergentes, barnices, etc. Su aplicación en gastronomía es menor por su mayor contenido en grasas saturadas respecto al aceite de palma, aunque también ha sido usado para cocinar y se puede encontrar en algunos alimentos. Sin embargo, claramente la sustancia que más se consume con diferencia es el aceite de palma.
La extracción del aceite de palma sigue un proceso no demasiado complejo. Se consigue de la pulpa o mesocarpo del fruto, la capa gruesa y carnosa que rodea y protege la semilla. Primero se esterilizan los frutos o drupas y luego se prensan para separar el aceite, de un llamativo color rojizo-anaranjado, de la pulpa y de la fibra.
El producto crudo hay que refinarlo para adecuarlo como ingrediente alimenticio y evitar que altere las propiedades organolépticas del alimento en cuestión (color, textura, sabor, olor), por eso hasta que no se desarrollaron procedimientos de refinado sofisticados, la sociedad lo usaba poco para el consumo. El proceso de refinamiento en cuestión se conoce como refinado, blanqueado y desodorizado o RDB, un proceso al que también se someten muchos otros aceites, y que consiste en un conjunto de procedimientos físicos y/o químicos concatenados con el objetivo de eliminar todos los residuos que puedan alterar los alimentos a los que se vaya a añadir el aceite de palma. Por otro lado, existe otro tipo de refinamiento que se emplea para optimizar el aceite de palma como biodiesel.
El método RDB se lleva a cabo en las plantas de refinamiento y fraccionamiento y consiste en rasgos generales en lo siguiente:
Desgomado: consiste en la separación de gomas, proteínas y fosfolípidos mediante la adición de agua caliente, puesto que estos compuestos son insolubles en agua. Así se consigue un aceite más comestible.
Neutralización o desacidificación: normalmente se añade soda cáustica al aceite desgomado para neutralizar los ácidos grasos libres. En este paso se forman jabones.
Blanqueado: si se va a fabricar aceite comestible, interesa eliminar los jabones que se han formado en el paso anterior. Para ello, se añade tierra de blanqueo, una arcilla que se calienta con el aceite y que también sirve para que este absorba sus pigmentos y pierda su color rojizo. El aceite de palma se vuelve entonces amarillo.
Desodorizado: este sería el último paso del refinado. Sometiendo el aceite a vapores de alta presión se consigue eliminar las partículas volátiles.
Con este proceso se obtienen dos productos finales: la oleína, que es la fracción líquida y que se suele mezclar con otros aceites para su consumo, y la estearina de palma, la fracción sólida útil para hacer jabones y margarinas. Es conveniente saber que ambas nomenclaturas pueden aparecer en el etiquetado de los alimentos sustituyendo a la de “aceite de palma”. Se consiguen así unos ingredientes ideales que por sus propiedades no alteran la calidad de los alimentos y, además, como tienen una buena carga de ácidos grasos saturados, aportan una mayor vida útil a los productos.
Sin embargo, no es oro todo lo que reluce. El proceso de refinado del aceite de palma conlleva una serie de obstáculos que aun no se han logrado superar del todo. Por un lado, muchos componentes beneficiosos que contiene el aceite de palma crudo se pierden durante el refinado. Los carotenoides (las moléculas que aportan el color rojo al aceite), diversos antioxidantes y las vitaminas no sobrevivían hasta llegar al producto final, por ello la industria acabó tomando medidas para evitar estas pérdidas y obtener una sustancia con la mayor concentración posible de estos elementos. Sin embargo, lo peor es que se crean residuos tóxicos para la salud por el camino debido a las altas temperaturas a las que se somete el aceite durante el refinado y de las que luego hablaremos, ya que han jugado un papel fundamental en el rechazo que la población profesa hacia este aceite.
La distribución de la palma
Ya hemos señalado que desde el siglo XVI, la palma aceitera ha sido dispersada por el hombre desde África occidental a las regiones tropicales de medio mundo, aunque las regiones más idóneas para las plantaciones son las comprendidas entre los 10º N y 10º S respecto del ecuador. Cabe esperar por tanto que los países situados en esa franja sean los productores más importantes.
El consumo de aceite de palma no ha hecho más que crecer sostenida y constantemente con el tiempo hasta alzarse con el primer puesto como aceite más consumido a nivel doméstico en el mundo durante varios años consecutivos. Ni siquiera el reciente rechazo popular ha hecho demasiada mella en su producción y consumo. Mientras que en el año fiscal 2015-2016 se estima que se produjeron casi 59 millones de toneladas métricas de aceite de palma en todo el mundo, a finales de 2019 se produjeron unas 75 millones de toneladas métricas, una tendencia seguirá en alza. En todos esos años fue el aceite más producido y consumido con diferencia. De hecho se estima que se encuentra en el 50% de los bienes consumibles más comunes. Estos datos son ciertamente inquietantes, puesto que no queda mucho para que la demanda de aceite de palma supere a la producción.
