En situaciones de crisis, el miedo y la inquietud encuentran un nicho muy agradable en el que medrar. También lo hacen los que se alimentan y promueven esos miedos. La complejidad no gusta, y nuestro mundo, por suerte o por desgracia, es así. En todos los sucesos que vivimos intervienen una miríada enorme de factores, por lo que no resulta fácil darles una explicación o encontrarles una causa, fuente de desazón para mucha gente. En esas situaciones intervienen las conspiraciones: bálsamos tranquilizadores que explican de un plumazo la complejidad del mundo.
Algunas de estas conjeturas están sustentadas en análisis rigurosos y se acaban cumpliendo. No lo olvidemos, las conspiraciones siempre han existido, existen y existirán. Son un importante agente de cambio en la historia. Sin embargo, otras muchas son auténticos despropósitos que buscan alimentarse de la angustia ajena. Las conspiraciones (de ahora en adelante y para distinguirlas de las serias, “conspiranoias”) y negaciones que sobrevuelan la pandemia de COVID-19 pertenecen al segundo grupo, sino todas, al menos sí la inmensa mayoría. Sobre ellas se aplican perfectamente las sabias palabras del maestro de la ciencia ficción, Isaac Asimov:
«Negar un hecho es lo más fácil del mundo. Mucha gente lo hace, pero el hecho sigue siendo un hecho»
Además, a las conspiranoias y a sus simpatizantes se los caracteriza rápido:
Para argumentar emplean diferentes tipos de falacias, como la de la autoridad. Con las autoridades hay que tener mucha precaución. Es totalmente lógico pensar que una persona, por sus títulos, premios, bagaje intelectual y experiencia en un campo concreto del conocimiento, dará información verosímil y cierta sobre el tema que le compete. Por ejemplo, todo lo que diga un médico o un virólogo sobre la pandemia o el virus será automáticamente cierto, porque sabe de lo que habla. Puede ser y, de hecho, hay gente muy profesional que divulga información de una calidad inmejorable. Pero, insisto, cuidado, porque las autoridades son seres humanos como cualquiera de nosotros. Y no sólo lo digo porque se puedan equivocar o porque diferentes autoridades pueden discrepar entre sí sobre un tema. Como cualquier otra persona, las autoridades también tienen sus creencias, juicios personales, intereses y niveles de honestidad, lo cual puede interferir significativamente en la validez de sus declaraciones. De hecho, existen médicos y profesionales sanitarios que niegan la realidad de la pandemia o el coronavirus. O Premios Nobel que niegan pseudocientíficamente la relación entre el SIDA y el VIH, por poner otro ejemplo.
Es esencial saber distinguir entre una opinión y un hecho fundamentado en datos objetivos. Y para eso hay que investigar y contrastar. Precisamente, como la investigación crítica no es la virtud de los conspiranoicos, es frecuente que tomen una opinión como un dogma de fe irrefutable solamente porque procede de una autoridad determinada. No obstante, si las opiniones no vienen refrendadas con datos que las avalen, son solo eso: opiniones, y, por tanto, hay que considerarlas con cautela. Una pista que nos debería invitar a ser escépticos desde el principio respecto a una declaración es si la persona que está detrás fundamenta la validez de la misma en su autoridad.
Otra falacia muy típica del argumentario negacionista es la de la evidencia incompleta o cherry-picking en inglés. Es común observar (sobre todo en las redes sociales) la exposición de datos sesgados y seleccionados a dedo. Lógicamente, esos datos son los que apoyan la defensa de los negacionistas. En cambio, los que la contradicen o la desestabilizan no aparecen por ningún lado en sus exposiciones. Asistimos, por tanto, a una manipulación descarada de la realidad y a la tergiversación de los hechos. Por ejemplo, los negacionistas de la pandemia o las vacunas rechazan cualquier información procedente de la comunidad científica (se presupone que forma parte del tirano poder en las sombras que ha fabricado la pandemia). No obstante, cuando hay un dato científico que les puede servir para sustentar sus razonamientos, bien que lo usan.
Es imposible encontrar una narrativa coherente entre todas las tesis conspirativas existentes. Mientras que algunos negacionistas consideran que el SARS-CoV-2 existe y es una creación de laboratorio, otros directamente niegan su mera existencia y, por ende, la de la pandemia. Entonces, ¿en qué quedamos? Las contradicciones, por tanto, constituyen otro signo de identidad de las conspiranoias.
