Las pasiones esotéricas de Alfred Russel Wallace, el padre de la selección natural

La apasionante biografía del codescubridor de la teoría de la evolución por selección natural junto con Charles Darwin es, en general, poco conocida, ya que lo habitual es relacionarle solamente con ese hito científico. Sin embargo, se suelen olvidar otras aportaciones científicas igual de importantes o su adhesión al mesmerismo y al espiritismo, cuestiones que acabarían configurando de forma determinante sus teorías científicas.

Se le podría considerar perfectamente un hombre renacentista. Eran pocos los campos del conocimiento que se resistían a ser abordados por su insatisfecha curiosidad. Sus intereses no se limitaron únicamente a las ciencias naturales, aunque fue en este campo donde más sobresalió, fundamentalmente por el descubrimiento independiente de la evolución de las especies por selección natural, hallazgo que acabaría compartiendo con Charles Darwin. A grandes rasgos, esta teoría predice que unas especies se transforman en otras a través de la supervivencia de aquellos individuos con las características adecuadas que aseguran su adaptación a las condiciones cambiantes del entorno y la eliminación de los menos aptos. Una teoría hermosa y elegante hasta el extremo por su simplicidad para explicar el intrincado y universal fenómeno de la evolución de las especies. Una teoría que Alfred Russel Wallace (1823-1913) concibió casi como una revelación.

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Charles Darwin (a la derecha) y Alfred Russel Wallace (a la izquierda) concibieron la teoría de la evolución por selección natural de manera independiente. Pinterest

Sucedió en 1858. El naturalista ignoraba por completo que Charles Darwin llevaba unos 20 años recopilando evidencias empíricas y experimentales para presentar la misma idea al público sin fisuras. Wallace se encontraba en ese momento en la isla de Ternate, en Indonesia. Por entonces llevaba ya un tiempo viajando por el archipiélago malayo haciendo las cosas típicas de un naturalista: recogiendo especímenes animales y vegetales y observando la naturaleza. También para entonces, Wallace ya estaba plenamente convencido del origen de las especies por medio de la evolución, una doctrina polémica en su tiempo. Su alegato proevolucionista es patente en su ensayo de 1855 On the Law which has regulated the Introduction of New Species, donde asegura sin tapujos:

«Cada especie ha llegado a existir coincidiendo tanto en el espacio como en el tiempo con una especie preexistente estrechamente vinculada.»

El gran enigma pendiente de resolver ahora era el mecanismo que estaba detrás de ese fenómeno. Tras contraer la malaria, estuvo un tiempo incapacitado por intensas fiebres, pero en vez de descansar, aprovechó para seguir dándole vueltas al gran enigma. Unos años antes, Wallace había tenido la oportunidad de viajar por la Amazonía brasileña. La enorme biodiversidad de plantas y animales que pudo estudiar durante sus viajes por las selvas tropicales lo estimuló para preguntarse sobre el misterio de la distribución geográfica de animales y vegetales y sobre las peculiaridades y semejanzas anatómicas y conductuales que las especies de diferentes regiones presentaban. Estas cuestiones le hicieron darse cuenta de que todas las especies de seres vivos existentes se mostraban perfectamente adaptadas a las condiciones presentes de sus respectivos entornos. Finalmente recordaría lo que Thomas Malthus comentaba en su Ensayo sobre el principio de la población cuando las poblaciones crecían más rápido que los recursos: se generaba una lucha por la existencia en la que los enfermos, los débiles y, en suma, los menos aptos tendían a desaparecer. De forma magistral, Wallace unió todas las piezas, alumbrando por su cuenta una de las teorías más relevantes de la ciencia. A raíz de esto, escribiría el conocido como ensayo de Ternate, titulado On the Tendency of Varieties to Depart Indefinitely From the Original Type (1858). Su objetivo era que Darwin (renombrado naturalista ya por entonces y con quien Wallace llevaba carteándose desde hacía algún tiempo) revisara el manuscrito y se lo reenviara a Charles Lyell (padre de la geología moderna y amigo en común de ambos) en caso de que mereciese la pena. Darwin recibió el ensayo el 18 de junio de 1858. En una carta dirigida a Charles Lyell junto con el manuscrito revisado queda patente su asombro:

«¡No podría haber escrito un mejor resumen! Incluso sus términos figuran ahora en los títulos de mis capítulos… Él no dice nada de publicarlo, pero yo, desde luego, le escribiré y le ofreceré mandarlo a alguna revista»

Efectivamente, la tesis de Wallace junto con varios comentarios de Darwin acabaría siendo publicada ante la Sociedad Linneana el 1 de julio de 1858, certificando a Wallace como codescubridor. Y no solo esto. Estimulado por el trabajo de su colega y por el miedo a que alguien se le adelantase, Charles Darwin se apresuró a concluir cuanto antes el trabajo de su vida. De esta forma, el 24 de noviembre de 1859 publicaría la obra que lo cambiaría todo: El Origen de las Especies.