Malasia e Indonesia gobiernan de lejos la producción global de aceite de palma, representando entre el 85% y el 90%, seguidos por Tailandia y Colombia. Por ejemplo, se estima que en 2015 Malasia e Indonesia produjeron 33.4 y 19.9 millones de toneladas de aceite de palma respectivamente. Otras naciones productoras destacables serían México, Nigeria, Ecuador, Honduras, Guatemala, Filipinas, los países africanos del Golfo de Guinea… Centrándonos en Malasia e Indonesia, de 2001 a 2016, las plantaciones de palma han pasado de ocupar 2.59 a 6.39 millones de hectáreas y de 3 a 12.66 millones de hectáreas respectivamente. La mayoría de su producción está destinada a la exportación.
India, la Unión Europea y China engloban el 46% de las importaciones globales a efectos de diciembre de 2019. Curiosamente, el principal consumidor de aceite de palma es Indonesia, seguido por esos tres países. El campo que más aceite de palma requiere, y por tanto el que más emplea, es el gastronómico, seguido por el de los biocombustibles. Aproximadamente, a día de hoy el 68% del aceite de palma es utilizado por la industria alimentaria y el 30% para elaborar biodiesel. Ambos usos han aumentado con el tiempo. De hecho, la Unión Europea destina el 60% de las importaciones de aceite de palma para la producción de biodiesel y el resto como ingrediente gastronómico y para otros usos.
Si el aceite de palma tiene tanta fama es básicamente por dos motivos: sus características físico-químicas y su rentabilidad. Se extrae más aceite de una hectárea de una plantación de palmas aceiteras que de una de soja (el aceite de soja es el segundo más producido globalmente). Además, el aceite de palma es posiblemente el más barato del mercado. De hecho, gracias a este ingrediente tenemos accesibilidad a multitud de alimentos a precios más bajos que si tuvieran otro tipo de aceite.
Impactos del aceite de palma sobre la salud
Ahora bien, ¿por qué se ha generado tanto odio hacia una sustancia que no solo abarata los alimentos que comemos sino que también es multiusos? Esta fobia posee dos orígenes que han terminado convergiendo: por un lado, los impactos negativos que tienen las plantaciones de palma sobre el medio ambiente y la biodiversidad, y por otro los impactos que tiene su consumo excesivo sobre nuestra salud. Sobre todo fue este último el que activó todas las alarmas. Como de costumbre, hasta que el problema no está definido y no nos afecta directamente a nosotros, no nos damos por aludidos.
En 2017 hubo un pico de interés por el aceite de palma. Se convirtió en el alimento enemigo número uno del consumidor, desbancando incluso al azúcar. Ese año, la Agencia Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA) alertó a los consumidores de los riesgos para la salud del aceite de palma refinado, aunque más concretamente de los contaminantes tóxicos que se generan colateralmente durante el proceso de refinado: el glicidol y sus ésteres y el 3-MCPD (3-monocloropropano-1,2-diol). Estos residuos suelen generarse en sustancias ricas en grasas cuando se someten a temperaturas más allá de los 200ºC, y que precisamente se alcanzan en los procesos de refinados de muchos aceites. Sin embargo, el miedo social llegó cuando la Agencia Internacional de Investigación del Cáncer (IARC) clasificó el 3-MCPD en el grupo de carcinógenos 2B y el esterol y sus ésteres en el 2A. El cáncer es la enfermedad eminentemente tabú, y cuando algo se relaciona con él, la destrucción de su prestigio está asegurada. Sin embargo, es necesario matizar.
La IARC ha elaborado una clasificación de 5 categorías. La primera está formada por aquellas sustancias que se ha demostrado fehacientemente causan cáncer en humanos. La potencialidad carcinogénica disminuye según nos acercamos a la categoría 4, en la que se encuentran aquellas sustancias que sabemos con seguridad no causan cáncer. La categoría 2 es la más laberíntica. Esta se divide en dos subcategorías: la 2A y la 2B. La única diferencia radica en las sospechas que se tengan del potencial carcinógeno de esa sustancia: si hay muchas, se meterá en la 2A, y si hay pocas en la 2B. Sea como fuere, la categoría 2 no nos permite asegurar sin dudas que algo nos puede causar cáncer, pues como mucho se han realizado experimentos con animales o con células in vitro, y el inconveniente de estos ensayos es que sus resultados no pueden ser extrapolados al organismo humano por las grandes diferencias que nos separan de, por ejemplo, un roedor o unas células aisladas. El problema es que a los medios de comunicación no les gusta perder el tiempo en matices. Llama muchísimo más la atención de sus potenciales lectores asegurar caatogóricamente que el aceite de palma provoca cáncer que detenerse en detalles sobre unos tóxicos de extraño nombre de los que existen escasos estudios sobre su potencial carcinógeno en humanos. Además, el riesgo deriva como siempre del consumo excesivo de estas sustancias. Si nos limitamos a no superar los límites de Ingesta Diaria Tolerable establecidos por los organismos competentes, lo cual se puede conseguir reduciendo el consumo de alimentos poco recomendables de nuestra dieta (que lo son más por su perfil nutricional respecto a la cantidad de azúcares o de grasas saturadas que porque posean estos residuos), el riesgo de padecer estas patologías es pequeño, aunque también es cierto que como el glicidol es genotóxico no se ha establecido una Ingesta Diaria Tolerable. Sea como fuere, en el caso de los MCPDs, parece que la población adulta no suele exceder estas cantidades diarias.
