Las armas secretas nazis (parte 2). Die Glocke, la campana antigravitatoria

Continuamos exponiendo algunos especímenes de las Wunderwaffen alemanas de la Segunda Guerra Mundial. Como sucedía con las que ya vimos en el anterior artículo, muchos de estos nuevos exponentes no llegaron a construirse, o como máximo solo llegaron a la fase de prueba. Aun así, no dejan de ser fabulosas e impresionantes. Si el lector ya se impresionó anteriormente, ahora su sorpresa alcanzará cotas inimaginables

Las armas de represalia

Es bien conocido un episodio conocido como “Blitz”: el asedio constante e infatigable mediante misiles y bombarderos que los nazis llevaron a cabo sobre Londres entre 1940 y 1941. Los londinenses despertaban día sí y día también sobresaltados por alguna explosión cercana. Las sirenas se convirtieron en la banda sonora de todo un país. No obstante, rara vez se menciona que estos ataques fueron una represalia. En este intercambio de cohetes y bombas, Inglaterra fue quien dio la señal de salida y en mayo de 1940 los bombarderos de la RAF (Royal Air Force) comenzaron a destruir las fábricas, refinerías y otras industrias (además de los centros urbanos, causando múltiples bajas civiles) para debilitar a los germanos. Realmente, la cantidad de bombas arrojadas por Alemania y los Aliados no es comparable. Mientras que los hijos del Reich lanzaron, según algunas estimas, 75000 toneladas de explosivos sobre el Reino Unido, los Aliados habían lanzado 1350000 toneladas sobre Alemania y los territorios anexionados hacia 1945. Tanto es así que los bombardeos aliados causaron una perturbación en la naturaleza, pero no así los bombardeos germanos.

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En estas tres gráficas se representan los efectos que tuvieron algunos de los bombardeos más violentos de la Segunda Guerra Mundial sobre la ionosfera. En la gráfica superior se muestra precisamente la disminución media de electrones coincidiendo con 60 bombardeos sobre Alemania y sus territorios (gráfica del medio). Scott and Major, 2018

Dos investigadores de la Universidad de Reading del Reino Unido, Christopher J. Scott y Patrick Major, descubrieron estudiando el historial de emisiones de pulsos de radio lanzadas desde el Radio Research Center de Slough, un centro de investigación inaugurado en 1933 para el estudio de la composición de la ionosfera, que la composición ionosférica se había alterado en los cielos de las regiones alemanas entre 1943 y 1945, concretamente en los días en los que Alemania y sus territorios habían sido más violentamente bombardeados. Debido al sobrecalentamiento a causa de las exageradas energías liberadas de las explosiones, la ionosfera habría perdido parte de su densidad de electrones, un efecto que afortunadamente se deshacía al día siguiente. Aun así, llama la atención que este efecto se detectase en Slough, que se encuentra a casi 1000 Km de distancia de Berlín. Hasta este estudio no se tenía demasiado claro que el ser humano pudiese alterar la ionosfera, una capacidad atribuida únicamente a violentos fenómenos naturales como terremotos o tormentas. Sea como fuere, la pareja de investigadores trata de explicar la ausencia de estos efectos por parte de los bombardeos alemanes en base a que sus aviones no tenían la capacidad necesaria para transportar grandes cargas explosivas, al contrario que los de los Aliados, y en que el bombardeo alemán sobre Londres fue muy continuo, haciendo difícil la distinción de cualquier efecto antropogénico sobre la ionosfera.

El caso es que los alemanes se tomaron tanto los bombardeos británicos como la derrota  en la batalla de Inglaterra como una afrenta muy personal y comenzaron a idear nuevas armas que complementasen o sustituyesen a sus bombarderos. Su objetivo era represaliar a los enemigos, y de ahí viene su nombre: “Vergeltungswaffen”, las armas de represalia o de la venganza. Estas se constituyeron sin duda como las Wunderwaffen más exitosas: lograron salir de los planos, cumplir los requisitos y ser fabricadas y utilizadas en masa.

Su identificación era muy sencilla: eran etiquetados con una V y un número, aunque no siempre se han llamado así. Su padre prefirió denominarlos “Aggregat” (cuyo diminutivo es una A acompañada de una cifra). El ideólogo de estas armas no solo fue reconocido por elaborar esta clase de tecnología, con posibilidades no sólo bélicas sino también científicas. Porque gracias a estos cohetes las potencias lograron metas insospechadas durante la carrera espacial.

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El coronel Leo Zanssen es felicitado por el general Erich Fellgiebel. Justamente detrás, dos de los personajes clave de las armas de represalia: Wherner von Braun (vestido con traje negro) y Walter Dornberger (el hombre que está delante del científico con los ojos cerrados). La Segunda Guerra

Wernher von Braun (1912-1977) fue el principal cerebro que estuvo detrás de las armas de represalia y uno de los padres de la carrera espacial de la Guerra Fría. Ya desde joven mostró un gran interés por los cohetes, la ingeniería y las matemáticas. Junto a varios compañeros y su maestro y a la postre colega Hermann Oberth se unen a la Sociedad del Viaje Espacial (“Verein für Raumschiffahrt” o VfR), un grupúsculo de intelectuales aficionados a la cohetería y a los enigmas espaciales que terminan instalándose en un campo de Reinickendorf, a las afueras de Berlín, al que bautizan “Raketenflugplatz” (“aeropuerto de cohetes” en alemán), donde construyen y prueban sofisticados cohetes de fabricación casera mientras soñaban con alcanzar el proceloso espacio sideral. Los resultados obtenidos (la VfR logró lanzar un cohete Repulsor a casi dos kilómetros de altura) llamaron la atención en 1932 del Ejército alemán, que estaba interesado en la investigación de cohetes y misiles de propelente líquido, que afortunadamente no aparecían entre las prohibiciones del Tratado de Versalles. Además, por aquella época los combustibles líquidos estaban dando sus primeros pasos y von Braun era la persona ideal para aplicar estos combustibles novedosos a la cohetería. Desde entonces, von Braun trabajará con el capitán Walter Dornberger primero en Kummersdorf y luego en el Báltico, en el famoso centro de investigación de Peenemünde, lo cual aceptó de buena gana, pues trabajando para el Ejército conseguía remuneración y estaba un paso más cerca de sus anhelados viajes espaciales. Desgraciadamente, su motivación se fue al traste cuando tuvo que dedicar su ingenio exclusivamente a la producción bélica de los cohetes.

En su primera etapa en Kummersdorf es cuando von Braun da a luz a los Aggregat. En 1933 y 1934 diseña y prueba respectivamente los cohetes A-1 y A-2, que empleaban propergol líquido como combustible. Los que llamaron verdaderamente la atención de los generales alemanes fueron la pareja de A-2, Max y Moritz, cuyos vuelos de prueba exaltaron las expectativas de los alemanes y fueron determinantes para seguir construyendo versiones más avanzadas. Realmente, estas dos primeras versiones no tenían un uso más allá que el de modelos de prueba. Ninguno alcanzaba los 1,70 metros de longitud y los 150 Kg de peso, por lo que apenas podían transportar una carga explosiva suficiente para provocar daños significativos. Eso sí, los A-2 lograron alcanzar 3,5 Km de altura en sus pruebas, nada mal. Debido a estos resultados y a que los altos mandos alemanes vieron el potencial bélico de esta tecnología, decidieron trasladar al equipo integrado por el ingeniero alemán a Peenemünde, donde se realizarían los futuros ensayos.

En 1935 llegaría el A-3, este sí, un cohete con unas dimensiones más serias: 6,74 metros de largo y 740 Kg de peso. Fue el primer cohete de grandes dimensiones diseñado por von Braun. Sin embargo, tan sólo se realizaron cuatro vuelos de prueba en diciembre de 1937, todos ellos fallidos fundamentalmente por fallos en los motores y en los paracaídas. Apenas alcanzaron el kilómetro de altura, por lo que se hizo necesario su redimensionamiento y reelaboración, dando así a luz al modelo A-5, ligeramente más pequeño y sometido a diversos vuelos de prueba entre 1938 y 1942. Se concibieron algunas variantes del A-5 carentes de motor simplemente para probar su aerodinamismo lanzándolos desde aviones Heinkel. Veremos posteriormente que todas estas pruebas, modelos y fracasos tenían su razón de ser y simplemente estaban preparando el campo de pruebas para un arma extremadamente sofisticada que estaba por venir, una de las pocas Wunderwaffen que cerca estuvo de cumplir su cometido.

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Centro de investigación de Peenemünde en la actualidad. A día de hoy está acondicionado como museo de cohetería. Encabezando la fotografía un cohete V2, arma terrorífica y a la postre una tecnología esencial para la carrera espacial. Museum Peenemünde

Hagamos un paréntesis. Efectivamente, los cohetes Aggregat acabarían convirtiéndose en las Vergeltungswaffen, pero es un error común atribuir la autoría de la bomba volante V1 a Wernher von Braun. La V1, precursora de los misiles de crucero con sus casi 8 metros y medio de longitud y 2150 Kg de peso, de los cuales 830 Kg pertenecían a la cabeza explosiva de amatol, fue creación de dos hombres: Fritz Gosslau y Robert Lusser, si bien es cierto que las pruebas de vuelo fueron gestionadas por el equipo de Peenemünde.