Las fuentes de información que manejan los conspiranoicos son, a menudo, risibles en cuanto a su seriedad, porque no la tienen. Es frecuente la divulgación de memes con mensajes negacionistas breves, claros, esquematizados y contundentes. Están hechos para que se queden grabados a fuego en la retina y sean fáciles de memorizar y reproducir en una conversación. Cuando no, usan videos de personas reconocidas (influencers, autoridades científicas y políticas). En general, fuentes todas ellas de una credibilidad nula, aunque a los negacionistas les sirve. A fin de cuentas, es información que no publican los medios de comunicación ni las revistas científicas porque contiene datos sensibles que no interesa divulgar, pues descubrirían la gran conspiración mundial. Todo aquello que no recibe la adecuada atención por parte de las herramientas de manipulación de las élites es legítimo para los conspiranoicos. Por último, las menos de las veces recurren a alguna fuente verosímil, como un artículo científico publicado y revisado por pares. Desgraciadamente, la información que suelen extraer de los mismos suele ser interpretada incorrectamente o tergiversada, como de hecho vamos a ver luego con varios casos.
La arrogancia, el egocentrismo y el sectarismo son otras señas de identidad muy conspicuas. Los conspiranoicos consideran borregos y ciegos a todos aquellos que no sigan sus doctrinas. Por supuesto, ellos son todo lo contrario: los despiertos y sabios que han sacado a la luz los planes ultrasecretos de la sinarquía global (que tampoco podían ser muy secretos si cualquiera puede divulgarlos).
En cierto modo, se puede apreciar un cierto componente sectario en estos grupos de personas en relación a su «hermetismo» social, ya que no eres aceptado si no crees en lo mismo que ellos, y a que sus miembros se retroalimentan entre sí. Por ejemplo, varias veces me he encontrado en una red social concreta perfiles negacionistas que tenían su cuenta visible para el resto de usuarios y que, posteriormente, la han privatizado para que solo sus seguidores afines ideológicamente vean sus publicaciones.
No obstante, quizás lo más triste de todo es la manía persecutoria que muchos negacionistas padecen. Están obsesionados con que alguien les va a obligar a ponerse la vacuna que, por descontado, es una estratagema para llevar a cabo un genocidio o una esterilización mundial (en esto tampoco se ponen de acuerdo). Lo gracioso es que luego te llaman “asustadito” o cobarde por seguir las normas de prevención o por querer vacunarte, cuando son ellos quienes temen las mascarillas porque provocan asfixia o las vacunas porque van a modificar nuestro ADN…
Para evitar ser víctimas del engaño, lo fundamental es contrastar las informaciones que nos lleguen. Soy consciente de que esta petición es complicada para muchas personas por su acelerado ritmo de vida y por el bombardeo mediático al que todos estamos expuestos. Pero si no disponemos de tiempo para contrastar los datos con otras fuentes, lo mínimo que podemos hacer es dudar, practicar el sano escepticismo hasta dar el siguiente paso. Si ha surgido una publicación en alguna de nuestras redes sociales o servicios de mensajería, abstengámonos de compartirla hasta haber certificado su verosimilitud.
No obstante, además de la “guía” para detectar a un conspiranoico que acabamos de desarrollar, existen otras pautas para ir sobre seguro. Por ejemplo, si la noticia, el tuit, el post, etc., que acabamos de leer no indica de qué fuentes ha obtenido los datos, ese es un primer síntoma de que esa información es sospechosa y tiene una credibilidad más que dudosa. A veces pueden contener enlaces a otras webs o noticias, pero si se sigue ese rastro lo más normal es llegar a un callejón sin salida. Seguramente, la fuente original no tenga más fuentes y, además, será un calco de lo que hemos leído en primera instancia.
La ortografía y el formato del texto también suelen ser efectivos delatores de fraudes. Si el autor utiliza desmedidamente las mayúsculas (para dar importancia y resaltar determinadas cuestiones), si el texto está mal escrito, tiene poca coherencia o si utiliza un estilo demasiado grandilocuente, nos está dando más motivos para dudar.
Con lo que hay que tener también mucho cuidado es con los memes virales que nos llegan por redes sociales o aplicaciones de mensajería: los típicos carteles escuetos, los audios, o las tediosas parrafadas hay que ponerlos en cuarentena inmediatamente. De hecho, si os fijáis, todos estos elementos prácticamente no cumplen ninguno de los criterios de verificación anteriormente expuestos.
