Al conocerse que la fundación Bill y Melinda Gates iban a invertir una millonada para impulsar varias de las vacunas contra la COVID-19, saltaron las alarmas de la conspiranoia. Para muchos, era la señal del fin de los tiempos. Bill Gates, el protagonista de algunas de las conspiranoias más conocidas y retorcidas del siglo XXI, iba a poner en marcha su maquiavélico plan en contubernio con varios gobiernos del mundo para el control mental de la ciudadanía o la eugenesia mundial según la versión que consultemos.
¿Cómo pretende este sanedrín sinárquico controlar nuestros designios? Con el famoso microchip RFID (siglas en inglés de Identificación por Radio Frecuencia), un dispositivo más pequeño que un grano de arroz, o nanotecnología que nos implantarán subcutáneamente y de forma ultrasecreta a través de las vacunas en aras de monitorearnos a todas horas o, directamente, controlar nuestra voluntad mediante impulsos electromagnéticos, el 5G o la secreción de algún químico que interfiera con el correcto funcionamiento neurológico de nuestro cerebro1, 2.
En realidad, la relación microchips-vacunas o genocidio-vacunas es una conspiración que ya tiene su tiempo3, 4, aunque de vez en cuando vuelve a encontrar un nicho ideal en el que medrar, adaptándose cual ente biológico a las nuevas circunstancias. Es posible que el origen de este mito moderno se halle en la exégesis que los fundamentalistas cristianos hacen de las Sagradas Escrituras, concretamente de Apocalipsis 13: 15-18:
“15 Y se le permitió infundir aliento a la imagen de la bestia, para que la imagen hablase e hiciese matar a todo el que no la adorase.
16 Y hacía que a todos, pequeños y grandes, ricos y pobres, libres y esclavos, se les pusiese una marca en la mano derecha, o en la frente;
17 y que ninguno pudiese comprar ni vender, sino el que tuviese la marca o el nombre de la bestia, o el número de su nombre.
18 Aquí hay sabiduría. El que tiene entendimiento, cuente el número de la bestia, pues es número de hombre. Y su número es seiscientos sesenta y seis.”5
De estos versículos deducen que el falso profeta o el Anticristo (normalmente identificado con algún político o a algún personaje insidioso para este colectivo) marcará o implantará algún tipo de tecnología para recortar las libertades de la humanidad, pues como dice ahí, sólo los que tengan la marca de la Bestia podrán continuar con su vida normal, eso sí, a cambio de su devoción eterna hacia el Anticristo y el rechazo de la Salvación.
Este mito se ha adaptado a los nuevos tiempos, caracterizados por la tecnología y la ciencia. Por ello, ha encontrado en el microchip el exponente adecuado en el que metamorfosearse. Sin embargo, aunque la conspiranoia que se maneja en plena pandemia se nutra del mito original, para encontrar el ancestro más cercano debemos retrotraernos al 19 de marzo de 2020. Por descontado, Bill Gates vuelve a ser el gran protagonista. En su cuenta de Reddit, el magnate tecnológico propuso a sus seguidores que le mandasen cualquier tipo de consulta sobre el SARS-CoV-2 y la pandemia. Gates respondió amablemente a 31 de ellas y publicó sus respuestas en su blog personal6. Sin embargo, hubo una respuesta que perturbó a los portavoces de las conspiranoias (usuarios de redes sociales que cuentan con decenas de miles de seguidores, gracias a los cuales, cualquier cosa que digan se propaga como la pólvora). A la pregunta
“¿Qué cambios vamos a tener que hacer en el funcionamiento de las empresas para mantener nuestra economía a la vez que se produce un distanciamiento social?”6
Bill Gates contestó lo siguiente:
“La cuestión de qué empresas deben seguir adelante es complicada. Sin duda, el suministro de alimentos y el sistema sanitario. Seguimos necesitando agua, electricidad e Internet. Hay que mantener las cadenas de suministro de cosas críticas. Los países todavía están pensando en qué cosas deben seguir funcionando.