Las V1 no comenzaron a producirse masivamente hasta finales de 1943, cuando las esperanzas para Alemania estaban ya mermadas. Los asiduos bombardeos aliados y la destrucción de los complejos industriales impidieron adelantar la utilización de los V1. Hasta entonces, todos los lanzamientos efectuados desde bases como la de Peenemünde fueron pruebas.

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Las bombas volantes V1 estaban dotadas con una cabeza explosiva de casi una tonelada y podían alcanzar los 600 Km/h. Wikipedia

Además, no consiguieron llevar a cabo el programa en el más absoluto de los secretos. El gobierno británico comenzó a sospechar de un novedoso “avión sin piloto” alemán a principios de ese año gracias a las prospecciones de los pilotos y los espías británicos. Sin embargo, la confirmación definitiva llegó gracias a la inestimable labor de un mecánico francés, uno de esos héroes de guerra cuya biografía queda asiduamente oculta tras los entresijos de la historia. Michel Hollard fue un patriota francés disconforme con la invasión nazi de su país hasta el punto de decidir colaborar por su cuenta con los británicos sin unirse a ningún grupúsculo de la Resistencia francesa, pues creía que estaba demasiado desorganizada como para conseguir resultados importantes.

Su resistencia era inhumana. En diversas ocasiones y para evitar dejar pistas que pudieran ser captadas por los radares alemanes se veía obligado a recorrer docenas de kilómetros diariamente en bicicleta o caminar atravesando frondosos bosques en pleno invierno. Sus habilidades de mecánico le permitieron infiltrarse sin demasiadas dificultades entre los alemanes y conseguir informaciones útiles y planos que transmitía a sus superiores ingleses. Finalmente, con el apoyo británico consiguió levantar una red de espionaje propia, la red Agir (“actuar” en francés), que terminó siendo indispensable para sacar a la luz las armas de represalia alemanas.

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Michel Hollard, el héroe francés que sacó a la luz las ubicaciones de las rampas de lanzamiento de las bombas volantes V1. Wikipedia

En un primer momento, Hollard y sus contactos comenzaron a darse cuenta que en localidades cercanas al Canal de la Mancha se estaban levantando misteriosos muros de hormigón inclinados unos 15º y que los trabajadores trabajaban día y noche sin cesar repartidos en tres turnos de 8 horas en el misterioso proyecto. Las sospechas crecieron cuando Hollard descubrió que dichas rampas estaban apuntando hacia Londres, como si algo fuese a ser lanzado desde ellas para reducir a polvo la capital del Reino Unido. Efectivamente, estos hallazgos permitieron a la inteligencia británica asentar sus conjeturas. Ahora solo faltaba asegurar qué era lo que iban a lanzar los alemanes contra ellos. Por ello, en noviembre de 1943 mandaron a Hollard a la región francesa de Auffray, a un hangar en el que iban a recibir uno de esos aviones sin piloto. Tras infiltrarse, Hollard se temió lo peor: en el interior de una caja agujereada se almacenaban las piezas de una bomba volante, un cohete con un radio de acción nada despreciable, y Peenemünde era donde se había investigado y sometido a prueba. En diciembre de ese mismo año, la RAF (Royal Air Force) inicia la operación Crossbow y bombardea las rampas de lanzamiento cercanas a la costa del Canal de la Mancha. Pero algunas se les escapan porque los alemanes consiguen camuflarlas o desplazarlas a otros emplazamientos. El 13 de junio de 1944 comienzan los primeros impactos en suelo británico de los V1. El plan del Führer era haber empezado en diciembre del año anterior lanzando la friolera de 5000 bombas mensuales para destruir Londres y otras ubicaciones, pero afortunadamente no fue así. Entre junio y agosto de 1944 se lanzaron 9200 cohetes de los que solo llegaron a su objetivo un millar, que ya de por sí causaron daños importantes. Muchos fueron abatidos antes de tocar tierra: al alcanzar una velocidad similar a la de algunos cazas aliados (entre 500 y 600 Km/h), estos pudieron abatir algunos con relativa facilidad. Otra táctica más arriesgada y poco habitual era desestabilizar el rumbo de las V1 dándoles un toquecito en una de sus alas con los aviones para desequilibrar el sistema giroscópico. Por otro lado, muchas bombas volantes fueron destruidas antes incluso de volar, mientras estaban aún en las rampas de lanzamiento. Al final de la guerra, los alemanes habían lanzado cerca de 10000 V1, de las cuales casi 2500 alcanzaron sus objetivos. 6000 muertos y casi 18000 heridos constituyeron el balance de bajas en suelo británico por las insidiosas V1.

No obstante, las bombas volantes no siempre fueron pensadas para ser lanzadas desde tierra. En un primer momento de hecho se realizaron ensayos en el aire para hacer frente a los aviones de la RAF, lanzando las V1 desde aviones alemanes, pero finalmente se optó por la otra alternativa. A fin de cuentas, el radio de acción de las explosiones era de unos 15 metros, llegando a los 70 metros si tenemos en cuenta los daños ocasionados en los edificios por las ondas expansivas, por lo que eran más útiles en tierra que en el aire.

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Un Spitfire británico (silueta de mayor tamaño) intentando desequilibrar a un V1. Un pequeño toque en uno de sus alerones bastaría para desequilibrar el giroscopio que calculaba el rumbo. World War Wings

El destino de Michel Hollard casi acaba en tragedia. En febrero de 1944 agentes del servicio especial alemán lo detienen y lo condenan a muerte. Sin embargo, su condena fue conmutada por una estancia en el campo de concentración de Neuengamme, donde permaneció hasta que, cerca del final de la guerra, los prisioneros comenzaron a ser deportados en masa hacia Suecia en barcos. Muy pocos logran salvarse, porque la RAF o las SS hundían los barcos de prisioneros, los primeros creyendo que se trataban de convoyes de otra naturaleza y los segundos para ensañarse por última vez. Entre los pocos que logran sobrevivir se encuentra Michel Hollard, que desde entonces será distinguido héroe de guerra condecorado con la cruz del Distinguished Service Order y etiquetado por Isabel II del Reino Unido como el héroe que salvó Londres.

Véase a continuación una V1 en movimiento y el peculiar rugido que anticipaba su letal llegada:

En 1944, mientras que las V1 bombardeaban Londres, Wernher von Braun y sus ingenieros aprendían de sus errores y perfeccionaban los Aggregat, hasta que llegaron a la versión definitiva: el Aggregat-4 (A-4), más conocido como V2. Tenía poco que ver con la bomba volante V1. En primer lugar, casi la doblaba en tamaño con sus 14 metros de longitud. Pesaba unos 13500 Kg, aunque irónicamente la cabeza explosiva tenía aproximadamente el mismo tamaño que la de la V1. El peso extra era aportado entre otras cosas por el poderoso motor que le permitía alcanzar la friolera velocidad de 5200 Km/h y entre 320-360 Km de distancia. Era, en definitiva, un arma imparable, pues no había avión alguno que pudiese interceptarla, de hecho ningún V2 llegó a ser derribado. Además era muy inesperado, pues al contrario que la V1 su motor no anunciaba su llegada con un estruendoso ruido y gracias a la altura y velocidad que alcanzaban se volvían invisibles a los radares.

Es irónico el motivo causante del retraso en su producción. Es obvio que los bombardeos aliados sobre Peenemünde algo tuvieron que ver, como aquel realizado por la RAF los días 16 y 17 de agosto de 1943 en el marco de la operación Hydra, dañando significativamente la base y obligando a un traslado de parte del personal y los laboratorios a Dora, en el centro de Alemania, pero curiosamente la culpa fue también de Adolf Hitler. El Führer no siempre estuvo convencido sobre la eficacia de las armas de represalia. Pensaba que no iba a necesitarlas. Craso error, porque al menos los V2 le habrían podido dar alguna ventaja en los primeros años de la guerra. Es algo que él mismo reconoció en una entrevista con Dornberger en 1943, lamentándose de su ingenuidad y de no haber confiado en el equipo del doctor Wernher von Braun. Así, en julio de ese año dio prioridad absoluta al desarrollo de los misiles V2.

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Histórica instantánea de un V2 despegando. Fueron una pesadilla constante e intensa de los londinenses durante los últimos años de la guerra. V2 Rocket History

Los alemanes estuvieron hasta el último momento dando rienda suelta a su venganza y a su odio. Cuando la Francia invadida fue liberada, los nazis trasladaron todos los medios necesarios para persistir en el lanzamiento de misiles a Holanda y Países Bajos, Renania, etc. Entre septiembre de 1944 y el final de la guerra en 1945, los alemanes lograron lanzar más de 5000 ojivas contra los territorios aliados. Si iban a perder la guerra, se llevarían varios miles de víctimas más con ellos.