Además de cáncer, los animales de laboratorio expuestos a 3-MCPD sufrieron toxicidad renal, debilitamiento del sistema inmunitario e infertilidad. Respecto al glicidol y sus ésteres, tanto estudios in vitro como in vivo han mostrado su capacidad genotóxica, esto es, la capacidad potencial de dañar el material genético celular, una de las causas de la carcinogénesis, por eso sobre ellos recaen más sospechas que sobre el 3-MCPD.
La presencia de estos contaminantes en los alimentos con aceite de palma es lógicamente preocupante. Pero debería serlo mucho más su perfil nutricional, y en concreto su alto contenido en ácidos grasos saturados. El más abundante es el ácido palmítico. Los estudios que analizan la influencia de los ácidos grasos saturados sobre la salud no son nada halagüeños. En general, una dieta rica en este tipo de ácidos grasos suele estar relacionada con un mayor riesgo de padecer diabetes tipo 2, obesidad, problemas inflamatorios, un mayor estrés oxidativo tisular y con enfermedades cardiovasculares asociadas a un incremento del colesterol LDL, mejor conocido como “colesterol malo”. Como no podía ser de otra manera, las dietas ricas en grasas están asimismo asociadas a un mayor riesgo de padecer cáncer colorrectal, de mama y de próstata. Por si fuera poco, muchos alimentos ricos en ácidos grasos saturados también contienen cantidades importantes de azúcar y demasiadas calorías, pues recordemos que el aceite de palma se emplea muy frecuentemente en alimentos ultraprocesados.
Sin duda, estas propiedades del aceite de palma deberían ser lo que tendríamos que tener más en cuenta a la hora de realizar nuestra lista de la compra, ya que es más probable superar los niveles recomendados de estos nutrientes en nuestra alimentación diaria que de los tóxicos de los que hemos hablado anteriormente. Con esto no queremos decir que dejemos el aceite de palma de lado, sino que se consuma con sentido común y moderación y optemos por alimentos más saludables.
Como decíamos, debido a todas estas cuestiones, el aceite de palma se convirtió en un viral en los medios de comunicación y en redes sociales, pero también lo hizo la desinformación. Poco después, la publicidad nos bombardeaba con los mismos alimentos de siempre a los que se les había quitado el tan odiado ingrediente. Y lo cierto es que la industria alimentaria hizo su agosto. Seríamos unos ilusos si pensáramos que la presión popular logró boicotear a empresas como Nestlé o Unilever, dos de las empresas que más utilizan aceite de palma en sus productos. En verdad, las pérdidas que sufrieron fueron mínimas y explotaron astutamente el tirón del creciente rechazo popular. El mero hecho de eliminar el aceite de palma de un alimento ultraprocesado no lo hace ni mucho menos mejor, pues continúan teniendo elevados niveles de ácidos grasos saturados, azúcares y colesterol. Sin embargo, ese era el mensaje implícito en la publicidad, y los consumidores nos lo creímos y continuamos comprando esa clase de productos, pero ahora con la idea y la seguridad de que nuestra salud ya no iba a ser saboteada por el maldito aceite de palma.
Sea como fuere, si el lector está preocupado por los alimentos que lleven aceite de palma, lo que debe hacer es estudiar con detenimiento el etiquetado. Hasta 2014, los productores eran libres de ocultar la presencia de aceite de palma tras el vago título de “aceite vegetal”. A partir de entonces y gracias al Reglamento 1169/2011 del Parlamento Europeo y del Consejo, es obligatorio especificar qué tipo de aceite vegetal contienen los alimentos y si han sido sometidos a un proceso de hidrogenación parcial o total. Aun así, esta normativa permite ciertas tretas que han sido aprovechadas astutamente por los productores. A sabiendas de las connotaciones negativas que ha adquirido el aceite de palma, han optado por camuflar su nombre con las nomenclaturas “aceite de palmiste”, “estearina de palma”, “palmoleína”, “manteca de palma”, “grasa vegetal fraccionada e hidrogenada de palmiste” o “aceite de Elaeis guineensis” entre otras. Así que si te encuentras con cualquiera de estas etiquetas, no lo dudes, estás ante un alimento con aceite de palma.