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Fotografía de Alfred Russel Wallace a la edad de 39 años tomada en Singapur. Wallace online

Esta es la aportación por la que Wallace es más conocido. No obstante, también teorizó sobre la reforma agraria y la nacionalización de la tierra, el socialismo, los polémicos canales de Marte, los programas de vacunación obligatoria contra la viruela, el origen y el destino del ser humano, la frenología, el mesmerismo o el espiritismo, del que acabaría siendo un fiel devoto. Su afinidad por estos campos le llevaría a enfrentarse con muchos de sus colegas científicos y a ser objeto de duras críticas. Por desgracia, estos aspectos de su biografía, ya de por sí poco conocida en la esfera popular, han sido con frecuencia olvidados. No obstante, de no tenerlos en cuenta, se aspira a una interpretación parcial y sesgada de su intrincada cosmovisión.

En su inclinación hacia ideas radicales o marginales influyeron sobremanera sus vivencias juveniles. Alfred Russel Wallace procedía de una familia relativamente bien posicionada que acabó teniendo problemas financieros. Comenzó a trabajar siendo un adolescente, sin apenas haber podido ir a la escuela, pues su familia difícilmente podía permitírselo, por lo que una gran parte de su cultura y conocimientos procedía del autoaprendizaje. Visitaba con frecuencia los “salones de ciencia”, instituciones educativas de la clase trabajadora donde se divulgaban doctrinas revolucionarias y antisistema contra la ciencia y la religión ortodoxas y el gobierno. Este entorno le predispondría a aceptar sin demasiadas dificultades ideas y conceptos rompedores y polémicos para la época, como el de la evolución de las especies, la frenología o el espiritismo.

EXPERIMENTOS FRENO-MESMERISTAS

“También hemos descuidado o rechazado algunas líneas importantes de investigación que afectan a nuestra propia naturaleza intelectual y espiritual; y, en consecuencia, hemos cometido graves errores en nuestros modos de educación, en nuestro tratamiento de las enfermedades mentales y físicas, y en nuestro trato con los delincuentes.”

Así introduce Wallace el capítulo dedicado a los grandes errores decimonónicos de su obra Wonderful century (1898). Entre esas líneas de investigación desatendidas y cuya credibilidad debía ser puesta al mismo nivel que cualquier teoría científica plenamente aceptada, incluía la frenología, una pseudociencia fundada a finales del siglo XVIII por Francis Joseph Gall, consistente en la conexión de las conductas, talentos y facultades intelectuales de las personas con el grado de desarrollo de determinadas regiones de la corteza cerebral y del cráneo. El primer contacto de Wallace con la frenología ocurrió en su adolescencia, tras leer The constitution of man (1828), del abogado George Combe, el principal exponente en Inglaterra, obteniendo la primera confirmación sobre su veracidad. Posteriormente, hacia 1846-1847, su convicción se haría inquebrantable a causa del preciso boceto que dos frenólogos hicieron sobre los rasgos de su personalidad mediante el análisis de la forma de su cabeza. Llegaría incluso a comprarse un busto frenológico para practicar sus habilidades en este campo.

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Wallace legitimaba la utilidad de la frenología, aunque la sociedad rápidamente la acabaría rechazando como una pseudociencia. Wikipedia

Unos pocos años antes había comenzado a sentir atracción por el mesmerismo, doctrina que toma el nombre de su ideólogo, el médico germano Franz Anton Mesmer. Según esta, todos los seres vivos son recipientes de una energía similar al magnetismo bautizada como magnetismo animal. Mesmer aseveraba que el facultativo podía transmitir su magnetismo a los pacientes para inducirles un estado de trance y sanar todos sus males. Posteriormente, el mesmerismo acabaría dando paso a la hipnosis, el arte de la sugestión y la anulación de la voluntad. Wallace utilizaría frecuentemente esta doctrina como arma arrojadiza contra la estrechez mental de las autoridades científicas pues, desde su punto de vista, vilipendiaban sin motivo alguno un fenómeno cuya autenticidad era indiscutible. Para el naturalista era otra de esas ciencias desdeñadas que merecía la pena reivindicar. A ello dedicó una buena dosis de esfuerzo por medio de varios experimentos.

