Los nizaríes han logrado perpetuarse hasta nuestros días junto con los mitos y la leyenda negra que corrompen su verdadera historia. Todas las fábulas surgieron en la Edad Media, primero de la mano de grupos musulmanes rivales y luego de los cruzados y cronistas procedentes de Europa. Alimentadas por la fascinación, el miedo, la ignorancia o, meramente, el afán del descrédito, estas fábulas han logrado sobrevivir a lo largo de los siglos e imponerse injustamente a la historia real del nizarismo. En esta segunda parte analizaremos estos mitos de forma crítica con el objetivo de separar la paja del trigo
Tal y como afirma Farhad Daftary, autor de referencia en todo lo concerniente al ismailismo y nizarismo, nuestra comprensión de estas doctrinas ha estado fundamentada en la leyenda negra medieval hasta bien entrado el siglo XX. En otras palabras, nuestra visión de los ismailitas y los nizaríes ha estado sesgada durante la mayor parte del tiempo, y no sería hasta la década de 1930 que empezaron a esclarecerse algunas cuestiones gracias a la disponibilidad pública de los textos ismailitas (los pocos que han llegado hasta nuestros días) y a su estudio imparcial por parte de los especialistas.
La leyenda negra de los ismailitas y nizaríes comienza a desarrollarse en fuentes musulmanas, especialmente de origen suní. Tiene lógica, porque para los suníes su credo era el único legítimo y correcto, y todas aquellas creencias que se desviaran mínimamente de sus preceptos eran consideradas heréticas y hostiles. Ya hablamos en el anterior artículo de que los abásidas persiguieron en varias ocasiones a los ismailitas (y a otros chiíes) por motivos políticos y religiosos. Empero, la espada no fue la única herramienta para acallar las doctrinas antagonistas; la pluma tuvo la misma o mayor importancia.
Fue durante los periodos en los que los ismailitas tuvieron un papel preponderante o en los que suponían una amenaza directa para los sunitas cuando los propagandistas y polemistas suníes intensificaron sus actividades difamatorias. No es de extrañar, por tanto, que durante el califato fatimí se publicaran numerosas obras atacando al ismailismo, circularan textos falsos y prácticas aborrecibles que se atribuían a los ismailitas y se dirigieran intensas campañas de descrédito para sembrar la polémica. El objetivo de todo esto era demostrar el carácter herético de las doctrinas ismailitas, consideradas por los autores suníes como una vía para promover el ateísmo y la destrucción del islam, como ya señalé en el primer artículo. Estos esfuerzos acabaron dando sus frutos, ya que varios autores de épocas sucesivas tomaron como base estos textos y falsificaciones para retratar a los ismailitas (y a los nizaríes por extensión) y consolidar su leyenda negra.
Empero, no solo los suníes se encargaron de deslegitimar a los ismailitas. Los distintos subgrupos que se separaron del núcleo ismailita también se difamaban entre sí. Un buen ejemplo de ello fue la campaña de desprestigio liderada por los mustalíes (una de las ramas que, junto con la de los nizaríes, nacieron a raíz del conflicto sucesorio derivado de la muerte del califa-imán fatimí al-Mustanṣir) contra los nizaríes. Los mustalíes, apoyados por el califato fatimí, hicieron todo lo que pudieron para desacreditar el mensaje de Nizar y sus seguidores. De hecho, fue un califa fatimí, al-Āmir, quien en una epístola del año 1122 calificó por primera vez a los nizaríes de Siria como “hashishiyya”, de donde derivaría el término “assassin” por el que serían mundialmente conocidos los nizaríes.
La leyenda negra ismailita-nizarí tomará forma definitivamente con la llegada de los europeos medievales al Levante mediterráneo en el contexto de las Cruzadas. Los europeos ya albergaban numerosas supersticiones y percepciones erróneas sobre los musulmanes basadas en la ignorancia y el miedo a la amenaza de un islam en rápida expansión. Tampoco ayudaba que las fuentes musulmanas en Europa fuesen por entonces escasas y la información sobre el islam muy pobre, terreno allanado para las invenciones y las especulaciones fantasiosas.