Hecha esta introducción, demos comienzo a este dossier para hacer un poco de justicia informativa y desterrar las falacias y engañifas al pozo del olvido. Vamos a comenzar analizando los bulos que corren sobre las PCR, una de las pruebas sustanciales para detectar al insidioso SARS-CoV-2.
Las PCR son inespecíficas y dan muchos falsos resultados
Disponemos de muchas estrategias profilácticas para hacer frente a la pandemia. Junto con las mascarillas y la distancia social, los test de detección del coronavirus se han erigido como herramientas imprescindibles para controlar la tasa de contagios de una región y realizar un seguimiento en detalle. Los especialistas han hecho mucho hincapié en esto. Por algo será… Según los conspiranoicos es para asentar más fácilmente el Nuevo Orden Mundial y mantenernos controlados. Porque, ¿qué es lo que conlleva que seamos positivos en un test de antígenos o en una PCR? El confinamiento, que nos encierren junto a nuestros contactos cercanos en nuestras casas y nos priven de nuestras libertades básicas (nos impiden temporalmente ir a trabajar, hacer la compra, viajar, reunirnos con nuestros seres queridos y demás actividades propias de un antisistema sin causa).
Nos vamos a centrar en la PCR, que es la que más mitos ha acumulado. PCR son las siglas de Polymerase Chain Reaction (reacción en cadena de la polimerasa). Como su nombre indica, esta técnica emplea la enzima polimerasa para realizar múltiples reacciones en aras de amplificar una muestra de un ácido nucleico, de hacerla más abundante. La polimerasa está de forma natural en los seres vivos y en los virus, aunque realmente existe una gran diversidad de tipos con muy diversas funcionas: algunas se encargan de hacer copias de las cadenas de ADN (replicación), otras sintetizan ARN a partir de ADN (transcripción), otras dirigen el proceso contrario: la transcripción inversa (sintetizan ADN a partir de ARN y ocurre en los retrovirus), otras fabrican copias de ARN (como la que tiene el SARS-CoV-2)…
La PCR fue desarrollada por el bioquímico Kary Mullis en 1986. Sobre este científico hablaremos luego, porque los negacionistas han puesto en boca suya una serie de declaraciones que han sido malinterpretadas o, directamente, son falsas. Desde entonces ha sido utilizada en numerosos campos de la ciencia. Su descubrimiento fue casi una revolución copernicana en biología molecular y en genética, pero solo en el contexto actual de pandemia ha suscitado suspicacias. Antes era buena e inofensiva y ahora roza el más abyecto satanismo. Entre otros usos, ha servido para detectar y diagnosticar enfermedades genéticas, para identificar y conocer el genoma de diversos agentes infecciosos de todo tipo (es una de esas técnicas que ha ido más allá de los postulados de Koch al poder identificar patógenos que no se pueden cultivar en medios celulares), caracterizar fósiles y restos paleontológicos a partir de restos muy degradados de ADN, identificar criminales, etc.
Sin embargo, para detectar al SARS-CoV-2 se emplea una variante: la RT-PCR en tiempo real. RT significa retrotranscriptasa. Es otra enzima más. La PCR trabaja con ADN, pero el coronavirus es de ARN, así que de alguna manera hay que transformarlo en ADN. De eso se encarga esa enzima, que algunos virus tienen por naturaleza para completar su ciclo reproductivo (son los retrovirus, como el VIH-1). Queda claro entonces que la PCR detecta el virus a través de su material genético.
Por si tienes curiosidad sobre cómo funciona la RT-PCR, te lo contamos de forma resumida:
Primero hay que obtener una muestra de la persona presuntamente infectada con el SARS-CoV-2. Puede ser una muestra nasofaríngea, un lavado broncoalveolar, un esputo…
De todo lo que puede contener esa muestra, solo nos interesa el genoma del virus en cuestión, así que hay que extraerlo y eliminar los residuos restantes. Para ello, se emplea un kit de extracción de ácidos nucleicos.
Para fabricar ADN a partir del ARN se emplea un kit que contiene la retrotranscriptasa o transcriptasa inversa.