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Franz Anton Mesmer, el padre del mesmerismo y pionero de la hipnosis. Psicología y mente

En 1844, con tan solo 21 años y siendo profesor en un colegio, presenció junto a sus alumnos una conferencia sobre mesmerismo. La afirmación del ponente sobre que todo el mundo tenía en mayor o menor medida la capacidad de hipnotizar a otras personas caló hondo en Wallace. A partir de entonces, realizó algunos experimentos combinando el mesmerismo y la frenología para reproducir por su cuenta los fenómenos más habituales. Consistieron en inducir las reacciones frenológicas esperables al tocar los órganos craneales adecuados mientras los voluntarios se encontraban en trance. También realizaría varias pruebas puramente hipnóticas con el objetivo de inducir todo tipo de comportamientos en sus voluntarios. Varios de estos experimentos se llevaron a cabo en su propia casa con tres muchachos de su colegio. Tal y como relata en su autobiografía, fue capaz de generarles catalepsia en distintas partes del cuerpo, de sugestionarles para mantener una silla colgando de los brazos durante varios minutos sin sufrir fatiga o para desarrollar un estado de embriaguez tras beber un vaso de agua, o hacerles creer que su ropa se estaba quemando, a lo que respondían quitándosela angustiosamente. De la misma forma, perdían la memoria si Wallace así lo deseaba, siendo incapaces de recordar sus nombres hasta recibir la orden contraria. Un éxito aun mayor fue la transmisión de sensaciones. Cuando Wallace degustaba un alimento, el hipnotizado era capaz de sentir el mismo sabor en su paladar, o si el científico recibía pinchazos en cualquier parte de su cuerpo, el joven indicaba que también los sentía señalando los mismos sitios. Con estas comprobaciones, Wallace se convenció definitivamente de la autenticidad del mesmerismo, despertando su interés asimismo por las extraordinarias facultades de la mente humana, lo cual le llevaría a explorar otras materias controvertidas y apasionantes.

EXPERIENCIAS ESPÍRITAS

De todas las heterodoxias en las que Wallace se vio involucrado, el espiritismo fue sin duda la que más afectó su forma de concebir la realidad, a pesar de su escepticismo inicial. En julio de 1865 experimentó su bautismo de fuego. Tras regresar a su Inglaterra natal de sus viajes naturalistas por el trópico, acudió a casa de un amigo para realizar algunas sesiones espiritistas alentado por los rumores que se venían escuchando sobre la comunicación con seres del más allá. En aquella primera experiencia, Wallace pudo registrar durante dos horas golpes y vibraciones en la mesa donde estaban todos reunidos. Su intensidad fue incrementándose progresivamente hasta que la mesa comenzó a vibrar con fuerza, como si fuera un animal tembloroso. Las reuniones se repitieron una docena de veces más, obteniendo resultados igual de extraordinarios a pesar de los controles impuestos por Wallace para descartar posibles fraudes. Siendo incapaz de encontrar una explicación racional convincente, concluiría que una fuerza desconocida era la causante de las misteriosas manifestaciones.

En septiembre de ese mismo año comenzó a frecuentar a la señora Marshall, una médium muy conocida por la sociedad londinense. Wallace fue testigo -en ocasiones a plena luz del día- de la levitación y el movimiento involuntario de diferentes objetos o de la adivinación de información privada y personal de los asistentes que la médium a priori desconocía. Durante este periodo se introdujo también en la literatura espiritista, descubriendo que personas honorables de gran reputación e inteligencia estaban convencidas de la autenticidad de los fenómenos mediúmnicos. Posteriormente, Wallace organizaría sesiones en su propia casa, donde podría controlar en mayor medida las condiciones de las pruebas. Sin embargo, para asegurar la obtención de resultados necesitaba a una persona con las capacidades adecuadas para estimular los fenómenos. Gracias a su hermana conocería en 1866 a la famosa médium Agnes Guppy-Volckman, con quien acabaría convenciéndose definitivamente sobre la realidad indiscutible de los fenómenos y los espíritus. Los raps y el desplazamiento de diversos objetos constituyeron los prodigios más frecuentes. En una ocasión, Wallace y varios asistentes observaron cómo la mesa en la que realizaban la sesión se balanceaba durante varios segundos mientras estaba suspendida en el aire a varios centímetros del suelo. Los intentos por devolverla al suelo fueron en vano, siendo imposible vencer la resistencia ejercida por la mesa durante la levitación. Para tratar de replicar esos fenómenos, se realizó otra sesión, solo que esta vez Wallace ató en las patas de la mesa una tira fina de papel que debía romperse en caso de que alguno de los asistentes decidiera hacer trampas levantándola con los pies. Durante la sesión, el mueble volvió a levitar y a moverse en el aire. Una vez finalizada, Wallace comprobó asombrado que la tira de papel seguía íntegra.

