Pacifica Brandano, Isabella Gualanda, Constanza d’Avalos, Isabela de Aragón o el propio Leonardo da Vinci travestido han sido alguna de las alternativas a las que se ha acudido para intentar averiguar la verdadera identidad de la mujer con la misteriosa sonrisa “sfumatta” entre capas de pintura. La “mujer del misterio eterno” podríamos llamarla, pues la auténtica modelo cuya efigie quedó plasmada para la eternidad por la excelsa mano del genio renacentista parece querer estar escondida para siempre.
Por descontado, la corriente de opinión mayoritaria afirma categóricamente que la hermosa mujer no era otra sino Lisa di Antonmaria Gherardini, una joven de 24 años esposa del comerciante Francesco Bartolomeo del Giocondo. De ello habría dejado constancia, entre otros, Giorgio Vasari en su obra “Vidas de los más excelentes pintores, escultores y arquitectos” (1550). Pero lo cierto es que en la actualidad no hay unanimidad sobre su identidad.
Pero, ¿y si la Mona Lisa fue realmente una persona muy importante para Leonardo da Vinci? Esta es la hipótesis que han propuesto algunos autores: que la Gioconda fue un ser querido de Leonardo, concretamente su madre, Caterina di Meo Lippi.
Y la clave estaría en las cejas y pestañas de la Gioconda, que no tiene. Para algunos, esta ausencia se debería a una moda femenina de la época y para otros a daños en la pintura. Pero para los que creen que la Gioconda fue Caterina, aseguran que la ausencia de cejas y pestañas era habitual en las esclavas procedentes de Oriente Medio, que es lo que precisamente habría sido la madre de Leonardo: una campesina pobre adquirida como esclava por el noble “messer” Piero Fruosino di Antonio, el padre de Leonardo. Quizás por eso Leonardo nunca llegó a entregar el cuadro a quien se lo encargó y viajó siempre con él, guardándolo consigo hasta su muerte en Francia, al igual que nosotros cuando llevamos habitualmente en nuestras carteras las fotografías de nuestros seres queridos…