La Primera Cruzada para conquistar Tierra Santa comenzó en 1095. Tan solo dos años después, los cruzados penetraron en Siria y en 1099 arrebataron Jerusalén al califato fatimí. Desde entonces, los conflictos entre cristianos e ismailitas y nizaríes se sucedieron y los contactos diplomáticos, militares y comerciales entre ambas facciones se hicieron frecuentes. Con todo, los cruzados no se interesaron demasiado por conocer mejor la cultura de sus enemigos y, por ende, el conocimiento en Europa sobre los ismailitas y el islam en general siguió estancado. Por su parte, los cronistas europeos que escribieron sobre los ismailitas y, especialmente, sobre los nizaríes se basaron a menudo en rumores sin contrastar y en sus propios prejuicios, contribuyendo a consolidar y a legitimar la leyenda de los asesinos.
Fueron muchos los autores europeos que escribieron sobre los nizaríes, pero si hubiese que destacar a uno de entre todos ellos, sin duda ese sería Marco Polo, el archiconocido explorador y mercader veneciano. Esto se debe a que en la obra que recoge sus aventuras por Asia, Il Milione (Los viajes de Marco Polo o Libro de las maravillas en castellano; 1298), aparece la síntesis más elaborada sobre las leyendas de los asesinos divulgadas hasta entonces. Debido a la gran repercusión que tuvo el libro, el corpus legendario en torno a los nizaríes y los ismailitas quedó asentado y consolidado en el imaginario popular de los europeos medievales y las generaciones venideras hasta nuestros días.
Posteriormente, con el nacimiento del orientalismo, los primeros especialistas examinaron a los nizaríes y los ismailitas en base a los textos suníes (por ser los más accesibles y predominantes), al libro de Marco Polo y a las obras de los cruzados, elaborando descripciones desvirtuadas e inexactas y contribuyendo a perpetuar las leyendas medievales. De hecho, muchos orientalistas continuaron utilizando el término despectivo “asesino” al referirse a los nizaríes.
La prevalencia de estas historias tiene sentido en vistas del escaso número de textos propiamente ismailitas que han sobrevivido al paso del tiempo y al hecho de que las obras supervivientes comenzaron a ser recuperadas y a estar accesibles en Occidente muy tardíamente: en el siglo XIX. Es decir, solo en tiempos recientes la historia de los ismailitas contada por los propios ismailitas ha empezado a ser conocida y difundida, mientras que las versiones apócrifas y contaminadas de sus rivales han sido las predominantes durante la mayor parte del tiempo, lo que dificulta aún más su eliminación.
Acabamos de ver los orígenes de los mitos y leyendas sobre los ismailitas y los nizaríes. Ahora es el turno de indagar en estos mitos y ver qué hay de verdad y qué no en ellos. A grandes rasgos, las leyendas de los asesinos se pueden resumir en tres temas interconectados entre sí: la leyenda del paraíso, la leyenda del hachís y la leyenda del salto mortal.
El significado de “hashashin”
“Hay una diferencia, Altaïr, entre lo que nos han dicho que es verdad y lo que vemos que es verdad”. – Al Mualim
Comencemos hablando sobre el origen de su apodo: “hashashin”, origen de la palabra “assassin”. ¿Por qué se les llamó así? Estos apelativos de naturaleza despectiva procedieron siempre de personas ajenas al nizarismo. Dicho de otro modo, los nizaríes no se conocían a sí mismos con esos términos.