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El padre de la teoría de la evolución por selección natural asistió asiduamente a sesiones de espiritismo celebradas en su Inglaterra natal y en Estados Unidos, siendo testigo de diversos fenómenos aparentemente sin explicación racional. The British newspaper

Sus vivencias con Agnes Guppy darían para escribir un libro, por lo que destacaremos dos episodios más para dar una idea sobre la rica diversidad de sucesos que ocurrían en su presencia. Una de las sesiones se llevó a cabo en casa de un amigo de Wallace. La médium y el resto de participantes se instalaron en torno a una mesa situada bajo una lámpara de araña de cristal con las luces apagadas. El amigo de Wallace cogía las manos de Agnes en todo momento. Mientras, otro de los asistentes preparó varios fósforos para iluminar la estancia cuando el naturalista diese la orden y descubrir el truco in fraganti en caso de haberlo. Primero percibieron que alguien retiró la silla donde estaba sentada la médium, de manera que la mujer tuvo que quedarse de pie. A continuación, Wallace escuchó

“un ligero sonido, como el que podría producir una persona que colocara una copa de vino sobre la mesa, y al mismo tiempo un muy leve crujido de ropa y el tintineo de los colgantes de cristal de la lámpara de araña. Inmediatamente mi amigo dijo: Se me ha ido».

Cuando se encendieron las luces, la médium apareció sentada en su silla encima de la mesa. Aquello desconcertó profundamente a Wallace, incapaz de encontrar una explicación a cómo la corpulenta mujer pudo hacer todo aquello sin generar el más mínimo ruido. Sin embargo, por lo que era conocida Agnes era por la materialización de plantas y frutos. Una de las primeras veces que esto ocurrió fue, precisamente, en casa de Wallace. En esta ocasión, el motivo del encuentro era tomar un té distendidamente. Tras 4 horas de conversación, en una habitación cerrada aparecieron de la nada flores de varias especies, cubiertas de rocío y perfectamente frescas y conservadas, como si hubiesen sido recién arrancadas. Por descontado, el naturalista no vio a nadie introducir esas flores en su casa y todos los presentes aseguraron no saber nada.

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Wallace testificó en un juicio a favor del espiritismo y la mediumnidad, de los cuales compilaría numerosas experiencias. Kottler (1967)

Wallace estuvo profundamente involucrado en el espiritismo y allá donde iba no perdía la oportunidad de establecer nuevos contactos con expertos o amateurs y de participar en nuevas sesiones. Por ejemplo, entre 1886 y 1887, Wallace realizó una travesía por Estados Unidos con el objetivo principal de impartir una serie de seminarios sobre sus investigaciones científicas, aunque también dedicaría parte del tiempo a sus otros intereses. Tuvo la oportunidad de conocer a destacados espiritistas norteamericanos, como Leland Stanford, gobernador de California y fundador junto a su esposa de la prestigiosa Universidad Stanford. También aprovechó para realizar varias sesiones con sus nuevas amistades. Uno de los sucesos más extraordinarios tuvo lugar en presencia de varios asistentes en la casa de la señora Ross, una médium especializada en aportes. Antes de comenzar con la sesión, Wallace inspeccionó minuciosamente las habitaciones de la casa y selló las puertas de la sala donde se iba a realizar el evento. Una vez se hubo ocultado la médium en su gabinete detrás de unas cortinas, una procesión de espíritus comenzó a aparecerse ante los presentes. En primer lugar, desde detrás de las cortinas surgió la señora Ross acompañada de una figura femenina y un hombre. Tras retirarse, salieron tres figuras femeninas de distintas alturas y ataviadas con túnicas blancas. A continuación, otra figura masculina, seguida por un espíritu con rasgos indios y otra mujer sosteniendo a un bebé, al que Wallace pudo tocar. Al finalizar la sesión, Wallace se apresuró a examinar nuevamente la casa sin poder encontrar prueba alguna de engaño.

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Los fenómenos que Wallace experimentó junto a la médium Agnes Guppy resultaron determinantes para consolidar su creencia en el espiritismo. Survival After Death

FOTOGRAFÍAS DE ESPÍRITUS

No obstante, de todas las potenciales evidencias a favor de los espíritus, una de las más sólidas para Wallace eran las fotografías de espíritus por permitir comprobar objetivamente su existencia. Sin ir más lejos, el propio científico fue protagonista de este fenómeno. Ocurrió durante su primera y única visita a Frederick Hudson, un fotógrafo conocido de la señora Guppy, el 14 de marzo de 1874. Wallace se hizo tres fotografías en diferentes posturas, y en las tres apareció una bruma antropomorfa junto a él. En la primera se mostraba lo que parecía un varón equipado con una espada corta a quien Wallace no logró identificar. En las otras dos, en cambio, la figura mostraba un sorprendente parecido a su madre, que no sólo fue identificada por Wallace, sino también por sus hermanos y su cuñada. Cabe destacar que la figura femenina aparentaba tener distinta edad en las dos fotografías y que su posición y características no coincidían con ninguna de las imágenes que la familia Wallace pudiera custodiar, resultando así en una prueba genuina e irrebatible para el científico que reforzó aún más si cabe su convencimiento.