Sin embargo, von Braun tenía unas ambiciones que superaban en mucho el mero interés bélico. Satisfecho con los resultados del V2, comienza a pensar en una versión modificada que alcanzase altitudes mayores (los primeros V2 alcanzaban los 88 Km) capaz de salir de los márgenes terrestres hacia el espacio. El anhelo de salir y explorar los oscuros territorios espaciales era frecuente desde principios del siglo XX en las principales potencias europeas y en Estados Unidos y, como veremos posteriormente, en la Segunda Guerra Mundial ya se pensaba en conquistar el espacio para ganar la guerra. Sin embargo, el proyecto de von Braun se nutría de un anhelo científico más que bélico. La variante Aggregat-4b o el A-9 pretendían rellenar esa ambición. Realmente ambas versiones eran misiles V2 pero con alerones que les permitiría alcanzar distancias mayores aprovechando el planeo. Ninguno entró en producción, pero un prototipo del A-4b consiguió superar una prueba de vuelo en 1945. Este estaba diseñado para superar el Mach 5 de velocidad y alcanzar distancias de 800 Km y el A-9 para superar el Mach 10 y recorrer 5000 Km, de tal forma que si hubiese llegado a término habría sido el primer misil balístico intercontinental de la historia. Otras versiones del A-9 estaban pensadas para ser tripuladas (también llamadas A-6). Por último estaría la versión A-9/A-10, un gigantesco misil intercontinental de dos fases y de más de 20 metros de altura. Sin embargo, esto no sería suficiente para alcanzar la altura orbital, así que von Braun pensó en añadir dos fases más, las A11/A12, formando un cohete de cuatro fases de unos 70 metros de altura ideado para transportar un satélite de media tonelada u otros tipos de cargas a la órbita baja terrestre. Debido a las varias limitaciones que presentaba este modelo, los ingenieros vieron en él un vehículo de reconocimiento o transporte más que una bomba.

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Cohetes de la serie Aggregat, precedentes de los famosos misiles V2. Los A-1 y A-2 eran prototipos de pruebas que no llegaban a los dos metros de altura; el A-3 es el primer cohete de gran tamaño diseñado por von Braun, de 6,75 metros de altura; el A-4 es el archiconocido V2; el A-4b es una variante del anterior pero con alerones añadidos para prolongar la distancia recorrida aprovechando el planeo; el A-5 es un prototipo rediseñado del A-3; el A-6 es una variante del A-9 diseñado para ser tripulado; el A-9 y el A-10 son cohetes multietapa para servir o bien como misiles intercontinentales o como medios de transporte para llevar al hombre al espacio. The Worlds of David Darling

Cuando se vislumbraba el final de la guerra, los Aliados pusieron en marcha una serie de proyectos para captar la mayor cantidad de científicos alemanes que pudiesen. Habiendo comprobado los impresionantes ingenios bélicos que habían creado y los audaces cerebros que componían los equipos, era imperativo capturarlos y utilizarlos para alcanzar la supremacía científico-tecnológica para la posguerra. Se inició por tanto una competición para ver quién se quedaba con los mejores. En el caso de Estados Unidos, esta operación se dio en llamar proyecto “pisapapeles”.

Wernher von Braun fue un tipo inteligente. En el invierno de 1944 ya tenía muy claro que Alemania iba a perder la guerra y que tenía que encontrar una escapatoria como fuese. Su principal baza era que llegasen primero los norteamericanos a Dora. Él lo prefería así, deseaba llegar al Nuevo Mundo para poner al servicio de los americanos todos sus conocimientos. Tuvo suerte y junto a varios compañeros fue capturado por los representantes de las barras y estrellas. Rápidamente es nombrado director de los principales proyectos de balística y cohetería del ejército estadounidense. En los años inmediatamente posteriores a la guerra, Estados Unidos y la URSS ponen a prueba los V2 recuperados en Dora y otros complejos. Tienen claro que ha empezado una nueva guerra, aunque esta no tendrá lugar en tierra o en aire, sino en el espacio, que servirá además de subterfugio para probar misiles más eficientes y sistemas de vigilancia y espionaje totalmente novedosos con base en la órbita de la Tierra. Los V2, gracias a su potencia y eficacia, son propuestos como los modelos sobre los que construir nuevos cohetes y misiles. Así, el 24 de octubre de 1946, los norteamericanos consiguen la primera fotografía de nuestro planeta a partir de una cámara instalada precisamente en un V2 que se había lanzado para realizar un vuelo suborbital. Efectivamente y para desgracia de los terraplanistas, existen imágenes del globo terráqueo mucho antes de que la NASA existiese y que muestran la curvatura del mismo. Y ya que hablamos de la NASA, cabe decir que el ingeniero alemán fue nombrado director del Centro de Vuelo Espacial inmediatamente después de su inauguración y que estuvo al frente de los primeros programas espaciales tripulados americanos, Mercury y Gemini, precedentes del programa Apolo, además de ser el principal responsable del Explorer 1, el primer satélite estadounidense enviado al espacio, y del cohete Saturn V, el vehículo que envió al hombre a la Luna.

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Esta es la primera fotografía de nuestro planeta, realizada desde un V2 surcando la órbita baja. Smithsonian Magazine

Pero las Vergeltungswaffen no terminan con el V2. En 1943, los alemanes construyeron un supercañón, pero en vez de estar instalado sobre algún carro de combate lo enterraron en el subsuelo protegido por toneladas de hormigón. El V3 fue instalado en lugares como Pas-de-Calais, localidades de Francia cercanas al Canal de la Mancha y no muy lejanas de Londres, el principal objetivo de las armas de represalia. También era conocido como bomba de alta presión (“Hochdruckpumpe” en alemán o HDP) haciendo alusión a su funcionamiento, que era cuanto menos curioso. El raíl central estaba circundado por cargas propulsoras dispuestas en pares y en diagonal respecto al canal central. El lanzamiento del obús, que podía pesar unos 140 Kg, se basaba en el principio de multicarga, de tal forma que según atravesaba el raíl central, las cargas adyacentes se iban disparando al paso del proyectil y golpeaban su base oblicuamente, imprimiéndole así consecutivamente un mayor impulso, el suficiente para recorrer los 165 Km que lo separaban de Londres.

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Réplica del canal por el que eran impulsados los V3. Los apéndices laterales representan las cargas propulsoras que imprimían una mayor velocidad al misil. Flickr

Los cañones de V3 más representativos, y también las más grandes, alcanzando los 140 metros de longitud, fueron los construidos cerca del pueblo francés de Mimoyecques, al norte del país galo. Allí aun se mantienen los muretes de hormigón de la fortaleza y el primer sótano, accesible a los turistas. Se construyó entre 1943 y 1944 por miles de trabajadores y prisioneros de guerra esclavos. El lugar no fue elegido al azar. Los ingenieros alemanes se dieron cuenta que lo ideal sería encontrar un promontorio que tuviera un sólido núcleo rocoso para sustentar el pesado cañón, y esto lo cumplía idóneamente la colina cercana a Mimoyecques, de núcleo calcáreo. Este cañón tuvo un  periodo de vida casi imperceptible, pues poco después de ser finalizado los Aliados lo bombardearon sin piedad en 1944, aunque fueron escasos los daños. Finalmente, los británicos conquistaron la región sin dar tiempo a los alemanes de disparar un solo proyectil. En Amberes y Luxemburgo se instalaron dos versiones reducidas de 45 metros de longitud que realizaron algunos disparos de consecuencias desconocidas.

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Planos de la desaparecida fortaleza de Mimoyecques, desde donde se lanzaban los temibles V3. Wikipedia

La guerra de las galaxias

La apetencia de los nazis no tenía parangón. Su tamaño era inconmensurable, tanto que escapaba de los límites planetarios. A los alemanes no les bastaba con conquistar la tierra, el cielo y el mar, también ansiaban todo aquello que estaba fuera de los impalpables límites gaseosos de nuestro planeta. Creían fervientemente que ser los primeros en alcanzar esas ignotas regiones les daría una ventaja impagable sobre los Aliados, y para ello idearon armas y vehículos capaces de atacar desde esas posiciones inalcanzables.

Quizás el que se tuvo más en consideración fue el bombardero “Silbervogel”, es decir, el “pájaro de plata”. Podríamos asegurar que, fuera de la ciencia ficción, el Silbervogel fue el primer prototipo de lanzadera espacial potencialmente fabricable. Sus padres, la pareja formada por Eugen Sänger e Irene Brendt, imaginaron a finales de la década de los 30 un avión tripulado que, impulsado por cohetes y sacando provecho de su fuselaje convexo y aerodinámico sería capaz de cruzar los océanos recorriendo la órbita baja de la Tierra y golpear a su distante objetivo con una o dos bombas de unas dos o tres toneladas o con una suerte de bomba sucia compuesta por óxido de silicio radiactivo para liberar una nube tóxica radiactiva. Como era de esperar, uno de los objetivos fundamentales eran los complejos industriales de Estados Unidos, y al igual que tantos otros prototipos, el Silbervogel habría formado parte de la operación Amerika Bomber que, como ya explicamos en la anterior parte, su meta era construir un caza-bombardero capaz de viajar desde Alemania a Estados Unidos en un viaje de ida y vuelta con una autonomía completa y sin necesidad de repostar por el camino. En este caso, el Silbervogel completaría su vuelta sin rehacer el trayecto, es decir, optaría por recorrer la circunferencia terrestre en su plenitud. En otras fuentes es conocido como aeroespacioplano antipódico de Sänger, tanto por su forma como por su finalidad: bombardear el punto más alejado del planeta, las antípodas.