Ya tenemos la cadena de ADN complementaria al ARN vírico. A esta muestra se le añaden una serie de elementos conocidos como cebadores o primers que actúan como marcadores muy específicos de determinados genes del coronavirus en caso de que esté, para hacer la prueba todo lo específica que se pueda. Lo que se consigue con los cebadores es delimitar las regiones del ADN que queremos amplificar. ¿Cuáles son esas regiones? Pues aquellas que tenga el SARS-CoV-2 y nadie más, como las que codifican para la proteína Spike u otras estructuras o moléculas características del virus (para detectar a este virus se marcan tres genes muy concretos). En esto reside la especificidad de la prueba, en evitar la reactividad cruzada, es decir, que pueda ocurrir un falso positivo porque la prueba haya identificado un elemento cualquiera con el SARS-CoV-2.
*Un pequeño apunte: los cebadores hacen tan específica la prueba que, en ciertas situaciones, puede resultar contraproducente. Si el virus sufre mutaciones significativas en alguno de los tres genes marcados, la PCR podría no detectar el gen cambiado. Eso es lo que está pasando con la cepa variante VUI 202012/01 detectada en Reino Unido, que ha sufrido mutaciones en el gen de la proteína Spike y muchas técnicas de PCR no detectan esa proteína, lo cual puede dificultar el seguimiento epidemiológico de esta cepa variante.
La muestra ya estaría preparada para ser introducida en un aparato de RT-PCR, donde actuará la polimerasa, que hará millones de copias de los fragmentos de ADN delimitados por los cebadores durante una serie de ciclos de calor y frío. En esto consiste la amplificación de la muestra.
Ese mismo aparato informará sobre la presencia o no del coronavirus. Lo hace midiendo la fluorescencia que emiten los marcadores de ADN cuando se han unido a los genes correspondientes. Cuando la intensidad de la fluorescencia supera un determinado umbral, el resultado será positivo.
Esta técnica es muy interesante, porque también puede informar sobre la carga viral del paciente. Hemos dicho que en el aparato RT-PCR se suceden una serie de ciclos (normalmente 35-40) en los que se va replicando progresivamente la muestra inicial. Cuanto mayor sea la carga viral inicial, antes se obtendrá un elevado número de copias y, por tanto, una fluorescencia más intensa en un menor número de ciclos que si la carga viral fuese baja (se tardarían más ciclos en alcanzar la fluorescencia mínima requerida).
Este método reviste de cierta complejidad y los análisis requieren tiempo, por eso los resultados tardan varias horas en llegar (unas 3 normalmente). Asimismo, lo normal es realizar dos o tres ensayos para confirmar los resultados, aunque no siempre es posible.
Bien, ya conocemos un poco mejor la PCR, pero lo que nos interesa es su fiabilidad. ¿Detecta con especificidad al SARS-CoV-2 o puede confundirse con cualquier otro virus? ¿Puede dar falsos positivos o negativos? Para los conspiranoicos, como su objetivo en la vida es negarlo todo, la PCR no es una excepción. Según este colectivo, la PCR es poco específica y lo habitual es que dé falsos positivos, es decir, la PCR confunde cualquier cosa con el coronavirus, o sea, que, a la mínima de cambio, detecte lo que detecte, dará positivo. Las autoridades disponen así de un subterfugio para imponer el «arresto» domiciliario.
Realmente, la PCR es un test altamente específico y muy sensible. Un test es específico cuando tiene una alta probabilidad de detectar a las personas sanas como tales (verdaderos negativos) y, en consecuencia, tiene pocas probabilidades de generar falsos positivos. Asimismo, un test es sensible cuando detecta a las personas infectadas como tales (verdaderos positivos), generando pocos falsos negativos (es decir, no sería frecuente que el test dé negativo en una persona infectada). La especificidad de la PCR varía en torno al 95% (por tanto, solo hay una probabilidad del 5% de que se produzcan falsos positivos), y puede ser mejorada gracias a los cebadores.
Las causas detrás de los falsos positivos no son las que sostienen los negacionistas, esto es, que la PCR confunda cualquier cosa con el coronavirus, lo cual es, sencillamente, muy improbable. Los falsos positivos suelen derivar de errores humanos más que de fallos de la técnica en sí: por una mala recolección de la muestra, por contaminación de la misma, por fallos con los reactivos, por una confusión en el etiquetado… y por la estadística.
