El verano siempre llega acompañado de dos cosas: el calor, cada vez más abrumador y agobiante, y los festivales de música. Seguramente se esté imaginando el típico festival con sus escenarios, sus puestos de comida y su cartel con los artistas que harán las delicias de los asistentes durante varios días consecutivos. Pero no, no hablo de ese tipo de eventos, sino de los conciertos que se celebran puntualmente desde hace miles de veranos en los campos.
En las horas centrales de sol, son las cigarras o chicharras las que ponen banda sonora a la naturaleza con su estridente melodía. Según transcurre el día y la temperatura disminuye, estos insectos atemperan su canto y dejan libre el escenario para la llegada de la siguiente banda.
Se acerca el ocaso y comienza a escucharse un tímido “cricrí” al que progresivamente se unen más individuos hasta que el canto colectivo domina todo el entorno. Es el turno de los grillos, cuya música sonará hasta la mañana del día siguiente.
Pero los grillos no cantan
Ese cricrí en coro realmente no es un canto, si entendemos por canto lo que hacen los pájaros. Los grillos pertenecen al orden de los ortópteros, un grupo que ha hecho de la estridulación uno de sus rasgos distintivos. Así es como se denominan los característicos sonidos que emiten.
El instrumento que utilizan son diminutas estructuras que se sitúan en sus tegminas, alas endurecidas. Estas alas rígidas a modo de cubierta protegen las alas posteriores, blandas, que son las que los grillos utilizan para volar.
Una de las tegminas posee una diminuta cresta llamada raspador, y la opuesta, una superficie dentada. Ese es el instrumento musical. El grillo frota con el raspador a gran velocidad la superficie dentada para generar la estridulación.
Solamente “cantan” los machos, y lo hacen para llamar la atención de las hembras, o para competir con otros machos que hayan tenido la osadía de invadir su territorio. Los patrones de canto son diferentes en un caso y en otro.
¿Por qué cantan durante los meses más cálidos del año?
Los grillos son animales ectotermos, es decir, su temperatura corporal depende de la temperatura del entorno. Y necesitan una temperatura ambiental elevada para realizar sus funciones vitales, entre ellas la estridulación.
Además, el ritmo de su canto aumenta con la temperatura, aunque hasta un límite. A partir de los 35 ℃ el ritmo se reduce, y, alrededor de los 40 ℃, el canto termina, muchas veces junto con la vida del insecto, ya que estas temperaturas pueden ser letales.
Hace siglos que se conoce popularmente la relación entre la temperatura y el canto de los grillos. Sin embargo, hubo quien quiso ir más allá de lo popular y estableció una ley matemática que permitía estimar con exactitud la temperatura ambiente a partir de la frecuencia de canto de los grillos. Lo recoge un capítulo de la serie The Big Bang Theory, cuando un grillo se cuela en la casa y Sheldon afirma conocer de qué especie se trata por la frecuencia del chirrido y la temperatura ambiente.
La Ley de Dolbear
En 1897, el físico norteamericano Amos Dolbear estableció una fórmula matemática que relacionaba temperatura ambiente y frecuencia del cricrí. Dolbear describió el aumento rectilíneo de la frecuencia de estridulación en función de la temperatura (T) mediante la siguiente fórmula:
T (℉) = 50 + (N – 40) / 4, siendo N los cricrí por minuto.
Esta ecuación se extendió con gran éxito por el mundo académico y también a la sociedad general, y la bautizada como Ley de Dolbear se hizo realmente muy popular.
A partir de la misma surgieron otras fórmulas similares que simplifican el conteo de los cantos y permiten obtener la temperatura en grados Celsius.
Sin embargo, la publicación de Dolbear tiene fallos metodológicos importantes. En primer lugar, no especificó qué especie de grillo utilizó. Algunos sugirieron al grillo del árbol de la nieve (Oecanthus niveus) como candidato, exactamente al que se refiere Sheldon Cooper en el capítulo de The Big Bang Theory. Pero la fórmula no funcionaba con esta especie. Esto es esencial, porque cada especie tiene un patrón de canto distintivo. Tampoco detalló el número de grillos utilizados en su investigación, el número de medidas o la variabilidad de los datos.
La fórmula no funciona
Los estudios más fidedignos que trataron de replicar la Ecuación de Dolbear encontraron serias dificultades para establecer una relación precisa entre el canto de los grillos y la temperatura, que en ocasiones salía curvilínea en vez de rectilínea. De hecho, para poder estimar la temperatura con relativa precisión, los autores de estos estudios tuvieron que modificar y calibrar la ecuación para adaptarla a sus respectivos contextos.
Esto podía deberse a la notable variabilidad en el patrón de estridulación existente entre individuos de una misma población e, incluso, en el mismo grillo expuesto a la misma temperatura en días diferentes. Por si fuera poco, otras variables, como el canto de otros congéneres o la edad, también pueden influir en el tempo de la estridulación.
Así, efectivamente existe una relación positiva entre la temperatura y el ritmo al que cantan los grillos, pero la ley que Dolbear propuso no permite hacer generalizaciones sólidas.
Aun con todo, si busca un ejercicio intelectual estimulante para entretenerse este verano, puede contar los cantos de los grillos y someter la fórmula de Dolbear al escrutinio del método científico para comprobar su precisión. O, sencillamente, disfrutar del concierto nocturno en la naturaleza estas noches de verano.
Este artículo ha sido publicado originalmente por el presente autor en The Conversation