El control del comportamiento siempre ha despertado profundos temores. Por ejemplo, la mera idea de la existencia de instituciones y proyectos que han intentado manipular lo más privado y aparentemente intocable de un individuo despierta un evidente desasosiego. No obstante, el ser humano lejos está de haber sido el pionero en técnicas de control comportamental. En la naturaleza, diversas especies llevan practicando estas estrategias desde hace miles de millones de años, y en este artículo exponemos algunos de los casos más fascinantes.
Es lógico pensar que los miembros de los estamentos dirigentes han intentado facilitar su gobierno sobre los demás de diferentes maneras posiblemente desde que se formaron las primeras jerarquías en las sociedades humanas. Y una de esas formas es mediante la manipulación y el redireccionamiento del comportamiento de los grupos sociales situados en estamentos inferiores. Muchas han sido las técnicas y los procedimientos que hemos intentado para conseguir ese fin. Desde las más relativamente moderadas, como la difusión de propaganda tóxica, hasta las más invasivas. En este último caso cabe destacar los inhumanos experimentos realizados en el marco del proyecto MK-Ultra, una operación dirigida por la CIA estadounidense durante los años 50 y 60 con el que perseguían el doblegamiento de la voluntad a través del electrochoque, la inoculación de drogas, la hipnosis y otros métodos.
Sin embargo, no fuimos los primeros. De hecho, en el reino animal se pueden encontrar una gran variedad de casos en los que un organismo es capaz de modificar el comportamiento de otro a voluntad para obtener una serie de beneficios. En general, este tipo de relaciones ocurren en el ámbito del parasitismo, una de las muchas relaciones entre especies o interespecíficas que pueden desarrollarse bajo determinadas condiciones evolutivas.
Antes de nada… ¿Qué es el parasitismo?
A grandes rasgos, es una relación entre diferentes especies en la que una de ellas es capaz de beneficiarse en detrimento de la otra. Llamamos parásito al organismo que obtiene el beneficio a expensas del hospedador, esto es, el organismo que padece la parasitación y sus perjuicios. Y aunque no lo tengamos en cuenta, es una de las relaciones ecológicas más importantes que existen en la naturaleza y que determina en gran medida la supervivencia de las especies y de los individuos. Como ejemplo característico de esta interacción, podríamos imaginarnos la relación que se establece cuando un gusano plano del género Taenia (archiconocidos como tenias) llega al tracto intestinal de un ser humano: el gusano roba los nutrientes necesarios a su hospedador para alimentarse y reproducirse mientras que el individuo infectado sufre las consecuencias, que cursan en algunos casos con dolores abdominales, pérdida de apetito, etc.
Además, y para hacerlo más interesante, el desarrollo de una relación de parasitismo podría compararse con una suerte de carrera armamentística dirigida por la evolución. En principio, tanto hospedador como parásito intentan constantemente sobrepasarse mutuamente a través del desarrollo de diferentes estrategias. En biología, este acontecimiento se denomina hipótesis de la Reina Roja. A día de hoy se conocen una gran diversidad de estrategias que los parásitos desarrollan para asegurar su supervivencia, y una de ellas es la que vamos a exponer en esta entrada: la manipulación del comportamiento.
La malaria, una experta manipuladora
Un caso paradigmático de manipulación es el que lleva a cabo el agente causante de la malaria o paludismo: el protozoo del género Plasmodium sp. Pocos podían imaginar que un ser tan extremadamente pequeño pudiese desencadenar efectos fisiológicos tan impresionantes. Para entender cómo actúa este parásito, primero hay que recordar qué es la malaria.
La malaria es una patología fatal y peligrosa que fundamentalmente azota a países tropicales y sub-tropicales con escasos recursos sanitarios. Sin tratamiento se puede convertir en una enfermedad mortal. De hecho, en estos países es una de las principales causas de mortandad. Tan sólo en 2016 provocó cerca de 445000 muertes, fundamentalmente acaecidas en países del África tropical. Sin embargo, la culpa de que la malaria llegue a tantas personas (y otros animales mamíferos) es un animal muy molesto: un mosquito, concretamente del género Anopheles sp. A través de este invertebrado, la malaria es capaz de transmitirse de un mamífero a otro. Y es en este estadio donde ocurre la manipulación del comportamiento.