Con el tiempo tendremos algunos certificados digitales para mostrar quién se ha recuperado o se ha sometido a pruebas recientemente, o cuando tengamos una vacuna quién la ha recibido.”6
Las negritas son mías. Eso de los certificados digitales es lo que llamó la atención de los conspiranoicos, a partir de lo cual proclamaron a los cuatro vientos que Bill Gates planeaba implantar una cápsula con un certificado digital (alias, un microchip) para rastrear y monitorizar a la población mundial. Como indicaba la agencia Reuters, dicha soflama fundamentada en la respuesta del fundador de Microsoft se divulgó miles de veces en diferentes redes sociales y rápidamente se hizo viral7. Tuvo bastante éxito: una encuesta de YouGov estimó que el 28% de las 1640 personas encuestadas en EE.UU. creían en esta conspiración15. El caso es que en ninguna parte de la peculiar entrevista aparece siquiera el término “chip” o “microchip”. De hecho, la Fundación Bill y Melinda Gates tuvo que intervenir para aclarar a qué se refería su fundador con los certificados digitales, que poco tienen que ver con los microchips. Realmente se trataría de una plataforma digital de código abierto. Como ya es habitual, el asunto del microchip es otra de las deducciones gratuitas e infundamentadas que copan el argumentario de los conspiranoicos.
Parece ser que el catalizador del bulo fue un artículo titulado Bill Gates will use microchip implants to fight coronavirus y publicado en la web biohackinfo.com8. Sin más dilación, en el primer párrafo ya se asegura indudablemente la realidad del plan de Gates: implantar un certificado digital encapsulado en el cuerpo para controlar quién se ha vacunado y ha pasado la enfermedad y quién no, a modo de la marca de la Bestia. A continuación, los autores relacionan gratuitamente el maquiavélico ardid con un estudio real financiado por la Fundación Bill y Melinda Gates sobre una tecnología para facilitar, descentralizar y completar el registro de las personas que hayan recibido una vacuna a nivel mundial en aras de gestionar mejor el suministro global de vacunas, las dosis administradas y el estado inmunitario de la población contra las diferentes enfermedades infecciosas que nos acosan9. Consistiría en un conjunto de micropartículas emisoras de luz infrarroja que se inyectaría al mismo tiempo que la vacuna y que podría detectarse con teléfonos inteligentes modificados para monitorizar quién ha sido vacunado y con qué vacuna. Pero más que un microchip, esta tecnología se parece más a un tatuaje electrónico. Preguntado al respecto, Kevin McHugh, uno de los coautores, negó que esta tecnología fuese a ser implementada en las vacunas contra la COVID-19. De hecho, todavía es muy preliminar y aún se está probando en animales.
Rizando el rizo, los autores no se contentan con eso y siguen buscando proyectos proclives a utilizar microchips y en los que Bill Gates estaría involucrado o, como mínimo, relacionado, como el de Identidad Digital 2020 (ID2020). Nacido en 2016 y amparado por The Rockefeller Foundation, Microsoft o GAVI The Vaccine Alliance (estas últimas relacionadas con el filántropo) entre otras organizaciones, pretende proporcionar una identidad legal, digital e internacional a todo el mundo por medio de la recopilación de datos biométricos y tecnología blockchain y encriptación10, 11. Sobre todo, está destinada a aquellas personas que carecen de identidad legal (como muchos refugiados), aunque aspira a que gran parte de la población mundial disponga de ella para abandonar los métodos de identificación actuales10. Sin entrar a discutir las consideraciones en materia de privacidad, tampoco se habla en ningún momento de microchips. De hecho, el método para conseguir toda esta información personal todavía no se ha especificado. En resumen, relaciones forzadas, ausencia de evidencias e invenciones por doquier son suficientes para que los aficionados a la paranoia se forjen una creencia inamovible y falaz.
Cualquiera abierto de mente y que todavía albergue dudas, puede consultar los prospectos de las vacunas, donde se detallan todos los ingredientes que las componen. Por ejemplo, la vacuna de Pfizer-BioNTech posee varios lípidos, cloruro de potasio, dihidrogenofosfato de potasio, cloruro de sodio, fosfato de disodio dihidrato, sacarosa y agua (y el ARN, lógicamente)12. La otra vacuna de ARN mensajero, la de Moderna, posee también varios lípidos, ácido acético, acetato sódico, sacarosa, trometamol, etc13. La vacuna de Oxford-AstraZeneca tiene otros excipientes14, pero la cuestión está en que en ningún lado se hace referencia a ningún chip, y esto es información abierta y accesible para cualquier que quiera indagar con espíritu crítico. Parece que Bill Gates, el moderno Anticristo, cambió de idea y ya no considera las vacunas como un medio adecuado para insertar microchips espías en la población. ¿Le habrán arruinado sus planes la perspicacia de los conspiranoicos?
