Dendrocnide moroides. La planta que causa un dolor insoportable

Australia se ha convertido en un meme de Internet por las criaturas tan singulares que alberga, entre ellas algunas de las especies más venenosas y letales del mundo. Esta peligrosidad ha surgido como respuesta a las presiones evolutivas y las particulares condiciones bióticas y abióticas de la Terra Australis. Hasta el animal más adorable podría representar una seria amenaza para nuestra salud, según las bromas que circulan por la Red.

El novísimo mundo no solo es hogar de especies animales ultrapeligrosas. También lo es de la que seguramente sea la planta más venenosa del mundo, y si no lo es del mundo, sí lo es de Oceanía: Dendrocnide moroides. Popularmente se la conoce como arbusto urticante, gimpi gimpi en lengua aborigen o con el sugestivo nombre de aguijón del suicidio, lo que ya invita a respetar las distancias.

Este arbusto se encuentra alrededor y en el interior de las selvas tropicales del este de Queensland y el norte de Nueva Gales del Sur. Al necesitar grandes cantidades de luz, suele ocupar los claros que dejan los árboles muertos de la selva. Pertenece a la familia Urticaceae, la misma que la de la ortiga, y se conocen 6 especies en Australia. De todas ellas, la más venenosa sería nuestra protagonista.

Rasgos identificativos

A continuación, te dejo algunas de sus características morfológicas para que aprendas a reconocerla y, de paso, te alejes de ella si alguna vez la ves durante tus vacaciones en Australia o en un jardín botánico (aunque en estos casos suele estar cubierta por una mampara). Se trata de un arbusto perennifolio que puede llegar hasta los 3 m de altura, con hojas simples relativamente grandes. Tienen forma de corazón puntiagudo y su borde es aserrado. El peciolo se inserta en la lámina foliar por el borde, un rasgo característico que facilita su distinción de otras especies a las que se parece mucho.

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Hoja y tallo del aguijón del suicidio, repletos de diminutas agujas. Flickr

El fruto es de color rojizo y recuerda mucho a la mora, de ahí el epíteto de su nombre científico: “moroides”, es decir, parecido a la mora. Técnicamente es comestible, pero es recomendable evitarlo por lo que comentaré a continuación. Las inflorescencias surgen en las axilas de las hojas. Dendrocnide es monoica, lo que significa que los órganos sexuales masculinos y femeninos se forman en la misma planta, solo que en este caso aparecen por separado en flores distintas.

No obstante, su atributo más característico es el diminuto pelo urticante de naturaleza silícea que recubre la planta por completo. Aunque sería más correcto llamarlo tricoma para hacer justicia al verdadero pelo, esto es, el que poseen los mamíferos. Se encuentran por todas partes: los tallos, los peciolos, las hojas y los frutos.  Precisamente, la toxicidad de esta planta radica en estas diminutas estructuras, de no más de 7 mm de longitud. Por eso lanzaba antes una advertencia en relación con los frutos: son comestibles, sí, pero siempre y cuando se hayan retirado previamente los tricomas. Aun con todo, mejor ser prudente y no intentarlo, pues lo más probable es que nos clavemos unos cuantos tricomas y nos veamos inmersos en una auténtica pesadilla.

Un dolor indescriptible

Son pocas las especies que ostentan el cuestionable honor de contar con carteles de advertencia. Si uno va de senderismo por las regiones habitadas por Dendrocnide moroides, es muy probable que se encuentre en el camino con alguna señal que insta a no salirse de los caminos para evitar cualquier encuentro con el temible aguijón del suicidio. Mejor prevenir que curar…

La toxicidad de esta planta no es para tomársela a broma. Pincharse con sus tricomas se traduce en un sufrimiento sin igual y prolongado. Solo basta con un ligero roce para llenarse de tricomas. Son como agujas hipodérmicas en tanto que son muy puntiagudos y huecos por dentro. En su interior albergan un cóctel de sustancias tóxicas que son las que desencadenan los síntomas cuando se inoculan en la piel. Estos químicos se liberan cuando el tricoma entra en contacto con la piel y se rompe por una línea de fractura situada próxima a la punta.

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Tricomas vistos de cerca. Gilding et al. 2020

El dolor desencadenado por las toxinas es, posiblemente, uno de los peores y más intensos que un ser humano pueda experimentar a lo largo de su vida. Las personas han descrito tan indeseable sufrimiento como un picor inicial que progresa hacia un dolor punzante inaguantable, comparable a la sensación de una quemadura ácida acompañada de una descarga eléctrica al mismo tiempo. El dolor se intensifica progresivamente durante varios minutos u horas en función de la gravedad del pinchazo y de la cantidad de tricomas clavados. Posteriormente, la agonía muestra clemencia y se atenúa moderadamente, pareciéndose ahora a una fuerte contusión. En los casos más graves se produce urticaria e hinchazón y dolor intenso de los ganglios linfáticos. Otro síntoma habitual es la parestesia aguda, es decir, un hormigueo o adormecimiento de las partes afectadas y las zonas próximas.

La pesadilla no termina aquí. El dolor y las molestias pueden persistir por largos períodos, prolongándose durante varios días, semanas o meses. Los tricomas son tan finos y diminutos que, cuando penetran en la piel, pueden quedarse envueltos en la misma, haciendo prácticamente imposible su extracción. Además, su composición silícea dificulta sobremanera su degradación por el organismo. No obstante, las auténticas responsables de este dolor tan duradero son las toxinas. Concretamente, una familia de péptidos bautizados como “gympietides” (por el nombre aborigen de la planta). Su estructura química les confiere una gran estabilidad, llegando al punto de que las hojas que llevan tiempo secas en el suelo o las que forman parte de herbarios con décadas de antigüedad siguen siendo tóxicas.