Impactos del aceite de palma sobre el medio ambiente y la biodiversidad
La agricultura se erige como el tercer pilar económico más potente de Indonesia. Este país aun depende fuertemente de ella. Por ello ha derivado gran parte de su superficie para la producción de aceite de palma, en tanto que su rentabilidad y la creciente demanda global hacen de esta industria una de las más prósperas. De hecho, el oficio y la subsistencia de millones de personas dependen de alguna u otra manera de los cultivos de palma en Indonesia y se espera que la empleabilidad en este sector crezca en los años venideros, lo cual es indudablemente una buena noticia para el país. Es lógico por tanto que Indonesia y también Malasia se interesasen tanto en esta industria: veían en ella una forma de aliviar el paro de sus respectivos territorios. Eso sí, se estima que en Indonesia un 40% de las plantaciones de Indonesia y un 10% de las de Malasia son gestionadas por pequeños propietarios, mientras que la mayoría pertenecen a grandes empresas privadas como Procter & Gamble, Unilever, Nestlé, Cargill y sus proveedores.
No obstante, es obvio que la superficie de un país es un recurso limitado y además suele estar ocupado por selvas tropicales y turberas en los casos de Indonesia o Malasia, de modo que, frecuentemente, las ambiciones humanas chocan con las de los habitantes que, mucho antes que nosotros, viven en esos entornos. El aumento de la demanda de aceite de palma conlleva una respuesta obvia: hay que ampliar el tamaño de las plantaciones para satisfacer ese consumo, y ante esto, los bosques se convierten en enemigos a batir por los propietarios. Así, es normal que cada vez los países del sudeste asiático destinen más hectáreas de bosque a plantaciones de palma aceitera.
Esto es un gran problema para el patrimonio natural del planeta. Los bosques tropicales no solo juegan un papel esencial en el cambio climático, sino que, por otro lado, albergan una biodiversidad riquísima y muy amplia, contando con numerosas especies endémicas en su catálogo, es decir, especies que habitan exclusivamente en estos ecosistemas y, en consecuencia, tienen una fuerte dependencia por los mismos. Por ello, si estos bosques desaparecen, podemos decir adiós para siempre a muchas de estas especies. Desde un punto de vista antropocéntrico, la selva tropical es también fuente clave de numerosos recursos y aún existen núcleos de población aferrados fuertemente a ellos, de modo que su supervivencia está subordinada a la permanencia de los bosques tropicales.
Pues bien, Malasia e Indonesia, los dos países productores principales de aceite de palma, albergaban el 11% de los bosques tropicales del mundo. Y hablamos en pretérito porque esta cifra se ha reducido drásticamente. Las imágenes por satélite de estos países asustan. Sus territorios se ven cada vez más parcheados y con más claros. Donde antes había una masa densa e informe de vegetación, ahora hay formas geométricas más bien lampiñas. Los datos son preocupantes. Se calcula que el 50% del territorio malasio actualmente ocupado por plantaciones de palma y el 70% de las tierras indonesias antes eran bosques tropicales. Ambos países son de los primeros de la lista de las naciones que mayores tasas de deforestación tienen en su haber. Lógicamente, la industria del aceite de palma no es la única culpable de estos desastres medioambientales, pero no podemos negar que su papel al respecto es fundamental. Para más inri, en 2008 Indonesia obtuvo el récord guinness por ser el país con mayor tasa de deforestación del mundo.
La conversión de bosque a plantación es un proceso traumático. Los árboles y arbustos de mayor constitución son talados y el resto se quema, incluyendo el bosque secundario (es decir, el bosque que está rebrotando y recuperándose tras una alteración drástica del bosque primario precursor), con la emisión de gases de efecto invernadero que ello conlleva. Hay un problema adicional, y es que la mayoría de los bosques están asentados sobre turberas, es decir, humedales y grandes reservorios de turba, un tipo de carbón. Estos humedales hay que drenarlos. Algunas estimas aseguran que por el drenado de una hectárea de estas turberas se emiten la friolera de 4000 toneladas de CO2 a la atmósfera, además de metano, dos de los principales contribuyentes del cambio climático. Quizás por eso Indonesia se encuentre entre los 5 países que más gases de efecto invernadero emiten en el mundo.
A esta huella de carbono hay que sumar, además, los gases emitidos por la maquinaria industrial de las plantas de refinamiento y procesamiento, que aún utiliza combustibles fósiles, o el transporte involucrado. La deforestación es el principal inconveniente de las plantaciones de palma, pero no nos detengamos aquí. La deshidratación de las turberas genera entornos más secos y, en consecuencia, más proclives a sufrir incendios. Los pesticidas y fertilizantes empleados en los cultivos pueden filtrarse hasta contaminar los ríos y lagunas cercanas o los acuíferos subterráneos. El suelo se erosiona más rápidamente por su explotación constante, perdiendo fertilidad y calidad, impacto que al final se traduce en la pérdida de más biodiversidad. En fin, comparando los beneficios que obtenemos de la palma aceitera con los perjuicios que genera en el medio ambiente en primer lugar y luego en nuestra salud, parece que no es demasiado rentable continuar expandiendo este tipo de industria, o al menos hasta que se encuentren métodos menos dañinos.