La prevalencia de coronavirus en una población determina estrechamente la especificidad, tanto de la PCR como de cualquier otro test. Si los test fuesen perfectos (con una especificidad y una sensibilidad del 100%) esto no sería así, pero, desgraciadamente, ninguna técnica es infalible. Voy a poner un ejemplo extraído del libro COVID-19. Cómo protegerte del virus y de la desinformación, publicado por los investigadores María I. Tapia y David González Gómez. Imaginemos que tenemos una población de 10000 personas de las cuales sólo 5 están infectadas (0.05% de prevalencia) y otra también con 10000 personas en la que 1000 están infectadas (10% de prevalencia). A estas poblaciones las sometemos a un cribado con PCR que tiene una sensibilidad del 80% y una especificidad del 98%. Con estas características del test en mente, al probarlo con las 5 personas infectadas de la primera población obtendríamos 4 verdaderos positivos y 1 falso negativo (ya que nuestra prueba de PCR tiene una sensibilidad del 80%, ergo tiene un 20% de probabilidades de equivocarse dando un falso negativo, y el 20% de 5 es 1). Del mismo modo, al aplicarlo sobre el resto de la población no infectada (los 9995 individuos restantes), obtendríamos unos 200 falsos positivos (nuestra PCR tiene una especificidad del 98% y, por tanto, se puede confundir en un 2% de las veces; el 2% de 9995 da, aproximadamente, 200) y 9795 verdaderos negativos. Si tomamos en consideración todos los positivos juntos (4 + 200), comprobaremos mediante una sencilla regla de tres que tan solo el 2% son verdaderos positivos, mientras que el 98% de los casos son falsos positivos. Lo contrario ocurre en la población con elevada prevalencia de COVID. En este contexto, al aplicar el test sobre las 1000 personas infectadas, obtendríamos 800 verdaderos positivos y 200 falsos negativos. Tras aplicarlo en las 9000 personas sanas, la PCR nos informaría de 180 falsos positivos y 8820 verdaderos negativos. El total de positivos de ambas muestras sería 980 (800 + 180). Sin embargo, en este caso, la PCR sólo habría fallado en un 18.4% de las ocasiones. La prevalencia, por tanto, es un factor muy importante a tener en cuenta. En poblaciones con prevalencias bajas hay un alto porcentaje de falsos positivos y las medidas de contención del virus pueden perder efectividad, entre otras cosas porque, cuando la PCR da positivo, nos tenemos que poner en cuarentena. En consecuencia, con una elevada tasa de error, muchas de las cuarentenas serían innecesarias e, incluso, peligrosas, ya que podría darse el caso de agrupar a personas realmente infectadas con personas sanas que han dado falso positivo. No obstante, existe solución: aplicar test de confirmación para corroborar si el resultado positivo es verdadero o no. De esta manera, la probabilidad de obtener falsos positivos se reduciría drásticamente.
La sensibilidad, en cambio, es harina de otro costal. En un preprint firmado por el doctor Yang Yang y colaboradores se estableció un rango de sensibilidades entre el 65 y el 90%. La cuestión está en que sobre la sensibilidad de la RT-PCR influye significativamente el lugar de toma de la muestra (en el estudio mencionado, la sensibilidad obtenida fue, aproximadamente, del 60, 72 y 90% dependiendo de si la muestra era tomada en la oro-faringe, en la cavidad nasal o en esputo respectivamente; en cambio, las muestras del tracto respiratorio inferior, las nasofaríngeas y las de saliva pueden llegar a dar resultados precisos de más del 90%) y la carga viral del paciente.
En realidad, la carga viral, que por lógica depende del estadio evolutivo de la infección, influye en la sensibilidad de todas las pruebas. Se necesita una carga viral relativamente elevada para que las pruebas detecten el virus. En un trabajo publicado en agosto de 2020 en la revista Annals of Internal Medicine, la doctora Lauren M. Kucirka y colaboradores analizaron 7 estudios en los que participaron más de 1300 personas. Pudieron concluir que, en el primer día tras la infección, el porcentaje de que la RT-PCR resultase en un falso negativo era del 100% o, en otras palabras, la PCR tiene una capacidad predictiva muy baja durante el periodo presintomático. Al cuarto día, ese porcentaje de fallos se reducía hasta el 67%. Cuando aparecieron los síntomas (y, por tanto, cuando la carga viral era elevada, en torno a los días 5 – 6 tras el contagio en promedio), los falsos negativos se redujeron al 38%, hasta que en el día 8 tras la infección alcanzaron su mínimo: 20% (siendo la sensibilidad de la prueba del 80% en ese momento, por tanto). Tras ese día, la sensibilidad comenzó a reducirse nuevamente según la carga viral mermaba gracias a la reacción inmunitaria del organismo.