Resulta curioso que tanto su estructura como su mecanismo de actuación recuerde al de los péptidos venenosos de algunas arañas, escorpiones o caracoles cono australianos. Las toxinas de estos animales interfieren en el correcto funcionamiento de los canales de sodio de las neuronas. Por tanto, es posible que sea esta también la vía por la que los “gympietides” generan dolor, actuando así como neurotoxinas.

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Micrografía electrónica de barrido de varios tricomas. Institute for Molecular Bioscience, The University of Queensland

Tras la fase de dolor agudo pueden aparecer brotes dolorosos intermitentes en respuesta a varios estímulos, como presión en la zona afectada, el contacto con el agua, cambios de temperatura, etc. De esta forma, una agradable ducha relajante puede convertirse en una experiencia angustiosa y amarga.

Peligro a distancia

La mejor actuación para prevenir un peligro es mantener las distancias. En el caso del aguijón del suicidio, cuanto mayor sea la distancia, mucho mejor, ya que ni siquiera es necesario tocarla para llevarnos una ración de tricomas. Basta con estar cerca de la planta durante unos minutos. Dendrocnide está constantemente liberando tricomas. Al ser tan diminutos y pesar tan poco pueden mantenerse suspendidos en el aire. Solo es cuestión de tiempo de respirarlos o tragarlos y que se claven inclementemente en nuestras mucosas. En los peores casos, la inhalación de tricomas puede conllevar problemas respiratorios severos.

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El pequeño pademelon de patas rojas puede merendarse las hojas de Dendrocnide moroides y salir completamente indemne. Mark Gillow (Wikimedia Commons)

Es evidente que estas estructuras funcionan como mecanismos de defensa para repeler a los herbívoros. Seguro que a la mayoría los ahuyenta, pero algunos animales han sido capaces de sortear esta aparentemente inquebrantable línea de defensa. Se ha observado que varios insectos se alimentan de las hojas del aguijón del suicidio y, lo que es más sorprendente aun, también lo hace el pademelon de patas rojas (Thylogale stigmatica), una especie de canguro en miniatura. El cómo es capaz de soportar el atroz dolor de los tricomas es todavía un misterio. No pueden decir lo mismo los pobres caballos domésticos. Se conocen casos de caballos que accidentalmente han entrado en contacto con estas plantas y han perdido los estribos. Algunos acabaron perdiendo la vida despeñándose por barrancos, mientras que para otros la única solución viable fue el sacrificio. También algunas aves se alimentan de los frutos, contribuyendo así a la dispersión de sus semillas.

Testimonios angustiosos

A pesar del angustioso tormento causado por el aguijón del suicidio, han sido pocas las hospitalizaciones que ha provocado, y aún menos las muertes directas confirmadas. Sin embargo, las docenas de testimonios sobre los encuentros con esta planta continúan destacando su peligro. Por ejemplo, un oficial de conservación australiano contó el terrible sufrimiento que experimentó tras un desafortunado encuentro con esta especie. Durante tres días se enfrentó a un dolor indescriptible que le impedía dormir o trabajar con normalidad. Con el tiempo, el dolor aminoró, pero durante los dos años siguientes estuvo reviviendo la sensación de pinchazos cada vez que se duchaba.

La valiente y desdichada ecóloga Marina Hurley, que realizó su tesis doctoral sobre estas plantas, conoce bien lo que se siente al tocar o inhalar los tricomas. Durante una de sus investigaciones doctorales, se pinchó con una hoja seca del suelo que le dejó la mano inutilizada. En otra ocasión, respiró las insidiosas agujas por permanecer demasiado tiempo cerca de una Dendrocnide, padeciendo intensos estornudos, moqueo y lagrimeo continuos. Por si fuera poco, acabó desarrollando una alergia cutánea seria a raíz del contacto.

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Aunque estén repletos de dañinos tricomas tóxicos, los frutos del aguijón del suicidio tienen el mismo aspecto apetitoso que las moras. Useful Tropical Plants

Durante sus investigaciones, la doctora Hurley tuvo la oportunidad de recoger diversos testimonios. Por ejemplo, un militar le contó que, durante unas maniobras, se cayó encima de una Dendrocnide. Debió ser tal la gravedad de los pinchazos que estuvo tres semanas atado a una cama en el hospital, desbocado por el dolor.

Otro investigador relató el suplicio vivido tras haberse clavado los tricomas en la cara. Sintió como si le hubiesen echado ácido en los ojos y sufrió dificultades respiratorias por la inflamación de la lengua y la boca. Acabó perdiendo temporalmente la vista y sufrió un shock. Afortunadamente, se recuperó completamente varios días después.

Por descontado, su sobrenombre de “aguijón del suicidio” surge de las macabras historias sobre personas que habrían optado por quitarse la vida antes que soportar el veneno de Dendrocnide moroides, si bien algunas de ellas pecan de fantasiosas.

Para evitar engrosar la lista de víctimas del aguijón del suicidio, lo más razonable es tomar todas las precauciones posibles: evitar salirse de los caminos señalizados de las rutas senderistas australianas, respetar las señales de advertencia, mantener la distancia de seguridad e informarse en profundidad sobre este género de plantas venenosas. Cierto es que Dendrocnide moroides es una especie extremadamente interesante desde el punto de vista botánico y ecológico, pero sabiendo lo que ahora sabemos, lo mejor es apreciarla y fascinarnos desde una distancia segura.

REFERENCIAS

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1 comentario en «Dendrocnide moroides. La planta que causa un dolor insoportable»

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