Sin embargo, para el negacionista sería lógico que no apareciese el microchip en los ingredientes de la vacuna. ¿Cómo lo iba a hacer si forma parte de un plan ultrasecreto (que, por otra parte, un mero youtuber o un bloguero cualquiera habrían descubierto haciendo una búsqueda superficial por la Red)? Por tanto, podría objetar que el hecho de que no aparezca en los documentos públicos no implica que el dispositivo espía no esté en las vacunas (resumido en el clásico adagio “la ausencia de evidencia no es evidencia de ausencia”). Aun así, seguiríamos ante una especulación gratuita y completamente aleatoria sin fundamento alguno, y como tal hay que considerarla. Aunque es mejor detenerse aquí y no seguir preguntando. En caso contrario, correremos el riesgo de que basen sus argumentos en la siguiente imagen:
Este diagrama, presuntamente correspondiente al microchip activado por 5G que nos implantarán mediante las vacunas, fue difundido rápidamente por colectivos conspiranoicos y antivacunas en redes sociales y servicios de mensajería. Para muchos era la prueba definitiva que confirmaba sus teorías. Sin embargo, como ya adelanté en artículos anteriores, el pensamiento crítico de estas personas brilla por su ausencia. Porque resulta que el diagrama es el de un pedal de guitarra, solo que a alguien se le ocurrió modificar la imagen para hacer una sátira de las teorías de la conspiración sobre las vacunas. Ese es el crédito que se le puede dar a los “plandemistas”: ninguno.
La historia interminable
La vinculación del famoso filántropo con alguna conspiración no es algo nuevo3. No todo son beneficios cuando eres multimillonario, influyente, filántropo y una cara conocida. Incluso, nada más empezar la pandemia ya se empezó a apuntar al magnate como sabedor de que se avecinaba una pandemia catastrófica, y todo por un preciso pronóstico que realizó en 201516. En plena conferencia TED, Gates alertaba sobre el futuro desastre que dejaría un reguero de millones de vidas humanas por el camino, y no sería precisamente una guerra nuclear como durante tanto tiempo se había temido. Esto fue lo que dijo:
“Si algo mata a más de 10 millones de personas en las próximas décadas, es probable que sea un virus altamente infeccioso en lugar de una guerra. No misiles, sino microbios”16.
Esta charla TED realmente pivotaba en torno a la preparación del mundo de cara a la próxima epidemia o pandemia. ¿Lo estaba? Gates aseguraba que no (acertando nuevamente), que apenas se había invertido en medios para protegernos frente a la próxima enfermedad infecciosa de amplio alcance, y la epidemia de ébola (2014 – 2016) nos lo había demostrado: habíamos fallado en la vigilancia y en la rápida disposición de los datos, no había personal cualificado para acudir rápidamente a la “zona cero”, se tardó demasiado en buscar tratamientos… En otras palabras, el mundo había fallado. Por “suerte”, el Ébola tiene una capacidad de transmisión limitada al no poder propagarse por el aire y su distribución quedó restringida fundamentalmente a algunos países de África occidental. Pero, ¿qué ocurriría si en vez del Ébola surgiese un virus aéreo con una capacidad para propagarse muy eficaz y peligroso como el de la gripe “española”?, se preguntó Gates durante la ponencia16. Estas consideraciones bastaron para que los conspiranoicos dedujesen que Bill Gates sabía algo. Tenía información secreta sobre la pandemia de COVID. Todas las miradas suspicaces apuntaron hacia él. No obstante, desde hace tiempo, los propios científicos lo venían augurando, pero ellos no suelen ser famosos ni el centro de atención de los paranoicos.
No era necesario disponer de información privilegiada, solo seguir el hilo de los acontecimientos para tener una ligera idea de la que se nos venía encima. La literatura científica lo venía advirtiendo desde hace años: nuestra forma de vida desbocada nos iba a pasar factura. La sobreexplotación y el maltrato a nuestro planeta favorece la aparición de enfermedades infecciosas, sobre todo las de carácter zoonótico17, un fenómeno que ha estado intensificándose en las últimas décadas17, hasta el punto de que algunos autores consideran incluir las enfermedades infecciosas emergentes como otro rasgo más del Antropoceno. Por tanto, no hay que ser Bill Gates para darse cuenta de cuan precaria es nuestra situación como especie.
Detrás de muchas leyendas hay una base real
La única concesión que puede hacerse a los conspiranoicos es la de las tentativas reales para potenciar la implantación de microchips que a menudo utilizan para desarrollar todo un relato fantástico. A fin de cuentas, un rasgo característico de toda conspiranoia que se precie es disponer de algún elemento verídico que la aporte algo de veracidad, aunque posteriormente sufran un proceso de desvirtuación y transformación para obtener una versión más impactante y llamativa, algo que llame la atención de las personas para incrementar las probabilidades de adhesión de nuevos acólitos que nutran el ego de los portavoces y cabecillas de estas tesis. Es una estrategia efectiva de persuasión. Un buen cebo para los desprevenidos. Si el acólito comprueba que parte de la tesis conspirativa es real, por ejemplo, que existen proyectos y tentativas auténticos para instalar microchips en la población, sólo es cuestión de tiempo que la verborrea haga su efecto y el adoctrinado deforme por sí mismo la realidad y acepte el resto de la tesis.
