Los vikingos, esos guerreros de aspecto bárbaro y desaliñado, de barbas frondosas y largas cabelleras, de mirada iracunda y despiadada, tanto o más que el clima de su región de origen; maestros del hacha y la espada, experimentados navegantes de mares y ríos a bordo de sus robustos drakares e inmisericordes asaltantes y saqueadores de poblados cristianos. Esta suele ser la imagen, el arquetipo del vikingo que emerge en nuestras mentes cuando nos los imaginamos. ¡Ah! y que nunca falte el clásico yelmo coronado con intimidantes cuernos.
Posiblemente sea este último rasgo el que, a nivel popular, más se asocia con los vikingos. Sin embargo, no existe ninguna evidencia que apoye que los vikingos añadiesen unos elementos tan notorios e incómodos en sus cascos, al menos no en los que llevaban a la batalla. ¿Por qué entonces está esa imagen tan asentada en el imaginario colectivo?
El siglo XIX, además de ser testigo del auge del Romanticismo, lo fue también del resurgimiento del interés por lo vikingo. Los pueblos del norte despertaron una gran admiración entre diversas personas, que decidieron dedicar su tiempo a conocer más sobre esta materia y a despejar las lagunas históricas que la rodeaban.
En ocasiones, esa admiración se tornó en una exaltación excesiva, lo que derivó en que algunos autores añadiesen elementos fantásticos e históricamente incorrectos (en ocasiones por la malinterpretación de las fuentes o por errores de traducción) para glorificar esta parte de la historia y hacerla aún más heroica. Es en este contexto cuando nace el mito de los cascos con cuernos y ha sido el tiempo el que lo ha integrado profundamente en la cultura popular.
Los especialistas identifican dos manifestaciones artísticas principales que estarían detrás del origen de este mito:
Las representaciones que realizó el artista sueco Gustav Malmström hacia 1820 para ilustrar la versión de La saga de Frithiof escrita por Esaias Tegnér.
El diseño del vestuario que realizó el pintor e ilustrador germano Carl Emil Doepler para la ópera de Richard Wagner El anillo del nibelungo de 1876, obra que precisamente se alimenta del revival vikingo. Los atuendos incluían cascos alados o con cuernos.
A partir de entonces, la imagen del feroz vikingo con su peculiar yelmo se repitió varias veces con el paso de las décadas hasta llegar a nuestra época, como bien demuestran la serie animada Vickie el vikingo o la exitosa saga de películas Cómo entrenar a tu dragón.
La arqueología refuta el mito
La arqueología por su parte ha demostrado claramente que nos encontramos ante una leyenda. Hasta el momento, ninguno de los pocos cascos encontrados en los yacimientos vikingos y vinculados con el ámbito bélico permite insinuar la presencia de cuernos u otro ornamento similar. Cierto es que la mayoría de los yelmos encontrados están fragmentados e incompletos. Sin embargo, los dos más completos hallados hasta la fecha, el yelmo de Gjermundbu (siglo IX) y el de Yarm (ca. siglo X), confirman lo ya dicho.
Además, el escaso número de cascos de época vikinga encontrados hace dudar a los historiadores de que fueran un equipamiento habitual entre las huestes vikingas. De hecho, algunos autores han propuesto que solo los guerreros más acaudalados eran quienes solían llevarlos en batalla, mientras que la mayoría luchaban con la cabeza descubierta o con alguna sencilla protección de cuero o hierro.
Si en el futuro se llega a encontrar un casco con esas características, lo más probable es que no se utilizara en un contexto bélico, sino en un escenario religioso o ritual o como símbolo de autoridad política. No tiene mucho sentido haberlos llevado a la contienda por lo molestos que hubieran sido, ya que dificultarían moverse entre los ramajes, el ocultamiento, los ataques sorpresa o el combate cuerpo a cuerpo.
Cascos con cuernos que no son vikingos
Desde la más remota antigüedad, diferentes culturas han utilizado cascos con cuernos con motivos ceremoniales y religiosos o los han representado en distintos formatos para identificar a sus héroes, reyes y dioses. Un buen ejemplo de esto es la estela acadia de Naram-Sin, fechada en torno al 2250 a.e.c.
Los arqueólogos han logrado encontrar algunos de estos cascos, y aunque los especialistas tenían claro desde el principio que nada tenían que ver con los guerreros del norte, los profanos, en cambio, han establecido la errada asociación. Esto mismo sucedió con los espléndidos yelmos de Viksø (Dinamarca), descubiertos en una ciénaga próxima a dicha localidad.
Están adornados con sendas cornamentas curvadas. Un saliente y un par de protuberancias circulares en la parte frontal simulan el pico y los ojos de un ave rapaz. Las ranuras de la parte superior insinúan la posibilidad de que se hubiesen añadido plumas y una cresta de pelo de caballo en determinadas circunstancias. Nuevamente, todo esto invita a pensar en un uso religioso y simbólico más que militar. Además, uno de los cascos fue encontrado sobre una bandeja de madera junto con restos de cenizas, aludiendo a un uso final como exvoto.
Desde el principio, los especialistas ubicaban el origen de estas piezas en la Edad del Bronce, un periodo muy lejano a la era vikinga. Las últimas dataciones confirman esta hipótesis, estableciendo el 900 a.e.c. como el año en el que, aproximadamente, los cascos se depositaron en la ciénaga danesa.
La asociación de los cascos con cuernos con los vikingos es una invención popular que nada tiene que ver con lo que la arqueología y la historia han descubierto sobre los fascinantes guerreros del norte. Es una más de las muchas confusiones, deliberadas o no, que empañan la historia de los vikingos y su cultura.
REFERENCIAS
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