Uno podría pensar que la solución a todos estos inconvenientes la debe aportar el país que los está provocando, quizás a través de una legislación más sólida que ponga coto a los empresarios y que proteja y conserve su patrimonio natural. Sin embargo, cuando analizamos esta cuestión solo podemos decepcionarnos más. Muchas asociaciones ecologistas denuncian que muchas plantaciones de palma aceitera en Indonesia son ilegales (y seguramente otro tanto en el resto de países productores) porque violan varias leyes, entre otras un par aprobadas en 1999 según las cuales está prohibido explotar y drenar suelos de turbas de más de 2 metros de profundidad para convertirlos en plantaciones y quemar bosques. Vemos, por tanto, que los pingües beneficios que se obtienen de las palmas aceiteras nubla el juicio y la ética de los responsables. El caso es que nos arrepentiremos como no se ponga un límite a nuestra inconsciencia. ¿Sabías que en el Programa Medioambiental de las Naciones Unidas se ha estimado que para 2022 y al ritmo actual de expansión de las plantaciones de palma, Indonesia habrá perdido el 98% de sus bosques tropicales? ¿Parece muy exagerado? Bueno, pues tan sólo nos quedan dos años para comprobarlo…
Decíamos que la biodiversidad es otro de los elementos más afectados por el cultivo descontrolado de palma. Por ejemplo, los investigadores Lian Pin Koh y David S. Wilcove realizaron una recopilación en 2008 de algunos estudios que atestiguaban un decrecimiento drástico de la diversidad de aves y mariposas (77 y 83% respectivamente) por la sustitución de bosque primario por cultivos de palma en Malasia y Borneo. Todas las especies se ven afectadas, desde el hongo más diminuto hasta el mayor de los mamíferos, aunque el caso que más nos suele afligir y el que más se suele utilizar para sensibilizar a la población es el de los orangutanes, que también es sumamente trágico.
Los orangutanes son unos primates fascinantes. Comparten familia con nosotros y con los gorilas, chimpancés y bonobos (familia Hominidae), y son muy inteligentes. A día de hoy se han identificado tres especies: Pongo abelii (endémico del norte de Sumatra, en Indonesia), Pongo pygmaeus (endémico de la isla de Borneo) y, la más recientemente descubierta, Pongo tapanuliensis (endémica también del norte de Sumatra). Y como cabría esperar, las tres se encuentran en peligro crítico de extinción. La causa: la pérdida de su hábitat y de recursos. Los responsables: varios, pero el más importante es la palma.
Pasan la mayor parte de su vida en los árboles, y su tiempo lo invierten mayoritariamente en buscar alimentos. Son eminentemente frugívoros, pero optan por hojas, brotes tiernos e incluso insectos cuando llega la temporada baja de frutos. Por el tipo de hábitat en el que viven y su tipo de alimentación, se consideran importantes dispersores de semillas, con que juegan un papel ecológico importante para la foresta.
Los machos suelen ser solitarios y las hembras forman grupos con crías inmaduras. La relación materno-filial es esencial para esta especie, hasta el punto de determinar su supervivencia. Las madres juegan un papel fundamental para sus crías, porque les enseñan entre otras cosas a buscar alimento. Así que ya podemos intentar dilucidar por qué la deforestación pone en peligro crítico a estos animales. Muchos mueren abrasados en los incendios provocados. Otros por inanición al no encontrar alimento. Muchas crías fallecen desamparadas, pues han quedado huérfanas sin madre que les enseñe a sobrevivir. Otros directamente son asesinados: como pierden sus fuentes de recursos forestales, se ven obligados a asaltar los cultivos de palma en busca de alternativas. Los trabajadores los tratan como una plaga y siempre que pueden los cazan y los expulsan violentamente a golpes o a tiros, dejándolos a su suerte. El colmo de la tragedia de los orangutanes alcanza su culmen con las denuncias que declaran la participación activa de las grandes corporaciones en su exterminio. Concretamente, parece ser que en alguna ocasión han financiado partidas de caza para evitar que estos animales se internen en sus plantaciones. De este modo, no debe extrañarnos que las profecías más agoreras estimen la extinción total del orangután de Borneo en tan solo dos décadas.
Sea como fuere, la biodiversidad corre peligro. Un estudio de 2019 (ver la imagen de abajo) determinó que el sureste asiático es la región del planeta donde las especies sufren la mayor cantidad de impactos antropogénicos, siendo Malasia el país de esta región donde el índice es mayor. La ciencia, por tanto, ha dado su veredicto, y aunque es cierto que hay cierto grado de disensión en algunos resultados, el consenso está bastante asegurado en cuando a los impactos negativos de los métodos de cultivo de la palma aceitera. Aun así, podremos ver en determinados sitios, como en la página web del Consejo Malasio del Aceite de Palma (MPOC por sus siglas en inglés), estoicas defensas sobre el aceite de palma y las plantaciones de palma aceitera reivindicando la capacidad de estos cultivos de aliviar el cambio climático (mejor, dicen, que un bosque tropical) o las grandes cantidades de oxígeno que producen. Sus objetivos son mejorar de cara al público la imagen del aceite de palma, así que tiene sentido que no mencionen los impactos negativos.