No me quiero detener mucho en este tema porque me gustaría dedicarle un artículo exclusivo, por lo que mencionaré unos pocos ejemplos.
Sin ir más lejos, el propio Bill Gates está involucrado en un proyecto relacionado con microchips, el cual, como era de esperar, ya despertó recelos en su momento, y más estando relacionado con el control de la fertilidad18, 19. Desarrollado por la compañía MICROchips con apoyo de Bill Gates, se trataría de un pequeño dispositivo subcutáneo de 20 x 20 x 7 mm que controlaría a voluntad la secreción de levonorgestrel, una hormona anticonceptiva, ya que el microchip podría manipularse por control remoto, de modo que podría encenderse y apagarse a voluntad18, 19. Estaría pensado para evitar embarazos indeseados y tendría una vida media de 16 años. Sería mucho más práctico que las otras alternativas en implantes anticonceptivos, cuya vida media es mucho menor y necesitan intervención médica para ser desactivados. El doctor Robert Farra, director de la compañía, señalaba que el microchip podría adaptarse para la administración periódica y programada de otros fármacos18, 19. Ahora bien, ¿habría peligro de que otra persona pudiera controlarlo sin permiso del portador? Es posible. De hecho, según Farra, sería necesario implementar algún sistema de seguridad para evitar el hackeo del dispositivo18.
Esta propuesta realmente toma el relevo de tantas otras que ya plantearon el uso de microimplantes con motivos médicos. Por ejemplo, existen proyectos de biochips para medir los niveles de glucosa en las personas diabéticas e informarlas de si necesitan insulina o no20; desde hace tiempo se vienen utilizando biochips para controlar los temblores de enfermos de Parkinson21; en 2004, la Food and Drug Administration (FDA) estadounidense permitió la comercialización de un microchip subcutáneo patentado por Applied Digital Solutions para permitir a los facultativos acceder al historial médico de sus pacientes con tan sólo pasar un pequeño escáner sobre el implante, y así con muchos otros casos.
No obstante, mucho más polémicos son los microimplantes que tienen como objetivo nuestro cerebro. Esa es una de las metas de Neuralink, empresa del famoso multimillonario Elon Musk: construir una interfaz cerebro-ordenador, de manera que nuestro ordenador orgánico esté conectado a un procesador externo11, 22. La idea radica en adaptarse a la imparable evolución de la Inteligencia Artificial y poder manejar máquinas y ordenadores a la velocidad del pensamiento con nuestros cerebros11, 22. En este sentido, los avances son espectaculares. Recientemente, la empresa dio a conocer los extraordinarios resultados de un macaco capaz de jugar al videojuego Pong… ¡con su mente! Sin utilizar sus manos, en una suerte de telequinesis digital mediada por un conjunto de chips implantados en su corteza cerebral. Simplemente pensando hacia donde quería que fuese la paleta, allí que iba la barra bidimensional para golpear la pelota.
También tendría su aplicación médica: estimulación de imágenes en personas invidentes o sonidos en personas sordas, paliar las enfermedades neurodegenerativas, devolver la capacidad del habla a personas que la hayan perdido, reparar regiones cerebrales dañadas, controlar la secreción de hormonas para reducir el estrés, generar felicidad…11, 22 Y, como no, incrementar el rendimiento del cerebro11: mejorar la memoria, la inteligencia o determinadas capacidades cognitivas. En suma, hacer humanos mejorados intelectualmente, el sueño de cualquier transhumanista. El gigante tecnológico Microsoft ha mostrado en varias ocasiones su interés por esta empresa, pero también Facebook está trabajando en interfaces cerebro-ordenador: pretende crear una interfaz para que sus usuarios puedan escribir por medio de sus pensamientos11, 25. De momento parece que arroja resultados prometedores, pues solo han obtenido una tasa de error del 3% a la hora de descifrar oraciones a partir de señales cerebrales11, 25.
El problema de esta tecnología es su vida media, que no suele ser demasiado larga. La capacidad de las baterías no lo permite y es todo un engorro el tener que sustituirlas. Por lo tanto, se necesitan baterías con mayor capacidad de carga o bien métodos de recarga más prácticos y cómodos que aseguren la autonomía del microchip. Esto último es lo que persigue el conocido como “polvo neuronal”, una multitud de microsensores capaces de medir las señales eléctricas de nuestras neuronas y de estimularlas, y que podrían recargarse remotamente mediante la aplicación de ultrasonidos procedentes del exterior23. O los microchips “durmientes”, de los que luego daré algún ejemplo.