En condiciones normales, los mosquitos suelen saciarse con la sangre de sus víctimas picando lo menos posible. Es lógico, puesto que cuantas más veces intenten picar, más se exponen a recibir un golpetazo. Además, para facilitar la ingesta de sangre, sus glándulas salivales segregan una sustancia que permite que la sangre de sus víctimas se mantenga fluida y no se coagule. El problema radica en que este comportamiento es contraproducente para los intereses de Plasmodium, puesto que lo que busca es llegar a un mayor número de hospedadores para maximizar la dispersión de sus poblaciones. Por tanto, el parásito ha de hacer algo. Se sabe que cuando Plasmodium infecta al mosquito, termina alojándose en las glándulas salivales del insecto. Es ahí donde el protozoo ejerce su influencia, ya que impide que la sustancia anticoagulante se forme correctamente y, en consecuencia, no funcione adecuadamente. Por tanto, el mosquito no puede evitar la coagulación sanguínea de su víctima y no puede absorber el líquido vital. Ello obliga al insecto a visitar a más hospedadores hasta saciarse completamente y, de paso, deja al parásito causante de la malaria en más paradas.
Sin embargo, Plasmodium es capaz de manipular al insecto a la inversa. Hay que tener en cuenta que el mosquito es imprescindible para que el protozoo complete su ciclo vital. Es decir, de alguna manera el parásito tiene que retornar a un mosquito desde el mamífero en el que se encuentra. Para ello, Plasmodium emite una serie de sustancias que dificultan la coagulación de la sangre en este caso. Así favorece que el mosquito que vaya a alimentarse del individuo infectado pueda mantenerse más tiempo bebiendo su sangre y, en consecuencia, el parásito tiene más probabilidades de llegar hasta el invertebrado.
Hormigas zombi
Entre la gran diversidad de ejemplos de manipulación comportamental, las hormigas suelen ser trágicas protagonistas de muchos de ellos. Es el caso de la especie Formica fusca, que puede ser parasitada por el gusano plano Dicrocoelium dendriticum. Este gusano llega a su víctima a través de un caracol, otro hospedador necesario para que el parásito complete su ciclo vital. El moco que desprende el caracol es un alimento irresistible para estas hormigas, pero también una vía de transmisión muy eficaz para el parásito. El final del ciclo es un mamífero, normalmente un bóvido. Y aquí radica la cuestión, pues transferirse desde una hormiga a una vaca es harto complicado, ya que las vacas no se alimentan de hormigas y es muy difícil que por accidente logren ingerir a alguna al vivir estas a ras de suelo. Aún así, al gusano le preocupa bien poco este obstáculo y ha desarrollado una estrategia espectacular.
Cuando el gusano consigue llegar a una hormiga, atraviesa una serie de fases a la vez que migra hacia el proto-cerebro del insecto, donde acaba enquistándose. Es a partir de entonces cuando la hormiga se comporta de forma extravagante. En determinados momentos del día, la hormiga rompe su rutina en contra de su voluntad y hace algo muy extraño: se encarama a la parte más alta de una brizna de hierba o de una planta, se engancha son sus fuertes mandíbulas y eleva su abdomen hacia las alturas. Como un gimnasta nato hace el pino. De esta manera tan peculiar, el parásito ha logrado aumentar considerablemente las posibilidades de que un bóvido ingiera la hormiga a la que ha infectado.
Otro caso similar se produce cuando las hormigas del género Camponotus sp. son invadidas por las esporas de algún hongo del grupo Ophiocordyceps unilateralis. De forma similar al caso anterior, las hormigas infectadas se comportan de forma errática, se encaraman a las partes superiores de briznas de hierba o de otras plantas y se enganchan fuertemente con sus mandíbulas. Sin embargo y a diferencia del caso anterior, la hormiga acaba muriendo poco después y como una gárgola queda inmóvil en las alturas. Así, el hongo consigue situarse a una altura más elevada y más favorable para la diseminación de sus esporas.
Señales para llamar la atención
Si los ejemplos anteriores resultan fascinantes, no lo son menos los que vienen a continuación. Porque otra de las estrategias de algunos parásitos es llamar la atención de su próximo hospedador mediante la emisión de señales visuales.
A este respecto, los caracoles del género Succinea sp. tienen muy mala suerte. Obviamente, como cualquier otra especie, intentan por todos los medios sobrevivir y evitar la depredación. Pero en muchas ocasiones ellos no pueden. Y todo por culpa del hongo Leucochloridium paradoxum, que es capaz de infectarlos. Para completar su ciclo vital, este hongo necesita, además de a los malparados caracoles, a algunas especies de aves. Y al igual que en otras situaciones, es complicado pasar de un caracol a un pájaro. Sin embargo, el hongo tiene sus artimañas. Cuando infecta a un caracol, el parásito desarrolla una serie de elongaciones que se prolongan hasta los tentáculos del molusco. Lo que más llama la atención es que esas prolongaciones emiten pulsos de color siempre durante las horas de luz. Varios investigadores han sugerido que esas pulsaciones de colores (que cambian entre negro, verde-amarillo y blanco, colores todos ellos precisamente muy llamativos) imitarían el movimiento y la coloración de alguna oruga muy apetitosa para ciertas aves que servirían como hospedador final al hongo. Para más inri, el hongo también puede obligar al caracol a exponerse al máximo a sus depredadores, instándolo a subirse a lugares elevados, a abandonar las zonas oscuras o sombreadas, etc.