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Una de las fotografías en las que Wallace aparece aparentemente con el espíritu de su difunta madre. National Science and Media Museum

La multitud de experiencias recopiladas garantizaron la férrea adhesión de Wallace a la doctrina espírita. Si no se tiene esto en cuenta, resulta difícil asimilar su compleja cosmovisión. Wallace pensaba que el espiritismo era igual de legítimo que cualquiera de las ciencias físicas y naturales, ya que contaba con el respaldo de innumerables evidencias recogidas por muchas personas honorables a través de sus observaciones y experimentos. Empero, las revelaciones procedentes de los espíritus, cuya realidad era inútil rebatir, trascendían cualquier intento materialista por dilucidar el funcionamiento de la naturaleza y el sentido de la existencia humana. Los fenómenos del espiritismo y las descripciones del más allá conservaban la armonía con el orden natural del universo, por lo que podían ser aceptadas legítimamente y sin miedo a que contravinieran el funcionamiento de las leyes naturales, argumento que solían enarbolar los críticos. Así, por ejemplo, al igual que en la evolución de la vida orgánica interviene la selección natural, en la esfera espiritual ejercía su influencia un mecanismo análogo que primaba el progreso de aquellos espíritus que hubiesen dedicado su vida terrenal al cultivo de las facultades más nobles. En relación con los fenómenos espíritas, Wallace rechazaba considerarlos como sobrenaturales, pues, en realidad, podrían deberse a mecanismos de interacción desconocidos entre los espíritus y el mundo material. Presumiblemente, los seres de naturaleza etérea podrían disponer, por su avanzado grado de desarrollo, de unas facultades y sensibilidad tales que les permitirían interactuar con el éter del universo, haciéndolo vibrar, de manera similar a como lo harían otras fuerzas y energías ordinarias. De esta forma se generarían todos los fenómenos paranormales conocidos. Lejos de ser sobrenaturales, responderían, en consecuencia, a dinámicas naturales generadas por entidades muy avanzadas e incomprensibles para nuestro intelecto.

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Otro de los negativos tomados por Frederick Hudson en los que un espíritu acompaña a Wallace. Gross (2010)

Otra faceta fundamental del espiritismo eran las enseñanzas morales transmitidas durante las sesiones. Estas podían resumirse en los siguientes puntos a juicio de Wallace: el ser humano es un ser dual constituido por una esencia espiritual, etérea, fundamento de la naturaleza moral e intelectual del ser humano y destinada al desarrollo constante, y otra física con la que coevoluciona; esta dualidad se deshace en el momento de la muerte; el espíritu permanece inalterado durante la transición hacia otro cuerpo (demostrado por las comunicaciones con los difuntos, quienes se muestran tal y como eran en vida); el destino de los individuos es el constante progreso moral y espiritual, que ocurre a través de las experiencias vitales durante la existencia terrenal. En consecuencia, nuestras acciones en vida repercutirán en nuestra existencia futura.

El espiritismo se convertiría en la principal fuente de respuestas de Wallace para resolver los grandes misterios del universo. Por ejemplo, el naturalista especularía con el considerable protagonismo que los seres etéreos habrían tenido en el surgimiento de la naturaleza humana y en la determinación de nuestro destino, dando así su respuesta personal a las disquisiciones existenciales “¿de dónde venimos?” y «¿hacia dónde vamos?” Tan trascendental fue la influencia de esta doctrina que llegó a sentir la necesidad de convencer a sus colegas más reticentes sobre la importancia capital de esta nueva ciencia, pues en los espíritus habrían de encontrar las respuestas a las grandes preguntas. Quizás por ello trató de construir un fundamento científico en torno al espiritismo y otorgarle el mismo grado de credibilidad que a las ciencias tradicionales.

MÁS ALLÁ DE LA SELECCIÓN NATURAL

A pesar de ser un defensor a ultranza del darwinismo y de considerar a la selección natural como la omnipotente fuerza creadora de las especies, Wallace hacía una excepción en el caso del hombre, seguramente influido por sus creencias espiritistas. Argumentaba que, por sí sola, la selección natural no había podido desarrollar las facultades mentales superiores de la especie humana, considerando necesaria la contribución complementaria de otra fuerza de distinta naturaleza. Su concepción descansaba en la idea utilitarista de que la naturaleza nunca otorga a las especies dotes superiores a las que realmente necesitan para su supervivencia cotidiana.

Como ya hemos referenciado, cuestiones como la mente y la consciencia humanas llamaron poderosamente su atención, sobre todo a partir de su temprano contacto con el mesmerismo. Asimismo, podríamos diferenciar un antes y un después en su metafísica de la naturaleza humana tomando como punto de referencia su conversión al espiritismo. En la primera etapa, anterior a su conversión, consideraba que, en el momento en que apareció la consciencia y el intelecto en el hombre primitivo, la mente adquirió el papel exclusivo de asegurar la adaptación del ser humano a las condiciones cambiantes del entorno y de su evolución psicológica y social. De esta forma, la selección natural cesó su actividad sobre el cuerpo físico, que dejó de mutar, para enfocarse exclusivamente en la mente. Por eso, ante, por ejemplo, un descenso prolongado en el tiempo de las temperaturas, el hombre no desarrollaba más pelo o grasa para adaptarse a las nuevas condiciones. Por el contrario, hacía uso de su prodigiosa inteligencia para elaborarse un abrigo o construirse un refugio. Charles Darwin llegaría a manifestar su simpatía por esta hipótesis.