¿Compensa la producción de biodiesel los impactos negativos de la palma?
Por sus características, el aceite de palma se presenta como una materia prima plausible para la producción de biocombustibles. El mismo aceite crudo que se utiliza como ingrediente en alimentos, puede servir para mover un vehículo, aunque el proceso de refinado que ha de superar es distinto.
Con el paso del tiempo, en algunas regiones del mundo importadoras, el uso del aceite de palma como biocombustible ha crecido significativamente. En la Unión Europea (como ya hemos señalado, uno de los principales importadores de aceite de palma), un 60% del aceite importado se destina a la producción de biodiesel. Ni siquiera su uso en la industria alimentaria, química y cosmética supera al de los biocombustibles.
El neuromarketing es un elemento esencial en nuestra sociedad de consumo, y tiene mucho más poder del que siquiera podamos llegar a imaginar. Los nombres de los productos no se eligen al azar. Solo aquellos que logran superar una serie de rigurosos filtros, como si fuese una especie de selección natural, son los que formarán parte de nuestro vocabulario habitual y de nuestros esquemas éticos, es decir, pasará a formar de la categoría de los vocablos con connotaciones positivas o negativas. Los encargados del neuromarketing tienen muy presente las modas y las preocupaciones imperantes de la sociedad a la que tienen que cautivar. Y en nuestra sociedad, los combustibles fósiles, el cambio climático y los daños que provocamos al medio ambiente están muy presentes.
El prefijo “bio-” se parece mucho al de “eco-”, y se ha aceptado como si fuese verdad indisoluble que todo aquello que lleve esas partículas en su etiqueta son buenos para todo: nuestra salud, el medio ambiente, los derechos de los trabajadores, etc. Realmente, sin embargo, quien ha introducido esas acepciones han sido los expertos en marketing. Que no nos engañen. No todo lo que es “eco” o “bio” es beneficioso (es irónico que el prefijo “bio-” no se añada al carbón o al petróleo, que también tienen un origen biológico).
El biodiesel es el biocombustible que más se produce a partir del aceite de palma. También se puede obtener de muchas otras especies vegetales y, de hecho, cada país usa la que mejor le conviene (la palma aceitera constituye el 1% de la materia prima vegetal que se utiliza para producir biodiesel). Indonesia, Malasia o Tailandia emplean fundamentalmente la palma, por ejemplo. Hay muchos otros biocombustibles, como el bioetanol, pero centrémonos en el primero. Estas alternativas a los combustibles fósiles se presentan precisamente como eso, como la panacea que en el futuro próximo sustituirá por completo a los combustibles contaminantes. Realmente si se pudiera conseguir, sería un gran logro para la humanidad. El biodiesel, por ejemplo, es más ecológico que cualquier combustible fósil: su combustión emite mucho menos CO2, se biodegrada mucho mejor y más rápido y emite muchos menos químicos contaminantes, como sulfatos e hidrocarburos policíclicos aromáticos. Aunque también es cierto que producen concentraciones peligrosas de óxidos de nitrógeno. Aun así, no está nada mal.
Nuestras ambiciones tienen un gran inconveniente: actualmente no se pueden conseguir, al menos si esperamos que la cantidad de biodiesel que se extrae de la materia prima vegetal más frecuentemente utilizada pueda sustituir a los combustibles fósiles a nivel global. El problema que tiene el biodiesel es que su contenido energético es menor que, por ejemplo, el del gasoil, concretamente un 12% menor, así que es necesario producir más cantidad para nutrir toda maquinaria y vehículo que funcione con diesel, lo que conlleva una mayor expansión de las plantaciones con todos los impactos que eso conllevaría. Por ejemplo, el investigador Yusuf Chisti estima que para suplir todo el consumo de combustibles fósiles de Estados Unidos, se necesitaría ocupar 111 millones de hectáreas con palma aceitera y el 61% de las tierras cultivadas, un plan totalmente insostenible.
Por eso, los biotecnólogos están buscando una alternativa en las microalgas, que se presentan como un futuro alentador por su gran rendimiento, porque una hectárea de estos organismos produce 10 veces más biodiesel que una hectárea de palma aceitera. Aun así, todavía hay que pulir bastante esta tecnología de vanguardia para asegurarnos un futuro energéticamente estable y sostenible. Además, la mayoría del biodiesel se extrae actualmente de semillas comestibles, por tanto estamos ante una gran controversia: ¿empleamos estas semillas para alimentar a la población o para solventar sus requerimientos energéticos? La población va a continuar creciendo de forma imparable, así como sus necesidades, de modo que se torna insostenible seguir empleando semillas comestibles para la producción de carburantes.