Además de por una muestra insuficiente, los falsos negativos también pueden explicarse mediante una serie de problemas “técnicos”: que se haya cogido mal la muestra, que los reactivos empleados en la PCR estén deteriorados, que no se haya podido extraer adecuadamente el ARN de la muestra, que el transporte y/o la conservación de las muestras hayan sido accidentados…
En conclusión, que el problema más frecuente de la RT-PCR son los falsos negativos y no los falsos positivos. Es la sensibilidad y no la especificidad. Al contrario, la probabilidad de que este test genere falsos positivos es baja. Por lo tanto, es improbable que la PCR de SARS-CoV-2 confunda al virus con otros gérmenes.
Podríamos seguir desmontando bulos sobre los falsos positivos de las PCR, pero en realidad son todos derivados de lo que he expuesto. Simplemente, voy a acabar esta sección con un caso de cherry-picking y manipulación de la información de manual. Echad un vistazo al siguiente tuit del usuario “El hombre que ríe”:
El usuario utiliza unos fragmentos fragmentos de un informe del CDC para desacreditar la prueba PCR. De entrada, resulta sumamente sospechoso que una institución seria como el CDC apoye las tesis de los conspiranoicos. Acudamos al documento del cual han sido extraídos estos pasajes, titulado CDC 2019-Novel Coronavirus (2019-nCoV) Real-Time RT-PCR Diagnostic Panel (el link está en las referencias). Fue hecho efectivo el 12 de enero de 2020, prácticamente en los prolegómenos de la pandemia.
Este documento es una guía de instrucciones para proceder adecuadamente con la PCR e interpretar sus resultados. Las líneas marcadas pertenecen en concreto a la sección de limitaciones, donde, entre otras cosas, se hace hincapié en los factores que pueden influir en la obtención de falsos positivos o negativos. El documento en ningún momento critica o invalida la técnica PCR, y esta no es una excepción.
Tengamos presente el siguiente adagio: positividad no implica infectividad. Es decir, si una persona da positivo en la PCR de coronavirus y el resultado es correcto, significa que tiene el “bicho” o restos del mismo, pero esto no implica que el coronavirus tenga capacidad infectiva. Seguramente habréis leído en alguna ocasión que hay personas que, tras haberse recuperado de los síntomas y haber generado defensas inmunológicas, siguen dando positivo varios días o incluso semanas después. Bueno, pues es totalmente plausible: esa persona sigue teniendo restos de virus en su organismo, pero esos virus tienen las horas contadas: son inviables al no poder infectar las células. Los anticuerpos neutralizantes se lo impiden. De hecho, se estima en promedio que, en casos leves y moderados, en torno a los 10 días tras el inicio de los síntomas el paciente ya no sería infeccioso a pesar incluso de continuar con síntomas, mientras que en los casos severos esto sucedería en torno a los 15 días tras el inicio de los síntomas, ya que el virus se suele mantener viable durante más tiempo en estos casos. Aun así, esas personas podrían seguir dando positivo en PCR. Por lo tanto, vemos que la misión de la PCR es simplemente detectar el material genético del virus, pero no inferir si el virus sigue siendo viable o no. Eso es lo que implica el primer punto señalado por el negacionista. Por cierto, esta limitación no es ninguna novedad. Sucede lo mismo con el sarampión, por ejemplo. Hay casos en los que un infectado con sarampión puede dar positivo varios meses después de haber pasado la enfermedad.
El otro punto tiene una explicación muy sencilla. Imagina que tienes algunos de los síntomas que comparte el SARS-CoV-2 con otros virus respiratorios y que estás infectado tanto con el coronavirus como con otro virus respiratorio. Además, sabes con certeza que tienes coronavirus porque la PCR específica ha dado positivo. ¿Quién te esta causando la enfermedad: el SARS-CoV-2 o el otro virus? Eso es lo que no puede determinar la PCR, una limitación que para nada la invalida, pues la PCR es una prueba diagnóstica, que no clínica. Tal y como asegura el informe del CDC en otro párrafo:
“El agente detectado puede no ser la causa definitiva de la enfermedad”.