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El “pájaro de plata” de camino a su objetivo para bombardearlo, sobrevolando los límites orbitales de nuestro planeta. Reddit

Su motor (hipotéticamente un Sänger-Brendt de 145700 Kg) y el trineo impulsor que ayudaría en su despegue mediante un empuje de 5000 Km/h por sí solos no serían suficientes para completar las enormes distancias para las que estaba destinado el Silbervogel. Por ello, tanto su fuselaje como la forma y disposición de sus alas se antojaban elementos imprescindibles a la hora de componer lo que se conoce como cuerpo impulsor. Es decir, la anatomía del avión estaba destinada a funcionar como un motor per se. Su funcionamiento sería como sigue: una vez impulsado hacia alturas estratosféricas (tenía que despegar desde un monorriel de 3 Km apoyado por 36 motores cohetes para alcanzar una velocidad de entre 2000 y 5000 Km/h antes del despegue y así alcanzar una altura de 130 Km), el avión pasaría a depender de su constitución. No habría mecanismo que mantuviese el avión a una altura constante, sino que estaría destinado a caer, pero es entonces cuando su fuselaje entraría en acción. Al descender de forma tangente a los 40 Km de altitud, el colchón de aire más denso sería aprovechado como trampolín por el avión gracias a su aerodinamismo, recuperando de nuevo altura y preparándose para el siguiente salto. Al igual que una piedra plana rebotando sobre un lago, el pájaro plateado se deslizaría así sobre la masa de aire hasta su objetivo para bombardearlo sin piedad.

Un proceso no exento de riesgos, sin embargo. Al igual que la piedra saltando sobre el agua, el avión iría perdiendo energía progresivamente con cada rebote, llegando el momento nuevamente de emplear el motor cohete para completar su trayecto y volver a Alemania orbitando la Tierra. Efectivamente, parece un proyecto complejo y costoso, y así lo creyeron los mandamases nazis, que cancelaron el proyecto del bombardero suborbital. Pero no debemos verlo como una enajenación propia de mentes desequilibradas. El proyecto Silbervogel interesó a las potencias vencedoras durante la posguerra, y entre ellas, obviamente, a Estados Unidos.

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El Dyna-Soar fue un prototipo de aeronave orbital basado en el Silbervogel de Sanger y Brendt. Boeing.com

La USAF (Fuerza Aérea de los Estados Unidos por sus siglas en inglés) trabajó en un proyecto de astronave basada en el Silbervogel con múltiples objetivos: desde hacer reparaciones de satélites y misiones de reconocimiento estratosféricas hasta sabotear y bombardear satélites enemigos. Fue bautizado como Boeing X-20 Dyna-Soar y no pasó de las pruebas de vuelo, pero no porque fuese inútil sino porque sus objetivos no estaban claramente determinados y porque los presupuestos eran inabarcables. De hecho, el tiempo que duró el proyecto, de 1957 a 1963, costó 410 millones de dólares. Sea como fuere, el Dyna-Soar se presentó como uno de los proyectos aeronáuticos más avanzados de la época y tantas esperanzas se pusieron en él que incluso llegaron a entrenar a varios astronautas para pilotarlo, entre ellos al primer hombre en poner el pie en la Luna: Neil Armstrong.

La Estrella de la Muerte alemana

Como no podía ser de otra manera, algunos de estos inventos surgieron de mentes que no estaban enclaustradas en los límites impuestos por la gravedad terrestre o por la simpleza de algunos, en cerebros que imaginaban el futuro de la humanidad fuera de la Tierra. Una de esas mentes preclaras fue la de Hermann Oberth (1894-1989), matemático de origen rumano que no dejaba de pensar en trajes de astronauta, estaciones y cohetes espaciales, y por lo que fue tildado de soñador e ingenuo por algunos de sus colegas, quienes jamás sospecharon que Oberth pasaría a los anales de la historia como uno de los padres de la astronáutica. De hecho, algunos de sus tratados influyeron a otros ases de la astronáutica, como Wernher von Braun, quien por otro lado fue pupilo de Oberth y con quien colaboró durante un breve periodo de tiempo en la elaboración de los misiles V-2 en Peenemünde (después de la guerra los papeles se invertirían y von Braun pasaría a ser el líder a cargo de Oberth en la construcción de cohetes).

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Hermann Oberth (en primera plana) fue uno de esos genios únicos de la historia. Su ambición apuntaba constantemente hacia las estrellas. Sentado sobre la mesa a su izquierda, su pupilo y colega Wernher von Braun, ambos padres de la astronáutica y la carrera espacial. Space.com

Efectivamente, Oberth imaginó una estación espacial bautizada como “Raumstation” con muchas prestaciones que décadas después incluiría la Estación Espacial Internacional, con la peculiaridad de que esta iría equipada con un elemento muy singular: un gigantesco espejo cóncavo de 100 metros de diámetro. En el contexto en que lo describía Oberth no tendría función destructiva o bélica alguna, por el contrario sus ideas estaban destinadas exclusivamente al avance científico. Pero como era de esperar, los alemanes se vieron atraídos pronto por esta invención e imaginaron con ardor su potencial destructor. Así, en 1945 centenar y medio de ingenieros y científicos alemanes se pusieron manos a la obra en los centros de investigación y desarrollo de la aldea boscosa de Hillersleben. Llamaron al proyecto “Sonnengewehr” (“cañón solar” en alemán). Persistiendo en su manía de hacerlo todo inmenso, calcularon que con una superficie reflectante de 3 Km de diámetro bastaría para que este cañón solar fuese capaz de quemar toda una ciudad desde el espacio concentrando sobre ella los infernales rayos solares e incluso estimaron el tiempo que necesitarían para poner a punto el Sonnengewehr, aproximadamente unos 50 años, una estima con la que probablemente pecaban de optimismo. Cabe obviar que el proyecto apenas llegó a comenzar cuando les sobrevino la derrota.

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El cañón solar – estación espacial ideada por Hermann Oberth. Los nazis solo veían en esta idea una poderosa arma para ver arder el mundo. Wikipedia

Los medios aliados dieron cuenta de esta noticia. Así, la edición de The Ottawa Journal del 28 de junio de 1945, pocos meses después del final de la Segunda Guerra Mundial en suelo europeo, se hacía eco de las palabras del teniente coronel John A. Keck, quien informaba de la intención frustrada de los alemanes de erigir una plataforma a 8000 metros de altitud equipada con un gran espejo capaz de concentrar el calor solar en cualquier punto de la superficie terrestre para quemar determinadas zonas o evaporar cuerpos de agua con fines estratégicos. Keck no era un cualquiera, puesto que se encargó de interrogar a un gran número de científicos alemanes, obviamente para reclutar a algunos y requisar sus invenciones, entre ellas el Sonnengewehr.

El número de julio de 1945 de la prestigiosa revista Life también incluía un breve reportaje sobre las noticias frescas que habían traído de Europa los militares e interrogadores norteamericanos y daba más detalles sobre el espejo y la estación espacial. Haciendo suyas las ideas de Oberth, los alemanes planearon instalar el espejo a unos 8 Km de altura. Sin embargo, la fase de construcción ya se antojaba harto complicada, pues pretendían llevarla a cabo a esa misma altitud. Primero tenían que disponer de cohetes con la suficiente potencia como para alcanzar esa distancia portando los módulos prefabricados que compondrían el futuro cañón solar. En segundo lugar, no se puede obviar la cantidad de cohetes, materiales y combustible que necesitarían para construir un espejo de 3 Km de diámetro. Sea como fuere y obviando estas dificultades, el cañón solar funcionaría a la vez como una suerte de estación espacial. El personal y los víveres necesarios para su supervivencia llegarían a bordo de cohetes que se incrustarían en el disco a través de un orificio que funcionaría como esclusa. Su interior estaría repleto de cultivos de calabazas, por ser estas impulsivas productoras de oxígeno. Su manutención tendría lugar gracias a luces fluorescentes alimentadas por generadores que adquirirían a su vez la energía necesaria a través de diversas placas solares dispuestas en la superficie del disco. Para hacer frente a la microgravedad, los astronautas alemanes estarían equipados con botas magnéticas. El funcionamiento del cañón solar dependería de códigos mandados a la tripulación de la estación espacial desde tierra. Tras ser decodificados, un ordenador activaría una serie de cohetes dispuestos en la cara externa del disco para orientar el peculiar rayo de la muerte hacia la ubicación ordenada para arrasar con todo.