Ilegalidad y explotación laboral
El cultivo de la palma ha ayudado a muchísimas personas en Indonesia y Malasia. Pero muchos otros no pueden decir lo mismo. Uno de los motivos por los que los propietarios han expandido sus cultivos hacia las turberas es por la baja densidad de población que hay en las zonas forestales. Población de la que apenas se tiene en cuenta su opinión al respecto. Normalmente son reducidos núcleos de población agrícola que dependen fuertemente de sus humildes cultivos. Los incendios y la consecuente destrucción de su forma de vida les obligan a desplazarse. Sus tierras quedan liberadas y óptimas para su expropiación, a menudo ilegal por la violación de algunos preceptos. Además, muchas veces se ven obligados a competir en contra de su voluntad contra los grandes propietarios, sencillamente porque los productos químicos que emplean en sus plantaciones acaban afectando a las tierras circundantes y a las fuentes de agua, padeciendo un sabotaje que en ocasiones deja inservibles sus escasos medios de supervivencia.
Aunque es cierto que esta industria ha aliviado la carga del desempleo, esto no significa que todos los trabajadores de las plantaciones lleven a cabo su labor en unas condiciones adecuadas. Desde hace cierto tiempo se vienen repitiendo las denuncias sobre la explotación a la que se ven sometidos muchos trabajadores en las plantaciones pertenecientes a las grandes compañías. Sin ir más lejos, Amnistía Internacional publicó en 2016 un polémico informe en el que aportaba pruebas de las deplorables condiciones laborales de los trabajadores de las plantaciones de los proveedores y subsidiarios que suministran aceite de palma a Wilmar, uno de los grandes comerciantes de esta sustancia.
Para ello, entrevistaron a 120 personas empleadas en estas plantaciones, incluyendo varios niños menores de 16 años. Sus testimonios no dejan lugar a la duda. No solo los adultos, sino también los menores son explotados y sufren abusos execrables. Apenas tienen medidas de protección y frecuentemente se ven expuestos a situaciones que ponen en peligro su salud o, directamente, su vida. Por ejemplo, muchas veces tienen que trabajar con pesticidas y fertilizantes regulados por la legislación indonesia (es decir, que solamente aquellas personas formadas pueden utilizarlos) con pocas o ninguna medida de protección ni información sobre su empleo. Algunas personas padecen graves problemas de salud por intoxicación con estos productos agrícolas. Es cierto que a veces se someten a análisis médicos, pero en pocas ocasiones logran acceder a los resultados de los mismos. Para más inri, incluso la propia Wilmar censuró el uso de determinados productos en sus plantaciones, sin embargo hay evidencias de que sus subsidiarios y proveedores han continuado con su aplicación.
La remuneración no funciona en base a tiempo trabajado sino a objetivos cumplidos, muchas veces inalcanzables. Por ejemplo, si un cosechador (que siempre es un hombre o un niño) no recolecta la cantidad de drupas que se le ha impuesto, se le descuenta parte de su sueldo aunque haya superado las horas semanales estipuladas (en Indonesia son 40 horas semanales) y haya echado innumerables horas extra o, en el peor de los casos, puede ser despedido una temporada. Este es un factor totalmente subjetivo, pues Amnistía Internacional comprobó que cada subsidiario de Wilmar y cada compañía establecía sus propios objetivos a cumplir, normalmente obviando la capacidad de trabajo de las personas.
Indonesia tiene leyes contra los trabajos forzados, es decir, aquellos que se ejecutan bajo amenaza de penalizaciones o en contra de la voluntad del trabajador. Estas leyes tampoco parecen servir de mucho, así como tampoco las que estipulan el sueldo mínimo que debe ganar un empleado. Como en estos lugares se paga por objetivo cumplido, los trabajadores muchas veces vuelven a sus casas después de una dura jornada con una cantidad de rupias equivalente a 4 o 6 dólares. Muchas personas se ven obligadas a trabajar hasta 12 horas diariamente para cumplir con esos objetivos. Imaginemos el duro trabajo de un cosechador prolongado durante medio día.
Hasta tal punto llega esta situación, que los trabajadores tienen que llevar a sus hijos y a sus esposas para que les ayuden a superar los inalcanzables objetivos y asegurarse aunque sea un dinero mínimo para poder comer durante un mes. Por descontado, los “invitados” trabajan sin ningún tipo de contrato. Involucrar a un niño en un trabajo duro y peligroso (muchas veces hay que recolectar las drupas desde ramas situadas a 20 metros de altura, y el trabajo de recolección y de transporte de las masas de frutos ya de por sí es bastante duro) no solo está prohibido por ley en Indonesia sino que es una violación de los derechos humanos básicos.
Parece que la presión psicológica a la que están sometidos los empleados es grave. Durante la entrevista para Amnistía Internacional, fueron muy cautos a la hora de hablar sobre la explotación infantil de sus hijos, pues temían que pudieran perder su empleo.
