Aunque su vida se apagó antes de tiempo en un trágico accidente automovilístico en 1997, podemos asegurar que Eugene Merle Shoemaker tuvo una vida plena. Le dio tiempo a hacer todo lo que siempre soñó. Su intelecto precoz le permitió acceder a la universidad a los 16 años, y no a cualquiera, sino al prestigioso Institute of Technology de California. Posteriormente se doctoraría en ciencias físicas y comenzaría a trabajar en la pasión de su vida: la geología.
Uno de sus logros más reconocidos fue la identificación de los asteroides como los causantes de diversos cráteres terrestres y todos los de la Luna (hasta entonces se atribuían a los volcanes). Fusionó la geología con otra de sus pasiones, la astronomía, y fundó la astrogeología. Dedicó gran parte de su vida a elaborar el primer mapa geológico de la Luna y a estudiar los asteroides. Participó en el entrenamiento de los astronautas del programa Apolo y soñó con que el hombre alguna vez pisaría la Luna. Iba a ser uno de los primeros científicos que viajarían a nuestro satélite, pero una enfermedad se lo impidió.
Sus hazañas continuarían tras su muerte. Un año después realizaría un último y hermoso viaje. Un viaje ad astra. En 1998, la Luna, el lugar con el que siempre soñó, tuvo el privilegio de recibir parte de sus cenizas, llevadas por la sonda Lunar Prospector. Finalmente, Shoemaker pudo retornar a su verdadero hogar, el que desde siempre había acogido sus anhelos e ilusiones. En la sonda estaban inscritos los siguientes versos de Romeo y Julieta:
“Y cuando muera tómalo y córtalo en pequeñas estrellas, y hará el rostro del cielo tan hermoso que todo el mundo estará enamorado de la noche, sin rendir culto al estridente sol.”