Indudablemente, no podemos abstraernos de las implicaciones éticas de estas tecnologías futuristas, y es normal hacerse preguntas sobre su otra cara. Al ser elementos que, en muchas ocasiones, estarán conectados inalámbricamente a otros dispositivos, ¿serán hackeables? ¿Podría alguien manejar estos dispositivos a voluntad y poner en peligro nuestra salud? Cuando estos implantes consigan una estrecha vinculación con nuestro cerebro y nuestra mente, ¿se podrían manipular a través de estas tecnologías? ¿Podrían, por ejemplo, implantarnos falsos recuerdos, eliminar los nuestros, estimular determinadas emociones, dirigir nuestra conducta o, en suma, implantar la sociedad psicocivilizada tal y como la describió el doctor José Manuel Rodríguez Delgado? Si fuesen accesibles, ¿qué tipo de información podrían recopilar de nosotros? ¿Podrían conocernos mejor que nosotros mismos con tan sólo traducir la actividad eléctrica de nuestros cerebros y anticiparse así a nuestras decisiones? Cuando empiecen a incorporar con mayor frecuencia nuestros datos biológicos, ¿dónde quedará nuestra privacidad? ¿Podrían las empresas o las aseguradoras recopilar esa información? ¿Y cómo la usarían? Estas reflexiones no es que me las haya inventado yo. Expertos en ciberseguridad y tecnólogos muestran auténtica preocupación por estas cuestiones y, a no ser que exista una regulación inexpugnable y una serie de limitantes éticos inquebrantables, nuestra privacidad podría convertirse en una simple quimera.
La cuestión está en que si es perfectamente posible infectar o acceder de forma remota y sin nuestro consentimiento (aunque muchas otras veces sí damos nuestro permiso) a nuestros teléfonos móviles y otros dispositivos portátiles como pueda ser un marcapasos inalámbrico, ¿por qué no iba a fácil también acceder a un microchip? Tengamos en cuenta que el rendimiento de estas tecnologías se potencia al máximo cuando están conectadas a la Red (dentro de poco estaremos completamente inmersos en el Internet de las Cosas, donde hasta nuestros frigoríficos estarán conectados a Internet), y este es el camino que está siguiendo también el campo de los implantes. ¿Cómo no va a querer alguien que se ha implantado un chip en su cerebro para mejorar sus capacidades cerebrales acceder a la Nube para obtener conocimientos y datos de un plumazo? Aunque parezca ciencia ficción, no lo es. Prácticamente cualquier aparato dotado de conexión inalámbrica puede ser hackeado, tal y como demostró Barnaby Jack, un hacker neozelandés. Antes de morir repentinamente en 2013 a los 35 años, logró con un simple ordenador portátil intervenir un cajero automático para que escupiese todo el dinero que contenía24. Pero esto no es lo peor: también fue capaz de hackear una bomba de insulina a 100 metros de distancia para manipular la dosis, lo cual podría llevar a la muerte de la persona diabética24. Estuvo a punto de contar en un congreso su experiencia “secuestrando” un marcapasos inalámbrico desde 15 metros, pero la parca le quitó la oportunidad25. Modificando su correcto funcionamiento, se podría acabar con la vida de su portador. Aun así, Barnaby Jack no fue el primero en conseguir este hito. Si bien es cierto que tenían que estar muy cerca del aparato, en 2008 un equipo de ciberseguridad también logró hackear un marcapasos25…
Cómo se implantaría el microchip
Ahora bien, en caso de existir un plan elitista para controlar a la población por medio de microchips y marcarnos como a ganado, ¿cómo podrían conseguir que la población estuviese dispuesta a recibir esta tecnología? Los conspiranoicos siempre hablan de operaciones secretas para conseguirlo, a menudo involucrando a las vacunas. Por tanto, el mayor peligro para estos planes es que la población los descubra y, consecuentemente, se niegue a aceptar el microchip. Sin embargo, pensándolo en frío, esta teoría no tiene demasiado sentido ni visos de realidad. ¿Para qué se van a gastar esfuerzos y recursos en elaborar un plan ultrasecreto que se puede ir al traste en cuanto se descubra, y lo cual puede ocurrir con elevada probabilidad, puesto que cualquier youtuber o bloguero del tres al cuarto lo consigue con una búsqueda superficial en Internet? Esto suena demasiado a fantasía de novela distópica.
