Medir el mundo que nos rodea con el fin de cuantificarlo ha sido una necesidad constante de las sociedades humanas. Sin embargo, alcanzar un consenso relativo sobre las unidades con las que estandarizar esas medidas ha supuesto un camino arduo y tortuoso. La mayor parte de la historia se ha caracterizado por tener centenares de baremos que podían variar entre distintas localidades e, incluso, entre habitantes de una misma población.
Lo habitual era utilizar patrones de medida muy poco objetivos e inestables, como determinadas partes del cuerpo para medir longitud (brazada, pie, palmo). Esto derivaba a menudo en disputas entre comerciantes y mercaderes, un caos que fue creciendo según se fue expandiendo el comercio a nivel mundial. Por ello, la necesidad de establecer patrones de medida universales y objetivos era cada vez más urgente.
La epopeya del metro
Montjuïc significa “monte de los judíos” por haber albergado un cementerio judío en época medieval y es uno de los enclaves más conocidos de Barcelona. La montaña no solo ofrece unas vistas espectaculares de la ciudad condal, sino también un montón de historias y anécdotas interesantes.
Este lugar ha sido testigo de guerras, la Exposición Universal de 1929 o los Juegos Olímpicos de 1992. Sin embargo, hay otro hito importante no demasiado conocido: Montjuïc sirvió para definir el metro (del griego metros, que significa “medida”) y para establecerlo como la unidad base de la longitud.
Para entender la historia del metro debemos abandonar Barcelona temporalmente y viajar en el tiempo a la Francia revolucionaria de finales del siglo XVIII. Entonces era prácticamente imposible medir cualquier cosa de forma consensuada. Esto se debía a la infinidad de unidades de medida que existían y a su inestabilidad (muchas veces, un patrón de medida con el mismo nombre podía variar entre regiones e, incluso, ciudades o poblados vecinos). Esta circunstancia solía ser aprovechada por nobles y gobernantes para establecer sus propios estándares y modificarlos a voluntad en los territorios que administraban.
Poner fin a los abusos feudales
La Revolución trajo consigo multitud de reformas sociales, políticas y económicas para terminar con estos abusos feudales, entre ellas el establecimiento de patrones de medida que pudieran ser usados por todo el mundo. Así, la recién constituida Asamblea Nacional francesa encargó un informe a la Academia de Ciencias de París en 1790 para establecer un sistema de medidas universal que permitiera unificar los pesos y las longitudes. El obispo Charles Maurice de Talleyrand propuso que las medidas seleccionadas debían fundarse en la naturaleza para trascender fronteras y adquirir un carácter universal. Así, tras varias discusiones y diversas propuestas, se decidió definir el metro como la diezmillonésima parte del cuadrante de un meridiano terrestre.
Se seleccionó el meridiano que atravesaba el observatorio de París y se acotó el sector comprendido entre Dunkerque, en la costa norte de Francia, y Barcelona. Estos extremos no se eligieron al azar. Convenía que estuviesen situados al nivel del mar para minimizar el error derivado de la topografía del terreno.
Se constituyeron dos equipos de científicos liderados por los astrónomos Jean-Baptiste Joseph Delambre y Pierre Méchain. El primero cubriría el sector norte Rodez-Dunkerque, y el segundo, el resto desde Rodez hasta Barcelona.
Sin GPS, utilizando torres y montañas
¿Cómo fue posible semejante empresa sin existir satélites ni GPS? La solución provino de la triangulación geodésica. Mediante este método, los científicos trazaron una cadena de triángulos a lo largo del meridiano situando sus vértices en puntos elevados (torres, montañas). Conociendo uno de los lados de un triángulo y dos de sus ángulos se puede calcular cualquiera de sus propiedades, lo que permitía ir estimando progresivamente la longitud del meridiano.
En 1792 se iniciaron las mediciones. Ese mismo año, Méchain partió hacia Barcelona. En la montaña de Montjuïc estableció el vértice más meridional de la cadena de triángulos para marcar la situación geográfica de la capital catalana. Desde la torre vigía del castillo que corona la cima, el sabio francés registró varias medidas de ángulos y utilizó algunas de sus piedras para dejar grabados sus apuntes en forma de petroglifos. Otro de los enclaves que sirvió para la triangulación fue la mágica montaña de Montserrat.
Tras multitud de impedimentos y dificultades a causa de la Revolución Francesa y los conflictos armados, los científicos concluyeron su trabajo en 1798. Al año siguiente, concretamente el 10 de diciembre, fue ratificada por ley la primera definición definitiva del metro.
En la actualidad, el metro es equivalente a la longitud recorrida por la luz en el vacío en 1/299792458 partes de segundo, una precisión que hace palidecer a la conseguida en el siglo XVIII. No obstante, fueron aquellos esfuerzos pioneros los que cimentaron el camino para hacer del metro lo que hoy es. La próxima vez que visite Montjuïc, acuérdese de esta historia y disfrute de uno de los lugares que contribuyeron al consenso que supuso el nacimiento del metro.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation