Dejémoslo claro desde el principio: el racismo es un invento de la estupidez humana. Si lo pensamos con detenimiento, no hay nada más absurdo y simplista que atribuir a alguien una inferioridad intelectual o innata por su morfología o etnia.
El racismo es una creencia que se asienta sobre un único principio: que dentro de la especie humana se pueden distinguir claramente subconjuntos poblacionales que se diferencian claramente entre sí por sus rasgos morfológicos (color de piel, forma craneal, envergadura). Por tanto, si este principio se invalida, el racismo no tendría sentido. ¿Existen entonces las razas humanas?
El fenotipo, es decir, el conjunto de todos nuestros rasgos morfológicos, es la manifestación visible de nuestro genotipo (aunque también interviene el entorno), o dicho de otro modo, el conjunto de genes que cada uno de nosotros tenemos. Por tanto, si existen las razas, lo lógico sería que apareciesen diferencias significativas entre sus genotipos y que se pudiesen aislar determinados caracteres exclusivos para cada raza. Pues bien, desde los años 70 del pasado siglo se sabe que existe más variabilidad dentro de esas “razas” que entre ellas. Ha sido tal la magnitud de las migraciones y los cruzamientos interpoblacionales humanos que resulta imposible encontrar caracteres únicos que caractericen a una raza.
Para la mayoría de biólogos y antropólogos no hay duda: la raza es un concepto pseudocientífico. Existe la diversidad genética, pero NO existen las razas, todos somos iguales. Sólo existe una “raza”, la humana. En conclusión, el racismo y los supremacismos son fraudes y sinsentidos dañinos y divisores a los que hay que combatir.