Podemos especular. Una forma mucho más realista de persuadir a la gente para que se implante microchips masivamente es convenciéndola para que lo haga voluntariamente. Poniéndolo de moda. Simular lo que sucedió con los teléfonos móviles. Al principio, poca gente tenía uno, pero progresivamente las campañas de marketing y la presión social estimularon a cada vez más personas a hacerse con uno. Con el aumento de la demanda, el precio de los móviles comenzó a bajar, por lo que se hicieron más asequibles. Las personas que todavía no disponían de uno, conocían a amigos, allegados o famosos que los usaban y hablaban muy bien de ellos. Parecían tener muchos beneficios (que era lo que, lógicamente, potenciaban las compañías): podías hablar con cualquiera de tus allegados desde cualquier parte (siempre y cuando hubiese cobertura), podías hacer fotos, navegar por Internet, jugar a videojuegos, leer libros… Prestaciones que, por otro lado, han ido evolucionando y mejorando. La gente poco a poco se fue convenciendo de lo estupenda que era esta tecnología (que sin duda lo es), y entonces comenzó a funcionar el efecto rebaño. Ya no era cuestión de tener un móvil para disfrutarlo y explotar todos sus beneficios, había pasado a ser una cuestión de integración social, de formar parte de la moda y de la sociedad. Al mismo tiempo, otros factores potenciaron la adquisición de móviles, hasta el punto de convertirse en un accesorio obligatorio que llevamos a todas partes como si fuera otra extremidad más de nuestro cuerpo: lo necesitamos en nuestros trabajos, obligamos a nuestros hijos a que tengan uno para tenerlos vigilados y estar en contacto con ellos en caso de emergencia, es imprescindible si queremos mantener el contacto con determinadas personas… Ya solo faltaba conseguir que la gente creyese que sin un móvil no eran nada y que lo necesitaban como si fuese el aire que respiran. Faltaba lograr la adicción, lo cual se consiguió añadiendo nuevas aplicaciones (redes sociales y de mensajería), ventajas y elementos atractivos.
Se podría hacer lo mismo con los microchips, y es, de hecho, lo que se estaría haciendo en la actualidad. Antes he expuesto varios ejemplos sobre la utilidad de los microchips para mejorar nuestra salud o, incluso, nuestras facultades intelectuales y mentales. Pero si también ayudan a prescindir de muchas de las cosas que tenemos que llevar constantemente con nosotros (nuestra cartera o bolso con el documento de identidad, el carnet de conducir, la tarjeta de crédito, dinero físico, etc.), bienvenidos sean. Esa es una muy buena estrategia de marketing: vendernos lo cómoda o lo segura que va a ser nuestra vida y la de nuestros seres queridos con un microchip. Funciona bastante bien. Por ejemplo, ¿qué padres no se preocupan por la seguridad de sus hijos? ¿Acaso no hay un número preocupante de desapariciones de menores o de secuestros todos los años? Pues qué mejor que implantarles un chip para tenerlos localizados en todo momento (la empresa VeriChip, la primera en comercializar un microchip para humanos con permiso de la Food and Drug Administration de EE.UU. en 2004, patentó el sistema Halo para protección infantil). Sin tener que irnos muy lejos en el tiempo, en 2002, Kevin Warwick, ingeniero en la Universidad de Reading en Londres, informó sobre el elevado número de consultas que recibía por parte de padres preocupados por la seguridad de sus hijos a raíz de los asesinatos de Soham, en los que dos niñas de 10 años, Holly Wells y Jessica Chapman, fueron fríamente asesinadas por Ian Huntley, un hecho que conmocionó a la sociedad inglesa35. Los escabrosos asesinatos fueron el desencadenante para que varios padres consultaran al ingeniero la posibilidad de implantar un microchip subcutáneo a sus hijas por seguridad35. Sin embargo, estos dispositivos no tienen por qué ser injertados en la piel, bastaría con instalarlos en la ropa o en algún accesorio, como una pulsera, aunque su cada vez más lograda miniaturización los hace menos imponentes para convencernos de su implantación.