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Bocetos especulativos de la construcción del cañón solar y de su funcionamiento una vez finalizado. A) Un cohete transportaría los módulos prefabricados a una altura de 8 Km, donde iba a ser construido directamente. B) Un cohete cargado de provisiones, personal y herramientas se dirige a la esclusa del Sonnengewehr. C) Un orificio practicado en algún lugar de la periferia del espejo serviría como puerta de entrada a sus entrañas. D) Su interior iba a ser un vergel de calabazas para generar una atmósfera respirable para la tripulación. E) Varios generadores alimentados con energía solar aportarían el sustento necesario para hacer funcionar las instalaciones eléctricas interiores. F) Un conjunto de cohetes reactores permitirían apuntar el cañón solar hacia el objetivo deseado. Life

Sin embargo, ¿cómo canalizaría este espejo la luz solar sin achicharrar al personal de su interior? Parece que su superficie estaría perfectamente pulida y cubierta de sodio, un eficaz reflectante para evitar el sobrecalentamiento de las dependencias internas e intensificar la reflexión de la luz solar sobre el objetivo.

Esta idea, aunque curiosa, no era ni mucho menos novedosa. Se dice que el sabio griego Arquímedes ideó un sistema de defensa muy parecido para repeler el asedio romano de Siracusa mediante una empalizada de espejos que concentrarían los rayos del Sol sobre los navíos enemigos hasta hacerlos arder. Existen muchos experimentos que tratan de replicar esta tecnología, como el que dejamos a continuación:

No obstante, de haberse llegado a construir, el Sonnengewehr habría sido inútil con las estimas que hemos descrito aquí. Con más tiempo, es posible que los nazis se hubiesen dado cuenta y hubiesen reculado. Y es que la lente estaba demasiado lejos de la superficie terrestre, por lo que la imagen que hubiese proyectado habría sido demasiado amplia y fría como para provocar cualquier daño significativo. Así, la Estrella de la Muerte germana se almacenó en el ya abultado baúl de los proyectos inconclusos.

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Se dice que el sabio griego Arquímedes ya ideó una suerte de cañón solar en su época con el objetivo de quemar los navíos romanos durante el asedio de Siracusa. La Aldea Irreductible

Soldados voladores

El sueño de volar es una constante en la historia. Solo recientemente lo hemos conseguido con un éxito asegurado, aunque de un tiempo a esta parte la lista de inventos para surcar los cielos ha ido engrosándose paulatinamente. Algunos no han salido aún de las novelas de ciencia ficción o del cine, pero esto no quiere decir que no hayamos ido más allá.

Los alemanes querían dar alas a sus soldados de asalto. Un aparato que permitiese superar cualquier obstáculo orográfico rápidamente permitiría a las tropas avanzar mucho más rápidamente hacia sus objetivos o huir de sus enemigos y reorganizarse con gran eficacia. Algunos ingenieros habrían trabajado durante un tiempo en un aparato así a partir de 1944. Un ingenio que gracias a películas como Star Wars nos resulta sumamente familiar, pero que es décadas más antiguo que el que aparece en la famosa saga cinematográfica. La idea era crear una división de élite que portara en sus espaldas estos aparatos, una suerte de mochilas propulsoras que permitieran dar saltos de entre 50 y 70 metros de altura por medio de dos tubos situados en la parte inferior de la mochila. Los propulsores serían pulsorreactores en miniatura semejantes a los de la bomba volante V1.

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Los nazis pretendieron crear una “Fliegende Sturmtruppen” que desatara el terror desde los cielos. No tuvieron tiempo de realizar el proyecto. War History Online

Para su correcto funcionamiento y el mantenimiento de la estabilidad, los ingenieros habían de asegurarse de que ambas toberas se activasen al mismo tiempo y que a la hora de aterrizar se durmiesen a la vez. El consumo de combustible iba a ser elevado: 100 gramos por segundo y por cada unidad de propulsión, por lo que estos cohetes portátiles no estaban pensados para funcionar durante un periodo de tiempo prolongado. Aun así, para los Aliados no habría sido agradable. Imaginemos por un momento centenares de “Himmelstürmer” (caminantes del cielo en alemán) saltando sobre las líneas enemigas con una facilidad pasmosa, o situándose en alturas inalcanzables y estratégicas, o disparando desde el aire ráfagas imperceptibles, o ahorrando bajas evitando los campos de minas. En fin, el caso es que solo podemos realizar un ejercicio de imaginación, pues estas máquinas jamás llegaron a entrar en servicio, como muchas otras porque la derrota se abalanzó sobre los nazis antes de lo que esperaban. Otros autores directamente niegan su existencia y los atribuyen a la mente calenturienta de escritores y usuarios de Internet. Para no variar, se dice que los norteamericanos lograron hacerse con algún prototipo y que intentaron replicarlo sin demasiado éxito. Lo que más se aproximaría a estos “jet packs” actualmente son las diferentes variantes del “FlyBoard®”, un sofisticado aparato que se ha puesto de moda en el mundo de los deportes acuáticos y que permite flotar en el aire al usuario mediante un sistema de hidropropulsión.

En busca del martillo de Thor

La relación del nazismo con el ocultismo y el esoterismo daría para todo un artículo. Unos más que otros se obsesionaron con su origen étnico. Como una mezcla de propaganda política y de firmes creencias personales, los gerifaltes nazis divulgaron con tesón su presunto origen ario. Ellos pertenecían a la raza perfecta, o eso querían creer. Una enfermiza supremacía racial que derivó en una de las tragedias más bárbaras de la historia, que dejaría un reguero de decenas de millones de cadáveres.

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El Reichsführer-SS Heinrich Himmler estaba obsesionado con la raza aria y sus conocimientos y tecnología perdidos. Encyclopedia Britannica

Insistimos, para algunos nazis este asunto se convirtió en una auténtica obsesión, hasta el punto de dirigir expediciones a distintas partes del mundo para buscar rastros y evidencias de la existencia de sus antepasados arios, lo cual ya dice mucho de ellos. Es como si necesitaran una prueba física y palpable para cimentar su ariosofía, como si no llegaran a creérselo del todo. Sea como fuere, Irán, el Tíbet, Islandia, España, Dinamarca y otras naciones fueron testigo del paso de los “científicos” de la Ahnenerbe, la Sociedad para la Investigación y Enseñanza sobre la Herencia Ancestral Alemana dirigida por el Reichsführer-SS Heinrich Himmler. Reliquias, tesoros, yacimientos arqueológicos, testimonios, caracteres fisonómicos… cualquier cosa cumplía los preceptos necesarios para presentarse como evidencia irrefutable de la herencia de la perdida cultura aria. En este contexto se circunscribe la presunta arma que buscó con ahínco Heinrich Himmler.

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La Ahnenerbe protagonizó muchas alocadas expediciones siguiendo el rastro de la mítica raza aria. No autorizado

Es cierto que detrás de la leyenda en muchas ocasiones se esconde una historia con una base real convenientemente adornada con metáforas y alegorías moralizantes. Eso mismo creía el Reichsführer-SS respecto al famoso “Mjolnir”, el martillo de Thor, el dios del trueno nórdico, y que puede contrastarse con una misiva rubricada por él mismo. Según Himmler, detrás de la inseparable arma de Thor, la misma que usó para derrotar a la serpiente del mundo en el Rägnarök, se encontraría un artefacto real de un poder inconmensurable, capaz de abatir tropas enteras de enemigos y de manipular la composición atmosférica para transmutarla en destructora electricidad. Al igual que el martillo, su dueño también habría sido un personaje real, quizás un héroe de los arios que manejaba una tecnología muy avanzada impropia de su tiempo.

Autores como Heather Pringle, Eric Kurlander o Akbar Ahmed defienden en algunas de sus obras que el líder de las temibles SS destinó la tarea de descifrar el funcionamiento del Mjolnir a la firma Elemag-Hildesheim en noviembre de 1944 para aplicarlo en el campo de batalla. Himmler pensaba que la tecnología secreta del mítico Mjolnir, accesible únicamente para la élite aria de los Aesir (en realidad, la élite divina emparentada con Odín en la mitología nórdica), permitía concentrar y redirigir la energía electromagnética de la atmósfera. Como una especie de granada PEM (pulsos electromagnéticos), el Mjolnir emitiría flujos electromagnéticos capaces de inutilizar los aparatos electrónicos de los Aliados, desde los aviones hasta las radios y los radares, dejándoles totalmente incomunicados e indefensos. Pero las noticias que le dieron los técnicos de las SS y posteriormente el Consejo de Investigación del Reich no eran nada halagüeñas: un arma así era imposible con los materiales y la tecnología de la época, y más aún teniendo en cuenta que las fuerzas nazis estaban en pleno retroceso en diversos frentes. Claramente Himmler no era digno de poseer el Mjolnir.