Algunos niños llevaban trabajando en esas plantaciones desde los 8 años. Aprovechaban el tiempo libre después de la escuela, los fines de semana o las vacaciones para ayudar a sus padres. Otros, directamente, tuvieron que abandonar su formación educativa por la imposibilidad de compatibilizarla con el trabajo en los cultivos. Según los entrevistados, los gestores y supervisores de las plantaciones conocen esta realidad, pero prefieren mirar para otro lado y continuar violando los derechos humanos. De hecho, niegan que estas cosas sucedan en sus plantaciones…
Y, obviamente, si hay irregularidades con menores, como no las va a haber en cuestión de género. El trabajo de las mujeres se restringe a las unidades de mantenimiento o a las oficinas, y es raro ver a una trabajadora con un contrato de trabajo permanente. La mayoría de ellas poseen contratos informales que no les aseguran el acceso a la seguridad social ni una mínima estabilidad laboral, aunque hayan trabajado para estas empresas durante años.
Aunque el informe de Amnistía Internacional esté focalizado en la compañía Wilmar, lo cierto es que han podido rastrear esta penosa realidad hasta los proveedores de otras grandes empresas (como de Unilever, Procter & Gamble, Kellogg’s, Nestlé, Archer Daniels Midland entre otras muchas). No obstante, tengamos en mente el año en que fue publicado este informe, 2016…
Mala praxis en la mesa redonda
No podemos terminar este artículo sin hablar de uno de los grandes protagonistas de este tema: la Mesa Redonda para el Aceite de Palma Sostenible (RSPO por sus siglas en inglés). Se trata de una iniciativa fundada en 2004 por un grupo de ONGs y grandes empresas internacionales que participan de las plantaciones de la palma y de la cadena de producción y suministro de aceite de palma en respuesta a los indiscutibles impactos negativos de esta industria, que ya entonces se hicieron demasiado evidentes como para que la sociedad no se diese cuenta. Su misión es mejorar en este aspecto y fabricar productos con aceite de palma de una manera sostenible y respetuosa con el medio ambiente y los trabajadores. Así, aquellos productos que lleven un aceite de palma obtenido de forma que no haya provocado deforestación, contaminación o la violación de los derechos de los trabajadores reciben el certificado sostenible de la RSPO.
Actualmente cuenta con más de 4000 miembros, entre ellos muchas de las corporaciones que hemos mencionado reiteradamente a lo largo de este artículo. También está Wilmar, que es miembro desde 2005. El informe de Amnistía Internacional data de 2016. Desde 2004 las imágenes por satélite no han dejado de mostrar cada vez más territorio deforestado y sustituido por plantaciones de palma en países como Indonesia o Malasia. Las especies siguen sufriendo y sus poblaciones continúan disminuyendo en esos países. En otras palabras, nos están mintiendo. Lo que pretenden hacer pasar por sostenible, lejos está de serlo. De hecho, un grupo de organizaciones ecologistas, encabezadas por WWF y Greenpeace, constituyeron un organismo asesor, el Grupo de Innovación sobre el Aceite de Palma (POIG), para controlar el cumplimiento de los objetivos de la Mesa Redonda y ofrecer una mayor transparencia en vistas de que la inmoralidad seguía campando a sus anchas.
La presunta preocupación por los impactos del aceite de palma es una ficción. La RSPO es una pantalla de humo, un arlequín disfrazado de ecologista, una artimaña para ocultar la verdadera motivación de los que están detrás de esta industria: el puro beneficio. Su auténtico objetivo es lavar la imagen del aceite de palma, pero en verdad parece que no se están esforzando demasiado en solucionar el estropicio. No les conviene que se frene la expansión de las plantaciones. El aceite de palma se presenta como un filón de oro que todavía pretende perdurar muchos años más, y mejor aún, aumentar su producción. Ante una población en constante crecimiento y demanda, resulta irresistible seguir expandiendo el negocio de la palma. Los beneficios están asegurados.
Este ingrediente omnipresente nos seguirá acompañando durante mucho tiempo. Lo seguiremos viendo en diversas etiquetas con diversos motes. Progresivamente irá apareciendo con más frecuencia como combustible de nuestros vehículos y máquinas. La mayoría del público lo sigue pidiendo, y él está decidido a satisfacer nuestros deseos. Sin embargo, cada vez que leamos su nombre, recordemos todo lo que hay detrás de esta industria. El aceite de palma es el representante ideal de nuestra sociedad de consumo: nos muestra lo que subyace bajo nuestro estilo de vida “sobreconsumista”. Lo primero son nuestras comodidades, y el resto ya se verá. El problema es que esta es una visión quimérica. Esos problemas a los que damos la espalda en aras de nuestro maníaco narcisismo son los mismos que, tarde o temprano, nos infectarán para acabar con nuestras vanas comodidades.
No queremos dar una visión extremista. No es cuestión de no consumir, sino de hacerlo con sentido común y con responsabilidad, sin excedernos. Por tanto, la próxima vez que vayamos al supermercado, dediquemos antes unos minutos a pensar cómo vamos a actuar y las posibles consecuencias que puedan tener nuestros actos en todo aquello que, ilusoriamente, pensamos que no nos afecta.
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