Ya he señalado que la primera vez que se usa este término es en una epístola del califa-imán fatimí al-Āmir fechada en 1122. A partir de entonces, numerosas variantes de este apelativo aparecerán en las distintas fuentes musulmanas y cristianas: “hashishin”, “hashashin”, “heyssessini”, “assissini”, “assacis”, “axasins”, “hacsasins”, etc. Seguramente, los europeos que viajaron a Oriente Próximo escucharon o vieron ocasionalmente este término por ahí y lo reflejaron en sus escritos como mejor pudieron. Un detalle importante es que los cronistas no comprendían demasiado bien su significado ni su origen, como reconoció Guillermo, arzobispo de Tiro, el primer historiador de las Cruzadas que escribió sobre los ismailitas y cuyas descripciones sirvieron de modelo para numerosos autores europeos posteriores. Asimismo, es importante señalar que este término se utilizaba en sentido despectivo y que, en un primer momento, estuvo dirigido específicamente a los nizaríes de Siria. En función del autor también se incluirían en el mismo saco a los nizaríes de Persia o, directamente, a toda la comunidad ismailita.
Tanto la morfología de la palabra como su significado mutaron con el tiempo. Es probable que el significado actual (el de magnicida) naciese a raíz de la impresión que causaron en los europeos las actividades de los fidā’īs, y así es como se introdujo un nuevo vocablo en las lenguas europeas. Sin embargo, esto no siempre fue así.
Tradicionalmente se ha afirmado que “hashashin” y sus variantes aludían a una práctica secreta de los fidā’īs nizaríes y que consistía en el consumo de hachís. Seguramente por su parecido fonético y morfológico con la palabra “hashīsh” (el hachís) y “hashshāsh” (la persona consumidora de hachís y cuyo plural es “hashshāshīn”), los autores europeos terminarían vinculando estos términos. Luego discutiremos si los nizaríes realmente consumían esta sustancia. Claramente nos encontramos ante un caso de malinterpretación, pues no existen textos árabes que utilicen el adjetivo “hashshāsh” en relación con los nizaríes, el término que se esperaría que empleasen para referirse a un consumidor de hachís. Más bien, “hashashin” y el resto de las variaciones serían corrupciones del término despectivo “hashishiyya” (y de su singular, “hashīshi”), que sí aparecen en las fuentes árabes. El problema es que no vienen acompañados de aclaración alguna, aunque los contextos en los que aparecen apuntan a un significado figurativo y de reproche, cuya traducción podría ser algo así como parias o marginados sociales irreligiosos. Es decir, no tendrían nada que ver con el hachís. El especialista Farhad Daftary nos lo aclara de la siguiente manera:
“Con toda probabilidad, el nombre hashishiyya se aplicó a los nizaríes como término de insulto y reproche. Los nizaríes ya eran objeto de hostilidad por parte de los demás musulmanes y fácilmente podrían ser objeto de todo tipo de juicios despectivos sobre sus creencias y su comportamiento. En otras palabras, parece que el nombre reflejaba una crítica a los nizaríes más que una descripción exacta de sus prácticas secretas.”
Estos vocablos fueron utilizados por los europeos básicamente. Los autores árabes preferían usar otro tipo de expresiones para referirse a los nizaríes o a los ismailitas, como “nizāriyya”, ismā’īliyya o malāhida (hereje).
Hachís: la vía para entrar al paraíso
Altaïr: ¿Entonces crees que esos hombres estaban drogados? ¿Envenenados?
Al Mualim: Sí, si es tal como tú has descrito.
Altaïr: Hierbas. Parece un extraño método de control.
Al Mualim: Nuestros enemigos me acusan a mí de lo mismo.
Altaïr: La promesa del paraíso…
Sin duda alguna, las misiones de los fidā’īs nizaríes y los relatos (muchas veces exagerados) de las mismas impactaron y sorprendieron a los europeos sobremanera, quienes intentaron buscar una explicación a la gran fidelidad que mostraban aquellos jóvenes hacia su maestro y a sus actos irracionales. Huelga decir que los nizaríes no fueron los únicos que utilizaron la estrategia del asesinato selectivo. Los cruzados cristianos o los turcos selyúcidas también dirigieron ataques magnicidas contra líderes políticos o religiosos de las facciones rivales, sobre todo cuando el poder estaba atomizado y repartido entre diversos líderes locales. Aun con todo, los nizaríes se convirtieron en los asesinos por excelencia y, prácticamente, se les adjudicaba cualquier asesinato de importancia ocurrido en Próximo Oriente durante aquella época, fuese o no suya la autoría.