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¿Mitología o tecnología desconocida de una civilización muy avanzada? Para Himmler, el martillo del dios Thor se trataba indudablemente de una poderosa arma electromagnética [Thor en la batalla contra los gigantes]. Marten Eskil Winge

Las armas climáticas

El “martillo eléctrico” germano podría incluirse en una lista junto a otra serie de artilugios que tendrían en común la manipulación del entorno y de los fenómenos naturales con fines bélicos. Estas “armas limpias” no utilizarían ningún tipo de munición al uso. Su materia prima sería la energía térmica, el sonido, el aire.

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El inventor Richard Wallauschek fue el creador de un arma muy extravagante pero prometedora. El Secreto de la Caverna

Sería este el caso de, por ejemplo, el cañón sónico ideado por el doctor Richard Wallauschek a principios de los 40, un artefacto absolutamente terrorífico que de haber entrado en servicio habría podido asesinar a una persona situada a 50 metros en medio minuto, prácticamente licuándole sus sistemas nervioso y auditivo, mientras que a un sujeto situado a 250 metros le provocaría un dolor auditivo insoportable.

Un par de reflectores parabólicos (uno de ellos de unos 3 metros de diámetro) posiblemente montados sobre un chasis blindado constituirían a rasgos generales su aspecto externo. En su interior habría una cámara formada por diversos tubos y preparada para albergar explosiones cíclicas producidas gracias a una combinación de oxígeno y metano. Estas serían ampliamente magnificadas gracias a los reflectores, que emitirían un pulso sónico devastador con las consiguientes consecuencias para los desgraciados que se interpusieran en su trayectoria.

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El cañón sónico prometía ser un arma devastadora e inolvidable para los enemigos. A la izquierda, el reflector parabólico de 3 metros de diámetro. SpudFiles

No hay mucha más información sobre esta máquina. Se dice que los alemanes tan sólo consiguieron probarla en laboratorio y con animales, por lo que sus efectos sobre la fisiología humana pertenecen al terreno de la especulación.

En las postrimerías de la guerra, ya en 1945, en el Instituto Experimental de la localidad de Lofer, en el Tirol austriaco, un científico excéntrico trabajaba en una Wunderwaffen antiaérea, una especie de mortero muy peculiar. Al doctor Mario Zippermeyer le fue encomendada la misión de construir un aparato que derribase con relativa facilidad los bombarderos aliados, para lo cual ideó este mortero. Enterrado en el subsuelo, el cañón disparaba obuses hacia el aire. Su objetivo no era dar directamente a los aviones, sino apuntar a sus rutas de vuelo. Los proyectiles estaban cargados de carbón pulverizado y poseían además un explosivo de acción lenta. Cuando alcanzaban la altura determinada, el obús estallaba y liberaba el polvo de carbón. La energía liberada en la explosión provocaría un torbellino o vórtice que generaría potentes turbulencias que desestabilizarían las aeronaves, con un radio de acción de 100 metros. Por eso se llamó cañón de vórtice. Según una historia apócrifa, de este proyecto surgieron una serie de derivaciones. Una de ellas sería una adaptación para artillería ligera que fue empleado durante el alzamiento del gueto de Varsovia.

Del doctor Zippermeyer es también el cañón de viento, otro intento desesperado para hacer frente a las fuerzas aéreas aliadas en los estertores de la guerra. Una mezcla de hidrógeno y oxígeno altamente comprimida era expulsada desde un prolongado cañón dispuesto en ángulo, como un proyectil invisible. En las pruebas llevadas a cabo en Hillersleben, lo máximo que consiguieron fue destrozar tablas de madera situadas a 180 metros de distancia. El gran fallo que tuvieron las máquinas del doctor Zippermeyer fue su escasa potencia. Eran demasiado débiles como para poder alcanzar las altitudes a las que volaban las aeronaves aliadas. Además, el poco tiempo que les quedaba antes de la llegada de los Aliados no les permitió mejorar lo suficiente estas “Wunderwaffen limpias” para alcanzar la efectividad requerida. Por eso nunca entraron en servicio.

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El cañón de viento de Zippermeyer formó parte de un conjunto de Wunderwaffen antiaéreas para hacer frente en un último intento desesperado a la aviación aliada. Sin embargo, tanto este como el cañón de vórtice carecían de la potencia suficiente como para alcanzar la altura necesaria e interceptar los bombarderos. All That’s Interesting

Sin embargo, el arma climática más extraordinaria y destructiva, aunque su existencia apenas pueda ser asegurada, sería la bomba endotérmica. Este explosivo no deja de ser la némesis de las bombas tradicionales exotérmicas, que liberan calor y energía. En cambio, una reacción endotérmica consistiría en el consumo del calor del ambiente circundante. Algo similar ocurre en nuestra atmósfera con la formación de nubes a partir del aire caliente que asciende desde la superficie terrestre. Cuando este alcanza determinadas altitudes en las que la presión disminuye, el gas caliente tiende a expandirse y, en consecuencia, disminuye la temperatura de las zonas que coloniza. En un principio similar se basaría esta tecnología casi milagrosa. Se dice que este artefacto estaba pensado para ser lanzado desde bombarderos y que tendría un radio de acción de 1 Km. Mediante un reactivo evaporado llamado ázoe, en realidad una mezcla formada mayoritariamente por nitrógeno líquido, toda forma de vida situada dentro de esos límites se congelaría al instante, mientras que edificios y construcciones quedarían prácticamente indemnes, exceptuando algún cable y tubería. Los conspiranoicos aseguran que esta arma existió y que los norteamericanos se hicieron con ella, aunque toda información al respecto es extremadamente dudosa y tan sólo se puede especular. Asimismo, habría existido otra variante destinada a estallar en el aire para congelar las alas de los bombarderos enemigos y hacerlos caer.

Die Glocke, la campana misteriosa

Llegamos al límite de la extravagancia bélica. Todas las armas y artilugios extraños y misteriosos que hemos descrito hasta ahora en los dos artículos palidecen con lo que vamos a ver a continuación. Un artefacto absolutamente de ciencia ficción, cuya existencia, funcionamiento y finalidad son muy debatidos. Para algunos es un mero fraude, para otros realmente existió y se hicieron algunas pruebas con él. El caso es que esta historia tiene algunos puntos que pueden ser confirmados.

Se le conoce con el ecléctico nombre de “Die Glocke” (“la campana” en alemán) y formaría parte del proyecto “Der Riese” (“el gigante” en alemán), dirigido por el abyecto general Hans Kammler (conocido por ser el director de la división de las SS encargada de levantar los campos de concentración), que buscaba construir enormes depósitos de armas y auténticos complejos industriales armamentísticos subterráneos en algún lugar de Polonia.

Los dos protagonistas principales de esta historia son Igor Witkowski y Nick Cook. En realidad, todo esto se origina en un libro escrito por el primero, publicado en el 2000 y titulado Prawda o Wunderwaffe (“La verdad sobre las Wunderwaffe” en polaco). Aparenta ser otro título más sobre las armas milagrosas de los alemanes y es cierto que describe alguna de ellas, pero el argumento central de la obra es esta extraña campana. El escritor polaco asegura en su libro que toda la información a la que ha podido acceder ha sido gracias a un colega de los servicios de inteligencia polacos. A su vez, este presunto contacto obtuvo todas las referencias a partir de las transcripciones de un interrogatorio realizado después de la guerra a un oficial de las SS alemanas, Jakob Sporrenberg (1902-1952), que fue ejecutado en 1952 por criminal de guerra. Este oficial existió, fue Gruppenführer de las SS en Polonia y en Bielorrusia y fue condenado a muerte en 1950. Witkowski, a raíz de las informaciones a las que tuvo acceso y a las que, a día de hoy, presuntamente nadie más ha podido acceder a ellas, vincula a este general alemán con el proyecto Die Glocke.

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Jakob Sporrenberg habría estado relacionado con el misterioso proyecto Der Riese. Wikipedia

Como decíamos, el otro protagonista de esta fascinante historia es Nick Cook, de quien ya hemos hablado. Fue editor de la prestigiosa revista militar Jane’s Defence Weekly y asesor militar en temas de cambio climático. Cook da cuenta de la historia de Witkowski en su libro The Hunt for Zero Point (“En busca del punto cero”), en el que sigue la pista de varios proyectos sobre antigravedad y de artilugios basados en la energía del punto cero proyectados por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial y recopilados por las potencias vencedoras, que habrían puesto en marcha en sus campos de pruebas de forma confidencial. De hecho acaban investigando juntos la existencia de la campana. Es posible que Cook, por su parte, también tenga acceso a fuentes confidenciales debido a su oficio, con más probabilidad incluso que su colega.