En 2004, se llevó a cabo un experimento piloto para estimar la aceptación de esta tecnología emergente. La discoteca Baja Beach de Barcelona fue la primera en implantar chips RFID subcutáneos (VeriChip) a sus clientes VIP (voluntariamente) para que pudieran prescindir de su DNI y tarjeta bancaria26. Aquel minúsculo dispositivo de 12 mm de longitud ya recogía su identificación, ofrecía una cuenta con saldo para gastarlo en consumiciones y proveía de un certificado para entrar a las salas VIP del local26, 27. Los primeros implantes fueron gratis, luego pasaron a costar 125 €. En sólo dos meses, fueron 25 las personas chipeadas26. Ese número siguió creciendo. Además, era un dispositivo destinado a durar bastante tiempo, unos 20 años, pues solo se activaba cuando se pasaba el escáner identificador. El resto del tiempo se mantenía hibernando26. Los propios promotores de esta suerte de experimento ya sugerían que el chip podría usarse en otros ámbitos, como en cajeros automáticos para sacar dinero o a la hora de hacer compras en un supermercado. Incluso, los dueños de las discotecas de otros países mostraron su interés por aplicar la misma tecnología en sus locales. Por tanto, tiene pinta de que aquello fue una prueba para estudiar el grado de aceptación de esta tecnología en la sociedad.
Imaginemos ahora un probable futuro cercano en el que las casas inteligentes sean algo habitual en las ciudades y lo cómodo que será tener implantado bajo nuestra piel un microcircuito encapsulado que nos sirva para abrir la puerta de nuestras casas, encender y apagar las luces a nuestro paso, activar la ducha y los electrodomésticos… O lo útil que sería en nuestro entorno de trabajo, donde podríamos olvidarnos de fichar con tarjeta, introducir manualmente un código en la impresora para fotocopiar algún documento, tener que llevar dinero suelto para sacar algo de las máquinas expendedoras28-30. Con tan sólo pasar nuestra mano o muñeca por un sensor, la máquina detectaría nuestra identidad o extraería automáticamente el saldo que queremos gastar a cambio de un producto en concreto. Esto se lleva haciendo desde hace tiempo en varios países31, siendo Suecia quien marca la vanguardia, donde miles de personas se han implantado microchips para adquirir sus billetes de tren o autobús, acceder a sus centros de trabajo, pagar la membresía de su gimnasio o dar su contacto personal a un amigo con sólo poner la mano sobre el teléfono móvil, por poner solo algunos ejemplos28-30. Con todas las comodidades y ventajas que proporcionan y de acuerdo a todos estos casos, es posible que los chips vengan para quedarse con nosotros. De hecho, ya hay comercios que venden kits de microchips a muy módicos precios con los accesorios necesarios para que nosotros mismos podamos implantárnoslos32, 33.
Como sucede con los móviles, los microchips son prácticos al integrar diversos accesorios que de otra forma debemos llevar en diferentes soportes y al facilitar nuestra interacción con el universo tecnológico. Incluso, también les cedemos parte de nuestras facultades mentales, como la memoria. Algunos biohackers han sido capaces de configurar sus implantes para almacenar en ellos las contraseñas de sus cuentas de usuario de varias aplicaciones, para así olvidarse de ellas sin temor a perderlas31. Y al igual que los móviles, tienen un enorme potencial y así es como los venden, en base a sus ventajas. Por cuestiones de marketing, no nos hablan de la otra cara. Cuando nos venden un teléfono móvil, en ningún sitio se nos dice que también pueden ser recolectores de nuestra información privada, la cual puede ser empleada para diversas metas por compañías, think tanks, gobiernos o servicios de inteligencia. Con los microchips puede pasar exactamente lo mismo: nos venderán todas sus bondades, pero nada dirán de las “puertas traseras” que ponen en peligro nuestra privacidad (o salud). Sin duda, la información es poder, porque cuanto más nos conozcan, más susceptibles seremos de ser manipulados.
Sin embargo, hay un cierto grado de hipocresía en todo esto. Si tanto miedo tenemos a que nos roben nuestra privacidad y nuestra información más íntima, ¿por qué vamos acompañados constantemente de nuestro pequeño espía personal? De hecho, las críticas contra los microchips que aparecen por Internet o redes sociales se han hecho a través de un móvil o un ordenador, dispositivos a los que hemos dado todos los permisos del mundo para que accedan a nuestra información personal y la compartan con terceros desconocidos a cambio de que nosotros podamos usar sus prestaciones, muchas de ellas completamente prescindibles. A la tecnología del microchip, en cambio, todavía le queda un largo camino por recorrer. Sus prestaciones son aún muy limitadas y en caso de que alguien quisiese robar la información que recopilan, tendría que estar muy cerca del dispositivo. Casi que sería más práctico piratear los servidores donde se alojan los datos recogidos por los implantes (nuevamente, ordenadores).