Tras su contacto con el espiritismo, introduciría en sus teorías otro mecanismo más trascendental, desestimando el papel preponderante de la selección natural en el diseño de la naturaleza humana y relegándola a un anecdótico segundo plano. Las extraordinarias y exclusivas facultades del ser humano, como la moralidad, la capacidad para la abstracción, la comprensión de conceptos complejos como el infinito, la belleza, lo sublime o las matemáticas, no tenían sentido a la luz de las leyes naturales, pues no tendrían un efecto sobre su supervivencia. Del mismo modo, si la selección natural hubiese sido la causante de estas características, habrían dejado de ser exclusivas del hombre para aparecer en otros animales. En consecuencia, era necesario incluir otra variable más en la ecuación. Darwin se sintió defraudado ante este cambio de parecer, fuente de intensos debates entre ambos naturalistas.

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Fuertemente influido por sus experiencias espiritistas y mesmeristas, Wallace elaboraría una teoría en la que involucraría a los espíritus como los autores del progreso de la mente y la consciencia humanas. Daily Mail

EL ORIGEN ESPIRITUAL DEL HOMBRE

Para tratar de seguir el hilo argumental de Wallace, debemos dirigir nuestra atención hacia las «razas» salvajes y el hombre prehistórico. En la época victoriana era generalmente admitido que el cerebro era el órgano de la mente y que el desarrollo de las facultades intelectuales estaba correlacionado con el tamaño del cerebro. Por eso, el hombre europeo, al gozar de un cerebro mayor que el de cualquier otra raza, se situaba en la cúspide de la intelectualidad y la sensibilidad. En este sentido, la perspectiva de Wallace era demasiado avanzada para su tiempo, al estar alejada de prejuicios raciales: él destacaba que, aunque el volumen cerebral de los hombres salvajes y prehistóricos fuese menor que en los individuos civilizados, solo lo era ligeramente, mientras que sí era significativamente mayor que en los grandes simios. Esto explicaría por qué las capacidades mentales se manifiestan más refinadamente en las poblaciones civilizadas y de forma incipiente en las salvajes. Aun así, aunque en estas tribus predominen las conductas animalescas y su intelecto sea rudimentario, ocasionalmente es posible observar la expresión de las capacidades mentales más sobresalientes y características del hombre civilizado: el sentimiento religioso, el amor, la honradez, el arte. En estas comunidades, por tanto, las facultades propiamente humanas se encuentran en una fase latente. Esto indicaba que el intelecto y la consciencia habrían nacido prematuramente en el hombre primitivo, en una etapa de nuestra evolución donde no tendrían función adaptativa alguna. Sin embargo, sin ellas, el ser humano no habría podido alcanzar el grado de desarrollo actual. Por lo tanto, estas características habrían aparecido para garantizar nuestra evolución y manifestarse a pleno rendimiento en el futuro, incumpliendo los principios fundamentales de la evolución por selección natural. Todo ello apuntaba a que la estructura y organización del cerebro humano sobrepasan la utilidad real que deberían tener. De haberse desarrollado por selección natural, el cerebro no debería haber sido mucho más grande que el de un gorila o un orangután, pues con ese volumen proporcionaría los requerimientos precisos para asegurar nuestra supervivencia.

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En una fase avanzada de su vida, Wallace atribuiría a unas Inteligencias Superiores la evolución de la vida en aras de conseguir inteligencias cada vez más complejas. BBC

Descartada la selección natural, la alternativa señalada por todas estas evidencias es lo que Wallace identificaba con una o varias Inteligencias Superiores que a través de su voluntad podían guiar la acción de las leyes evolutivas con un propósito concreto: favorecer el desarrollo de la esencia espiritual del hombre. Más adelante, Wallace adjudicaría la creación de todo el universo y las leyes naturales a estas entidades supremas como premisa indispensable para el desarrollo de inteligencias progresivamente más avanzadas, configurando así una cosmovisión de carácter teísta, finalista y antropocentrista. Todo el universo estaba dispuesto para asegurar la evolución constante de la inteligencia. Cabría deducir, por tanto, que las capacidades de la mente no se expresan todavía con todo su potencial, a la espera de que el ser humano alcance una fase de desarrollo más avanzada para manifestarse a pleno rendimiento.

