La naturaleza es la mejor ingeniera de armamento que existe. Algunos seres vivos están dotados de una serie de estrategias y herramientas que nos cuesta imaginar que hayan sido generadas por azar. De hecho, los devotos del creacionismo y el diseño inteligente utilizan estos ejemplos para reivindicar sus creencias.
Fijémonos en el caso de los escarabajos carábidos del género Brachinus sp. Parecen inofensivos, pero si se les conoce como escarabajos bombarderos es por algo. Disponen de un par de cámaras en el extremo posterior de su abdomen conectadas con el exterior en las que sucede una reacción química incendiaria.
En una de ellas, la más interna, un grupo de glándulas segrega hidroquinonas y agua oxigenada (peróxido de hidrógeno). La otra, conectada con el exterior, alberga una mezcla de dos enzimas: catalasa + peroxidasa. Cuando el escarabajo se ve en peligro, los músculos que rodean la cámara interna se contraen y expelen la mezcla química hacia la otra cámara, donde entran en contacto con las enzimas. El peróxido se hidroliza, la hidroquinona se oxida y la reacción resultante alcanza una temperatura… ¡de la friolera de 100 ºC!
La enorme presión generada por los gases resultantes desencadena dos cosas: 1) cierra una válvula para evitar que la peligrosa mezcla retroceda hacia la cámara interna del animal, y 2) expulsa explosivamente (suena como una detonación) el ardiente e irritante aerosol resultado de la reacción en dirección al peligro que acecha al escarabajo. El artillero no sufre ningún daño gracias a su exoesqueleto, pero su víctima se lo pensará dos veces antes de acercarse de nuevo a esta bomba en miniatura.
EL DATO
No obstante, sus depredadores no se quedan a la zaga. Algunos roedores, a sabiendas de lo que les espera, entierran rápidamente a su presa para amortiguar la explosión y luego se la comen.