Aquí aparece el primer problema, y es la escasez de fuentes originales disponibles. Hasta el momento, el único que se habría manifestado sobre la campana es Jakob Sporrenberg, y siempre según Witkoswki, que a su vez es la única persona que ha accedido a las presuntas confesiones del exSS. Sea como fuere, continuemos con la narración. Como sucedió con la mayoría de las Wunderwaffen, la campana comenzó a desarrollarse tarde, a mediados de 1944. Su andadura  se inició en la actual Lubiaz, en la región polaca de la Baja Silesia. Sin embargo, el avance aliado no daba tregua a los alemanes, por lo que tuvieron que desplazar todas las piezas y el personal a otra localidad, Ksiaz, a 45 kilómetros al sur, otra base que tuvo que ser abandonada poco después. Finalmente, el pueblo de Ludwikowice fue el último anfitrión del proyecto Der Riese, antes llamado Ludwigsdorf. Estas agrestes praderas de la Baja Silesia, próximas a la frontera con la República Checa, en pleno Parque de las Montañas del Búho, están huecas por dentro, abundantemente perforadas por decenas de extensas galerías que conforman las minas de Wenceslao. En estas entrañas se habrían ocultado el exclusivo equipo de científicos con su extraña campana de los bombardeos aliados, en un complejo construido enteramente por los prisioneros del campo de concentración de Gross-Rosen en condiciones deplorables. Toda la operación estaba custodiada por un siniestro comando especial formado por oficiales de las SS liderados por Sporrenberg y Karl Hanke, Gauleiter o líder de la zona de la Baja Silesia.

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El polémico escritor Igor Witkowski junto a una misteriosa estructura en Ludwikowice. Él es la única persona que habría tenido acceso a documentación secreta acerca de Die Glocke. Historic Mysteries

Witkowski también aporta varios datos sobre la anatomía del artilugio. Tendría la forma de una peculiar campana de 5 metros de alto por 3 de diámetro en su parte más ancha. Una esvástica grabada en una de sus caras frontales no dejaba lugar a la duda sobre quienes eran sus dueños. Un dato inquietante es que tenía que estar anclada al suelo, como una bestia indomable que amenaza con descontrolarse. Su revestimiento era grueso y muy resistente, formado por un metal desconocido y pesado. Relacionada con este artilugio está una misteriosa sustancia, una suerte de metal líquido similar al mercurio pero de color violáceo que tenía que ser almacenado con gran seguridad en cilindros térmicos de plomo de 3 centímetros de grosor y 1 metro de longitud y cuyo nombre en clave era Xerum 525. Completando una mezcla de gran peligrosidad estaban el peróxido de torio y el peróxido de berilio, que aportarían algún indicio sobre la función de la campana, pues tanto el torio como el berilio se emplean en reactores nucleares… ¿Era Die Glocke por tanto un reactor nuclear, o peor aún, un arma nuclear? Sea como fuere, no sería algo anómalo, pues los nazis se interesaron en la energía nuclear, un tema del que hablaremos profusamente en un futuro.

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Recreación de la misteriosa campana nazi Die Glocke. Mundo oculto

El caso es que la campana poseía dos cilindros que giraban a gran velocidad en sentidos opuestos, quizás para provocar algún tipo de reacción con los compuestos antes citados. Algún temor desconocido atenazaba a los científicos y a los oficiales de las SS, y no sólo el miedo a que los Aliados descubriesen su proyecto. Sino no tendría explicación el motivo por el que realizaron la mayor parte de las pruebas en una cámara de 30 m2 situada a gran profundidad y con paredes de cerámica y un aislamiento muy grueso de goma que tenía que ser cambiado cada dos o tres pruebas y destruido en hornos, presumiblemente o por prevención o porque se degradaba rápidamente durante los experimentos. ¿Quizás porque la campana emitía una radiación excesiva? Podría ser, porque por las fuentes que habría consultado Nick Cook, los científicos alemanes se situaban a una distancia prudencial de 150 o 200 metros cuando el aparato se ponía en movimiento. Dichas pruebas duraban poco más de un minuto, lo que ya de por sí es inquietante. En ese corto periodo de tiempo la campana emitía una misteriosa fluorescencia azul que se ha querido identificar con el fenómeno Cherenkov, aunque este suele ocurrir cuando partículas cargadas superan la velocidad de la luz en medios como el agua (donde la velocidad de la luz es menor que en el vacío). A raíz de todo lo dicho, parece que la campana era una especie de reactor nuclear expuesto. Por tanto, podía haber sido una rama del proyecto nazi de energía nuclear Uranio. De hecho, el físico Walter Gerlach, miembro del Proyecto Uranio, habría dirigido asimismo uno de los equipos de científicos que trabajaron con Die Glocke.

Aseguran también Cook y Witkowski que las radiaciones electromagnéticas generadas por la campana durante su breve activación provocaban interferencias y averías en los aparatos electrónicos situados a menos de 200 metros y preocupantes síntomas en los individuos que se encontraban cerca y que, aunque iban ataviados con trajes protectores, sufrían mareos, trastornos del sueño, pérdidas de memoria y del equilibrio, espasmos y notaban un sabor metálico en sus bocas. Parece, por tanto, que la campana emitía una dosis radiactiva más elevada que la que habían previsto los científicos. Para enfriar el presunto reactor, los alemanes obligaban a presos del campo Gross-Rosen a impregnar el artilugio con una sustancia similar a la salmuera durante 45 minutos. Se dice que varios animales (caracoles, ratones, reptiles y anfibios), plantas y varios tejidos y sustancias orgánicas (sangre, leche, carne, huevos) estuvieron expuestos a la influencia de la campana y que no acabaron demasiado bien: los organismos vivos morían agonizando y del núcleo de los tejidos emanaba una sustancia cristalina. La sangre terminaba coagulándose, convirtiéndose en una especie de gelatina. Las plantas perdían toda su clorofila a las 4 o 5 horas tras la exposición, adquiriendo un aspecto albino. A las 14 horas comenzaba su descomposición, veloz y sin emitir olor alguno, hasta que se convertían en un charco de una sustancia aceitosa. Parece que hacia enero de 1945, los científicos lograron reducir el daño en los sujetos de estudio en un 12-15%.

El proyecto tuvo que ser desmantelado por causas mayores. Del primer equipo de siete científicos liderados por el físico Walter Gerlach tan sólo sobrevivieron dos personas. El resto murió por causas desconocidas, aunque algo podríamos intuir. Y si esto fue así, sólo podemos imaginar el número de prisioneros que también fallecieron envenenados por trabajar tan cerca de la campana. De hecho, se ha sugerido que se emplearon seres humanos como conejillos de indias para estudiar los efectos de esa radiación sobre la fisiología humana, algo que ya era demasiado común por entonces. Además, en las transcripciones de los interrogatorios a Sporrenberg aparecería el nombre del doctor Ernst Grawitz, maestro del infame doctor Mengele, lo que aumentaría la probabilidad de este extremo.

El proyecto Der Riese acabaría siendo descubierto por algunas de las potencias vencedoras del conflicto y trasladado a alguna ubicación desconocida al final de la guerra para continuar con su desarrollo. En este punto Cook y Witkowski divergen, pues el primero opina que la campana fue llevada a Estados Unidos mientras que el escritor polaco asegura que fue custodiada en Sudamérica. Según Witkowski, la ruta de evacuación del proyecto Der Riese pasaba por Noruega y fue dirigida por el comando especial de Sporrenberg. Es curioso, porque a raíz de las informaciones a las que presuntamente pudo acceder el escritor, Sporrenberg apenas habría tenido acceso a Die Glocke, incluso es dudoso de que incluso la hubiera visto. El oficial de las SS estaba a cargo fundamentalmente de que la evacuación de las toneladas de informes, tecnología y personal a través de Noruega ocurriese sin contratiempos, por lo que es de suponer que tuvo noticias de la misteriosa campana de forma muy superficial, a través de terceros fundamentalmente. Aún así, el informe obtenido de sus confesiones (y que, insistimos, sólo ha sido visto por Witkowski) es prolijo en detalles técnicos, pues casi todo lo que hemos contado sobre Die Glocke procedería de ahí.

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El físico Walter Gerlach estuvo a cargo de uno de los equipos de científicos que trabajaron en Die Glocke, siempre según Witkowski. Un equipo que tuvo un final fatal… Wikipedia

Su verdadera función, al igual que toda su biografía, es un auténtico misterio. Las posibilidades son extremadamente turbadoras y los usuarios de Internet han dado rienda suelta a su imaginación. Que si era un reactor nuclear o una bomba sucia con componentes radiactivos, que si un motor capaz de alcanzar velocidades lumínicas o un generador de antigravedad como sostenía Witkowski… Sin embargo, hay un par de datos más que aportan pistas sobre la función de la campana, y son muy inquietantes. Siempre según los autores citados, Die Glocke tenía dos nombres en clave: “Latenentrager” y “Kronos”. El segundo, que en griego significa tiempo, es el más sugerente. Porque Nick Cook logró contactar con un tal Dan Marckus, con toda probabilidad un pseudónimo y del que sólo comenta que es un físico del departamento de física de una de las universidades británicas más conocidas. Este científico aseguraba tener información confidencial sobre el proyecto Der Riese. La campana no era ningún arma ni ningún reactor. Lo que verdaderamente se pretendía era alcanzar un nivel energético tal capaz de generar un campo de torsión con el objetivo de deformar el tejido espacio-tiempo, de curvarlo hasta el punto de crear un túnel que permitiese viajar a través de él hacia otros lugares y otras épocas. Por eso lo llamaron Kronos, porque Die Glocke sería una máquina del tiempo. Pero según el libro de Cook avanza, Marckus propone otros usos más extraordinarios si cabe. Ese campo de torsión no sólo serviría para deformar el tejido espacio-temporal, sino también, y quizás más importante aún, para extraer su esencia, su alma: la energía del punto cero.