CRUZADA CONTRA LAS VACUNAS

Otra faceta igual o más polémica que las ya comentadas es su animadversión hacia las vacunas contra la viruela. Hubo un tiempo, sin embargo, en el que consideraba las vacunas como una de las mayores aportaciones de la ciencia y a Edward Jenner, descubridor de la vacuna antivariólica y padre de la inmunología, como uno de los benefactores más importantes para la humanidad. De hecho, tanto él como sus hijos fueron vacunados en varias ocasiones.

Podríamos resumir en dos las causas que condujeron al naturalista a efectuar una cruzada contra las vacunas, como él mismo la bautizó. Por un lado, un marcado sentimiento de justicia social que estimuló su indignación contra las leyes que impusieron la vacunación obligatoria en Inglaterra. Desde 1840 en adelante, el Parlamento británico promulgó una serie de normativas para administrar los programas de vacunación contra la viruela. A partir de 1853 la vacunación se hizo obligatoria, traduciéndose en castigos y penalizaciones para aquellos que la rechazaran. Estas penas no se aplicaban equitativamente, siendo las clases trabajadoras quienes padecían las multas más cuantiosas y hasta el ingreso en prisión. Esto despertó la indignación y la desconfianza popular, que acabaría cristalizando en el movimiento antivacunas, una respuesta frente a las injusticias y crímenes contra la libertad personal. Curiosamente, este movimiento atrajo en torno a sí diferentes colectivos cuyo propósito común radicaba en la crítica y el reformismo socio-político y filosófico. Así, doctrinas aparentemente tan dispares como el espiritismo, el vegetarianismo, el swedenborgianismo, el antiviviseccionismo o el socialismo encontraron otra forma de expresión en el movimiento antivacunas. Casualmente, Wallace era un adepto de muchas de ellas. Además, estas doctrinas, que ya contaban previamente con estructura y organización, aportaron una identidad institucional a la causa antivacunas a través de la formación de ligas, encuentros y debates masivos.

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El movimiento antivacunas surge a la par que las primeras campañas de vacunación masivas contra la viruela. Ya por entonces se enarbolaba la presunta nocividad e inutilidad de las vacunas. Wikimedia Commons

El otro elemento esencial que promovió la conversión de Wallace fue su encuentro hacia 1880 con el empresario William Tebb, cofundador de la Sociedad Londinense por la Abolición de la Vacunación Obligatoria y, no por casualidad, también adepto al espiritismo. Tebb introdujo a Wallace en el movimiento antivacunas a través de varios textos que aparentemente constataban la reducida eficacia de las vacunas para prevenir la viruela y su papel en la propagación de la enfermedad. Asimismo, promovió la publicación de un pequeño panfleto escrito por el naturalista en 1885 y titulado Forty-five years of Registration Statistics, Proving Vaccination to be both useless and dangerous con el objetivo de advertir a los miembros del Parlamento y al público general de la peligrosidad e ineficacia de los programas obligatorios de vacunación. A partir de entonces, Wallace comenzaría una entusiasta lucha contra los defensores de las vacunas y las prácticas intervencionistas y monopolísticas del estado sobre la salud pública.

ARMAS ESTADÍSTICAS

¿Cómo se defendía o denigraba a las vacunas? Defensores y detractores esgrimían como argumento fundamental los datos disponibles para realizar sus propias exploraciones estadísticas de la situación. Wallace, por ejemplo, elaboró sofisticados gráficos y calculó la eficacia de las vacunas durante largas series de tiempo haciendo uso de los datos oficiales ofrecidos por distintos países y la Oficina General del Registrador británica. Las conclusiones a las que llegó no podían ser más desalentadoras: los datos no permitían establecer un vínculo entre las vacunas y una reducción en la mortalidad por viruela. Por el contrario, las cifras apuntaban a incrementos preocupantes en la mortalidad de la población y en la gravedad de las epidemias en relación con el aumento en la cobertura de la vacunación y desde que esta se hizo obligatoria. Las vacunas eran, por tanto, dañinas, pues promovían la enfermedad más que evitarla. Suena actual este discurso, ¿verdad? En realidad, Wallace tenía una pequeña parte de razón. Algunas prácticas médicas poco asépticas, como la inoculación de brazo a brazo (consistente en la extracción de la vacuna a partir de las pústulas variólicas de un individuo previamente vacunado), promovían la transmisión de infecciones sanguíneas como la sífilis o la hepatitis.

De acuerdo con su forma de entender la enfermedad, creía imposible que con solo las vacunas pudiera neutralizarse un patógeno complejo que cambia y evoluciona con el tiempo. Para el naturalista, los factores que determinaban la incidencia y la gravedad de la viruela eran las condiciones higiénico-sanitarias y alimenticias de la población. En sus análisis sobre la mortalidad por viruela en Inglaterra (que incluían datos desde mediados del siglo XVIII hasta su época) pudo comprobar que, antes de la introducción de las vacunas y de las campañas obligatorias de vacunación, la mortalidad comenzó a experimentar una reducción progresiva. ¿Cuál era la causa? Indudablemente, la implementación de mejoras en las condiciones sanitarias e higiénicas del país. De esta forma, Wallace exponía los programas de vacunación como cortinas de humo que desviaban la atención de los verdaderos problemas sociales que el Estado debía solucionar para acabar realmente con la nefasta enfermedad.

