Volcanes, esas fuerzas de la naturaleza temidas y veneradas desde tiempos inmemoriales. También son esas entidades geológicas a las que acuden incansablemente aquellos que dudan e incluso niegan la culpa de la humanidad en el cambio climático que actualmente experimentamos.
Afirman los negacionistas del cambio climático antropogénico que las emisiones de dióxido de carbono (CO2) derivadas de las actividades humanas son apenas un pequeño atisbo del CO2 que inyectan en la atmósfera los volcanes. Por ende, nuestra influencia sobre el clima sería nimia si nos comparamos con los volcanes. Así, la cruzada de nuestra sociedad para mitigar un fenómeno que, según los negacionistas, responde a un ciclo que viene ocurriendo de manera natural desde hace millones de años, es una pérdida de tiempo.
Hay que reconocer que algo bueno sí que tienen las teorías de la conspiración como esta que voy a tratar a continuación: permiten aprender ciencia investigando su grado de credibilidad. Y es que la ciencia siempre será la mejor herramienta para enfrentarse a este tipo de afirmaciones.
El ser humano desbanca a los volcanes
Precisamente por su peligrosidad, los volcanes han sido objeto de escrupuloso estudio por parte de la comunidad científica. Gracias a estas investigaciones conocemos con bastante precisión la cantidad de gases y otros productos que emiten los volcanes (tanto submarinos como terrestres) a la atmósfera y sus efectos sobre el clima.
Para desgracia de quienes niegan el calentamiento global causado por el ser humano, los datos científicos refutan de manera incontestable su credo. Porque resulta que las emisiones de CO2 de las actividades humanas superan en varios órdenes de magnitud a las emisiones naturales generadas por los volcanes.
Los cálculos de diversas fuentes (que pueden ser consultadas más abajo) coinciden en que las emisiones volcánicas anuales de CO2 equivalen solamente a un mísero 1% de las emisiones humanas, como mucho a un 2%. En tanto que los volcanes, considerando en conjunto los submarinos y los terrestres, emiten entre 150 – 450 millones de toneladas de CO2 al año, el ser humano produjo 59 000 millones de toneladas en 2019 según el sexto informe del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC), es decir, más de 100 veces que los volcanes. Dicho de otra manera, los seres humanos tardan menos de una semana en generar el mismo CO2 que todos los volcanes del mundo en un año.
Para visualizar aun mejor la magnitud de esta información, presta atención a la siguiente tabla de datos:
Agente emisor de CO2 | Millones de toneladas de CO2 por año |
Actividades humanas a escala global (2019) | 59 000 |
Estados Unidos (2023) | 5 900 |
Rusia (2023) | 2 670 |
Alemania (2023) | 682 |
Texas (EE.UU.) (2022) | 663 |
España (2023) | 285 |
Florida (EE.UU.) (2022) | 231 |
Monte Pinatubo (erupción del 15 de junio de 1991) | 50 millones de toneladas en 9 horas |
Cumbre Vieja (erupción de 2021) | 14 – 42 millones de toneladas en 86 días |
Monte Santa Helena (erupción del 18 de mayo de 1980) | 10 millones de toneladas en 9 horas |
Se puede comprobar cómo hay países e incluso regiones dentro de esos países que inyectan cantidades significativamente más elevadas de CO2 en la atmósfera que todos los volcanes del mundo. Destaca, asimismo, la escasa producción de CO2 que tuvieron algunas de las erupciones más violentas y famosas de las últimas décadas en comparación con las emisiones antrópicas.
Las erupciones volcánicas y el efecto enfriamiento
Hay otro hecho perfectamente conocido que permite desvincular a los volcanes del calentamiento global actual. Aunque parezca contraintuitivo, es frecuente que el clima se enfríe después de una erupción de gran magnitud. Esto se entiende mejor conociendo los materiales que expelen los volcanes cuando desatan su furia.
Además de gases de efecto invernadero (CO2, metano, vapor de agua), los volcanes también eyectan cenizas y otros gases como dióxido de azufre (SO2). Cuando alcanza la estratosfera, este gas reacciona con el vapor de agua circundante y termina formando partículas microscópicas de aerosoles de sulfato, que contribuyen a reflejar de vuelta al espacio la luz solar. Esto reduce la cantidad de radiación solar que llega a la superficie terrestre, resultando en un enfriamiento.
Este fenómeno se observó tras la erupción del Monte Pinatubo en 1991. La enorme emisión de SO2 enfrió la superficie terrestre 0.5 °C, un efecto que persistió 2 años tras la erupción. Recordemos también cuando el volcán indonesio Tambora le robó el verano al hemisferio norte en 1816, precisamente por la eyección masiva de polvo y SO2 hacia la estratosfera.
Queda claro, por lo tanto, que la influencia de la actividad volcánica sobre el calentamiento climático de los últimos siglos es escasa si la comparamos con la del ser humano. Las erupciones volcánicas de gran magnitud ocurren puntualmente y duran poco tiempo. En cambio, las actividades humanas ocupan todos los días del año y apenas reducen su intensidad. Por el contrario, tienden a aumentar con el tiempo para sostener a una población en constante crecimiento.
Podemos afirmar con rotundidad que el ser humano se ha convertido en el principal motor de cambio climático, superando incluso a esas fuerzas indómitas de la naturaleza que son los volcanes.
REFERENCIAS
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