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Según un contacto del periodista Nick Cook, Die Glocke tenía como finalidad abrir un portal espacio-temporal generando campos de torsión. New Age Gamer

Esta misteriosa energía fue conceptualizada por Albert Einstein y Otto Stern, a la que llamaron por otro lado energía residual, porque sería el estado energético más bajo e inextinguible de un sistema mecano-cuántico al que se le ha extraído el resto de energías. Dicho en otras palabras, es la única energía que queda en un sistema expuesto a 0º Kelvin o a -273,15ºC, el cero absoluto.

Hay quien piensa que el vacío del espacio no está tan vacío como pueda parecer, sino que está repleto de esta energía fluctuante, y lo mejor de todo es que se podría acceder a ella, obteniendo así una fuente de energía limpia e inagotable. Dan Marckus argumenta precisamente eso mismo: si se lograra de alguna manera igualar el estado vibracional de esa energía mínima se podría acceder a ella y explotarla y, defiende, Die Glocke tenía esa misión mediante la génesis de un campo de torsión.

Además de reactor nuclear, máquina del tiempo o extractor de energía del punto cero, la otra función que se suele asociar a Die Glocke es la de generador de antigravedad. Asegura Witkowski que en los documentos secretos que consultó, Sporrenberg menciona temas como la separación de campos electromagnéticos, quizás algo relacionado con los superconductores y los materiales diamagnéticos, que pueden ser empleados para la levitación electromagnética, un fenómeno que podría relacionarse con la antigravedad. Quizás por eso el artilugio estaba encadenado. Quizás por eso su funcionamiento consistía en el giro opuesto de dos cilindros, para generar lo que se conoce como levitación magnética estabilizada por rotación.

Hay que admitir que esta historia es muy peregrina, aunque no sería extraño que a algún nazi exaltado se le hubiera pasado por su mente semejante proyecto. Muchos datos no pueden ser corroborados y no poder acceder a fuentes directas hace perder credibilidad a la crónica. Sin embargo, muchos de los personajes que hemos mencionado son reales. Sporrenberg, Gerlach, Hanke, Kammler, todos ellos existieron (de hecho, en torno a los últimos días de Kammler hay también misterio, pues se presupone que se suicidó en 1945 pero su cuerpo jamás ha sido recuperado, por lo que algunos sugieren que fue trasladado junto con los restos del proyecto Der Riese en secreto).

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Una misteriosa estructura decagonal de hormigón se yergue solitaria y abandonada a las afueras de Ludwikowice, guardando algún secreto que se resiste a liberar. La Brújula Verde

¿Pero qué sucede con las instalaciones del proyecto Der Riese? ¿Son reales? Dijimos que Die Glocke se custodió en unas cámaras subterráneas cercanas al poblado de Ludwikowice, aprovechando las minas abandonadas de Wenceslao. Pues bien, parece ser que el artilugio estuvo un tiempo probándose en la superficie y, nuevamente, en un sitio donde pudiese estar atado férreamente con gruesas cadenas. Ese lugar se encuentra a las afueras del poblado y está custodiado actualmente por el museo Molke. Es una estructura decagonal de hormigón de 30 metros de diámetro y 10 de altura completamente diáfana y sin gran cosa que mostrar excepto varias poderosas columnas de 12 metros de grosor y tímidos restos de pintura verde que posiblemente hubiese servido para ocultar el complejo. Se supone que en su centro se situó alguna vez la peculiar campana radiactiva (o quizás alguna aeronave muy sofisticada), fuertemente asida a los pilares de hormigón para evitar su fuga durante sus vuelos antigravitatorios, en los que por cierto aún permanecerían algunos ganchos de acero en los que habrían estado enganchadas las cadenas. Por esta zona se sitúan asimismo las kilométricas galerías que una vez protegieron los numerosos habitáculos y complejos industriales que sirvieron para la construcción de algunas Wunderwaffen, entre ellas presuntamente Die Glocke, y una estación generadora de electricidad anterior a la guerra que podía ser alimentada por toneladas de carbón cada día posiblemente extraído de las minas anexas según Witkowski, lo que justificaría el establecimiento de la campana en estos terrenos, ya que su funcionamiento requeriría de enormes cantidades de electricidad. Poco se sabe de este complejo abandonado y apenas nada se puede sacar en claro, pues los nazis se preocuparon de destruirlo todo antes de abandonarlo.

Para terminar y como simple curiosidad, en diversos foros de Internet se ha sugerido la relación entre Die Glocke y un polémico incidente OVNI ocurrido el 9 de diciembre de 1965 en el bosque pensilvano de Kecksburg. Varias personas lograron ver las evoluciones del iluminado No Identificado en los cielos, que se desplazaba en varias direcciones poco antes de que se estrellase en medio del bosque, un accidente que provocó la inmediata movilización de los militares estadounidenses, que poco tardaron en recuperar lo que sea que colisionase allí (primero dijeron que fue un meteorito y 40 años después se retractaron alegando que realmente se trataba de un satélite ruso). Fueron varios los testigos que vieron salir un humo azulado del lugar del impacto, como el color que emitía Die Glocke al ponerse en funcionamiento. Pero la coincidencia más espectacular radica en la forma del presunto OVNI de Kecksburg. Los que dijeron verlo incidían en su forma acampanada y en los extraños caracteres grabados en su base, es decir, un objeto muy parecido a la campana nazi. ¿Acaso fue un prototipo accidentado del fantástico artilugio? No lo sabemos, pero lo que sí es cierto es que una campana que abre portales espacio-temporales y genera antigravedad da para mucho.

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Algunos relacionan el presunto OVNI con forma acampanada o de bellota que se estrelló en Kecksburg en diciembre de 1965 con Die Glocke, sugiriendo que los norteamericanos incautaron la tecnología del proyecto Der Riese con la que posteriormente desarrollaron prototipos basados en la misteriosa campana. MATPRA

Muchas son las extravagantes Wunderwaffen o armas milagrosas alemanas y muchas se nos quedan fuera del tintero. Aquí sólo hemos dado una pequeña muestra, pero si quieres ampliar tus conocimientos sobre este tema te recomendamos que visites la primera parte:

Las armas secretas nazis (parte 1). Los OVNIs del Tercer Reich

REFERENCIAS

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  • Bergamino, G. & Palitta, G. (2018). Armas secretas de Hitler. Proyectos y prototipos en la Alemania nazi. Madrid: Tikal.

  • Boeing (2019). X-20 Dyna-Soar Space Vehicle [online] disponible en: https://www.boeing.com/history/products/x-20-dyna-soar.page

  • Canales, C. (2004). El aeroespacioplano antipódico de Sänger. LRV, 3, 34-41.

  • Cook, N. (2003). The Hunt for Zero Point. Nueva York: Broadway Books.

  • Ford, B.J. (2013). Secret Weapons. Death Rays, Doodlebugs and Churchill’s Golden Goose. Nueva York: Osprey Publishing.

  • Herradón, Ó. (2017). Armas milagrosas nazis. Enigmas del Hombre y del Universo, 259, 18-29.

  • Herradón, Ó. (2019). Templos nazis. Puertas a otras dimensiones. AÑO/CERO, 346, 29-39.

  • Kurlander, E. (2017). Hitler’s Monsters: A Supernatural History of the Third Reich. New Haven: Yale University Press.

  • Montes, M. (2010). Los planes espaciales nazis. Más Allá de la Ciencia, monográfico 66, 23 – 28.

  • Muzeum Molke (2019). Muzeum Molke [online] disponible en: http://molke.pl/

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  • Pilkington, M. (2003). Extreme noise terror. The Guardian [online] 19 de junio, disponible en: https://www.theguardian.com/education/2003/jun/19/research.highereducation2

  • Pozo, D. (2019). Efecto Cherenkov: las luces azules en el cielo que avisaban de la gravedad de la explosión de Chernobyl. Hipertextual [online] 4 de junio, disponible en: https://hipertextual.com/2019/06/efecto-cherenkov-luces-azules-cielo-chernobyl

  • Redacción (1945).  The German Space Mirror. LIFE, 19(4), 78-80.

  • Redacción (2013). Los nazis querían bombardear Nueva York con arena radiactiva desde el espacio. RT [online] 5 de enero, disponible en: https://actualidad.rt.com/actualidad/view/82883-nazis-querian-bombardear-nueva-york-arena-radiactiva-espacio

  • Stevens, H. (2007). Hitler’s Suppressed and Still-Secret Weapons, Science and Technology. Nueva York: Adventures Unlimited Press.

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