Los cronistas europeos comenzaron a especular sobre el tipo de entrenamiento al que estaban sometidos los asesinos nizaríes para obtener el arrojo y la gallardía necesarios que les permitiesen afrontar semejantes encargos. Se propusieron todo tipo de sofisticados y duros adiestramientos, como el que viene descrito en una valija diplomática de 1175 dirigida al emperador Federico I Barbarroja, considerada una de las primeras referencias sobre la leyenda de los asesinos y donde se aseguraba que los fidā’īs eran criados en aislamiento y enseñados a obedecer desde su infancia. También se hablaba de una estricta formación en diversas disciplinas, como los idiomas, todo ello en aras de garantizar la infiltración de los audaces asesinos en los círculos internos de sus objetivos y el cumplimiento exitoso de las misiones. Otros autores describieron los lugares de entrenamiento. De acuerdo con Jacobo de Vitry, obispo de Acre, eran “lugares secretos y deliciosos”, sugiriendo que la dureza del entrenamiento se amortiguaba con determinados placeres.
Realmente, sabemos poco sobre el sistema de entrenamiento y reclutamiento de los fidā’īs. Sí parece que, en alguna ocasión, los fidā’īs se disfrazaban (de sirvientes o de monjes, como los asesinos de Conrado I de Jerusalén) para acercarse a sus presas sin levantar sospechas y actuar en el momento oportuno, pero nada se sabe sobre la sofisticada formación que aparece en algunas crónicas. Lo más probable es que no fuera necesario ningún tipo de adoctrinamiento especial y que una fuerte solidaridad para con su comunidad y el sentimiento de grupo fuesen los motores que impulsaban a los jóvenes nizaríes. Recordemos que, precisamente, los objetivos a eliminar solían ser autoridades importantes que podían suponer una amenaza para los nizaríes, de manera que el sacrificio de los fidā’īs sería una manera de prevenir el sufrimiento del resto de la comunidad.
Entre todas estas fábulas surgió una de las leyendas que más gustó a los europeos y más diseminación tuvo, ya que daba una respuesta sencilla al comportamiento irracional de los nizaríes. Según varios autores, comenzando por el monje y cronista alemán Arnold de Lübeck, los jóvenes fidā’īs eran obligados a consumir hachís como parte de su entrenamiento. Cuentan estas historias que el líder nizarí de Siria, el “Viejo de la Montaña” (otro apodo mítico e inexacto que solo se encuentra en las fuentes europeas), administraba a sus discípulos una enigmática poción embelesadora para tenerlos bajo su control, asegurar su ciega obediencia y motivarles para realizar las peligrosas tareas que se les iba a encomendar. Una sustancia sobre cuya formulación nada se sabía.
Marco Polo adoptó esta fábula y añadió nuevos elementos de su propia cosecha, naciendo así la leyenda del jardín del paraíso. Además, no ubicó la historia en Siria, sino en Persia, contribuyendo a extender la leyenda a toda la comunidad nizarí. De acuerdo con el veneciano, una vez adormecidos y embriagados de hachís u otra sustancia, los jóvenes asesinos eran conducidos a un hermoso y exuberante jardín situado en algún lugar secreto del castillo nizarí. Era un lugar extremadamente protegido y disponible solamente para los fidā’īs. Estaba salpicado de suntuosos palacios y exóticos árboles frutales y en su centro había una fuente con cuatro caños de los que emanaba vino, leche, agua y miel. Preciosas mujeres hacían las delicias de los fidā’īs tocando instrumentos y cantando como los ángeles. Con todo esto, el Señor de la Montaña pretendía engañar a sus discípulos con una recreación del Paraíso descrito en el Corán. De esta forma, los jóvenes asesinos, drogados y adormecidos, creían estar experimentando realmente el Paraíso que les esperaba tras la muerte. Así, su líder lo tenía más fácil para convencerlos de abrazar la muerte aceptando cualquier tarea por peligrosa que fuera, pues la recompensa que les esperaba en el otro lado era infinitamente mejor que cualquier placer terrenal.
