Con la irrupción de la Inteligencia Artificial (IA), nuestra concepción sobre la inteligencia se ha visto ligeramente trastocada. A fin de cuentas, las máquinas con IA cumplen con los requisitos de algunas de las definiciones de “inteligencia”, como la resolución de problemas complejos. Por tanto, ¿pueden pensar las máquinas?
Esta cuestión ya se la propuso a mediados del siglo pasado uno de los padres de las ciencias de la computación: el gran Alan Turing (1912-1954). “¿Cómo podríamos detectar la exhibición de inteligencia en una máquina?” se debió preguntar. Para intentar dar solución a este problema, ingenió una prueba que consistiría, según la versión estándar o más conocida, en que un jurado conversara por escrito a través de un terminal informático con dos interlocutores anónimos durante unos 5 minutos. La gracia del examen radica en que uno de los interlocutores sería una persona real y el otro un ordenador tratando de imitar a un ser humano. Se consideraría “pensante” a la computadora si el 30% del jurado no logra distinguir entre la persona y la máquina durante como mínimo el 70% del tiempo establecido.
El test de Turing no se puso en marcha sistemáticamente hasta 1991, momento en que se funda el Premio Loebner, una competición inspirada en la prueba que premia a quienes consigan el programa informático más “inteligente”.
No obstante, la prueba de Turing cuenta con detractores, en primer lugar porque Turing no dijo explícitamente que su experimento sirviese para medir la inteligencia de las máquinas, sino para evaluar si pueden imitar el comportamiento humano. Debemos tener en cuenta, además, que no todos nuestros comportamientos son inteligentes…
EL DATO
Muchos consideran que en 2014 fue la primera vez que una máquina superó el test de Turing. Fue un chatbot de nombre Eugene Goostman. Logró convencer al 33% de los miembros del jurado de ser un niño ucraniano de 13 años.