Y volviendo a las malparadas hormigas, existe una especie que puede cambiar de color su cutícula… involuntariamente. Y esto es debido a la infección por un gusano conocido como Myrmeconema neotropicum. Sus hospedadores son las ya mencionadas hormigas (de la especie Cephalotes atratus) y las aves. Actualmente se sabe que cuando el gusano infecta a estas hormigas, el color de la parte superior del abdomen (que en condiciones normales es negro) se tiñe de rojo, lo cual se debe a que el hongo es capaz de causar un adelgazamiento de la cutícula de esa zona dejando al descubierto el llamativo carmesí. Y no solo eso, pues la manipulación del comportamiento también incluye que los individuos infectados pululen por zonas con abundancia de bayas rojas con un color similar al de su abdomen modificado. Posiblemente, las aves confundirán las bayas con la hormiga y con suerte, el parásito podrá terminar su ciclo vital en el hospedador alado.
Pérdida del miedo
El desenlace que sufre el hospedador parasitado depende en gran medida de la forma de dispersión del parásito y de los hábitos de los próximos hospedadores que el parásito necesita invadir. Evidentemente, el parásito hará todo lo posible para hacer gala de su éxito adaptativo. Y para ello, cualquier acción es válida, incluyendo la inducción al suicidio de su hospedador.
A este respecto caben destacar las parasitosis que pueden sufrir algunos insectos que rehúyen el agua por parte de determinadas especies de unos gusanos muy finos y de gran longitud: los nematomorfos o gusanos pelo. Estos animales comienzan su ciclo reproductor en el interior de larvas de insectos acuáticas. Cuando el parásito consigue salir del agua junto con su hospedador (ya metamorfoseado en alguna fase terrestre), busca un insecto terrestre para continuar su ciclo, por ejemplo un grillo. Sin embargo, este parásito necesita volver a colonizar una larva acuática para cerrar su ciclo, mientras que el grillo rehúye el medio acuático para evitar una muerte segura. Aún así, la voluntad del parásito se impone a la del insecto y finalmente consigue que su hospedador se lance sin miedo al agua, donde morirá ahogado mientras que el parásito sale del cuerpo del cadáver en busca de su nuevo hospedador.
Existen también varios casos de este tipo de manipulaciones letales en animales con un sistema nervioso más complejo. Un ejemplo paradigmático es el del agente causante de la toxoplasmosis: el protozoo Toxoplasma gondii. Es bien conocido por su peligrosidad para mujeres embarazadas, pues si se infectan durante el embarazo el parásito puede infectar al feto y causarle graves daños. También suele ser relacionado con los gatos, y de hecho nuestros amigos felinos son hospedadores de este protozoo. Los otros hospedadores que necesita para completar su ciclo vital son roedores o algunas especies de aves, mientras que el ser humano puede ser un hospedador accidental en caso de que entre en contacto con restos fecales gatunos que contengan al parásito. Entre todos ellos, son los roedores fundamentalmente los que sufren la alteración del comportamiento. Es bien conocido que un ratón huye de un gato por cuestiones de supervivencia. Excepto cuando está infectado por Toxoplasma gondii, quien coloniza determinadas regiones cerebrales causando que los ratones pierdan la sensación de miedo y que, incluso, se vean atraídos por estímulos tales como el olor a orina de gato, precipitándose inevitablemente a su final y el parásito a un nuevo comienzo.
Desgraciadamente, nosotros no nos libramos y también podemos ser víctimas de manipulación del comportamiento por seres infinitamente más pequeños que nosotros. Siguiendo con el ejemplo anterior, Toxoplasma gondii es también capaz de manipularnos. De hecho, se han encontrado sólidas correlaciones entre hombres parasitados y determinados comportamientos, como ser más introspectivos, susceptibles y emocionalmente inestables. Asimismo, algunos investigadores han sugerido que existe una relación entre estar parasitado por Toxoplasma y estar más predispuesto a sufrir accidentes automovilísticos. Además, varios autores han sugerido que algunos casos de esquizofrenia y de epilepsia podrían ser debidos al daño cerebral que causa el protozoo. Aún así, todavía no se ha llegado a una conclusión sólida sobre qué beneficios podría obtener el parásito con estas estrategias.
La parasitología abre un amplio abanico de vías de investigación y de cuestiones que merecen la pena ser respondidas. Actualmente se necesitan más investigaciones para responder a esas preguntas, pero una cosa está clara: en el control del comportamiento, al igual que en tantos otros ámbitos, la naturaleza va un paso por delante.
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REFERENCIAS
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