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Con estos gráficos, Wallace (el autor de los mismos) trataba de demostrar la ineficacia de las campañas de vacunación obligatorias contra la viruela. El naturalista relaciona las muertes por viruela con las muertes por otras enfermedades asociadas estrechamente con las condiciones higiénicas y sanitarias de la población (como el tifus) para mostrar la correlación existente entre todas ellas. Con esto, Wallace enfatizaba su postura sobre la necesidad de mejorar las condiciones de vida de la población en detrimento de la vacunación para vencer definitivamente a la viruela. Wallace (1885)

Irónicamente, los provacunas utilizaban el mismo tipo de razonamientos y herramientas estadísticas para sustentar sus posturas, solo que, para ellos, los datos apoyaban indefectiblemente el éxito de las campañas de vacunación. ¿Quién llevaba razón entonces? En retrospectiva, diríamos que las vacunas han sido una herramienta fundamental para salvar vidas. No en vano, el 18 de mayo de 1980 se anunció la erradicación absoluta de la viruela, la primera enfermedad infecciosa eliminada a nivel mundial, pero podríamos mencionar también la práctica supresión de la poliomielitis o los millones de personas que se han librado del sarampión o el tétanos. Empero, si tuviésemos que analizar la eficacia de las vacunas contra la viruela en la época de Wallace sin salirnos de ese contexto, no sería tan fácil. Y es que la escasez de datos disponibles, la discutible forma de recolectarlos, la manera en que cada autor dividía las series temporales o el desconocimiento de covariables fundamentales como el comportamiento cíclico de la viruela derivó en interpretaciones subjetivas y de todo punto sesgadas como para sacar algo en claro. No obstante, insisto en que el tiempo le quitaría la razón a Wallace.

LA ARMONÍA NATURAL

¿Cómo es que una persona tan estrechamente vinculada con el materialismo científico abrazó con tanta vehemencia aspectos tan heterodoxos y marginales? Sin duda, sus experiencias vitales contribuyeron significativamente. Su precoz contacto con la naturaleza, el autoaprendizaje y su inigualable habilidad para teorizar y desentrañar los patrones y procesos naturales le conducirían a postular la existencia de una armonía natural que gobernaba el universo en todos sus niveles. Si un mecanismo o un fenómeno actuaba sin violar este principio fundamental, no había razón para rechazarlo, como sucedía con la frenología, el mesmerismo o el espiritismo. Con esto en mente, Wallace elaboró una definición personal sobre lo que la ciencia debía ser: la conexión equilibrada y equitativa entre naturaleza, política, ética, espiritualidad y libertad. Cualquier cosa que atentara contra este equilibrio debía ser detenida, como era el caso de las vacunas.

Lógicamente, sus especulaciones metafísicas fueron mal vistas por los científicos materialistas, incluyendo a su gran amigo Charles Darwin, quienes buscaban otorgar a la ciencia una identidad propia para independizarla de cuestiones sociopolíticas y espirituales. Quizás fue por este motivo por el que, con el paso del tiempo, Wallace acabaría siendo relegado a un segundo plano y relativamente olvidado. Sin embargo, desacreditarle por estas facetas de su personalidad es un craso error, una reducción al absurdo de una mente singular, compleja y extremadamente brillante como la suya. Por el contrario, debemos reconocerle como uno de los científicos más admirables e innovadores de la historia, cuyas aportaciones científicas para comprender los misterios de la naturaleza siguen siendo inestimables.

EL DATO

¿Sabías que Alfred Russel Wallace tuvo un enconado enfrentamiento contra un defensor de la Tierra plana y que con un sencillo experimento le demostró la curvatura terrestre? En este artículo puedes leer este insólito episodio en detalle:

Dossier terraplanismo (parte 2): Tierra plana VS Tierra esférica. La “Teoría de la Tierra Plana”, a examen

REFERENCIAS

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  • Wallace, A.R. (1898). The wonderful century: Its successes and its failures. Toronto: George Morang.

  • Wallace, A.R. (1905). My life: A record of events and opinions (Vol. 1). Londres: Chapman & Hall.

  • Wallace, A.R. (1905). My life: A record of events and opinions (Vol. 2). Nueva York: Dodd, Mead & Company.

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  • Weber, T.P. (2010). Alfred Russel Wallace and the antivaccination movement in Victorian England. Emerging Infectious Diseases 16, 664-668. https://dx.doi.org/10.3201%2Feid1604.090434soc

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