No pretendo atacar ni defender esta tecnología que, como tal, es éticamente neutra per se. Depende del uso que se le dé. Pero pensémoslo. Aquellos que cargan furibundamente contra los microchips en redes sociales, por ejemplo, son personas que, aunque sea una perogrullada, usan esas redes sociales, donde exponen sus puntos de vista sobre multitud de temas, manifiestan sus gustos y sus ideologías políticas, cuelgan fotos personales, cuentan donde están y lo que hacen en su día a día, quienes son sus amigos y sus enemigos, cuando están trabajando y el tiempo que dedican al ocio. Toda esta información es privada y la están regalando. La red social que utilizan recopila todos esos datos para ofrecer una experiencia mejorada a su usuario, ya que los algoritmos la utilizan para presentar temas afines y atractivos para que el consumidor se mantenga más tiempo utilizando esa red social. Estas personas usarán además servicios de GPS, por lo que estarán cediendo datos sobre su ubicación y sus planes de viaje. Es posible que también dediquen tiempo a algún videojuego de móvil, para lo cual previamente han tenido que dar a la aplicación acceso a sus contactos, y así con muchas otras cosas más. Por tanto, parece una actitud un tanto impostada. ¿Cuál es el sentido de preocuparnos por algo que todavía tiene una capacidad mínima para robarnos nuestra privacidad mientras usamos herramientas que sí la tienen y, además, extremadamente desarrollada?
El “polvo inteligente”
Para terminar, hablaré someramente de otra tecnología orwelliana candidata a estar presente en las vacunas contra la COVID (siempre según los conspiranoicos). Por descontado, rápidamente ha sido vinculada con distintas conspiranoias, como la de las estelas químicas (chemtrails) o la de las vacunas letales36.
Todavía discurre en gran medida por los neblinosos aunque prometedores terrenos de la ciencia ficción. Sí es cierto que cuando se haga realidad, nuestra civilización dará un salto tecnológico gigantesco. Se debate sobre quién imaginó este dispositivo por primera vez. Muchos apuntan a la DARPA, la agencia del Pentágono de Proyectos de Investigación Avanzada, otros a la empresa Linear Technology (antes conocida como Dust Networks) o al investigador de la Universidad de California, Kristofer Pister…37, 39 Hablo del polvo inteligente o “motas” (del inglés, motes): sofisticados ordenadores en miniatura energéticamente autónomos, de bajo consumo y dotados de sensores para medir toda clase de variables (temperatura, luz, sonido, movimiento, humedad, concentración de sustancias, vibración, peso, constantes fisiológicas, etc.)38, 39. Ya hay modelos de poco más de 3 mm, aunque se sigue trabajando para desarrollar auténticas motas de polvo de unos pocos micrómetros38. Todo esto induce a pensar en la gran cantidad de prestaciones que podrían proporcionar estos dispositivos y que sin duda crecerán significativamente cuando se mejoren las redes de conexión inalámbricas que vinculen a muchos de estos miniordenadores a la vez38. Un enjambre con la capacidad de medir miles de datos distintos al mismo tiempo en una amplia zona de despliegue y de intercambiarlos entre sí.
Pensemos lo que puede eso suponer para la industria, la ciencia o la medicina, por ejemplo (no es descabellado pensar que podrían utilizarse dentro del cuerpo para evaluar el estado de salud de una persona). Pero también en el ámbito castrense. No por nada la DARPA ha mostrado un gran interés por esta tecnología38. Podría diseminarse un conjunto de estos mini-drones en el campo de batalla desde un avión para obtener el control absoluto de toda la zona y así conocer al detalle la posición de las tropas enemigas o dirigir un ataque contra ellas38. Con esto se sugiere un uso potencial para el espionaje, y solo es cuestión de tiempo que del campo militar salte al ámbito civil. Al igual que puede proporcionar enormes beneficios a la humanidad, en malas manos, el smart dust podría servir para todo tipo de abusos característicos de la mejor de las novelas de ciencia ficción distópicas37.
Quien afirme que en las vacunas viajan partículas invisibles de este polvo electrónico, miente descaradamente. Hasta el momento, los sensores más pequeños y plenamente funcionales han llegado a los tres milímetros (son todavía visibles), y cada vez que se quieren miniaturizar más los problemas crecen37, 38. Cuanto más pequeños se intentan hacer, más se reduce el diferencial de tensión y dejan de funcionar37. Asimismo, a su autonomía todavía le queda mucho por mejorar, por tanto, en caso de inoculárnoslos apenas tendrían tiempo para recopilar datos de nosotros37. Podríamos afirmar que el polvo inteligente es una tecnología que todavía se encuentra en pañales y de la que apenas se ha explotado el 1% de su potencial. Por lo demás, es otra de las muchas fantasías catastrofistas de los conspiranoicos.
REFERENCIAS
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