Huelga decir que ningún autor musulmán hace referencia a estas actividades, ni los nizaríes ni tan siquiera sus enemigos, lo que indica a todas luces que se trata de una invención claramente de los europeos. Tampoco tiene mucho sentido que la fórmula de la poción embriagadora fuese un secreto, pues tanto el hachís como sus efectos ya eran conocidos en aquella época. Asimismo, de haber existido un jardín oculto en algún castillo nizarí, tendría que haber sido descubierto y documentado cuando los mongoles arrasaron y desmantelaron las fortalezas de la zona. Sin embargo, ningún lugar con esas características ha sido encontrado en ninguna de las fortalezas persas o sirias.
Como ya he mencionado, es más probable que los fidā’īs estuviesen dispuestos a sacrificarse estimulados por una sólida lealtad hacia su líder y la solidaridad hacia su comunidad, un enfoque que a la mentalidad europea medieval costó comprender, de ahí que acudiesen al hachís y al jardín del paraíso para explicar aquel comportamiento tan extravagante y fanático a sus ojos. Antes bien, las evidencias disponibles resaltan el carácter sobrio y despierto de estos jóvenes.
Tal era la ignorancia sobre este tema que, en varias ocasiones, la fidelidad de los jóvenes fidā’īs se exageró enormemente, atribuyéndoles prácticas fantasiosas y comportamientos rayanos con el fanatismo más absurdo.
El salto mortal
“¡Mis hombres no temen la muerte, Roberto (de Sable)! ¡Le dan la bienvenida y aguardan la merecida recompensa!” – Al Mualim
Un elemento icónico de Assassin’s Creed es el salto de fe, un salto que realizan los asesinos desde alturas vertiginosas hacia un fardo de paja bien para ocultarse de sus enemigos y perseguidores, bien como un ritual de iniciación. Pues hasta esto está basado en otra leyenda sobre los nizaríes. Algunos continuadores del cronista Guillermo de Tiro aseguraban que los fidā’īs se quitaban la vida lanzándose al vacío desde altas torres como muestra de lealtad al Viejo de la Montaña.
Parece ser que esta historia tiene su origen en un presunto encuentro entre Enrique II de Champaña, rey de Jerusalén, y el líder de los nizaríes sirios en 1194. Supuestamente, el líder nizarí invitó a Enrique a su morada para ofrecerle una serie de entretenimientos y agasajos. Tras un breve paseo por sus tierras, el Viejo de la Montaña lo llevó a su castillo para ofrecerle el espectáculo final y demostrarle la inigualable lealtad que mostraban sus soldados. En lo alto de las torres de la fortaleza varios guardias vestidos de blanco aguardaban las órdenes de su señor. Con una mera señal, dos de los centinelas se lanzaron al vacío, estrellándose contras las rocas y dejando al monarca jerosolimitano impresionado por la fidelidad inquebrantable de los nizaríes. Como ya es costumbre, no hay evidencias fehacientes que confirmen esta historia, por lo que el salto de la muerte hay que seguir considerándolo un mito más.
Por fortuna, el creciente interés por los nizaríes y el ismailismo ha dado lugar a estudios académicos serios que han permitido desterrar parcialmente las leyendas de los asesinos y sacar a la luz la verdadera historia de los nizaríes, mucho más interesante y emocionante que las fábulas.
Si quieres conocer la historia de los nizaríes de forma sintetizada, puedes acceder a la primera parte de esta serie de artículos en el siguiente enlace:
Nizaríes (Parte 1): El grupo musulmán que inspiró Assassin’s Creed
REFERENCIAS
Daftary, F. (2005). Ismailis in Medieval Muslim Societies. I.B. Tauris, Nueva York.
Daftary, F. (2007). The Ismailis. Their History and Doctrines. Cambridge University Press, Nueva York.
Nowell, C.E. (1947). The Old Man of the Mountain. Speculum 22, 497-519. https://doi.org/10.2307/2853134
Polo, M. (1298). El libro de las maravillas. Ediciones Generales Anaya, Madrid.