Qué importante es mantener las cosas en sus respectivos contextos…
El inventor de la PCR no cree en su propia invención
O eso es al menos lo que afirman taxativamente los memes virales a partir de una serie de declaraciones atribuidas a Kary Mullis, el susodicho inventor.
Dicen que Mullis (que falleció en 2019) renegó de su descubrimiento, asegurando que era inútil para detectar virus y/o inferir cargas virales. En relación con el bulo anterior ya desmentido, las PCR, por tanto, dan positivo porque detectan otros elementos, pero no el coronavirus (falsos positivos), por eso la emplean masivamente, para tener una excusa y encerrarnos en casa. Y claro, si esto lo dice un Premio Nobel de Química (lo ganó en 1993 por la invención de la PCR), sería de ilusos no creer a semejante autoridad. En verdad, no sería raro que esas palabras fuesen verdaderamente suyas. Mullis era un reconocido negacionista del cambio climático antropogénico y de que el SIDA fuese provocado por el VIH (defendía que los verdaderos agentes etiológicos del SIDA eran un conjunto de patógenos). Pero insisto: una cosa son las opiniones y otra muy distinta los hechos.
Sea como fuere, Mullis pudo haber dicho muchas locuras, pero nunca mencionó que su invención fuese un despropósito. De hecho, las palabras que se le suelen adjudicar ni siquiera las dijo él. Proceden de un texto publicado en diciembre de 1996 por John Lauritsen (aquí el enlace), otro negacionista de la relación SIDA – VIH. En dicho artículo, Lauritsen menciona a su colega y cita unas presuntas declaraciones de Mullis, según las cuales “la PCR cuantitativa es un oxímoron” (las cursivas son mías). Lauritsen denunciaba que la PCR (al menos la de su tiempo) no podía ser cuantitativa, pues era incapaz de detectar el número de virus que correteaban por una persona. En todo caso, afirmaba, es una prueba cualitativa: identifica al patógeno en cuestión a partir de su material genético, pero no su cantidad. Todo esto son palabras de Lauritsen, no de Mullis. O sea, que las citas empleadas por los “plandemistas” no solo están sacadas de contexto, tampoco pertenecen a Mullis.
Como curiosidad, actualmente existe una variante de la PCR, la PCR cuantitativa (qPCR), que permite estimar la carga viral de un paciente. Esto es esencial para determinar la efectividad de un tratamiento por medio de la evolución de la carga viral. De esto se deduce que la sensibilidad de la qPCR es muy elevada (mayor que la de la PCR convencional), pues tiene que detectar cargas virales pequeñas.
La PCR provoca daños cerebrales
Aunque más que por la PCR, los daños neurológicos procederían de la toma de muestra nasofaríngea. Dicho de una manera burda, los conspiranoicos creen que nos pueden empalar el cráneo con el hisopo flexible, abrir una fuga en la barrera hematoencefálica y facilitar el acceso a virus y todo tipo de agentes dañinos para el sistema nervioso.
Es evidente que este tipo de creencias denotan una importante carencia cultural. Cualquiera con unos mínimos conocimientos de anatomía sabe que entre las fosas nasales y el cerebro hay una barrera de hueso, una región conocida como lámina cribosa del hueso etmoides. Es imposible que algo tan endeble como un hisopo perfore el hueso. Se necesitaría un taladro en todo caso, que es precisamente lo que se emplea en las operaciones de hipófisis. No se puede de otra manera. No hay mucho más qué decir…
Vistos estos pocos argumentos negacionistas, uno ya puede imaginarse por dónde van los tiros. No espere el lector que en los siguientes artículos vayamos a desgranar argumentos más complejos o intrincados. Van todos por la misma línea. El nivel es bajísimo y por ello sorprende que exista gente (que, para más inri, se considera a sí misma crítica y abierta de mente) que se trague estas falacias. Entiendo que el ritmo de vida no deja demasiado tiempo para analizar todas las informaciones que nos llegan, pero qué menos que ponerlas en cuarentena hasta que podamos contrastarlas.
En fin, os esperamos en los siguientes capítulos de este dossier. Si consideráis que hay alguna información sospechosa que debamos analizar, no dudéis en hacérnosla llegar.
REFERENCIAS
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